Mary Poppins de San Blas
Guillermo Fesser, de Gomaespuma, debuta tras la c¨¢mara con 'C¨¢ndida', un homenaje a su asistenta de toda la vida, ocurrente estrella en su programa de radio y "¨¢ngel de patas gordas". ?El resultado? Como ella dir¨ªa, una "pin¨ªcula", que es "un poquito gram¨¢tica, pero es comedia"
A veces los ¨¢ngeles vienen en metro desde el extrarradio. A trabajar bien temprano, despu¨¦s de haber servido el desayuno en casa; despu¨¦s de vestirse con la primera prenda que encuentran, sin necesidad de mirarse al espejo; luego de pasarse la mano por la cabeza para atusarse algo el pelo. Y aunque su cuerpo les pese, suelen ceder el asiento a un tipo m¨¢s achacoso. O gastarle una broma en alto a un estudiante con pirsin. Porque entienden la vida como una partida de front¨®n: lanzan una sonrisa y esperan a ver qui¨¦n se la devuelve.
Tambi¨¦n a los ¨¢ngeles, a veces, les duelen las piernas. Resulta que las tienen infladas. Como botes, de tanta sal que comieron en la ¨¦poca del hambre. Y puede incluso que en alg¨²n momento les llegue a doler todo el cuerpo. Pero t¨², tranquilo, que estos ¨¢ngeles no se quejan. Son menudos como un soplo, igual que el gorri¨®n de Serrat, y en cuanto sospechan que sus historias pueden helarte el coraz¨®n se arrancan con una melod¨ªa para aliviarte las penas. Una canci¨®n de esas que nunca echan por la radio. De las que canturreaba Pepe, el trapero, en su Martos natal. "La t¨ªa Juana era tan rata / que hac¨ªa la tortilla con pur¨¦ de patata. / Como era tuerta, / con la pata atrancaba la puerta?".
A veces, algunas veces, m¨¢s de cuatro veces, los ¨¢ngeles tienen la nariz de pirindola y hacen las mejores croquetas de pollo del mundo. Las pasan dos veces por el huevo y el pan rallado para que no se revienten en la sart¨¦n. Para evitarle a la besamel grandes sobresaltos como los que a ellos les ha proporcionado la vida. ?Qu¨¦ vida! Consagrada en cuerpo y alma a los hijos. Que no les falte tabaco. Que no les falte un botell¨ªn. Que no les falte un detalle. Trabajar. Siempre a destajo. Trabajar y fatigar porque el trabajo es la sal¨²s. Lo m¨¢s grande. Arrimando siempre en casa "el hombro a la sardina". Ech¨¢ndoles siempre a todos "una mano al cuello". Con ilusi¨®n porque, aunque algunos de sus hijos hayan resultado un desastre, la vida de estos ¨¢ngeles no lo ha sido en absoluto.
No todo el monte es orgasmo
Conoc¨ª a C¨¢ndida Villar Vera una ma?ana de oto?o de esos a?os en los que los ni?os no ten¨ªamos que ir al cole hasta cumplidos los seis. Abr¨ª la puerta a la desconocida y luego corr¨ª asustado a esconderme detr¨¢s de una cortina. No hay muchos m¨¢s recuerdos y no quiero inventarlos. Su presencia en la casa de mis padres se mezcla con otras visitas de personajes singulares que mi madre iba coleccionando: Benita, Marciana, el hijo de la Diega? De C¨¢ndida recuerdo el rostro y un abrigo algo oscuro. Un rostro que se agachaba curioso. Como a husmearme. No tra¨ªa alas. O, mejor dicho, entonces yo no supe verlas. Tard¨¦ mucho en darme cuenta.
?Qui¨¦n hubiera sospechado en los sesenta que a veces los ¨¢ngeles tienen un padre cazador de conejos? Que les abandona con cuatro a?os para irse a la revoluci¨®n y ya luego decide quedarse haciendo vida en Francia. Acontecimientos que introducen meandros en el cauce rectil¨ªneo de las vidas. Y sin edad suficiente para la escuela, a esos ¨¢ngeles ca¨ªdos les toca ir a recoger carb¨®n y venderlo por las casas. Como a Pulgarcito. Como a Hansel y Gretel. Como a Oliver Twist. Abri¨¦ndose camino en la nieve de las Aguazonas, serran¨ªa de Ja¨¦n, para poder llegar en busca de una limosna a los hogares que gozaban de luz el¨¦ctrica. "Ay, kikirik¨ª; ay, kikiricuando. De aqu¨ªn no me marcho sin el aguilando".
?Qui¨¦n habr¨ªa podido adivinarlo? No es por buscar excusas, pero en los manuales del tema siempre aparec¨ªan en grupos jugueteando, o en cuadros individuales, pero reci¨¦n duchados y peinados para atr¨¢s con mimo. ?C¨®mo podr¨ªa uno, pues, con esos datos, albergar la sospecha de que algunos ¨¢ngeles nunca tuvieron a nadie a su lado para compartir las dudas? ?ngeles que en su pasado largo, tan largo, extraordinariamente largo, nunca tuvieron la suerte de recibir una muestra de cari?o. Seres marcados por la A may¨²scula de "A los que hiri¨® el am¨®s". De "A los que jam¨¢s naide les dio un beso". Que se tiraron a?os en un internado de monjas sin recibir ni una carta, ni una visita. ?ngeles que se han sentido incoloros, como el acero del vidrio. Ignorados, como "un cerdo a la izquierda".
Es la propia vida quien se empe?a en sorprendernos y coloca las alas donde menos te lo esperas. Se me antoja imaginar que los ¨¢ngeles, como el resto de las aves del para¨ªso, seguramente hacen acto de presencia en formatos diferentes. Sanos y portadores de fiebre aviaria. Atrevidos como el ¨¢guila o cobardes como los avestruces. De vuelo largo como los gansos canadienses o de aleteo torpe como las gallinas de corral. Amplia gama que nos brinda el aliciente de tener que localizarles. Como a Carmen Miranda. Como D¨®nde est¨¢ Wally. Como el cazador que, con la disculpa de buscar el rastro de su presa, aprende del paisaje y de sus moradores, de los aullidos y los silencios, del sol en el horizonte y de las estrellas, para terminar interpretando su lugar mismo en este puzle que compartimos.
Localizar un ¨¢ngel es una misi¨®n ardua. Nada sencilla. Un cometido que obliga a arrojar por la borda los estereotipos que nos ocultan las alas. Y, ay, amigo m¨ªo, compartimos una sociedad mercantilista donde todo lleva su etiqueta. Ponerla es f¨¢cil. Clic, clic. Un doble gui?o de ojos y definimos a las personas con un adjetivo. Con una profesi¨®n. ?se es un alba?il. ?sa es una asistenta. Y ya todos sabemos de qui¨¦n estamos hablando sin necesidad de m¨¢s profundidades. Clic, clic. Como la maquinita de poner c¨®digos de barras en los botes de tomate de las g¨®ndolas del Carreful. ?se es rumano. ?sa es marquesa. Etiquetas que se adhieren con fuerza al ser humano y que luego resulta complicado sac¨¢rselas de encima. Pegatinas que, como los precios de los regalos de Reyes, al levantarlas dejan el feo rastro del pegamento. Son los inexplorados vericuetos del pensamiento. Aunque la voluntad sea buena, los prejuicios al disolverse suelen dejar grumos como lo hace el cola-cao. Peque?as ideas preconcebidas que nos quedan flotando para siempre en la memoria. Que nos impiden adivinar la forma de las alas detr¨¢s de un mandil o de una cofia.
Yo tard¨¦ bastante en descubrir a mi ¨¢ngel, sospecho, porque le estaba mirando como quien observa la maqueta del Titanic. No s¨¦ si alguien vio el C¨®mo se hizo que viene en el DVD, pero all¨ª se explica que para recrear el inmenso barco bast¨® con que reconstruyeran solamente dos trozos: la popa y la proa. La parte de en medio faltaba. Quedaba un hueco inmenso en el centro, pero la perspectiva lograba enga?ar al ojo y parec¨ªa que el barco atracado en el puerto estaba completo.
Un truco sencillo que, de un modo inconsciente, le aplicaba yo a la percepci¨®n de mi ¨¢ngel. La popa obedec¨ªa a un concepto: una se?ora de patas gordas, simp¨¢tica y dicharachera que se presentaba una vez en semana a repasar los ba?os y vaciar la cesta de la plancha. La proa, a una an¨¦cdota: el manojo de problemas que me relataba utilizando una construcci¨®n gramatical particular. Que si soplaban garrafas de aire. Que si la vecina ten¨ªa una lengua vespertina. Pero la parte de en medio, la verdadera C¨¢ndida, la de la fuerza moral a prueba de bombas, estilo Frank Capra, que yo descubrir¨ªa m¨¢s tarde, entonces era incapaz de percibirla. Sumaba popa y proa, pegaba ambos trozos y me sal¨ªa esta etiqueta: "Asistenta con unos sucedidos y unas ocurrencias de morirse". O sea, para centrarnos: asistenta. Como la del otro. Y la del de m¨¢s all¨¢. Y la Blasa. Y la Tomasa. Y la que tuvieron los padres de aqu¨¦l. Igualita, f¨ªjate lo que te digo, a una que ven¨ªa a atender a una compa?era del curro. Porque bajo el ep¨ªgrafe asistenta cabe de todo y no reluce nada. ?C¨®mo habr¨ªa de ser al contrario? Todo el mundo sabe que las asistentas no vuelan.
Anda fregona a limpiar que el agua ya est¨¢ caliente
A veces ocurre que a uno, por lo que sea, le da tiempo de pararse a tomar un caf¨¦ y de esperar a que se enfr¨ªe en la barra sin tener que a?adirle leche fr¨ªa. Son minutos que se ganan a la vida y que dan para mucho. Y a veces, en ese imp¨¢s, si es que acompa?a el milagro de haberse olvidado en casa el m¨®vil, a uno le da tiempo de pensar en lo que pasa en lugar de, por la justificaci¨®n de las prisas, pasar de lo que piensa.
Cuando yo me sorprend¨ª en esas circunstancias, decid¨ª concentrarme en la imagen de mi C¨¢ndida. Hasta tenerla muy cerca. En primer plano. En macro. Desenfocada. Y la vi enorme, cual Godzilla tratando de aspirarme con un electrodom¨¦stico industrial. Me chupaba hacia una luz blanca. Potente. Un halo que me llamaba y me atra¨ªa como la puerta de la nevera a los imanes publicitarios. Y entonces la historia de la Espa?a reciente, la que me ha tocado vivir a m¨ª, me pas¨® a toda velocidad resumida en diapositivas. No recuerdo el programa, pero jurar¨ªa que fue en el Windows Picture Viewer.
En aquellas im¨¢genes comprob¨¦ con claridad que la transici¨®n a la democracia, adem¨¢s de un pu?ado de pol¨ªticos generosos, la forjaron con tenacidad un ej¨¦rcito de C¨¢ndidas. Mujeres que, con el conflicto de L¨ªbano en sus propios hogares, sal¨ªan al amanecer de casa y siempre con una sonrisa. A trabajar a destajo en hogares ajenos sin que les temblase el pulso y a regresar tarde en la camioneta verde, luego de dos transbordos, bromeando con el conductor.
Entend¨ª que "con los pelos del cepillo se saca el brillo". Y que si este pa¨ªs nuestro resplandece hoy en el universo, no pod¨ªa ser sino el resultado de quienes lo hubiesen frotado hasta la saciedad. Aqu¨ª y all¨¢. En tantas colocaciones. En tantas contratas. En tantas casas. Ese frotar y refrotar de tantas C¨¢ndidas, que son nuestras madres, o nuestras abuelas, o las se?oras que nos cuidaron en la infancia. Ese motor incansable de mujeres que, con su empuje positivo, hicieron posible que hayamos pasado de ser un pa¨ªs en blanco y negro a tener en los teatros carteleras de Broadway y a colocar en el extranjero estudiantes con beca Erasmus.
Ah¨ª fue cuando mi ¨¢ngel despleg¨® definitivamente las alas. Ah¨ª es cuando decid¨ª rendirle un homenaje. Hacerle una pel¨ªcula.
Es cosa 're¨¢s'. Vay¨¢is a 'vela'
?C¨®mo catalogar una pel¨ªcula? Supongo que los expertos las clasificar¨¢n compar¨¢ndolas con lo que se haya hecho anteriormente en cinematograf¨ªa y poni¨¦ndolas en perspectiva con lo que ellos anticipen que deber¨ªa estarse haciendo ya. Pero para eso se necesita una preparaci¨®n formal. Muchas horas de vuelo en la filmoteca. Yo, a mi pel¨ªcula s¨®lo se me ocurre compararla conmigo mismo. Con las oportunidades que me ha dado la vida. Con la gente que he tenido la suerte de conocer. Con los libros y las m¨²sicas a las que he tenido acceso. Con los viajes que me han tocado en suerte y lo que observaba durante el trayecto asomado por la ventanilla. Meter todo eso en un saco y preguntarme: ?es esto lo mejor que sabes hacer, machote? Porque cuando se hace una pel¨ªcula cada 45 a?os (¨¦sa es por ahora mi media aritm¨¦tica), corre uno el riesgo de que su primera obra se quede, como le ocurri¨® a Juan Rulfo con su Pedro P¨¢ramo, simplemente en la obra. Y en una pin¨ªcula, aunque ahora lo suyo es decir flin, le est¨¢s agradeciendo a la vida todas las oportunidades que puso a tu alcance. A tu primer jefe, que te contratase, a pesar de que fueras un pardillo. A tus padres, que te pagaran la excursi¨®n a Cullera, a conocer el mar con Gwendolyne de fondo, a pesar de que el dinero requiriese otra noche de trabajos extras. A un profesor del colegio, que te contagiase el entusiasmo por las letras, aunque le tuvieras frito con tus gracias, no siempre tan graciosas. Al capit¨¢n del equipo de rugby, que te convocara en la final, sobrando gente con mayores m¨¦ritos. A tu mujer, que haya aprendido a leerte s¨®lo con la mirada?
?Y c¨®mo contar, despu¨¦s de finalizado un proceso tan complejo, con tantos profesionales de los que tanto has aprendido, de qu¨¦ va tu pel¨ªcula? Una aventura de emociones que carece de efectos especiales. O, mejor dicho, que lo ¨²nico que tiene de especial es C¨¢ndida, su protagonista, que, eso s¨ª, viene causando en la audiencia mucho efecto. Recurro a ella como cr¨ªtica de cine, que lo es en un programa de radio que ahora echan por las tardes, y me anticipa la respuesta: Sonrisas y l¨¢stimas. Una Vera Drake versi¨®n latina 5.0 que nos muestra un Madrid apetecible. ?O es que s¨®lo Woody Allen estaba autorizado a retratar a su ciudad con cari?o? Un personaje entra?able, como lo era el profesor de Los chicos del coro, que, en lugar de regalar partituras a unos desheredados, le regala un hereje de geranio a una marquesa asquerosa.
Ah, y el humor continuo. La risa, bendita sea la risa, como el terr¨®n de az¨²car que utiliza esta Mary Poppins de San Blas, que no vuela y viene en metro del extrarradio, para que al personal le pase la medicina sin enterarse siquiera. "Es un poquito gram¨¢tica, pero es comedia". Les invito a comprobar de nuevo que a los colonos nos hubiera ido mejor si hubi¨¦semos querido aprender un pelo m¨¢s de los indios. Les brindo una oportunidad de mirar a la que friega a los ojos y observar maravillados c¨®mo, de un modo natural, casi imperceptible, la que deber¨ªa ser una pobre se?ora se transforma en hero¨ªna. Un ¨¢ngel que llena la pantalla. Que nos emociona. Que nos hace llorar. Y que, para colmo, nos mata de risa.
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