Bar¨®n, de ley
Puede que ciertas propuestas solamente puedan ser abordadas en determinados momentos de la carrera de un artista y Javier Bar¨®n parece estar en uno de esos. Uno de esos en los que se puede enfrentar el baile de una forma tan natural como sencilla, rozando casi lo espont¨¢neo, pero siempre de ley. En cualquier caso, se crearon las condiciones para que esa espontaneidad, la frescura comunicativa, pudiera fluir del di¨¢logo esencial entre los elementos b¨¢sicos -cante, toque, baile- que gozaron de un envidiable equilibrio en su conjugaci¨®n.
El nombre del espect¨¢culo ya avanzaba su contenido, pero no del todo. A la idea original de reunir a los dos cantaores casi de capilla del bailaor, se unir¨ªa la presencia de dos guitarras con mucho peso por su toque en s¨ª y por el papel que desempe?an. Junto a ellos, los dos palmeros de Jerez que hubieron de trabajar duro dado el planteamiento de una obra en la que los bailes se sucedieron engarzados unos con otros, jugando un tanto al despiste y dando espacio para que Bar¨®n expusiese todo un catalogo de recursos.
Dos voces para un baile
Baile y Direcci¨®n: Javier Bar¨®n. Cante: Guadiana, Miguel Ortega. Guitarras: Alfredo Lagos, Javier Patino. Palmas: Carlos Grilo, Luis Cantarote. Direcci¨®n Musical: Faustino N¨²?ez. Jueves Flamencos de El Monte. Sala Joaqu¨ªn Turina. 29 de noviembre.
La idea del juego tiene mucho que ver con la presencia de Faustino N¨²?ez, reclamado para la direcci¨®n musical. Pocos como ¨¦l para hilvanar m¨²sicas y hacer realidad esa idea l¨²dica y un tanto rompedora de pasar de un estilo a otro en soluci¨®n de continuidad. Ese planteamiento de amalgama estuvo presente en cada uno de los tres cuadros que compusieron la obra, pero de forma m¨¢s llamativa en el segundo que se inici¨® con los aires de las alegr¨ªas (las de C¨®rdoba), para cortar como si nada y entrar a saco por la seguiriya rotunda que enuncia Guadiana. Despu¨¦s los tangos, luego las buler¨ªas, m¨¢s tangos y de nuevo buler¨ªas. Antes hubo un paseo por la periferia con la taranta y los aires abandolaos de, entre otros, los fandangos de Lucena, para los que la tesitura de Miguel Ortega se prestaba a la perfecci¨®n. Todo ello para terminar rindiendo homenaje a la sole¨¢ de la tierra del bailaor que se aligerar¨ªa en el comp¨¢s por buler¨ªa para caer finalmente en el del romance.
Javier supo moverse con tanta elegancia como solvencia en ese planteamiento, como explic¨¢ndose ante un p¨²blico cercano y c¨®mplice. Los cantaores pusieron el color a ese tan variado repertorio y las guitarras -adem¨¢s de trabajar a destajo en la cuesti¨®n r¨ªtmica- tuvieron espacio para exponer su virtuosismo: grana¨ªna en el caso de Patino y una salerosa guajira, llena de l¨ªricas evocaciones transatl¨¢nticas, en el de Lagos.
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