Colgados del tren
En la legendaria ciudad surafricana de Soweto, donde naci¨® Nelson Mandela, los j¨®venes siguen arriesgando su vida. Ya no es luchando contra un Gobierno que les oprime, sino 'surfeando' trenes. Es el 'deporte' m¨¢s peligroso del mundo. Han muerto 10, la mayor¨ªa electrocutados
La juventud negra surafricana practica el deporte m¨¢s peligroso del mundo. Lo llaman train-surfing, surfear en tren. Consiste en viajar no dentro del tren, sino fuera de ¨¦l, agarrados a los costados o por debajo, entre las ruedas, o montando de pie en el techo, bailando y esquivando a alta velocidad los cables de alta tensi¨®n, sabiendo que el menor roce o p¨¦rdida de equilibrio significa la muerte instant¨¢nea.
Ha habido 10 muertes, la mayor¨ªa electrocutados, y varios casos de amputaciones y par¨¢lisis tras ca¨ªdas de trenes en movimiento. Y aunque las autoridades ferroviarias y el propio Gobierno no dejan de advertir del peligro, y de realizar campa?as en los colegios, la pr¨¢ctica del surf ferrovial sigue hoy en pleno auge. Especialmente entre los j¨®venes (siempre chicos, nunca chicas) de la legendaria ciudad negra de Soweto, colindante con Johanesburgo, donde naci¨® Nelson Mandela y se inici¨® la rebeli¨®n estudiantil de 1976 que impuls¨® la derrota 18 a?os despu¨¦s del sistema de discriminaci¨®n racial por ley conocido como el apartheid. En aquellos tiempos, los j¨®venes se pon¨ªan nombres de guerra con el objetivo de eludir a la polic¨ªa. Hoy se ponen motes como Bin Laden o Bitch Nigger (Zorra Negra) sin raz¨®n alguna, salvo quiz¨¢ como expresi¨®n nihilista de su desd¨¦n por los convencionalismos de la sociedad.
Un chico de 19 a?os conocido por sus amigos por el apodo Mzembe (una palabra en suajili que significa una mezcla de descuidado, vago y superficial) le contaba a un diario surafricano hace poco que llevaba desde el a?o 2000 surfeando los trenes. "Claro que es peligroso", dec¨ªa, "y hay veces en que el mismo miedo casi me asfixia, especialmente cuando surfeo bajo un tren. Pero no puedes dejar que el miedo te venza en este deporte". Mzembe tiene una cicatriz de unos seis cent¨ªmetros de larga, desde el ojo derecho hasta el centro de la frente, consecuencia de una ca¨ªda. Pero no la esconde. La lleva como una herida de guerra. "Lo hago por orgullo, por las chicas y porque me divierte. A veces las chicas nos animan desde los andenes", dice Mzembe, uno de cuyos vecinos muri¨® este a?o durante uno de estos surfeos suicidas. "Era joven y ten¨ªa poca experiencia. Su muerte no me ha desanimado en absoluto".
No s¨®lo eso, sino que su funeral fue casi una celebraci¨®n. Sus compa?eros de surf llegaron al cementerio, en Soweto, de pie en el techo de un autob¨²s. Bailaban e imitaban los movimientos que hacen cuando est¨¢n montados en los trenes. El baile favorito de estos kamikazes africanos es conocido en Soweto como el Viva la Raza. Lo patent¨® un icono de la lucha libre de origen mexicano llamado Eddie Guerrero, que es (en un ejemplo de la globalizaci¨®n en su m¨¢s inesperada expresi¨®n) todo un h¨¦roe entre la juventud sowetana. Guerrero, adicto al alcohol y a las drogas, fue encontrado muerto en el ba?o de un hotel en noviembre de 2005. La persistencia surfera de los j¨®venes de Soweto es, a su manera, una adicci¨®n tambi¨¦n. El subid¨®n lo da la mezcla de la velocidad, el viento y el saber que uno est¨¢ mirando a la muerte a la cara mientras baila y r¨ªe, sin parpadear.
En muchos casos los chicos practican sus juegos de acrobacia en los trenes al viejo estilo Guerrero -borrachos o drogados-. La rutina suele consistir en viajar desde Soweto a una plaza c¨¦ntrica de Johanesburgo llamada Joubert Park. Ah¨ª se encuentran peque?os puestos, a menudo en manos de inmigrantes ilegales de otros pa¨ªses africanos, donde venden bebidas alcoh¨®licas a chavales de cualquier edad. Los surferos suelen tener entre 9 y 22 a?os. Se re¨²nen en Joubert Park, habitualmente en pandillas con nombres como Los V¨¢ndalos, hablan de las grandes haza?as que han hecho y las que les quedan por hacer, se suben de vuelta a los trenes y arriesgan sus vidas una vez m¨¢s.
"La sensaci¨®n es la de estar en otro mundo, en el cielo o algo as¨ª", le contaba un chico de 19 a?os llamado Leepile a un peri¨®dico de Johanesburgo. "Es como si estuvi¨¦ramos flotando, y no le tenemos miedo a nada". Hay muchas variedades de peligro extremo al que se enfrentan. Por ejemplo, saltar del primer vag¨®n de un tren y volver a subirse al ¨²ltimo un par de segundos despu¨¦s. O agarrarse a la parte de atr¨¢s de un tren y arrastrar los talones por la grava entre los rieles. Pero lo que todos hacen es subirse al techo del tren a bailar Viva la Raza. Sus cuerpos pasan a cent¨ªmetros de los postes de cables de alta tensi¨®n de 3.000 voltios a velocidades que superan los 100 kil¨®metros por hora.
El momento de mayor peligro llega cuando el tren se aproxima a un t¨²nel. El espacio entre el techo del tren y el muro del t¨²nel es de menos de medio metro. El surfero se acuesta boca arriba sobre el tren y se queda absolutamente quieto. El m¨¢s m¨ªnimo movimiento -a veces incluso respirar- lleva a la muerte.
El ministro de Transportes, un ex militante del movimiento antiapartheid llamado Jeff Radebe, conden¨® duramente la pr¨¢ctica del surfeo ferroviario hace unos meses. "Es una aberraci¨®n, una estupidez, y es profundamente preocupante", dijo.
Unos d¨ªas despu¨¦s, un chico de 15 a?os se subi¨® una vez m¨¢s a lo alto de un tren y muri¨® instant¨¢neamente al dar contra un cable de alta tensi¨®n. "Se le olvid¨® agacharse", coment¨® uno de sus compa?eros. Quiz¨¢ porque, como los dem¨¢s, hab¨ªa estado bebiendo. Al d¨ªa siguiente, el mismo grupo de surferos sali¨® una vez m¨¢s a hacer lo de siempre, en este caso como una acci¨®n "apropiada" para rendir homenaje a su amigo muerto. No llegaron al entierro porque la polic¨ªa los detuvo y los meti¨® en la c¨¢rcel.
Hace 30 a?os, chicos de la misma edad corr¨ªan riesgos semejantes y acababan en muchos casos heridos, muertos o en la c¨¢rcel. Pero en 1976 hac¨ªan lo que hac¨ªan por una causa m¨¢s noble, con un objetivo mayor que ellos mismos. Se manifestaban en las calles cuando estaba prohibido hacerlo, lanzaban piedras contra los polic¨ªas que les disparaban con balas de goma o reales, hac¨ªan propaganda clandestina, se incorporaban a las filas de la guerrilla del Congreso Nacional Africano. El enemigo era uno de los gobiernos m¨¢s tiranos, y el m¨¢s injusto, del mundo. El fin era la liberaci¨®n de la poblaci¨®n negra de Sur¨¢frica, es decir, la gran mayor¨ªa de los habitantes del pa¨ªs.
La gente joven que participaba en la lucha en casi todos los casos hab¨ªa recibido una educaci¨®n pobre -deliberadamente pobre, seg¨²n la estrategia de los amos del apartheid- y ten¨ªa limitadas posibilidades de conseguir trabajo cuando fuera mayor. Pero combatir contra el enemigo com¨²n les aportaba dignidad y tambi¨¦n el sue?o de que un d¨ªa podr¨ªan vivir mejor. Y, adem¨¢s, como los surferos de hoy, impresionaban a las chicas.
Hoy, el joven de Soweto que busca una causa que dignifique su vida lo tiene m¨¢s complicado. Una opci¨®n es unirse a alguna de las organizaciones que se han movilizado para combatir el sida, enfermedad que mata a 900 surafricanos cada d¨ªa. El problema ahora, 12 a?os despu¨¦s de que Mandela se convirtiera en el primer presidente negro de una Sur¨¢frica democr¨¢tica, es que las perspectivas econ¨®micas para un adolescente de Soweto son apenas mejores que las que hab¨ªa en 1976.
No es que no haya habido ning¨²n cambio. En aquellos a?os no viv¨ªan negros en los barrios ricos del norte de Johanesburgo, a no ser que fueran jardineros o sirvientas. Hoy viven cada vez m¨¢s nuevos ricos negros en los mismos barrios, y los centros comerciales donde los ¨²nicos negros eran los que hac¨ªan la limpieza ahora est¨¢n llenos de gente negra compr¨¢ndose los ¨²ltimos modelos de zapatos y tel¨¦fonos m¨®viles.
La revoluci¨®n pac¨ªfica de Sur¨¢frica no s¨®lo se ha llevado a cabo en el terreno pol¨ªtico. Pero tambi¨¦n es verdad que el desempleo entre los negros sigue siendo mucho mayor que entre los blancos: roza el 50%. Y el problema es que, aunque la econom¨ªa ha prosperado y las finanzas del pa¨ªs gozan de buena salud, el crecimiento demogr¨¢fico, unido a las tremendas dificultades que ha tenido el Gobierno para mejorar el sistema educativo, ha eclipsado sus deseos de acabar con la pobreza.
Hay muchas m¨¢s casas de ladrillo y cemento en Soweto, y mucha m¨¢s gente con acceso a agua potable y electricidad que en 1976. Y hoy Soweto tiene algunos barrios casi tan lujosos como los del norte de Johanesburgo, donde viv¨ªan los ricos blancos. Se ven coches BMW y Mercedes como nunca. Pero la mitad de la poblaci¨®n, de m¨¢s de un mill¨®n, sigue viviendo en casitas precarias de lata, y los colegios, en un ambiente de alta criminalidad, no logran en muchos casos imponer el m¨ªnimo de disciplina necesaria para poder preparar a los j¨®venes para defenderse en el mundo laboral. Soweto, como otros miles de pueblos y peque?as ciudades negras nacidos durante el apartheid, no deja de ser, a fin de cuentas, un gran gueto hundido en la miseria.
En este clima, en estas circunstancias, nacen y se reproducen los surferos de Soweto. La desesperanza en cuanto al futuro de los j¨®venes que participan en este macabro circo es casi absoluta. Sus niveles educativos son p¨¦simos; la disciplina familiar, casi inexistente. En casi ning¨²n caso los chicos conocen a sus padres, que o han muerto o se han ido de casa o nunca llegaron a conocerlos. Muchas veces las madres se han muerto tambi¨¦n, y viven, si es que viven con alguien, con los abuelos.
Son gente para la que, con apenas 12 o 13 a?os, la muerte ya es familiar, debido a la violencia cotidiana en un pa¨ªs cuyas cifras de homicidio son las m¨¢s altas del mundo entre pa¨ªses que no est¨¢n en guerra, o, incluso mucho m¨¢s com¨²n, debido a la larga agon¨ªa del sida. Entre ese tipo de decadencia o la muerte s¨²bita, rodeado de tus compa?eros y las chicas que admiran tu valent¨ªa, los encantos letales del surfeo en los trenes son menos dif¨ªciles de comprender.
Ante todo, como explicaba una productora de televisi¨®n surafricana que ha realizado un documental sobre este fen¨®meno, lo que les aporta a los j¨®venes de Soweto el delirio de hacer el Viva la Raza montados encima de un tren es la posibilidad de olvidar lo banales que son, y seguramente ser¨¢n sus vidas. El peligro mismo, en el vac¨ªo de expectativas de sus vidas, ya es un valor. "Ante peligro tan intenso e inmediato no existe nada m¨¢s. S¨®lo ese presente delirante", ha explicado la productora del documental. "Y as¨ª bloquean el resto del mundo. En esos instantes se convierten en h¨¦roes. Si el precio de eso es la muerte, y encima una muerte s¨²bita, est¨¢n dispuestos a pagarlo".
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