V¨ªctima y verdugo
"UNA UTILIZACI?N de la memoria hist¨®rica' guiada por una mentalidad selectiva abre de nuevo viejas heridas de la Guerra Civil y aviva sentimientos encontrados que parec¨ªan estar superados": as¨ª se expresa la Conferencia Episcopal en la Instrucci¨®n pastoral aprobada en su ¨²ltima sesi¨®n plenaria. Nada m¨¢s justo, a primera vista: todas las memorias selectivas de acontecimientos traum¨¢ticos avivan sentimientos encontrados. El problema es que todas las memorias son, por definici¨®n, selectivas: no hay memoria sin olvido, memoria de lo que consuela, olvido de lo que desasosiega.
?Cu¨¢l es la memoria y cu¨¢l el olvido de los obispos espa?oles en relaci¨®n con esa Guerra Civil cuyas heridas ven ahora a punto de reabrirse? Por lo que se refiere a lo segundo, la cosa est¨¢ bien clara. Los obispos han olvidado que fue la Iglesia cat¨®lica la que elabor¨®, a las pocas semanas de iniciarse la guerra, el sagrado relato de la cruzada contra el invasor. Las palabras con las que se describe una guerra nunca son inocentes, y cruzada no lo fue. Signific¨® que se combat¨ªa en nombre de Dios y que para el infiel no quedaba m¨¢s destino que el exterminio. El alcance de las matanzas ocurridas en la zona bajo control de los militares que se rebelaron contra la Rep¨²blica se debe precisamente a que desde las primeras semanas actuaron como cruzados de una guerra santa.
En su administraci¨®n de la memoria, la jerarqu¨ªa cat¨®lica ha olvidado adem¨¢s que, por celebrar el fin de la guerra como triunfo de la cruz y al recibir -tambi¨¦n en la abad¨ªa de Montserrat- al caudillo de aquella guerra como salvador de la religi¨®n y de la patria, la represi¨®n sobre los vencidos se aplic¨® a conciencia y sin respiro. Liquidar, exterminar, erradicar, limpiar, barrer, depurar: ¨¦se fue el l¨¦xico empleado por los obispos en sus cartas pastorales. Es por completo seguro que sin ese aliento sagrado empujando sus velas, el nuevo Estado construido tras la victoria no habr¨ªa podido acometer una represi¨®n tan cruel y duradera. Quiz¨¢ convendr¨ªa recordar a los autores de esta Instrucci¨®n pastoral que el cura delator que lleva a la muerte al protagonista de aquel memorable relato de Ram¨®n J. Sender, R¨¦quiem por un campesino espa?ol, no fue un personaje de ficci¨®n, sino una figura repetida cientos, miles de veces en la Espa?a de la guerra y de la inmediata posguerra.
Sobre estos olvidos ha construido la jerarqu¨ªa de la Iglesia cat¨®lica su m¨¢s reciente memoria. En los pontificados de P¨ªo XII, Juan XXIII y Pablo VI, el Vaticano resisti¨® las presiones procedentes del Estado cat¨®lico espa?ol encaminadas a beatificar a sacerdotes y religiosos asesinados durante la Guerra Civil. En la transici¨®n, los obispos pasaron de puntillas sobre el pasado, sacudiendo el polvo de su identificaci¨®n con lo que ahora denominan p¨²dicamente "r¨¦gimen pol¨ªtico anterior". Luego, la memoria comenz¨® a hacer de las suyas y lo ¨²nico que la jerarqu¨ªa cat¨®lica ha recordado ha sido a sus muertos, elevados a los altares. Cada vez que un religioso asesinado durante la guerra es beatificado, la Iglesia ejerce una memoria, como no pod¨ªa ser menos, selectiva y recuerda su papel de v¨ªctima, la hecatombe que sufri¨® durante los primeros meses de la guerra, cuando miles de cat¨®licos fueron asesinados por el mero hecho de serlo.
Haciendo buena la definici¨®n de Carl Schmitt, que ve¨ªa en la Iglesia universal una complessio opositorum, la Iglesia cat¨®lica espa?ola fue durante la Guerra Civil v¨ªctima y verdugo. Su memoria selectiva la lleva a olvidar lo segundo para celebrar ritualmente lo primero. Podr¨ªa, si no quiere seguir desempe?ando un papel principal en este peligroso juego de las memorias enfrentadas, recordar lo segundo sin olvidar lo primero. En ese caso, tendr¨ªa que publicar otra Instrucci¨®n pastoral reconociendo haber bautizado como cruzada la Guerra Civil y haber impulsado, invocando a los m¨¢rtires de una guerra santa, el extermino del enemigo por un Estado que se defin¨ªa a s¨ª mismo como cat¨®lico.
Entonces, a lo mejor, los obispos espa?oles -que han cerrado bajo siete llaves la memoria del Concilio Vaticano II- podr¨ªan recuperar algo de autoridad para impartir "orientaciones morales ante la situaci¨®n actual de Espa?a". Mientras no lo hagan, la memoria selectiva de los dem¨¢s -cada cual tiene derecho a la suya- s¨®lo recordar¨¢ que de los males que han afligido a la naci¨®n espa?ola durante los dos ¨²ltimos siglos, el m¨¢s terrible fue el de la represi¨®n del laicismo y de otros venenos similares ejercida por los cl¨¦rigos en la Guerra Civil y en los a?os sin fin de aquel Estado cat¨®lico que con tanta euforia emprendi¨® los trabajos de depuraci¨®n una vez la guerra terminada.
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