El pa¨ªs del ojo por ojo
Las leyes antimaras han tenido el efecto contrario al buscado: las pandillas cada vez son m¨¢s violentas y est¨¢n mejor organizadas. Han hecho de las c¨¢rceles su cuartel general. Resultado: El Salvador, con siete millones de habitantes y 3.800 homicidios el a?o pasado, se ha convertido en el pa¨ªs m¨¢s violento de Am¨¦rica
El Salvador, el pa¨ªs m¨¢s densamente poblado de America Latina, ha conquistado otro r¨¦cord. Ahora, seg¨²n las cifras oficiales, hay m¨¢s asesinatos per c¨¢pita que en cualquier otro pa¨ªs del continente, sin excluir a Colombia. El embajador de Estados Unidos en El Salvador lo lamenta, pero cree tener la soluci¨®n.
Defini¨¦ndose, en un discurso en octubre, como un gran amigo del peque?o pa¨ªs centroamericano, Douglas Barclay advirti¨® de que la delincuencia podr¨ªa acabar devorando al Estado salvadore?o. "?Hay que poner fin a la violencia criminal ahora!", declar¨®. Y despu¨¦s dio su receta, una que entona con la respuesta habitual de su Gobierno a la hora de abordar los problemas internacionales: m¨¢s represi¨®n y m¨¢s c¨¢rceles. Es decir, m¨¢s de lo mismo, que es lo que lleva haciendo el Gobierno de derechas de El Salvador desde que implement¨® un plan llamado Mano Dura en 2003 contra las temibles pandillas salvadore?as, las maras, responsables de la mitad de los cr¨ªmenes violentos que se producen a nivel nacional.
Miguel Cruz, experto salvadore?o sobre la violencia en general, y las pandillas en particular, comenta que el embajador estadounidense y el Gobierno salvadore?o no podr¨ªan estar m¨¢s equivocados en cuanto a la estrategia a seguir. Las c¨¢rceles est¨¢n llenas a rebosar de pandilleros, que ahora representan el 35% de los presos salvadore?os, un incremento de m¨¢s del doble desde el a?o 2003.
"Hasta que se aplic¨® el Plan Mano Dura, la tendencia criminal era estable", dice Cruz, acad¨¦mico y director del Instituto de Opini¨®n P¨²blica de El Salvador. "Desde entonces, el n¨²mero de homicidios se ha disparado de manera exponencial. Es impresionante".Entre 1999 y 2003, la cifra de homicidios anuales se situ¨® entre 2.300 y 2.600. En 2004 se dispar¨® a 2.900. El a?o pasado subi¨® un 25%, a 3.800, y este a?o se espera otro aumento m¨¢s. Con los siguientes agravantes: que las pandillas est¨¢n m¨¢s cohesionadas, m¨¢s armadas y m¨¢s compenetradas con el crimen organizado.
Todo esto se debe en gran parte a haber incrementado la poblaci¨®n pandillera en la c¨¢rcel de 1.500 hace tres a?os a 3.500 hoy. Miguel Cruz, que ha elaborado un estudio de fondo sobre el fen¨®meno de las maras en la c¨¢rcel, explica la paradoja: "Las c¨¢rceles se han convertido en los cuarteles de las pandillas. Algunos de los l¨ªderes m¨¢s veteranos est¨¢n presos, pero siguen mandando desde dentro. Tienen m¨¢s poder organizativo ahora que antes. Los pandilleros que est¨¢n fuera act¨²an seg¨²n las ¨®rdenes de los de dentro. Y los de dentro se coordinan mejor que nunca. Antes las pandillas estaban fragmentadas. Ahora hay un poder centralizado".
Entonces, ?la c¨¢rcel es como un estado mayor? "Exacto. Y adem¨¢s, dentro de la c¨¢rcel entran en contacto con criminales m¨¢s experimentados, de los que aprenden. Y forjan alianzas tambi¨¦n con el crimen organizado. As¨ª, en un contexto en el que no hay programa de rehabilitaci¨®n alguna, todo contribuye a que las pandillas se hagan m¨¢s fuertes. Como demuestran las estad¨ªsticas".
La comunicaci¨®n entre los l¨ªderes en las c¨¢rceles y sus lugartenientes fuera es fluida. En parte, por el tr¨¢fico permanente de pandilleros que entran y salen; en parte, por la corrupci¨®n oficial. El instrumento principal de comunicaci¨®n entre los encarcelados es el tel¨¦fono m¨®vil.
En cuanto a la estrategia policial que ha llevado a cabo el Gobierno del partido Arena -animado pol¨ªtica y econ¨®micamente por Estados Unidos-, Miguel Cruz lo define directamente como una guerra. Adem¨¢s de una notable arbitrariedad en pol¨ªtica de arrestos, se ha formado un sinf¨ªn de grupos especiales de asalto, compuestos muchas veces por militares. Pero lejos de resolver el problema, lo que la militarizaci¨®n de la polic¨ªa ha logrado es una escalada armamentista motivada tanto por la autodefensa como por la venganza -como en Irak-. Las pandillas respondieron a la ofensiva gubernamental incrementando su arsenal de manera masiva. Hoy, El Salvador es el s¨¦ptimo importador de armas cortas de Estados Unidos.
El dinero para comprar las armas lo consiguen las maras a trav¨¦s de un sistema cada vez m¨¢s eficaz de extorsi¨®n, al estilo de la mafia americana de los a?os veinte. El control que ejercen las pandillas sobre determinados barrios es tal que en muchos casos la polic¨ªa puede entrar s¨®lo en veh¨ªculos blindados que en El Salvador llaman "tanquetas". En estos barrios, las pandillas sistem¨¢ticamente extorsionan a la poblaci¨®n, especialmente a los transportistas y due?os de peque?os negocios, creando una econom¨ªa par¨¢sita dentro de lo que Miguel Cruz define como un Estado paralelo.
Todo lo cual apunta, opina Cruz, a una situaci¨®n desesperante. "He sido muy pesimista estos a?os, y lamentablemente no me he equivocado. Las perspectivas son muy oscuras". Se calcula que las maras tienen en el pa¨ªs unos 20.000 integrantes -el doble de los que ten¨ªa la guerrilla izquierdista durante la guerra civil de los a?os setenta y ochenta-. En una situaci¨®n de descontrol creciente, de guerra de facto entre un Estado policial y el Estado paralelo de las pandillas, los hay que temen que se est¨¦n creando las condiciones para un golpe militar. "Adem¨¢s", dice Joaqu¨ªn Villalobos, que fue comandante guerrillero en las monta?as del este de El Salvador durante 20 a?os, "todo indica que tendr¨ªa respaldo popular".
Villalobos, un brillante analista que hoy asesora a Gobiernos latinoamericanos sobre c¨®mo combatir la criminalidad, reconoce que la era de las juntas militares en Am¨¦rica Latina parece haber acabado, y que guerrillas como la suya contribuyeron a que as¨ª sea. "Pero esto es otra cosa. Est¨¢ fuera del terreno ideol¨®gico o el de las injusticias sociales. Hay una desesperaci¨®n general para que se haga algo, cualquier cosa, sea dentro o sea fuera de la ley".
El Gobierno de Estados Unidos tambi¨¦n se consider¨® en su d¨ªa el gran valedor de la democracia en El Salvador, invirtiendo m¨¢s dinero que en cualquier otro pa¨ªs latinoamericano en los a?os ochenta para combatir a la guerrilla "comunista". La iron¨ªa que se le escap¨® al embajador Barclay cuando pronunci¨® su discurso en octubre fue que, lejos de tener la soluci¨®n a los problemas de El Salvador, Washington ha contribuido -y sigue contribuyendo- en gran medida a la crisis que vive ahora el pa¨ªs.
Primero, porque tiene mucho que ver con las condiciones de violencia extrema en la que se engendr¨® la actual generaci¨®n de pandilleros. En la guerra civil salvadore?a, que dur¨® 20 a?os y termin¨® en 1991, Estados Unidos apoy¨® a los escuadrones de la muerte (militares encubiertos), responsables de 30.000 asesinatos. En las ¨¢reas rurales, y de manera menos encubierta, el ej¨¦rcito llev¨® a cabo numerosas masacres de civiles. Estados Unidos estaba al tanto de las acciones de las Fuerzas Armadas, y no s¨®lo les daba entrenamiento, y armas, y helic¨®pteros de guerra, sino que dirig¨ªa a trav¨¦s de 55 asesores militares instalados de manera permanente en San Salvador.
Durante los a?os ochenta, decenas de miles de j¨®venes salvadore?os huyeron de esta carnicer¨ªa a Estados Unidos, muchos de ellos a Los ?ngeles, en cuyos barrios aprendieron que, para sobrevivir, deb¨ªan organizarse en pandillas, fen¨®meno social que descubrieron all¨¢. "Despu¨¦s de haberse criado en un clima de violencia cuyos niveles de salvajsmo rebasaban la experiencia norteamericana, los salvadore?os reci¨¦n llegados descubrieron que sab¨ªan de este negocio. Que en esto eran los mejores", explica Villalobos. Lo cual signific¨® que eran los m¨¢s despiadados, con fama de re¨ªrse cuando le pegaban un tiro a un desconocido, y los m¨¢s crueles en el uso del terror. Amputaban brazos y piernas con machetes. Decapitaban a sus v¨ªctimas.
Diez a?os despu¨¦s, el FBI identific¨® a las maras salvadore?as como el grupo criminal organizado m¨¢s violento de Estados Unidos. El FBI cre¨® una unidad especial para combatirlos. Ha sido eficaz. Desde 1999, unos 18.000 criminales han sido deportados a El Salvador, y hoy se dedican a lo que denuncia, y lamenta, el embajador norteamericano: destruir la econom¨ªa y amenazar la estabilidad del Estado.
Lo que no parecen entender ni los norteamericanos, ni los gobernantes salvadore?os, seg¨²n Villalobos, es que la violencia es un problema complejo que requiere soluciones complejas. "La fuerza como recurso para mantener el orden y resolver diferencias est¨¢ profundamente arraigada en nuestra cultura", dice Villalobos. "Por haber sido siempre el instrumento de los gobernantes se convirti¨® tambi¨¦n en el de los gobernados? El Plan Mano Dura, al enfrentarse a una violencia cultural, semeja una lucha contra la Hidra de la mitolog¨ªa griega, a la cual, cuando le cortan una cabeza, le nace otra".
Por eso, dice Villalobos, hay que entender que la violencia en El Salvador es un lenguaje, el instrumento principal de persuasi¨®n. "Es aqu¨ª donde hay que cambiar, donde hay que ponerse a pensar", dice Villalobos. "El asunto no es tener mano dura, sino cabeza inteligente".
Pero hasta ahora la respuesta del Gobierno sigue siendo sido ojo por ojo. Lo cual no es sorprendente en un pa¨ªs donde, por un lado, gran parte de la poblaci¨®n, empezando por la derecha, aspira ante todo a emular a los norteamericanos, y por otro, la historia es tan sanguinaria.
Entre 1930 y 1982, El Salvador fue gobernado por seis generales, cuatro coroneles y siete juntas militares. Hoy, tras una guerra civil que se cobr¨® 80.000 vidas, sigue siendo un pa¨ªs atrapado en un c¨ªrculo imparable de violencia y m¨¢s violencia. Por eso la pol¨ªtica de la Mano Dura, seg¨²n Miguel Cruz, s¨®lo acent¨²a las peores tendencias nacionales. "No ha tenido ning¨²n efecto positivo, sino todo lo contrario", concluye. "El Estado apost¨® por una guerra contra las pandillas, pero no desarroll¨® ning¨²n programa de reinserci¨®n, ning¨²n programa social que involucre a las comunidades. Ni se le ha ocurrido cambiar las leyes extraordinariamente permisivas que tenemos en cuanto a la posesi¨®n de armas. Nada. No hay la m¨¢s m¨ªnima indicaci¨®n de que veamos un cambio de rumbo. Es terrible".
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