Corra, corra, que se acaban los toros
El probable cierre de la plaza Monumental de Barcelona en 2008, y con ello la desaparici¨®n de las corridas de toros en una ciudad que sirve para medir tantas cosas en Espa?a, vuelve a colocar a la fiesta en el centro de la pol¨¦mica nacional. Mientras tanto, hay datos que merecen la pena analizarse. El inter¨¦s por la fiesta de los toros en la sociedad espa?ola ha sufrido un sensible descenso en los ¨²ltimos a?os. La temporada 2006 bate todos los r¨¦cords hist¨®ricos en n¨²mero de festejos taurinos ofrecidos. Cualquier profesor de lengua de la ESO podr¨ªa utilizar estas dos oraciones como ejemplo perfecto de lo que en ling¨¹¨ªstica se conoce como ant¨ªtesis o contraste. La primera de ellas corresponde a los datos de la ¨²ltima encuesta Gallup (cuyos datos muestran un descenso en el inter¨¦s del 4% desde 2002) de la serie que sobre este tema se viene realizando desde hace casi treinta a?os. Las cifras de la segunda son de dominio p¨²blico.
?Cu¨¢ntos aficionados j¨®venes nos reun¨ªamos en la plaza de Las Ventas en los setenta?
Son los mayores de 55 a?os los que se declaran m¨¢s interesados
La encuesta se?ala que el 27% de los espa?oles se muestran interesados en las corridas de toros, mientras que un 72,3% no muestran ning¨²n inter¨¦s. La cifra no parece sorprendente. Por alto. Es m¨¢s, extra?a que habiendo amplias zonas del territorio espa?ol donde no existe apenas inter¨¦s -cuando no manifiesta aversi¨®n- como es el caso de Canarias, donde est¨¢n prohibidos, o los de Catalu?a y Galicia (ning¨²n inter¨¦s el 81% en el noreste y 79% en el noroeste, seg¨²n la encuesta), el total de los interesados supere el 30%.
Otro dato: en la zona norte, centro, este y sur, el inter¨¦s es mayor. Alrededor de un 37% se declaran aficionados, y un 63% no interesados. Aunque no hay diferencias muy significativas entre estas zonas, parece ser que Castilla-La Mancha -donde m¨¢s atenci¨®n se presta a los toros en los medios de comunicaci¨®n y donde se televisa un gran n¨²mero de corridas- arroja el m¨¢ximo ¨ªndice de afici¨®n.
La estad¨ªstica siempre ayuda a fijar la fotograf¨ªa de aquello que investiga. Pero adquiere m¨¢s valor cuando se compara con otros paisajes. Es dif¨ªcil evitar preguntarse si otras manifestaciones art¨ªsticas e intelectuales de arraigados valores culturales y est¨¦ticos como la m¨²sica cl¨¢sica -excluyamos la ¨®pera, ser¨ªa excesivamente demag¨®gico-, las exposiciones de pintura, el teatro, o -?ay, dolor!- la propia lectura, suscitan un mayor porcentaje de inter¨¦s entre los espa?oles. Y si as¨ª no fuese -que ojal¨¢ lo fuera-, ?las estar¨ªamos vaticinando el camino a la desaparici¨®n? Bien se podr¨¢ argumentar que estas expresiones no cuentan, al menos, con detractores -s¨®lo faltar¨ªa-, pero no es menos cierto que "los j¨®venes espa?oles no creen en la clase pol¨ªtica" (EL PA?S, 3-12-06) sin que parezca vislumbrarse la desaparici¨®n de tan pol¨¦mico conjunto.
Los resultados manifiestan la tendencia de descenso de inter¨¦s por este espect¨¢culo. A principios de los a?os setenta, los interesados en las corridas de toros eran el 55% de los espa?oles, en los ochenta este colectivo representaba alrededor del 50%, mientras que en los noventa las cifras de aficionados estaban en torno al 30%. Estos datos son otra cosa. Pero con matices. Hay dos hechos destacables: en los primeros a?os setenta, diestros como Bienvenida, Ord¨®?ez, Domingu¨ªn, Manolo V¨¢zquez, Anto?ete... -algunos a¨²n toreando- daban paso a Camino, El Viti, El Cordob¨¦s, Puerta, Curro Romero, Palomo, Miguel¨ªn, Teruel, Paquirri... Cualquiera de ellos -y quedan muchos sin citar- hubiera sido hoy figura indiscutible. Al final de esta d¨¦cada se repet¨ªa la historia: estos mismos ced¨ªan los trastos a Manzanares, Robles, Capea, Ortega Cano o Roberto Dom¨ªnguez. Mucho peso para levantar semejante losa hist¨®rica. Y, curiosamente, al final de los setenta, los interesados en los toros -dice la encuesta Gallup- son menos que en los primeros ochenta. ?Ser¨ªa la vuelta de Anto?ete, a cuyo rebufo reaparecieron viejos maestros, hicieron valer su peso grandes artistas -Curro, Paula...- y se apresuraron a entrar en la lucha los toreros ya hechos de la cabeza del escalaf¨®n, lo que devolvi¨® en estos a?os cierta ilusi¨®n a los p¨²blicos?
Una suposici¨®n: imaginemos que vuelven ahora Joselito y Jos¨¦ Tom¨¢s con un buen n¨²mero de tardes y entran en lid con Juli, Ponce, Castella, Morante, Cayetano, Talavante... ?Se producir¨ªa un repunte en el af¨¢n de acudir a los cosos? No me extra?ar¨ªa. Y un segundo hecho, de distinta ¨ªndole: ?No influir¨ªan los cambios democr¨¢ticos, la euforia de a?oradas libertades, con sus consecuentes movidas y explosiones de optimismo registradas en muy diversos ¨¢mbitos, lo que hizo crecer, en los ochenta, la afici¨®n a esta fiesta? Que grupos como Gabinete Caligari cantasen sin complejos temas de signo taurino y tuviesen ¨¦xito entre la modernidad no era una casualidad. Las viejas inhibiciones que asociaban -especialmente entre la juventud antifranquista de d¨¦cadas anteriores- los toros a la Espa?a de charanga y pandereta, castizota y sumisa, priv¨¢ndolos de los hondos valores culturales y est¨¦ticos que encarnan, se estaban terminando.
Adem¨¢s estos valores, intelectualizados, pasan, como ya ocurriera en otros tiempos -pensemos en Ortega, Coss¨ªo o Bergam¨ªn- a ser patrimonio de debate, de devoci¨®n o inquina, no de ocultamiento. La publicaci¨®n de La m¨²sica callada del toreo de Jos¨¦ Bergam¨ªn -libro de culto entre los aficionados-, los apasionados art¨ªculos antitaurinos de Manuel Vicent o Rosa Montero, la gozosa literatura vertida en las p¨¢ginas de este mismo diario por Joaqu¨ªn Vidal, la conversi¨®n al taurinismo de Umbral, el ¨¦xito de la excelente serie Juncal de Jaime de Armi?¨¢n, atizaron los rescoldos de lo que parec¨ªa apagarse. Los toros, en cierto modo, se ponen de moda. Y adem¨¢s en ambientes impensables hasta entonces.
Respecto a la edad, las diferencias son tambi¨¦n significativas. Son los mayores de 55 a?os los que se declaran m¨¢s interesados (m¨¢s del 36,4%), especialmente los mayores de 65 a?os, cuya proporci¨®n es del 41,1%. Un c¨¢lculo r¨¢pido muestra que los mayores de 55 y sus entornos superior e inferior coinciden con los que pudieron ver a los toreros de los setenta hacia atr¨¢s, a las mencionadas grandes figuras. Seg¨²n el estudio, este inter¨¦s desciende claramente con la edad: son los menores de 24 a?os los menos interesados (17%). En general, en todos los tramos de edad hasta los 55 a?os, ha descendido la afici¨®n a los toros desde 1999.
?Cu¨¢ntos aficionados j¨®venes nos reun¨ªamos en la plaza de Las Ventas en los setenta? Conozco a muchos de ellos porque ¨¦ramos muy pocos; casi todos los que me son cercanos rondan los 55 a?os de media. Hoy que las plazas se llenan, y los distintos empresarios pujan por hacerse con ellas, no podemos decir que haya sido con nosotros, los chavales de entonces. A los toros, salvo excepciones, no se va de tan joven. Y no s¨®lo por dinero (el f¨²tbol, en las ciudades, es notablemente m¨¢s caro y hay m¨¢s gente joven y m¨¢s ni?os) sino porque, precisamente, exige una mayor madurez, un conocimiento y una asunci¨®n, para bien o para mal, de los valores ¨¦ticos y est¨¦ticos que se ponen en juego en la plaza. Los toros no son cosa de ni?os, ni encarnan los intereses de competici¨®n ni deportivos tan gratos a la juventud (tal vez esto explique el alto grado de aceptaci¨®n que entre bastantes sectores del mocer¨ªo tienen los encierros o los recortadores). No. Los toros son m¨¢s complejos. De ni?o se aprenden cosas, se va aprendiendo a ver -a menudo se aburre uno bastante, cosa que no deja de suceder de adulto-, pero cuesta comprender: la sensibilidad se tiene, pero capta a¨²n con debilidad ciertas emociones. Los j¨®venes no ¨ªbamos a los toros hace d¨¦cadas; ahora tampoco. Seguramente ¨¦ramos los mismos incautos que ahora no leen, no van al teatro, ni a museos, ni a exposiciones, ni juegan al golf, ni van a conciertos de m¨²sica cl¨¢sica. Ni a los toros. ?Pero ad¨®nde iba, ad¨®nde va esta juventud? Son frases de siempre. Tambi¨¦n es a?eja la de "esto se acaba". Corra, corra, que se los pierde.
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