Una de romanos
El soldado Cato y el centuri¨®n Macro viven sangrientas batallas contra los b¨¢rbaros en el siglo I. Y logran enorme ¨¦xito como protagonistas de apasionantes novelas de nuestro siglo -Edhasa acaba de publicar en Espa?a 'La profec¨ªa del ¨¢guila'-. El responsable: este fornido escritor brit¨¢nico
La llegada de un joven recluta a una fortaleza de la segunda legi¨®n, la poderosa Legi¨®n Augusta, en la frontera del Rin, en el umbral de los hostiles bosques germanos, es el punto de arranque de una de las m¨¢s emocionantes creaciones de la literatura de aventuras de los ¨²ltimos tiempos. Ese recluta, Quinto Licinio Cato, y su superior y luego amigo, el curtido centuri¨®n Lucio Cornelio Macro, soldados romanos de la ¨¦poca del emperador Claudio (siglo I de nuestra era), viven peripecias asombrosas y afrontan tremendos peligros sirviendo bajo las ¨¢guilas en diferentes campa?as militares. Sus aventuras, plenas de salvajismo y violencia, pero tambi¨¦n de valor y amistad, las cuenta el brit¨¢nico Simon Scarrow (Lagos, Nigeria, 1962), el ¨²ltimo gran valor anglosaj¨®n de la narrativa hist¨®rica, en una serie de novelas de las que ya se han publicado seis en Espa?a (editorial Edhasa) con gran ¨¦xito. Scarrow describe como si las hubiera presenciado las batallas entre legionarios y b¨¢rbaros, y hace que el lector experimente la vida en el ej¨¦rcito romano con toda su dureza. Sanguinarias batallas en las que se resbala con las tripas del vecino, emboscadas, motines, la invasi¨®n de Britania, la instrucci¨®n bajo un centuri¨®n adecuadamente llamado Bestia? El escritor es capaz de conjurar grandes escenas, pero tambi¨¦n de evocar detalles como el rechinar de una silla de hierro sobre un suelo de mosaico. No es extra?o el ¨¦xito de sus novelas si se piensa adem¨¢s que las legiones romanas han resucitado en nuestros d¨ªas y marchan de nuevo por toda Europa merced a la proliferaci¨®n de grupos de reconstrucci¨®n hist¨®rica, gente que se dedica a recrear la indumentaria, el armamento y los usos de los soldados del pasado, como la activa asociaci¨®n inglesa Ermin Street Guard, que incluye caballer¨ªa, o la catalana Legio Gemina de Tarragona.
La cita con Scarrow es un lugar muy pertinente: en la secci¨®n dedicada a la ocupaci¨®n romana de Britania del Museo de Londres. El museo es un edificio feo y moderno rodeado de una arquitectura inh¨®spita. Sin embargo, guarda tesoros como la l¨¢pida de Celsus, un polic¨ªa militar (speculator) de, precisamente, la Legi¨®n Augusta, o el cr¨¢neo de un legionario decapitado durante la revuelta de Buodica. Y se alza junto a los restos de la antigua muralla romana, parte de los cuales pueden observarse desde el interior del centro. El d¨ªa es asquerosamente lluvioso, as¨ª que uno llega a la entrevista tan empapado como si los druidas lo hubieran arrojado al T¨¢mesis para sacrificarlo a sus ¨¢speros dioses.
Scarrow, un individuo de aspecto insultantemente sano y juvenil, fornido, alto y duro -aunque luce unas incongruentes gafas de cristales gruesos-, observa a su interlocutor con inicial aprensi¨®n.
Perdone que le diga, as¨ª de entrada, que tiene usted aspecto de manejar con destreza el 'pilum', la lanza arrojadiza de los legionarios.
Lo he probado, con un grupo de reenactment, de recreaci¨®n hist¨®rica. Era un arma impresionante, muy efectiva.
Que se doblaba al impactar para que no pudiera arroj¨¢rtelo a su vez el enemigo.
No; ver¨¢, esa es una teor¨ªa antigua, de escuela; la realidad, al probar pila dise?ados como los de los romanos, nos ha demostrado que estaban construidos as¨ª para penetrar una l¨ªnea de escudos, atravesarlos y herir a los que se proteg¨ªan detr¨¢s.
No hay nada como la pr¨¢ctica. Recuerdo a un profesor de historia griega que hac¨ªa correr desnudos a sus alumnos varones para demostrar que los atletas hel¨¦nicos utilizaban alg¨²n tipo de suspensorio. El dolor de test¨ªculos hac¨ªa inolvidable la lecci¨®n.
Toda la experiencia con la gente de los reenactment me ha sido fundamental para escribir con realismo. Aprendes que si una sandalia militar romana, una calligae, se raja tienes que quit¨¢rtela, porque si no produce cortes en la piel. Detalles as¨ª te hacen escribir con pertinencia.
Pues no quiero imaginar c¨®mo se document¨® para la terrible escena de una de sus novelas en la que los britanos destripan a un grupo de legionarios, no sin antes castrarlos. ?Qu¨¦ cree que sorprender¨ªa m¨¢s a una persona de hoy si se la dejara caer en medio de una batalla de la antig¨¹edad?
El choque, la escala de la carnicer¨ªa. Las batallas modernas son dispersas. En las antiguas, los combatientes luchaban cuerpo a cuerpo; esa proximidad, el ensa?amiento, la desesperaci¨®n? Incluso Waterloo, con 45.000 muertos en s¨®lo seis kil¨®metros cuadrados, no fue tan impresionante como debi¨® de ser Cannae, donde murieron 60.000 romanos, la mayor¨ªa por arma blanca, en un espacio m¨ªnimo.
Se est¨¢n haciendo cosas interesantes en la excavaci¨®n de los lugares relacionados con la actividad militar romana.
S¨ª; por ejemplo, en Rochester, donde hay un importante fuerte romano (Bremenium), y donde, precisamente, est¨¢ atestiguada la presencia de una cohorte de hispanos.
Pensaba en el extra?o cementerio romano excavado en York: 56 esqueletos de tipos corpulentos, posiblemente legionarios, y la mitad decapitados. Parece algo de sus novelas. Nadie sabe que les pas¨® a esos hombres.
En realidad, es magn¨ªfico para un novelista que no sepamos qu¨¦ sucedi¨® exactamente en el pasado; permite inventar libremente. No obstante, ir a los sitios, recorrer los antiguos escenarios hist¨®ricos es muy ¨²til; te da el sentimiento. Para mi nueva novela he estado en Jordania, con la familia, visitando las ruinas de un campamento romano.
En su quinta novela de la serie, 'El ¨¢guila abandona Britania', hay una escena terror¨ªfica en la que legionarios romanos exterminan a los habitantes de un poblado britano de una manera que recuerda la matanza de My Lai. ?Pensaba en las guerras modernas, en Irak?
Es dif¨ªcil no sentirse impactado por lo que ocurre en Irak, incluso cuando la propaganda del Gobierno sigue insistiendo en que hacemos una guerra preventiva, justa, cuando en verdad es una guerra senatorial. La guerra es horror y masacres de poblaci¨®n, aunque el ej¨¦rcito de EE UU se ha empe?ado desde Vietnam en la absurda teor¨ªa del blanco seguro.
?En qu¨¦ se basaba el poder de las legiones? ?Tecnolog¨ªa?
No hay una raz¨®n ¨²nica. Pero la primera es que eran el mayor ej¨¦rcito profesional de la ¨¦poca. El Decus Belli, el verdadero S¨ªmbolo de la Guerra encarnado. Se nos olvida muy a menudo que los legionarios eran profesionales, a diferencia de sus enemigos. Los persas, por ejemplo, se reun¨ªan en gran n¨²mero, pero s¨®lo para una campa?a, y luego se desmovilizaban. Los combatientes celtas eran algo m¨¢s estables, pero su ¨¦tica de la guerra los hac¨ªa buscar el cuerpo a cuerpo individualmente para realizar proezas heroicas conforme a su ideal. Los legionarios romanos luchaban en orden cerrado y con enorme disciplina, y eso marcaba la diferencia. La organizaci¨®n era adem¨¢s muy efectiva. El romano era un ej¨¦rcito muy grande, pero estructurado en unidades muy peque?as, de menos de cien hombres.
Se les venci¨® a veces: An¨ªbal; Arminio, en la selva de Teoteburgo?
Fueron excepciones. Normalmente los enemigos de los romanos parec¨ªan empe?ados en presentar batalla de la mejor manera posible para el rival: grandes batallas en espacios abiertos y sin m¨¢s estrategia que el ataque en masa. La forma correcta de vencer a los romanos no era plantarles cara, sino hostigar sus l¨ªneas de aprovisionamiento y someterlos a una costosa y enervante guerra de guerrillas. As¨ª se hizo algunas veces en Britania y dio buen resultado.
En ¨²ltima instancia, en las batallas de la antig¨¹edad lo que contaba era el f¨ªsico: si tienes que abalanzarte sobre un tipo y matarlo a base de golpes y tajos con un arma blanca, tienes que estar en forma.
Bueno, de nuevo la profesionalidad ayuda mucho. El modo de acercarse en la batalla es muy importante. El legionario ten¨ªa mucha sangre fr¨ªa, no acomet¨ªa ciegamente jam¨¢s. El uso del escudo, que era de muy buen dise?o y calidad, estaba perfectamente regulado. El equipamiento en general era excelente. Iban bien protegidos. Estamos acostumbrados a su imagen, pero un legionario romano era algo impresionante: casco, coraza, gran escudo. Llevaba una panoplia de armas variada y testada durante siglos. En el hombre contra hombre suced¨ªa a menudo que el enemigo era f¨ªsicamente superior, lo dice el propio T¨¢cito comparando a los legionarios individualmente con los germanos, pero en la batalla cuentan mucho m¨¢s otros factores. La instrucci¨®n, la capacidad de pelear en equipo, la calidad del armamento.
Gente correosa los legionarios?
Esa imagen homog¨¦nea y pulida de las legiones a que estamos acostumbrados es una visi¨®n de Hollywood que yo odio. La coraza musculada, por ejemplo, que se ve tanto en las pel¨ªculas, es un adorno muy tard¨ªo, deb¨ªa de ser poco menos que una extravagancia. La ¨²nica pieza b¨¢sica igual que llevaban los legionarios era el escudo, el scutum, b¨¢sico para la manera romana de hacer la guerra. Los escudos deb¨ªan encajar para hacer la testudo, la tortuga. Algunas unidades llevaban la loriga segmentada, m¨¢s f¨¢cil de manufacturar que la cota de mallas. En cuanto al resto del equipo, ir¨ªan de forma m¨¢s o menos semejante, pero con un alto grado de customizaci¨®n. Estamos hablando de profesionales que serv¨ªan largos a?os bajo las ¨¢guilas, capaces de marchar 30 kil¨®metros en un d¨ªa con la implementa completa de campa?a y los pertrechos. Ir¨ªan adaptando el equipo a sus necesidades hasta un nivel de efectividad brutal. Parte del ¨¦xito de los romanos es que eran muy pragm¨¢ticos, no se dejaban sujetar por las tradiciones.
La espada no cambi¨®.
No, el gladius era corto, lo tomaron de los hispanos. Cuando reconoc¨ªan que algo funcionaba lo incorporaban a su equipo sin problemas.
En muchas cosas el ej¨¦rcito romano recuerda al brit¨¢nico de otras ¨¦pocas. Lo que escribi¨® Onasandro sobre las legiones de Quintus Veranius Nepos (motivaci¨®n, etc¨¦tera) podr¨ªa aplicarse a las tropas de Slim o Montgomery.
Efectivamente, muchos de mis lectores, algunos ex soldados, me lo han se?alado. Hab¨ªa un c¨®digo de unidad, honor y orgullo muy similar detr¨¢s. Eran ej¨¦rcitos en el extranjero, que luchaban en primer lugar por los compa?eros, con fuertes v¨ªnculos de camarader¨ªa; en segundo lugar, por su bandera -sus ¨¢guilas-, y en tercero, por la misi¨®n divina de expandir su patria y el modelo de sociedad de ¨¦sta.
?Qu¨¦ les animaba? Usted describe muy bien el tipo de horror cruel y sangriento que era cada lucha: cabezas que se abren como una sand¨ªa, chorros de sangre brotando de cuellos lacerados? Por no hablar del t¨¦tanos y la gangrena que aguardaban indefectiblemente a la mayor¨ªa de los heridos.
Hace poco hablaba con un oficial estadounidense y estaba deseando ir a Irak, aunque sab¨ªa el pozo de mierda que es aquello. Es un espanto, pero los militares profesionales saben que esa es su raz¨®n de ser. Los legionarios romanos conoc¨ªan perfectamente la atm¨®sfera del combate. Adem¨¢s, eran producto de una f¨¦rrea ideolog¨ªa, y todas las ceremonias y tradiciones del ej¨¦rcito iban encaminadas a reforzarla.
Ayudar¨ªa mucho el riesgo a que los diezmaran si la legi¨®n no funcionaba, una brutal penalizaci¨®n que, por cierto, aparece en 'El ¨¢guila abandona Britania'?
Ese castigo exist¨ªa, efectivamente. Marco Antonio, por ejemplo, diezm¨® dos cohortes que se arrugaron durante la invasi¨®n de Partia en el 36 antes de Cristo. Lo explica Frontinus en su Estratagemas.
?Qu¨¦ le llev¨® a escribir novelas de romanos?
Desde que era peque?o me atra¨ªan. En la escuela, el Kent College de Canterbury, tuve dos profesores de lat¨ªn extraordinarios. Soy negado para el lat¨ªn, como para todos los idiomas en general, pero me encantaba la cultura romana. Y desde siempre quise ser novelista; le¨ªa a Bernard Cornwell, Patrick O'Brian, Lindsey Davis, y eso era lo que deseaba hacer. En especial, escribir algo parecido a las novelas de Cornwell, pero ambientado en el mundo de Roma.
?Por qu¨¦ escogi¨® la aproximaci¨®n militar, y no, en cambio, no s¨¦, el mundo de las vestales?
Siempre me ha fascinado el mundo militar. Incluso estuve a punto de alistarme en el ej¨¦rcito. No me refiero a las batallas, sino a ese mundo particular, cerrado, con su disciplina. Me interesaba especialmente la figura de los suboficiales, y su lenguaje propio. No me alist¨¦ finalmente porque, por supuesto, no quer¨ªa ir a luchar a ning¨²n sitio. Pero la fascinaci¨®n por lo militar, por sus c¨®digos, ha persistido, aunque me produce horror la guerra y estoy en contra de ella.
?No cree que eso que dice es bastante contradictorio?
No. La atracci¨®n por lo militar y el espanto a la vez por la guerra es algo que sienten bastantes personas. Mire, yo viv¨ª en ?frica de ni?o, por el trabajo de mi padre, y observ¨¦ la guerra de cerca. El chico que ayudaba en la cocina en casa, un d¨ªa cogi¨® un machete y se fue a matar gente. La guerra saca el monstruo que llevamos dentro. Soy plenamente consciente de eso. Pero a la vez me interesan los soldados, tengo buenos amigos entre ellos. Me parece que una parte de los que se alistan son gente muy idealista, aunque, por supuesto, tambi¨¦n hay tipos s¨®rdidos, que a trav¨¦s de lo militar muestran su lado bestial. Me parece tambi¨¦n muy interesante todo ese mundo de brillantes uniformes y desfiles cuando el prop¨®sito, en ¨²ltima instancia, es herir y matar a otra gente, a veces de la forma m¨¢s cruel.
Sus novelas consiguen transportar al lector a la antig¨¹edad, lo cual, en el caso de las batallas, es considerablemente acongojante.
Tengo la sensaci¨®n de ver a trav¨¦s del papel. Cuando me dejo llevar por la historia me siento arrebatado: percibo olores, sonidos, veo im¨¢genes. No digo que sea un m¨¦dium de la antig¨¹edad, pero ¨¦sta fluye de una manera natural ante mis ojos. Me es muy ¨²til, por supuesto; como le he dicho, toda la experiencia con la gente de los reenactments: ver c¨®mo se monta y dispara una ballesta ayuda mucho a describirlo en los libros.
Uno de los secretos de lo bien que funcionan sus novelas es no s¨®lo la calidad de los secundarios -el emperador Claudio, el general (y futuro emperador) Vespasiano, el intrigante Narciso, el malvado (y tambi¨¦n futuro, aunque breve, emperador) Vitelio-, sino especialmente la qu¨ªmica entre los protagonistas: el joven, culto y nervudo Cato, demediado entre su honestidad natural y su condici¨®n de soldado, y el veterano centuri¨®n Marco, primitivo pero decente a su manera. Un tipo que cuando le preguntan qu¨¦ tal es servir en las legiones en Britania, donde se ha enfrentado a la salvaje revuelta de Caractaco, responde lac¨®nicamente: "Fr¨ªo". La verdad es que usted podr¨ªa ser muy bien Cato.
Es cierto que es un poco como yo. A Macro lo imagino, en cambio, con los rasgos de Bob Hoskins.
Ha necesitado cinco libros para que sus personajes llegaran a Roma. No es hasta el sexto t¨ªtulo, 'La profec¨ªa del ¨¢guila' (reci¨¦n aparecido en Edhasa), cuando Cato y Macro ponen los pies en la urbe. ?Le daba miedo Roma?
Muchos escritores la han descrito. No har¨¦ estar a Cato y Macro mucho tiempo all¨ª. No me interesa mezclarlos en el mundo de intriga de la capital.
Otra novedad es que no s¨®lo cambia de escenario -hasta ahora, Britania; en el nuevo t¨ªtulo, Italia y las costas de Illyricum, en el Adri¨¢tico-, sino de medio: de combates en tierra a la lucha en el mar, contra los exasperantes piratas ilirios, que se han hecho con una de las reliquias m¨¢s preciadas de Roma.
Ha sido muy interesante adentrarse en la guerra naval antigua; la organizaci¨®n de la flota romana, la forma de maniobrar de los trirremes, el uso de las catapultas o del corvus, la plancha de abordaje. Ha sido un reto porque es un marco mucho menos conocido.
Le queda a usted una marina romana muy nelsoniana: los marinos contestan "aye, sir" a los oficiales, y el cirujano de a bordo se refiere a la lista de bajas como "la cuenta del carnicero".
Es cierto, son gui?os. Pero la descripci¨®n de las naves y de la navegaci¨®n es fruto de mucho trabajo documental.
En la novela nos reencontramos con el 'portisculus', el tipo que marcaba con un tambor el ritmo de los remeros, personaje inmortalizado en 'Ben-Hur'.
Se le denominaba m¨¢s com¨²nmente pausarius, porque los remeros bogaban o dejaban de hacerlo de acuerdo con sus ¨®rdenes. Y por cierto, los remeros romanos no eran todos esclavos, como muestra Hollywood, sino una mezcla en la que hab¨ªa hombres libres a los que se pagaba un salario.
No hay muchas mujeres en sus novelas, lo que parece l¨®gico dado que est¨¢n centradas en el mundo masculino del ej¨¦rcito. Pero hay alguna importante, como la madre de Macro, Portia, en 'La profec¨ªa del ¨¢guila'.
Me ha sorprendido saber que hay muchas lectoras de la serie. En Gran Breta?a y Estados Unidos son casi la mitad de mis lectores. En el nuevo libro, el s¨¦ptimo, que est¨¢ centrado en la rebeli¨®n de Judea, aparecer¨¢ otro car¨¢cter femenino fuerte. No tengo nada en contra de las mujeres; de hecho, me he casado con una.
A causa de 'La profec¨ªa del ¨¢guila' ha tenido una sonada bronca con la querida Lindsey Davis, a la que no le gust¨® que hiciera aparecer al padre de su h¨¦roe, el detective romano Marco Didio Falco, como un borracho que pega a su mujer y a sus hijos, y al propio Marco como un mocoso que "mete la nariz donde no le llaman".
Recib¨ª varias cartas de lectores que me dec¨ªan que por qu¨¦, dado que me mov¨ªa en una ¨¦poca s¨®lo un poco anterior, no introduc¨ªa una menci¨®n al detective romano de Davis, y yo, que soy un fan de Falco, lo hice como un homenaje. No pod¨ªa imaginar que Lindsey Davis reaccionar¨ªa as¨ª: se puso furiosa. Tuvimos que retirar las dos p¨¢ginas en que aparec¨ªa la referencia. (En la edici¨®n espa?ola se han cambiado los nombres).
Su ¨²ltima novela, 'The eagle in the sand', transcurre en la provincia de Siria, vaya cambio de escenario?
Cato y Macro son destinados all¨ª, en lo que m¨¢s o menos es hoy Jordania, para poner orden en unas tropas indisciplinadas, pero se encuentran con una revuelta. Viaj¨¦ a la zona para documentarme, con toda mi familia, y tuve la excepcional oportunidad de visitar un campamento romano que acababan de excavar. Una experiencia romana de primer orden.
Sus h¨¦roes viven en un peligro constante. Probablemente era as¨ª la vida en las legiones, pero que acaben siempre salvando la piel, incluso en situaciones tan l¨ªmite, ?no atenta contra la verosimilitud?
Es cierto, esa es una de mis principales preocupaciones. Cuando deje de ser cre¨ªble su supervivencia, acabar¨¦ la serie. De todas formas, hay que recordar que Cato y Macro son guerreros, lo normal es que afronten crisis habitualmente. Y yo espero no haber dado soluciones inveros¨ªmiles para salvarlos.
Los soldados aparecen como peones sacrificables por un mando duro, despiadado, ambicioso o corrupto, o todo a la vez.
Eso era as¨ª, y as¨ª sigue siendo.
?Puede sobrevivir psicol¨®gicamente Cato, un joven culto y sensible, tras matar a tantos hombres con sus propias manos?
No lo s¨¦. Eso depende del individuo. Conozco personas reales que llevan una vida familiar perfecta y han hecho pedacitos a gente. Con Cato, realmente no lo s¨¦; no s¨¦ qu¨¦ precio va a pagar por vivir envuelto en luchas y masacres. Un vecino m¨ªo fue soldado en la II Guerra Mundial, estuvo en Dunkerke, El Alamein, en decenas de combates terribles. Una noche, en Montecassino, sali¨® de patrulla y fue el ¨²nico del pelot¨®n que regres¨®. Tard¨® a?os en hablarme de lo que hab¨ªa ocurrido. Creo que Cato tiene una inteligencia moral, y ¨¦sa es una de sus ventajas en la batalla. Pero alg¨²n d¨ªa tendr¨¢ problemas con su oficio. Lo de Macro, un tipo m¨¢s simple, es m¨¢s f¨¢cil.
Sus dos personajes hacen gala de un valor sorprendente, de un valor nada habitual, vamos. Son lo que se dice dos h¨¦roes de tomo y lomo.
De hecho, eso pasa en la vida real. Se puede explicar la existencia del valor, del hero¨ªsmo en la guerra, de dos maneras: unos dir¨¢n que es por fidelidad y lealtad entre compa?eros; otros, porque los soldados act¨²an como un reba?o. El sentimiento de grupo juega en todo caso un papel muy importante para no salir corriendo. En el valor en batalla hay una extra?a mezcla de miedo y disciplina. Sea como fuere, los soldados no se interrogan sobre el particular. Es su oficio.
?De d¨®nde cree que procede toda la fascinaci¨®n por el mundo romano que vivimos ahora mismo? Ah¨ª est¨¢n los grupos de 'reenactments', que se popularizan por toda Europa; las pel¨ªculas de ¨¦xito como 'Gladiator', las series televisivas como 'Roma', las novelas como las suyas?
Hay algo bizarro, lejano, extra?o, en el mundo romano; algo que fingimos que no entendemos y que nos sorprende, y nos atrae. La mezcla de lujo y violencia, crueldad incluso. En el fondo se trata de que nos reconocemos nosotros mismos: los romanos somos nosotros, pero con l¨ªmites morales m¨¢s laxos.
Simon Scarrow da muestras de nerviosismo. Pero no es porque se avecine un ataque celta, sino porque se le hace tarde para el tren de regreso a casa. As¨ª que uno se queda con las ganas de comentar algunas cosas que han quedado en el tintero, como el uso del pesado escudo romano que se utilizaba para ultimar con su afilado borde a los enemigos ca¨ªdos.
El escritor se ha ido, pero sus palabras quedan flotando entre los vestigios de antig¨¹edad que se exponen en el museo, inyect¨¢ndoles nueva vida. La sombra de un aquilifero, el soldado que cargaba el ¨¢guila s¨ªmbolo de cada legi¨®n, se alarga en la penumbra de las salas mientras el museo se dispone a cerrar. En el silencio resuenan los gritos de las remotas batallas de Roma y el recuerdo de Lucius Petrosidius, el portaestandarte de C¨¦sar que pereci¨® por salvar su emblema en la lucha contra los eburones de Ambiorix en el a?o 54 antes de Cristo.
Viejas y salvajes aventuras escritas con sangre y hierro en las asombradas p¨¢ginas de la historia.
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