El poderoso crep¨²sculo de Mir¨®
La fundaci¨®n barcelonesa dedica una exposici¨®n a los en¨¦rgicos ¨²ltimos 20 a?os del artista
Hacia finales de 1956, Joan Mir¨® deja la sombr¨ªa Barcelona de la posguerra y se instala (o se refugia) de manera definitiva en Palma de Mallorca, en una peque?a colina con vistas a la bah¨ªa que con los a?os, y para su desesperaci¨®n, se fue llenando de hoteles y urbanizaciones t¨ªpicas del turismo salvaje de los a?os del desarrollismo. All¨ª, su cu?ado arquitecto le construy¨® un chalet que conectaba interiormente con el estudio que su amigo Josep Llu¨ªs Sert le dise?¨® de forma paralela. Pocos a?os despu¨¦s, en 1959, compra el vecino caser¨®n mallorqu¨ªn de Son Boter, que tambi¨¦n hizo servir de estudio.
En estos dos talleres pint¨® la casi totalidad de los 40 cuadros que integran la exposici¨®n que hasta el 25 de febrero se presenta en la Fundaci¨®n Mir¨® de Barcelona, Joan Mir¨® 1956-1983. Sentimiento, emoci¨®n, gesto, que aborda los ¨²ltimos 20 a?os del pintor, la obra crepuscular, pero al mismo tiempo rebosante de una energ¨ªa fosforescente de uno de los artistas m¨¢s reconocidos y al mismo tiempo m¨¢s secretos del siglo XX.
Mir¨® era ya una estrella internacional (en 1959, el MOMA le dedica una gran retrospectiva), pero en Palma era "el marido de Pilar Juncosa", un tipo raro y arisco que, incluso para gran parte de su c¨ªrculo m¨¢s pr¨®ximo, pintaba cosas incomprensibles en lugar de los almendritos en flor que tan bonitos quedaban en el sal¨®n. En 1956, Mir¨® ten¨ªa 63 a?os y estaba en el final de una etapa, en un periodo de reflexi¨®n durante el cual pr¨¢cticamente no pint¨® nada y dedic¨® sus energ¨ªas a la cer¨¢mica, la escultura, los grandes murales y la revisi¨®n de las notas y apuntes de a?os anteriores. Hasta 1959 no retom¨® el pincel, pero cuando lo hizo temblaron los cimientos de la pintura que muchos a?os antes ya hab¨ªa querido asesinar.
Lo primero que uno ve al entrar en la exposici¨®n de la Fundaci¨®n Mir¨® es el tr¨ªptico Bleu I, II, III (1961), tres grandes cuadros que son una inmersi¨®n sensorial y po¨¦tica en el azul del mar en cuyas playas, durante aquella ¨¦poca de aislamiento, pintaba su rabia en la arena, y, tambi¨¦n, en el azul de sus sue?os, aquel que ya reflej¨® en su famosa obra de 1926 Ceci est la couleur de mes r¨ºves. S¨®lo para ver este gran tr¨ªptico, procedente de la colecci¨®n del Centro Georges Pompidou de Par¨ªs, ya vale la pena la visita a la exposici¨®n.
Pero hay m¨¢s. Entre finales de los a?os cincuenta y a lo largo de los a?os sesenta, Mir¨® realiza varios viajes a Estados Unidos y a Jap¨®n, y ambos pa¨ªses influir¨ªan en la obra de aquel momento, aunque tal vez no tanto como lo hab¨ªa hecho el campo de Tarragona -siempre reivindic¨® la tierra en su sentido m¨¢s tel¨²rico y tambi¨¦n pay¨¦s: su ¨¢rbol mitol¨®gico era el algarrobo- o la luz y el mar de Mallorca (pas¨® all¨ª muchos veranos de la infancia en casa de sus abuelos y se cas¨® con una mallorquina). Pero, bueno, ¨¦l mismo reconoci¨® que el esp¨ªritu de su tiempo, el del expresionismo abstracto y de los grandes campos de color de los artistas estadounidenses le influyeron, y, tambi¨¦n, se mostr¨® fascinado por la caligraf¨ªa y la poes¨ªa del vac¨ªo de Jap¨®n.
Ambos aspectos se reflejan en las obras de aquel momento, como en el maravilloso dueto que forman Cabello perseguido por dos planetas y Gota de agua sobre la nieve rosa, ambos de 1968, que dan cuenta del car¨¢cter po¨¦tico no s¨®lo de sus t¨ªtulos, sino tambi¨¦n de gran parte de su pintura, en la que desde luego se entra por la puerta de la poes¨ªa antes que por la del intelecto. Y es que, en cierta manera, podr¨ªa decirse que al contrario que Adorno, Mir¨® pensaba que lo ¨²nico que nos quedaba despu¨¦s de Auschwitz era la poes¨ªa.
Su supuesta mirada ingenua no era inconsciencia y lo demostr¨® participando y colaborando en todo tipo de actos reivindicativos tanto en defensa de la democracia como del catalanismo, es decir, de las libertades. Pero lo hizo con su arte, sin estridencias ni grandes proclamas. Realiz¨® el cartel de la celebraci¨®n a¨²n ilegal del 1 de mayo de 1968 en Barcelona y aquel mismo a?o de revueltas y esperanza, al que le dedic¨® un cuadro que tambi¨¦n est¨¢ en la exposici¨®n, cumpli¨® 75 a?os y comenz¨® el alud de exposiciones y homenajes en una Espa?a que quer¨ªa darse aires de moderna pero que hab¨ªa declarado el estado de excepci¨®n en Guip¨²zcoa y estrenaba la fractura interna que a¨²n vivimos con el primer atentado de ETA. En Palma le hicieron "hijo adoptivo", pero en el ¨²ltimo momento se mostr¨® "indispuesto" y no asisti¨® porque le advirtieron de que presidir¨ªa el acto el entonces ministro Manuel Fraga. Dos a?os despu¨¦s, el Consistorio se lo hizo pagar denegando su oferta de donar varias esculturas a la ciudad en lo que ser¨ªa despu¨¦s el Parque del Mar en represalia, adem¨¢s, por su asistencia, publicitada en los diarios extranjeros, al encierro de intelectuales en Montserrat en protesta por el proceso de Burgos.
Y es que junto a la m¨ªstica y la poes¨ªa, en sus obras de aquellos a?os tambi¨¦n abunda la violencia y el desgarro. El negro gana protagonismo, pinta con los pies, las manos, los pu?os, el culo... Pone los cuadros en el suelo y camina sobre ellos; los quema y rompe en un proceso a un tiempo art¨ªstico y cr¨ªtico con el mercantilismo que ya dominaba el arte. Se implica con las nuevas corrientes conceptuales participando, por ejemplo, en una gran performance en la que primero pint¨® las cristaleras del Colegio de Arquitecto de Catalu?a y despu¨¦s ¨¦l mismo contribuy¨® a borrarlas para el esc¨¢ndalo de algunos en un acto ef¨ªmero y provocativo que film¨® Pere Portabella en una pel¨ªcula que se proyecta en la muestra.
Entre los ¨²ltimos cuadros que all¨ª se exhiben, fechado en 1974, figura otro gran tr¨ªptico que lleva por t¨ªtulo La esperanza del condenado a muerte. Lo pint¨® en los meses de espera de la sentencia de Salvador Puig Antich y no lo dio por acabado hasta que el garrote puso fin a la esperanza.
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