El declive de Oxford
La universidad inglesa decide su futuro, 800 a?os despu¨¦s de su inauguraci¨®n
Sentado con mis colegas en la dorada incomodidad del Sheldonian Theatre de Oxford esta semana, para debatir el futuro gobierno de la universidad m¨¢s antigua de Inglaterra, pens¨¦ en aquella frase de G. K. Chesterton: la tradici¨®n es la democracia de los muertos. Un profesor de pol¨ªtica observ¨® que Oxford es una "cooperativa de trabajadores" desde hace 800 a?os, y esa cifra tan redonda de los 800 a?os sigui¨® apareciendo sin cesar en el debate de la congregaci¨®n, el parlamento soberano de la universidad. Los que se opon¨ªan a las propuestas de incluir personas ajenas a la universidad en las estructuras de gobierno lo hicieron en nombre del autogobierno democr¨¢tico y la libertad acad¨¦mica; los defensores de la reforma propuesta citaron las normas actuales sobre el control externo y la transparencia de las instituciones que reciben dinero p¨²blico y donaciones ben¨¦ficas. En esta ocasi¨®n ganaron los que se opon¨ªan, pero la decisi¨®n puede someterse ahora al voto por correo de los m¨¢s de 3.700 miembros del parlamento de la universidad.
El poder de la antig¨¹edad, la belleza y la tradici¨®n intelectual sirve, hasta cierto punto, de contrapeso al poder de m¨¢s gasto, organizaci¨®n e innovaci¨®n
En Oxford, los profesores tienen que dedicar gran parte de su tiempo a atender procedimientos burocr¨¢ticos, y a preocuparse por el dinero
El aumento de las tasas de matr¨ªcula exige otra cosa que tambi¨¦n hacen las mejores universidades estadounidenses: una oferta suficiente de becas
Los aspectos organizativos concretos que se est¨¢n discutiendo son complicados, pero el tema general del debate de Oxford est¨¢ claro. Se trata de saber si Europa contar¨¢ dentro de 20 a?os con universidades que sean centros de investigaci¨®n de categor¨ªa mundial. Por ahora, Oxford y Cambridge son las ¨²nicas universidades europeas que figuran entre las 10 mejores del mundo en todas las clasificaciones, normalmente dominadas por las de EE UU. Pero incluso Oxford y Cambridge se mantienen por los pelos. Si las cosas siguen como hasta ahora, tambi¨¦n se quedar¨¢n rezagadas. El poder blando de la antig¨¹edad, la belleza, el mito y la rica tradici¨®n intelectual s¨®lo puede servir hasta cierto punto de contrapeso al poder duro de m¨¢s gasto, mejor organizaci¨®n y m¨¢s innovaci¨®n.
Mi vida acad¨¦mica se desarrolla a caballo entre Oxford y Stanford, y veo el contraste cada vez que cruzo el Atl¨¢ntico. Cuando estuve en Stanford este a?o, la universidad estaba dando los ¨²ltimos toques a una nueva campa?a para recaudar 4.300 millones de d¨®lares de aqu¨ª a finales de 2011, de los que tiene ya prometidos casi 2.200 millones. Stanford cuenta ya con una dotaci¨®n que es aproximadamente el doble de la de Oxford. Las tasas de matr¨ªcula equivalen, por t¨¦rmino medio, a unas cinco veces las de Oxford, que calcula que pierde unas 5.000 libras por estudiante a causa del l¨ªmite que fija el Gobierno a lo que puede cobrar.
Oxford sigue teniendo muchas ventajas: entre otras, una tradici¨®n intelectual caracter¨ªstica, un estilo com¨²n de pensamiento y debate -preciso, emp¨ªrico, esc¨¦ptico, ir¨®nico- que qued¨® patente en la discusi¨®n del Sheldonian. Sin embargo, hoy d¨ªa, en Oxford, los profesores tienen que dedicar gran parte de su tiempo a procedimientos burocr¨¢ticos, muchos de ellos impuestos directa o indirectamente por la administraci¨®n, y a preocuparse por el dinero. En Stanford veo que pasan mucho menos tiempo hablando de dinero que sus colegas de Oxford, porque tienen m¨¢s. Tambi¨¦n veo que las grandes universidades de EE UU -tanto p¨²blicas como privadas- tienen mucha m¨¢s seguridad en s¨ª mismas. No suelen tener ninguna duda de que cumplen un papel vital en el desarrollo de sus sociedades, tan importante como el de las empresas, los tribunales, los medios de comunicaci¨®n o los profesionales de la sanidad.
El problema es m¨¢s amplio. El Reino Unido, como Francia y Alemania, dedica s¨®lo el 1,1 % de su producto interior bruto a la educaci¨®n de tercer ciclo. EE UU dedica el 2,6 %; 1,4% de origen privado y 1,2% de origen p¨²blico. Es decir, el gasto p¨²blico de EE UU en educaci¨®n es mayor que nuestro gasto p¨²blico y privado combinado. Europa habla sin cesar de una "econom¨ªa basada en el conocimiento", pero EE UU lo lleva a la pr¨¢ctica. Y detr¨¢s le siguen, llenas de empuje, las econom¨ªas asi¨¢ticas.
?Qu¨¦ se puede hacer? Una opci¨®n ser¨ªa que los contribuyentes europeos pagaran mucho m¨¢s por sus principales universidades nacionales; hay tantas probabilidades de ello como de que el Coliseo romano se traslade a Nottingham. Otra alternativa ser¨ªa que Europa pusiera en com¨²n sus recursos. Se ha hecho, con resultados magn¨ªficos, en los laboratorios de la f¨ªsica de part¨ªculas del CERN, cuna de Internet. Pero no puedo imaginarme a ninguno de los grandes pa¨ªses europeos aceptando, por ejemplo, que el ¨²nico departamento verdaderamente importante de historia est¨¦ en Francia y que, a cambio, el ¨²nico departamento de geograf¨ªa de categor¨ªa mundial est¨¦ en Alemania.
Paso de cangrejo
La tercera opci¨®n es hacia la que se encamina Oxford con su habitual paso de cangrejo: un modelo que combine la financiaci¨®n p¨²blica y la privada, sin copiar servilmente a las grandes universidades estadounidenses, que tambi¨¦n tienen sus defectos, pero s¨ª adoptando algunas de sus f¨®rmulas, unas u otras seg¨²n los casos.
En el caso de Oxford, podr¨ªamos hacer varias cosas estrechamente relacionadas. Tendr¨ªamos que mejorar nuestros m¨¦todos para recaudar fondos, lo cual, en Oxford, significa coordinar los esfuerzos de los colegios universitarios y la administraci¨®n central de la universidad. Seg¨²n sir Peter Lampl, un fil¨¢ntropo que ha estudiado el tema con todo detalle, Oxford recibe dinero de menos del 10% de sus antiguos alumnos, mientras que Princeton lo recibe de m¨¢s del 60%. Es absurdo y es fundamentalmente culpa nuestra, aunque tampoco vendr¨ªan mal unos retoques a la ley fiscal sobre donaciones. Entonces podr¨ªamos pedir al Gobierno y al Parlamento brit¨¢nicos que nos dejaran subirnos los sueldos hasta, pongamos, 10.000 libras (unos 15.000 euros) al a?o, aproximadamente dos terceras partes de los de Stanford, en vez de una quinta parte como ahora. El ministro de Hacienda y probablemente futuro primer ministro, Gordon Brown, ha dicho que lo tendr¨¢ en cuenta la pr¨®xima vez que se revise el l¨ªmite actual de las matr¨ªculas, en 2008, y una de las prioridades impl¨ªcitas en la propuesta de reforma del gobierno de Oxford es aumentar las probabilidades de que se produzca.
Tasas y becas
El aumento de las tasas de matr¨ªcula exige otra cosa que tambi¨¦n hacen las mejores universidades estadounidenses: una oferta suficiente de becas para todos los alumnos que no pueden pagar esas cantidades. En el contexto brit¨¢nico significar¨ªa adem¨¢s redoblar nuestros esfuerzos para garantizar que los alumnos procedentes de ambientes m¨¢s pobres y de las escuelas estatales no se desanimen por la combinaci¨®n de la matr¨ªcula, la carga de los pr¨¦stamos del Estado a los que se acogen los estudiantes para costearse el mantenimiento y la imagen de glamour y esnobismo que tiene Oxford (y que no coincide en absoluto con la realidad de hoy). La costumbre estadounidense de ofrecer m¨¢s facilidades de ingreso a los hijos de antiguos alumnos y donantes generosos -as¨ª es como George W. Bush logr¨® entrar en Yale- ser¨ªa aqu¨ª completamente inaceptable. Porque Oxford, al fin y al cabo, es una ciudad europea.
?stos son los factores que van a decidir el futuro de Oxford. La reforma propuesta no es m¨¢s que un medio para un fin m¨¢s amplio. Puede parecer que es doblegarse a las exigencias del Gobierno, pero su prop¨®sito a largo plazo es el contrario: conseguir que seamos menos dependientes del Estado y m¨¢s capaces de mantener la calidad acad¨¦mica y la independencia gracias a nuestros propios recursos y a nuestra manera. Por eso soy partidario de ella, pese a todas sus imperfecciones.
Si Oxford puede tomar estas medidas cruciales y de m¨¢s alcance, es posible que logre conservar su sitio como universidad de investigaci¨®n de primera categor¨ªa. Pero la decisi¨®n no est¨¢ s¨®lo en manos de los que votamos en Oxford. Est¨¢ tambi¨¦n en manos de los votantes brit¨¢nicos y, m¨¢s en general, de las sociedades europeas. Tal vez ¨¦stas prefieran, al final, el bien social que representa una ense?anza superior de masas, gratuita y de bajo coste, y abandonen la ambici¨®n -que las universidades europeas tienen desde que Wilhelm von Humboldt invent¨® el modelo de la universidad moderna hace 200 a?os- de aunar la ense?anza con la mejor investigaci¨®n. Si seguimos como hasta ahora, acabaremos seguramente ah¨ª. As¨ª que conviene que Europa tenga al menos un gran debate, como Oxford, y tome una decisi¨®n consciente.
Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia
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