Culminaci¨®n de la 'Elliottiada'
De los historiadores extranjeros que han hecho su dedicaci¨®n principal de las cosas de Espa?a, y espec¨ªficamente en la primera Edad Moderna, el m¨¢s eminente es el ingl¨¦s John H. Elliott. El autor es calificado habitualmente en Espa?a como "hispanista", pero es mucho m¨¢s que eso. Elliott es un gran historiador de la Europa, sobre todo, de los siglos XVI y XVII, que por profundizar en ese periodo y esa geograf¨ªa dio en hacer centro de sus investigaciones de la Espa?a imperial, desvencijado coloso de la ¨¦poca. Y, aunque deseamos al insigne historiador que prosiga su obra, acaba de publicar lo que puede considerarse a justo t¨ªtulo la culminaci¨®n de toda una etapa. Imperios del mundo atl¨¢ntico es una brillant¨ªsima historia comparada de las dos grandes construcciones pol¨ªticas que Inglaterra y Espa?a (?o Castilla?) erigieron al otro lado del oc¨¦ano.
IMPERIOS DEL MUNDO ATL?NTICO
John H. Elliott
Traducci¨®n de Marta Balcells
Taurus. Madrid, 2006
680 paginas. 29,50 euros
La obra de Elliott es un libro de libros, una reflexi¨®n, brillante, apasionada pero sin raptos visibles de emoci¨®n, enemiga de todos los esencialismos que se derivar¨ªan de presuntas caracter¨ªsticas raciales, religiosas o antropol¨®gicas de los pueblos protagonistas. En una especie de montaje en paralelo, desde la cabalgada de Hern¨¢n Cort¨¦s a comienzos del XVI para fundar la Nueva Espa?a y el desembarco de Christian Newport, un siglo m¨¢s tarde en la costa de la futura Nueva Inglaterra, se suceden las convergencias y las respuestas diferentes a problemas de estructura com¨²n o varia de las dos potencias occidentales. Espa?a se encuentra con un mundo lleno, urbanizado, abundante en mano de obra, rico en metales preciosos; e Inglaterra, con agrupamientos ind¨ªgenas dispersos y ruralizados, sin otra fortuna que la de los frutos agr¨ªcolas. Y aun as¨ª, los conquistadores de la Europa del norte se miran con frecuencia en el ejemplo espa?ol para organizar su negocio, que ser¨¢ durante mucho tiempo m¨¢s modesto, menos imperial, y, sobre todo, quedar¨¢ abandonado a la colonizaci¨®n individual o privada, en relaci¨®n con la empresa de Castilla. Tanto que en ocasiones se dir¨ªa que est¨¢ como sobrentendido el famoso epigrama de que el imperio se hizo "en un rapto de distracci¨®n", t¨¦rmino que acu?¨® J. R. Seeley, para subrayar c¨®mo la expansi¨®n imperial brit¨¢nica se produjo m¨¢s en la desatenci¨®n del Estado que por designio general alguno.
Elliott enmarca la doble colonizaci¨®n en un determinismo flexible, en el que los espa?oles prosiguen una ¨®smosis territorial iniciada contra el ¨¢rabe en casa propia, y en la que la codicia por el metal rivaliza con la convicci¨®n de haber recibido del alt¨ªsimo la misi¨®n de evangelizar el Nuevo Mundo; y los ingleses -m¨¢s escoceses y galeses- tienen al ga¨¦lico como modelo de conquista anterior, tal que hab¨ªan hecho con Irlanda, pero de ning¨²n modo se sienten impelidos a tener que ganar almas para la cristiandad, ya dividida por la reforma protestante. As¨ª, las dos conquistas se desarrollan asemej¨¢ndose en sus diferencias, como si una fuera el negativo de la otra. La riqueza metal¨ªfera y la mano de obra en situaci¨®n de servidumbre llevan al saqueo, as¨ª como ese mundo demogr¨¢ficamente lleno, engendra una civilizaci¨®n racialmente jerarquizada, separada pero revuelta, que in¨²tilmente trata de controlar Madrid. Mientras, en el septentri¨®n americano se impone un autogobierno de peque?as comunidades, gran descentralizaci¨®n, labor de la tierra y auge del comercio, con el elemento nativo m¨¢s como tel¨®n de fondo que hay que ir corriendo hacia el Oeste con la violencia que se juzgue necesaria, sin tener por qu¨¦ recrearlo como Castilla a su cat¨®lica imagen y semejanza.
En ese mundo parece como si las cosas ocurrieran con un encadenamiento inexorable, en el que las diferencias profundas m¨¢s que en la religi¨®n o incluso en esas realidades f¨ªsicas, se hallan, seg¨²n el autor, en que los primeros, los espa?oles, quieren preservar un legado, mientras que los segundos, los ingleses, aun proclamando su homenaje a las libertades antiguas del tiempo de la conquista normanda, tratan fundamentalmente de reinventar su historia. Ese intento de homogeneizar lo diverso al sur, y de rebautizar lo uniforme al norte, tiene mucho que ver con la presente fragmentaci¨®n latinoamericana y el unitarismo pol¨ªtico anglosaj¨®n. Entre las m¨²ltiples ideas seminales que amagan en cada recodo del libro, c¨ªtese como ejemplo la de la posible absolutizaci¨®n de la Espa?a peninsular por la plata americana, o la contaminaci¨®n del mundo hisp¨¢nico por una Am¨¦rica insostenible como dependencia si en ella medra cualquier tipo de autogobierno.
En este fecund¨ªsimo alto en el camino, balance o suma y sigue de su obra, John H. Elliott compone una vigorosa historia de encuentros y desencuentros americanos, deshaciendo por el camino muchos t¨®picos propios del m¨¢s barato -y racista- determinismo ideol¨®gico-religioso. El autor se sirve para ello del espejo isabelino y puritano de una Inglaterra que a¨²n est¨¢ aprendiendo a gobernar las olas, y hasta parece, con perd¨®n, en ocasiones que el ingl¨¦s se hubiera establecido en Am¨¦rica b¨¢sicamente para que podamos apreciar en el contraste esa nov¨ªsima Espa?a del otro lado del Atl¨¢ntico.
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