El continente del hombre
Dif¨ªcil aventurar cu¨¢l es el tipo de hombr¨ªa que buscan los nuevos ingenieros sociales, pero da la impresi¨®n de que exigen un arrepentimiento teatral, grandilocuente, en el que, para redimir sus pecados, el hombre se arrodille y se confiese bestia inmunda. En esa l¨ªnea debe enmarcarse la campa?a de Emakunde que, bajo el lema La igualdad te hace m¨¢s hombre, recurre al peor estereotipo que alumbr¨® jam¨¢s el g¨¦nero masculino: el de macho compitiendo por ser m¨¢s macho que ninguno. Frente a ello conviene recordar que el hombre, el var¨®n, no es necesariamente un monstruo, si bien recordar esta obviedad bordea el esc¨¢ndalo, o acaso entra ya en ¨¦l.
La historia est¨¢ llena de hombres que se han levantado a diario antes del alba para llevar el pan a su mujer y a sus hijos; hombres que han subordinado intereses ego¨ªstas al proyecto acogedor de una familia; hombres consagrados al enorme imperativo de proteger a otros seres m¨¢s d¨¦biles; hombres atosigados por una sociedad que los juzgaba en funci¨®n de su fuerza, su ¨¦xito o su riqueza. El mundo tambi¨¦n ha conocido hombres violentos y sanguinarios que han maltratado y asesinado a las mujeres, hombres saturnales que han devorado de alg¨²n modo a sus hijos. Sin duda ha sido as¨ª, pero asquea la obsesi¨®n por atender a esa ¨²nica provincia para describir todo el continente del hombre. Eso por no hablar de la vocaci¨®n totalitaria del poder, tan dispuesto a inmiscuirse en la vida de la gente: no es funci¨®n del Gobierno indagar en las conciencias ni exigir modelos privados de conducta. Y menos a¨²n establecer pruebas de hombr¨ªa, as¨ª como uno no era m¨¢s o menos hombre seg¨²n le fuera en los desaf¨ªos machistas, en las apuestas, en las machadas de otro tiempo.
Hombres han escrito p¨¢ginas en la historia sin ser ni imaginarse m¨¢s hombres que nadie. Y muchos las han llenado de sangre: de la suya. Hombres sacrificados en los atroces altares del patriotismo, la ideolog¨ªa o la religi¨®n. No hablo de machos encabronados, sino de millones de j¨®venes arrastrados, una generaci¨®n tras otra, a la histeria de la guerra. J¨®venes de dieciocho, de veinte a?os, forzados a portar un fusil por la ¨²nica raz¨®n de su sexo, y a tragarse las l¨¢grimas, y a lanzarse contra una trinchera, y a caer en el camino, derramando su sangre virgen, sin derecho a protestar, sin poder dar un paso atr¨¢s, porque eran hombres, y porque ten¨ªan la obligaci¨®n de ser valientes, y porque en otro caso les esperaba la verg¨¹enza, el insulto, el desprecio, perpetrados tambi¨¦n por las mujeres. Alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que recordar qu¨¦ g¨¦nero perpetuaba y transmit¨ªa un sistema de valores donde siempre reca¨ªa sobre el hombre la carga f¨ªsica, econ¨®mica e intelectual de sufrir y de luchar.
En contra de la opini¨®n gubernamental (y de la de su oposici¨®n), los hombres no deben someterse a m¨¢s pruebas de hombr¨ªa, porque los miserables que a lo largo de la historia han pegado, han violado o han asesinado no dan la medida de su sexo. Yo no estoy orgulloso de ser hombre (como de la patria, uno no puede estar orgulloso de algo casual), pero, al igual que no me averg¨¹enzo de mi patria, tampoco me averg¨¹enzo de mi sexo. Que lleven esa moral de sacrist¨ªa a las sedes de los partidos, donde est¨¢n los que les deben obediencia en asuntos doctrinarios. Que torturen all¨¢ a otras conciencias. Los hombres que uno respeta han concebido poemas recorridos por un ¨ªntimo temblor; se han preguntado por el sentido de la vida; han sido santos, o pintores, o maestros; han dado la vida por los otros.
Y ha habido hombres a¨²n m¨¢s grandes: millones de trabajadores que han amado a una mujer (?acaso a una sola!) hasta que, despu¨¦s de d¨¦cadas de sudor y de pan compartidos, han ca¨ªdo de bruces sobre la tierra, con el orgullo de un destino cumplido y suficiente. Ya est¨¢ bien de suponer que esos hombres dignos y enteros no han existido nunca. Ellos no se merecen la difamatoria propaganda del poder. La peor mentira siempre ha sido escamotear una porci¨®n de la verdad. Los hombres buenos de hoy no van a ser mejores que los hombres buenos que siempre ha habido a lo largo de la historia. Y ninguna polic¨ªa moral va a convencerlos de que deben arrepentirse de lo que son o representan.
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