Cuando caen las redes Cuando caen las redes
La otra noche, cuando cay¨® la red el¨¦ctrica alemana por culpa de un crucero escandinavo de lujo, el Norwegian Pearl, y dej¨® a oscuras a media Eurolandia, me sent¨ª profundamente decepcionado y discriminado cuando comprob¨¦ que en casa todo funcionaba correctamente. Era el primer gran black-out de Europa y resulta que me lo perd¨ª por culpa de estar enganchado a una red portuguesa.
Los que vivimos en zonas rurales y muy boscosas sabemos perfectamente lo que significa la ca¨ªda de la red el¨¦ctrica cuando hay tormentas. Hasta ahora, mis numerosos black-out del oto?o-invierno eran todos rabiosamente locales, aver¨ªas de aldea por un rayo despistado, incluso por sobrecarga de tensi¨®n, y cuando llamabas por m¨®vil a la centralita de la hidroel¨¦ctrica para contarles que no s¨®lo estabas a ciegas, sino aterido de fr¨ªo, siempre te daban explicaciones que aumentaban a¨²n m¨¢s tu estr¨¦s. S¨®lo se trataba de la tormenta local, de la ca¨ªda de una subred rural, del trabajo de los roedores en un perdido y sabroso nodo de distribuci¨®n, de las ramas de un ¨¢rbol contra un poste repetidor o del estallido de mis plomos. Lo cual quer¨ªa decir que la aver¨ªa local iba para largo, para toda la noche, y que lo mejor era abastecerme de velas, mantas y encender el fuego de la chimenea.
En todos mis 'black-out' de aldea, a pesar de las facturas muy metropolitanas, siempre rigi¨® esta ley de Peter o de Parkinson que me acabo de inventar: "Cuanto m¨¢s cercana es la aver¨ªa, m¨¢s tardan en repararla". Nunca me dijeron las se?oritas de la centralita, que sabe Dios d¨®nde estar¨¢n deslocalizadas, una explicaci¨®n maximalista tipo "es que cay¨® la red europea y hay 10 millones de ciudadanos como usted en media docena de Estados-naci¨®n". Aunque no fuera verdad, eso ayudar¨ªa mucho a superar el estr¨¦s de la maldita noche, te proyecta en una escala supranacional y, sobre todo, promete una soluci¨®n r¨¢pida. No olvidemos que el primer black-out de Eurolandia por culpa de aquel crucero de lujo escandinavo se resolvi¨® en apenas veinte minutos, cosa impensable en cualquier aver¨ªa de pueblo.
Me pas¨® algo parecido, pero al rev¨¦s, cuando no hace mucho tuve otro problema personal con la ca¨ªda de la Red propiamente dicha. No pod¨ªa enviar ni recibir e-mails ni siquiera zascandilear por Internet, que es la manera hipermoderna de estar a ciegas, sin calefacci¨®n comunicativa y asilado del mundo de la escritura. Otro gran estr¨¦s. Llam¨¦ a uno de esos 902 para las aver¨ªas ADSL e Imagenio de Telef¨®nica, que te cobran seis c¨¦ntimos de euro por minuto, y despu¨¦s de pasar mucho m¨¢s de un cuarto de hora charlando amigablemente con la se?orita operadora, tambi¨¦n deslocalizada, intentando averiguar si el problema era de mis conexiones provinciales o un estropicio m¨¢s internacional, llegamos (lleg¨®) a la conclusi¨®n de que lo segundo, que lo m¨ªo "no ten¨ªa pinta de ser una aver¨ªa de provincias" (hac¨ªa mucho que no escuchaba esa encantadora expresi¨®n) y me comunic¨® que en 24 horas enviar¨ªan un t¨¦cnico. Cuando lleg¨® el t¨¦cnico hab¨ªa pasado un largo fin de semana con la pantalla a oscuras, result¨® ser un subempleado de una peque?a empresa local subcontratada por Telef¨®nica (lo cual me imped¨ªa echarle la bronca) y despu¨¦s de revisar las conexiones durante varias horas, concluye que el galimat¨ªas provincial / personal funciona perfectamente y que el misterioso problema de los e-mails perdidos "tiene que ser global". Entonces record¨¦ que la cuenta de mi correo electr¨®nico est¨¢ radicada en Italia, en Mil¨¢n, y as¨ª se lo dije. "Pues siga la pista italiana", me dijo, "porque sus conexiones provinciales de la Red funcionan perfectamente".
Esta vez, al contrario de las aver¨ªas el¨¦ctricas rurales, me sent¨ª muy abatido cuando mi t¨¦cnico de barrio pronunci¨® la palabra "global". Ustedes no tienen por qu¨¦ acordarse, pero yo recuerdo muy bien cuando otra vez que tambi¨¦n tuve problemas de e-mail con Elvira Lindo intent¨¦ averiguar lo que suced¨ªa con el mareante itinerario de un correo electr¨®nico. T¨² escribes en el ordenador una carta, un art¨ªculo, una tesis o una declaraci¨®n de amor, pulsas "send" y el texto se fragmenta en m¨²ltiples paquetes ininteligibles, cada uno de los cuales sigue un itinerario siempre diverso y hasta contradictorio, todo lo contrario a la l¨ªnea recta del cartero. Despu¨¦s de transitar a la velocidad de la luz por servidores, providers, routers, l¨ªneas telef¨®nicas diversas, nodos, codos y pops (post office protocol) del mundo entero, y cada fragmento textual por su lado, ese puzzle vanguardista estilo Burroughs, o estilo cu¨¢ntico, en el que se transform¨® tu mensaje da la vuelta al mundo en menos de 80 nanosegundos y lo m¨¢s ins¨®lito es que al final acaba peg¨¢ndose y orden¨¢ndose en una direcci¨®n www que no admite sutilezas, ni may¨²sculas, ni min¨²sculas, ni oraciones subordinadas. Basta equivocarse en un punto y coma para que ocurra el nuevo black-out. Esta vez, mi aver¨ªa ADSL, al contrario de mis locales aver¨ªas el¨¦ctricas, apenas era una tilde de la globalizaci¨®n.
Cuando caen las redes se aprende mucho. Por ejemplo, que la hipermodernidad, a pesar de todo, tambi¨¦n es cuando todo depende de un rayo, un rat¨®n o un punto y coma.
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