El hondo latido de Camboya
Hasta el coraz¨®n del pa¨ªs asi¨¢tico, tras las esperanzas de una cultura milenaria
En Camboya puedes alojarte en lujosos resorts, recibir masajes perfumados, remontar un rom¨¢ntico Mekong, tener coche con ch¨®fer y perderte por las impresionantes ruinas de Angkor. Pero es imposible obviar que es uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo; que ha sufrido uno de los mayores genocidios del siglo XX; que hace apenas ocho a?os que se recupera de una guerra de treinta; que a¨²n estallan al d¨ªa tres minas antipersona que matan o mutilan, principalmente, a ni?os; que muchos otros ni?os y adolescentes son explotados por las mafias de la prostituci¨®n. Sin embargo, el turismo, a¨²n escaso a excepci¨®n de los que dan el salto desde Tailandia o Vietnam hasta Siem Reap, es hoy la esperanza de una de las grandes culturas asi¨¢ticas de la antig¨¹edad.
En el min¨²sculo aeropuerto de la capital, Phnom Penh, los tr¨¢mites de entrada son largos y el trabajo se reparte entre muchos: hay necesidad y el 50% de la poblaci¨®n es menor de 15 a?os. A orillas del r¨ªo Tonl¨¦ Sap, algunos dormitan sobre su moto o su tuk-tuk (motocarros) y los carritos ambulantes ofrecen cucarachas fritas. Dicen que saben a frutos secos. En la habitaci¨®n del hotel Bougainvillier, una nota proh¨ªbe subir a menores camboyanos. Estamos en Sisowath Quay, junto al c¨¦lebre FCC (Foreign Correspondent's Club), un bonito edificio colonial que en tiempos dif¨ªciles concentraba a los periodistas extranjeros. Su terraza abierta al r¨ªo a¨²n guarda ese viejo sabor a whisky y teletipo. Otra copa sabe, en el Elsewhere, a oasis imposible: un estanque iluminado, balancines acolchados, ning¨²n cliente camboyano.
A diferencia de las grandes urbes del sureste asi¨¢tico, en Phnom Penh, que fue considerada por los franceses la ciudad m¨¢s hermosa de Indochina, no hay rascacielos, sino casonas coloniales en ruinas, alg¨²n sencillo edificio de apartamentos y un ca¨®tico entramado de casas modestas o miserables. Cientos de motos serpentean por calles sin asfaltar cargando familias enteras, bultos y animales. Cuando nos dirigimos a Wat Phnom, el templo m¨¢s antiguo de la ciudad, los monjes budistas vuelven de su recorrido diario en busca de la caridad de otros pobres. Huele a flores, incienso, comida y humedad. Peluquer¨ªas que son un sill¨®n al raso y un espejo, chavales que cortan bloques de hielo, tenderetes de zapatos usados. Tras una ojeada r¨¢pida a la Pagoda de Plata del Palacio Real, debemos elegir entre el Museo Nacional, con la mejor colecci¨®n de arte jemer de Asia, o el Museo de Tuol Sleng y los Killing Fields de Choeung Ek. No s¨¦ si debo arrepentirme. En Tuol Sleng, la escuela que Pol Pot convirti¨® en centro de detenci¨®n, tortura y muerte, ocupan ahora las aulas grandes paneles con las fotos que hac¨ªan a los prisioneros al ingresar: hombres, mujeres, ancianos, ni?os, beb¨¦s. Sus ojos de terror. Despu¨¦s, las calaveras amontonadas en los campos de la muerte, los huesos esparcidos por la hierba, las grandes fosas comunes. Sue?o con Angkor.
Vamos a Siem Reap en un taxi de lujo: cortinillas de raso y un aire acondicionado polar. Una carretera aceptable, arrozales de verde esplendoroso, riachuelos rojizos, chozas confundidas con la jungla. En el Angkor Village Resort duermo arrullada por el sonido de un gueco (peque?a salamandra) que vive en mi habitaci¨®n. Buena suerte: come insectos. Y hay millones. A las seis de la ma?ana, por entre la bruma del amanecer y la belleza natural del entorno, llegamos en tuk-tuk al fabuloso conjunto arqueol¨®gico hinduista de Angkor, construido entre los siglos IX y XIV, que abarca una superficie de 250 kil¨®metros cuadrados y es desde 1992 patrimonio de la humanidad por la Unesco. Har¨¢n falta tres d¨ªas para recorrer menos de la mitad: el imponente templo-monta?a Angkor Wat; el espectacular Bayon; Ta Prom, el maravilloso reino de los ¨¢rboles, que no pudo ser restaurado porque el bosque ha crecido entre sus muros, creando una simbiosis alucinada de ramas y ra¨ªces gigantescas que abrazan ninfas hind¨²es llamadas apsaras y leyendas talladas en las piedras; Preah Khan, donde el concierto de p¨¢jaros alcanza un indescriptible crescendo. Y, a 25 kil¨®metros, atravesando aldeas donde las ni?as vendedoras nos protegen del diluvio, Banteay Srei, un templo en miniatura construido por mujeres que conserva exquisitos relieves. Hay tanta paz en estos templos que es dif¨ªcil imaginar la guerra. Ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil de noche, en Bar Street, la calle donde se concentra la vida nocturna de la ciudad: los j¨®venes ofrecen lo que sea; ni?os solos duermen en la acera.
Perdidos en medio del lago
Para hacer el trayecto fluvial a Battambang, la segunda ciudad m¨¢s grande de Camboya, podr¨ªamos haber cogido un ferry regular, pero contratamos la barcaza de un padre y un hijo, adolescente de pies palm¨ªpedos, que aseguraron conocer al dedillo el itinerario. Salimos del m¨ªsero embarcadero de Phnom Krom y enfilamos el lago Tonl¨¦ Sap atravesando las aldeas flotantes construidas por inmigrantes vietnamitas. Toda la vida discurre sobre el agua: ni?os en uniforme vuelven a remo del colegio; hombres y mujeres se desplazan en canoa. Alrededor de los pilotes de las casas crecen huertos lacustres y se elevan raros artilugios pesqueros construidos con palos. Pero en medio de la inmensidad del lago nos envuelve una tempestad huracanada. Estamos empapados, ateridos y perdidos. S¨®lo cuando sale de nuevo el sol conseguimos penetrar el cauce del Sangk¨¦; soldar una aver¨ªa en un taller flotante; aceptar la invitaci¨®n a entrar, a riesgo de caer al agua, en una casa flotante; hacer pis en el agujero, sobre el agua, de la letrina de una tienda flotante. Y ver c¨®mo se nos echa la noche encima. Los televisores brillan en las chozas sin luz que salpican los m¨¢rgenes del r¨ªo. Diez horas despu¨¦s, el chaval nos confiesa la emoci¨®n de su primer viaje. Tampoco el padre hab¨ªa llegado antes hasta aqu¨ª.
De noche, Battambang, hasta hace muy poco la ciudad m¨¢s peligrosa de Camboya, es oscura y silenciosa. El hotel La Villa, una casa colonial francesa en Phalauv 1, har¨¢ nuestras delicias con su perfecta mezcla entre pasado y rehabilitaci¨®n y su cama gigante. En los alrededores hay templos de inter¨¦s, como Phnom Banan y Phnom Sampeou, en la cima de una monta?a que fue ¨²ltimo basti¨®n de los jemeres rojos. Aunque no est¨¢ permitido, y no pasa de ser una atracci¨®n con aire de parque tem¨¢tico improvisado, negociamos un trayecto en el bambu train, plataforma de tablas de bamb¨², ruedas y un motor de coche con que los campesinos aprovechan las v¨ªas f¨¦rreas en la profundidad de los campos. Cenamos en un karaoke de Phalauv 1 frecuentado por potentados de la zona y tomamos una copa en el Balcony, una agradable terraza sobre el r¨ªo en la que s¨®lo hay alg¨²n turista y una considerable comunidad de cooperantes internacionales. Despu¨¦s, la Sky Disco. Un cartel en la entrada proh¨ªbe pasar con chanclas, c¨¢maras, bombas, pistolas y cuchillos. Nosotros entramos con chanclas y c¨¢maras. La pista est¨¢ animad¨ªsima de j¨®venes camboyanos de aspecto moderno, sonrientes, con muchas ganas de bailar y, probablemente, de olvidar lo que les ha reservado la historia. Se puede comprobar visitando el Centro Arrupe, que el jesuita asturiano Kike Figaredo ha creado para acoger a ni?os pobres, la mayor¨ªa mutilados por minas antipersona. Pero el amor que se respira all¨ª ser¨¢ el broche perfecto para despedir a un pa¨ªs que necesita apoyo y divisas a partes iguales. Y volver con una de sus sonrisas.
Ruth Toledano es autora del libro de poemas Ojos de qui¨¦n (Huerga y Fierro Editores)
GU?A PR?CTICA
C¨®mo llegar- La mayorista Catai (www.catai.es; en agencias) ofrece un gran tour de Camboya de 10 d¨ªas, a partir de 1.570 euros por persona. El viaje, con salidas desde Madrid, incluye una visita al Wat Phnom, el conjunto arqueol¨®gico de Angkor y un paseo por el r¨ªo Mekong. Estancias en hoteles de cuatro y cinco estrellas.Informaci¨®n- Consulado general de Camboya en Espa?a (932 47 42 67).- www.tourismcambodia.com.
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