El pueblo m¨¢s feliz
En 1940 desembarc¨® en la isla de Tanna, en el archipi¨¦lago de Vanuatu, en el oc¨¦ano Pac¨ªfico, un soldado norteamericano. Se llamaba John. Los habitantes de este paradisiaco y remoto lugar le eligieron como su dios. Todav¨ªa esperan su regreso. ?sta es la incre¨ªble historia de un pueblo encallado en el tiempo
Esta es una historia del Pac¨ªfico. Trata de la nostalgia. De la lejan¨ªa multicolor, de un entorno nunca visto hacia donde el hombre lanza su mano. Un hombre como el jefe Isaac Lastuan.
La historia comienza en la isla de Tanna, en el oc¨¦ano Pac¨ªfico, en un tiempo en el que a¨²n nada se sab¨ªa del extranjero. Cada d¨ªa se parec¨ªa al otro, y cada d¨ªa era bueno. La jungla no dejaba pasar la luz a su mundo. Siempre verde, siempre oscuro. Entonces se levant¨® la tierra, el volc¨¢n Yasur perfor¨® el denso manto de vegetaci¨®n y escupi¨® claros en el bosque. Se hizo la luz. De d¨ªa, los hombres frotaban hierbas afrodisiacas en las piedras sagradas, pescaban enormes percas y snappers, y se quedaban semidormidos al anochecer con una bebida llamada kava. Las mujeres cocinaban y eran entregadas en matrimonio, con el permiso de sus maridos, a las aldeas vecinas. Los d¨ªas de verano llegaban y los d¨ªas de verano se iban.
Entonces lleg¨® James Cook. En el a?o 1774 ech¨® el ancla del Resolution al este de Tanna. Luego llegaron los misioneros, los presbiterianos, los cat¨®licos, la escuela y la obligaci¨®n de asistir a la iglesia. La kava, el baile y la poligamia tuvieron que ceder y las piedras sagradas terminaron en escombros. Tiempo de cambios. A partir de entonces, el grupo de islas pasar¨ªa a llamarse Nuevas H¨¦bridas. Doble administraci¨®n colonial: Gran Breta?a y Francia. Quien comet¨ªa adulterio pod¨ªa escoger la nacionalidad de su c¨¢rcel. Generalmente se eleg¨ªa aquella con la mejor comida.
Despu¨¦s lleg¨® John a la bah¨ªa de Azufre. El mismo a?o en el que naci¨® el jefe Isaac Lastuan, el ¨²ltimo de seis hermanos. Corr¨ªa el a?o 1940. El entorno no ser¨ªa muy diferente al de hoy. Un poblado sobre cenizas a los pies del volc¨¢n Yasur en un claro conseguido a machetazos en medio del bosque. A los lados se apoyan ficus de Bengala, una ancha protecci¨®n para la jungla. Caminos bien arados y jardines con plantas ornamentales cuidadosamente podadas, caminos negros, chozas, cerdos y pollos. Una sencillez cuidada.
Hace calor. Las mariposas aletean sobre los que est¨¢n adormilados. En una choza algo apartada est¨¢ Isaac. Sobre su rostro se posa la sombra perfilada de la persiana, hecha a partir de hojas desgajadas de bananos. Pintura de guerra. Un esp¨ªritu enfadado. Tan firme como una pared. As¨ª se lo imagina uno: un torso grande, la voz grave. Pero Isaac es peque?o, y lleva los hombros un poco levantados y los brazos ligeramente balanceados.
"Un cigarrillo", ordena, y hace un gesto despectivo. "Antes toda la isla me obedec¨ªa". Ahora es un hombre viejo al que ni siquiera le siguen las piernas. Con los ojos muy abiertos apura lo que queda de la colilla. "Yo", carraspea Isaac, "yo soy el l¨ªder del movimiento John-Frum. John lo dijo".
?Qui¨¦n era John? Los antrop¨®logos dicen que era un soldado americano que lleg¨® a la isla hacia 1940. En todas partes del Pac¨ªfico desembarcaron americanos con sus barcos y construyeron bases militares para detener el avance de los japoneses. Quiz¨¢ fue alg¨²n habitante de Tanna quien le dio el nombre de "John from America", cuando en realidad se llamaba John Frum. Les parec¨ªa algo divino poseer cosas tan extra?as como camionetas, neveras, conservas de carne o secadores de pelo. No cazaba, no cosechaba. La propiedad sin trabajo. Este arte deb¨ªa de venirle de Am¨¦rica, donde habr¨ªa estado de visita, porque de lo negro que era s¨®lo pod¨ªa ser oriundo de Tanna.
Quiz¨¢ fuese un colaborador de la Cruz Roja del mismo nombre que repart¨ªa medicamentos entre los habitantes de Tanna. La medicina que curaba. Otra teor¨ªa era, seg¨²n la opini¨®n de algunos historiadores, que aquel hombre misterioso ni siquiera se llamaba John, sino que hablaba de uno, de un tal John Brown, y su lucha contra la esclavitud en la Am¨¦rica del siglo XIX. O fue un renegado de los bautistas de St. John que despotricaba contra el yugo de los misioneros. Quien quiera que fuese, era una promesa. O le convirtieron en una. Los jefes de culto eran, como en tiempos de Jes¨²s, los profetas que proclamaban y mitificaban a desconocidos como seres sobrenaturales.
"Primero vi una sombra que flotaba sobre la lava", dice Isaac, y rastrilla el suelo. "O¨ª un ruido, mir¨¦ hacia arriba y vi un ave extra?a que hac¨ªa mucho ruido. Mi madre vino corriendo y me empuj¨® hacia el arbusto. 'Se llama aeronave y lucha', me susurraba. Y me contaba m¨¢s. Me contaba de ballenas de humo con agallas de acero que se abr¨ªan y de las que sal¨ªan hombres. Hombres blancos y negros uniformados. De los camiones que bajaban por la rampa. Isaac ya los conoc¨ªa. Cuando pasaban, ¨¦l respiraba hondo. Tambi¨¦n los dioses huelen mal, pens¨®. La madre tiraba de Isaac de vuelta al claro, donde los vigilantes ya les reclamaban. El pueblo entero del que proven¨ªa el revolucionario ten¨ªa, como castigo, que crear claros en medio de la selva. El revolucionario era el padre de Isaac, que predicaba el mensaje de un se?or que quer¨ªa acabar con los colonizadores y misioneros. John, el rey de Tanna y de Am¨¦rica.
"Un esp¨ªritu, naturalmente. ?C¨®mo podr¨ªamos creer en un hombre?", maldice Isaac con su pu?o. Parece que est¨¢ acostumbrado a las objecciones de los dem¨¢s porque s¨®lo formula r¨¦plicas. Hay que animarle con un gesto de cabeza para que siga. "Primero se le apareci¨® a mi padre, Nikiau Animolly. Lleg¨® sigilosamente, era blanco y puro, y se deslizaba entre los ¨¢rboles. De estatura grande, llevaba traje, auriculares y un bast¨®n que alumbraba como una linterna. John era de Am¨¦rica, pero s¨®lo hablaba el dialecto de Tanna. Mestizo, negro y blanco. Desapareci¨® en el a?o 1945 con los americanos, pero no sin haber dejado su testamento a mi padre".
?Y qu¨¦ dijo John? "Pues preg¨²ntale", gru?e Isaac. De un golpe aparta el helecho y nos lleva a un peque?o lugar donde la tierra es negra, compacta. Hay hombres formando un c¨ªrculo. Es una misa sagrada en honor a John, la comuni¨®n con kava. Las velas todav¨ªa tienen llama. La brisa nocturna las apaga. Se hace el silencio. Los hombres juntan sus cabezas y susurran nombres. Unas sombras se levantan y se acercan a la barra. Un sorbo de sabor amargo, como a madera. Algo como si fuese algod¨®n amortigua los sentidos. "Tienes que escuchar la kava".
La kava gotea, golpea, chisporrotea. Isaac cierra los ojos. Despu¨¦s de un rato vuelve en s¨ª. ?Qu¨¦ ha dicho? "Lo que ya le dijo a mi padre: haced custom, luego vendr¨¢ el cargo".
Custom. Eso son las costumbres de los habitantes de Tanna. Kava, baile y canto. Los viejos ritos. Pero tambi¨¦n las tradicionales estructuras sociales: el autoabastecimiento con las huertas, la jerarqu¨ªa de los hombres, la poligamia. Todo lo que los misioneros hab¨ªan prohibido. El lema de John: "Bebed kava, recordad vuestras ra¨ªces. Boicotead las iglesias, no envi¨¦is a vuestros hijos a la escuela, no trabaj¨¦is en las plantaciones. Liberaos de las ataduras de los poderes coloniales. ?Tanna, para los habitantes de Tanna! O¨ªd las palabras de nuestro esp¨ªritu santo John, tambi¨¦n llamado Broom. Fuera la basura blanca. Echad a los misioneros, honrad el custom.
Con estas consignas, el profeta Nikiau hizo que el pueblo cayera en la locura. Era lo que todos quer¨ªan escuchar. Si hubieran cuidado las costumbres, entonces John habr¨ªa regresado. Y con ¨¦l tambi¨¦n Am¨¦rica, pero s¨®lo para descargar sus bienes. Las barcazas crujir¨ªan en la orilla. Las escotillas se abrir¨ªan sacando todo lo deseado.
Originalmente, cargo significaba carga de barco, despu¨¦s tambi¨¦n carga de avi¨®n. En un sentido m¨¢s amplio, dinero, prosperidad, nuevos puertos y astilleros; el boom John, de alguna manera. El nivel de vida americano era bienvenido. Su democracia e igualdad, sin embargo, deb¨ªan quedarse fuera. Nikiau quer¨ªa una Tanna espiritual como en los viejos tiempos, cuando a¨²n no hab¨ªa misioneros: jerarqu¨ªas y el dictado del custom, una sociedad masculina al m¨¢s puro estilo. El boom de Broom. Consumir como los americanos, vivir como los habitantes de Tanna. Demasiado bonito, como suelen ser los para¨ªsos. Lo m¨¢s extra?o: lo uno debe ser condici¨®n de lo otro. Para hacerse rico, as¨ª era el mensaje, no hay que trabajar, sino dedicarse a la pereza del custom: bailar, beber kava y cantar.
Una l¨®gica poco l¨®gica: la tradici¨®n conlleva la modernidad. No vay¨¢is a la escuela ni al trabajo; bailad y festejad, y todo ir¨¢ bien. Los profetas ten¨ªan un John que cumpl¨ªa lo que en realidad no va de la mano: el env¨ªo de neveras y la conservaci¨®n de las costumbres. Que un mes¨ªas una lo futuro y lo pasado recuerda al cristianismo. Los profetas de John incluso adoptaron los mensajes de los misioneros, d¨¢ndoles un sentido nuevo, anticlerical. Lo que los presbiterianos predicaban se volvi¨® en su propia contra: como aquello que hablaba de un hombre que liberaba a su pueblo de la esclavitud. John, Mois¨¦s de Tanna.
Tambi¨¦n los americanos se reconocieron en sus palabras. Les gust¨® eso de la adoraci¨®n a John, pero quer¨ªan que se entendiese su american dream de otra manera: los habitantes de Tanna pensaban que el lavaplatos pod¨ªa conseguir todo aquello que ellos deseasen con fuerza. Con lo que los europeos a¨²n trabajan, los americanos ya so?aban. El profeta Nikian utilizaba los puertos y las pistas de aterrizaje como cebo para el cargo: el ¨²nico custom de los americanos que quer¨ªa ver en Tanna. Mand¨® construir en la costa portones para barcos, portones de bamb¨² con barreras levadizas que un maestro portuario dejaba caer cada vez que un carguero aparec¨ªa en el horizonte, seducido por el canto de las sirenas. Nikiau tallaba aviones en las cortezas y creaba pistas de aterrizaje, dibuj¨¢ndolas sobre la ceniza volc¨¢nica. Talaba arbustos en hileras, colocaba cabezas de p¨¢jaro como se?ales luminosas. S¨®lo faltaba alguien con auriculares de coco murmurando desde la torre de bamb¨²: "Charly, Foxtrot, Delta. You have landing clearance".
Tambi¨¦n en otros sitios estaban dispuestos a dar. Los habitantes de un grupo de islas de Papua-Nueva Guinea recolectaron 1.000 d¨®lares en los a?os sesenta para que su l¨ªder no tuviera m¨¢s excusas para fletar un barco. Su nombre: Lyndon B. Johnson. Y en Yaohanen, al suroeste de Tanna, el jefe Jack ofreci¨® su guerrero m¨¢s valiente al palacio de Buckingham para que la reina Isabel II dejase marchar a su marido. El pr¨ªncipe Felipe, dice el jefe Jack, le escribe a d¨ªa de hoy con regularidad: que vendr¨¢ pronto, pero que todav¨ªa tiene que ponerse de acuerdo con su mujer sobre la fecha. El jefe Jack lo tiene todo preparado: una choza y un namba, la tradicional aljaba del pene, y un pu?ado de mujeres a su disposici¨®n. "La elecci¨®n la tendr¨¢ que tomar ¨¦l solo".
La nostalgia por todo lo que carecemos. Ellos dicen John. Nosotros decimos el Pac¨ªfico. O Jes¨²s. O Buda. Nos re¨ªmos de su ingenuidad: se construyen pistas de aterrizaje, ergo llegan los aviones. Nos conmueve esa l¨®gica inversa. Va bien con nuestro concepto del salvaje ingenuo: el que nada sabe es feliz. ?Somos nosotros m¨¢s inteligentes? ?Qu¨¦ pasa con esa herencia inesperada? ?Qu¨¦ pasa con el destino? El ¨¦xito sin lucha. Hay que esperar.
El jefe Isaac Lastuan hace un repaso de su vida: chozas hechas con arbustos sobre una tierra negra. Un poco de chapa ondulada y un tel¨¦fono. Nada m¨¢s. Se alisa la barba. Est¨¢ gris. Su padre pas¨® 17 a?os en la c¨¢rcel por rebelde. La administraci¨®n colonial le encerr¨® junto con su bandera. La consigui¨® de un oficial de la marina americana por haber movilizado a 1.000 habitantes de Tanna para descargar herramientas de guerra de su fragata.
Si hay que recordar a Isaac, entonces que sea as¨ª: un hombre con un uniforme demasiado grande, de pie junto al m¨¢stil, contemplando su bandera. Aunque en realidad no la mira. Clava los ojos en la distancia. Un rato m¨¢s y las nubes se quedar¨¢n quietas. Si hay que recordar a Isaac, que sea por el nombre de su bandera: barras y estrellas.
El viento levanta la ceniza. Se frota los ojos. ?Es que no la ha izado siempre? Siempre ha honrado el custom americano: hombres con fusiles de madera marchando por el pueblo, vestidos con vaqueros y tres grandes letras en el pecho: "USA". ?Acaso no ha cantado canciones y practicado las viejas costumbres de Tanna? "Estad preparados que vuelvo con cargo", dicen que dijo John. "No os digo cu¨¢ndo, pero vendr¨¦".
"Para esto", dice Isaac. "He trabajado duro para esto: custom, custom". Mira a su alrededor. La lluvia ha lavado los campos, se ha llevado lo gris. Las ra¨ªces desnudas se agarran a la ceniza. Lo que no aguanta, ser¨¢ que no debe permanecer. "Ahora, Lamakara es una aldea negra. En 1975 todav¨ªa ¨¦ramos blancos, porque las leyes europeas estaban a¨²n en nuestra cabeza. ?Qu¨¦ tipo de ley es esa que permite que un hijo lleve a su padre ante el juzgado?". Con el dedo ¨ªndice golpea la palma de su mano, indicando c¨®mo hab¨ªa limpiado punto por punto la aldea del white trash, de la basura blanca: "Conmigo no puede haber divorcios. Lo que custom junt¨®, nadie lo debe separar. Conmigo nadie trabaja para extranjeros. Nosotros mismos plantamos nuestras huertas".
Los viernes hay fiesta en la casa de reuniones. Noche de guitarras, canciones y la liturgia de John. En un rinc¨®n, los hombres; en el otro, las mujeres. Isaac baila hasta las doce y luego se acuesta. ?Cine? "Eso lleva a una direcci¨®n equivocada. Mujeres y hombres que se besan, ?acaso no tienen casa?", y se?ala con el dedo a una mujer que amasa tortillas de coco. "Nuestras mujeres cocinan y hablan sobre cocina. Vuestras mujeres se interponen en el camino de los hombres". Autodisciplina y obediencia. ?Sirvi¨® de algo? "John nunca me decepcion¨®", dice Isaac. "?Acaso es culpa suya que los americanos olvidaran sus obligaciones?".
Isaac todav¨ªa les da una oportunidad. Las pistas de aterrizaje en la selva est¨¢n cerradas, pero el mar sigue abierto. Donde ya desembarc¨® Cook -que no se convirti¨® en James-Frum porque tras ¨¦l no fueron ni misioneros, ni mercanc¨ªas-, en aquella bah¨ªa que lleva el nombre de su barco Resolution, aguarda Ronnie Thomas.
Est¨¢ sentado sobre una boya, no lejos de la playa. Es un esp¨ªa del horizonte, el portero de Tanna. Tambi¨¦n el primer John-Frum que pudo ir a la escuela para aprender Oxford english. Por si a John se le olvidaba el idioma de sus s¨²bditos despu¨¦s de tanto tiempo de ausencia, quiz¨¢ incluso sus modales, un hombre fino y educado deb¨ªa facilitarle la tarea de recordarlos de nuevo. Pronuncia con mucho esmero, muy acentuado. Una palabra corta como old recorre en ¨¦l toda la escala (ooouuuld). Acompa?ado de un vibrato suave, aunque eso tambi¨¦n puede ser por la vejez.
Ronnie viste chancletas y pantalones vaqueros cortos. Est¨¢ a cargo del port¨®n de los barcos. Hoy ya no viene ninguno. Siempre, cuando se acerca un barco, sale al mar en una canoa. ?De d¨®nde ven¨ªs y por qu¨¦? ?Qui¨¦nes sois? A veces la gente de los veleros se enfada, pero ¨¦l se defiende, gesticulando: "?Qu¨¦ culpa tengo yo de que mi abuelo me encomendara esta tarea?".
Quiz¨¢ s¨®lo vienen porque se construy¨® el club mar¨ªtimo. Fue en 1992. Las profec¨ªas a¨²n no se hab¨ªan cumplido, no hab¨ªa astillero ni puerto. Al este de Tanna, los m¨¢s de mil seguidores de John aguardaban el centro mar¨ªtimo prometido. Ahora por lo menos hay una habitaci¨®n refrigerada para el pescado debajo de una cruz roja, el s¨ªmbolo del movimiento John-Frum. Rojo, porque el padre de Isaac llevaba una chaqueta de la Cruz Roja; rojo, porque Jes¨²s derram¨® su sangre; rojo, por el otro hermano de John que vendr¨¢ si somos obedientes a nuestro custom: Pap¨¢ Noel.
?Tiene que nevar para que venga a Tanna? "Ser¨ªa bonito", dice Ronnie. "Si George W. Bush diera un primer paso por John? Entre 2005 y 2010 es para nosotros un periodo decisivo. Si nada cambia, entonces John habr¨¢ sido una mentira". En julio de 2003 lleg¨® un cargo. Un ingl¨¦s choc¨® su yate contra una roca, en el Cook Point. Ronnie le salv¨®, y en agradecimiento recibi¨® una lavadora y un aparato de aire acondicionado. Las dos cosas est¨¢n delante de su choza. ?Pero para qu¨¦, si no tiene electricidad?
Un turista americano abrumado por el desfile de banderas invit¨® a Isaac a Estados Unidos en 1995. Isaac visit¨® astilleros y bases militares. Fue a la Casa Blanca, se sent¨® con un asistente de Bill Clinton y le explic¨® su visi¨®n del mundo. Al final resumi¨® todo en "los cristianos y los budistas tienen dinero; John tambi¨¦n es una religi¨®n, as¨ª que tambi¨¦n nosotros debemos tener dinero". Estas tres frases hubieran sido suficientes para un curso r¨¢pido sobre John-Frum. Tambi¨¦n se lament¨®: "La Embajada de Estados Unidos en Vanuatu est¨¢ para todos. Pero deber¨ªa ocuparse particularmente de la gente John-Frum". Y le record¨® al asistente la promesa de John de que Am¨¦rica construir¨ªa un "astillero internacional en la bah¨ªa de Azufre".
En el avi¨®n de regreso a Tanna repas¨® su viaje. Barcos cisterna, puertos, electricidad, progreso?, mucho de lo que le gustar¨ªa ver en Tanna. Es grave que Am¨¦rica no haya llegado a¨²n a Tanna. Pero ser¨ªa a¨²n peor que llegase: mujeres en minifalda, mal olor y ruido. Tanna ya no ser¨ªa Tanna. Fue entonces cuando empez¨® a entender que ser¨ªa dif¨ªcil tener lo uno sin lo otro. A su regreso proclam¨®: "Los americanos hacen guerras injustas y ya no viven con el esp¨ªritu de ayuda a los pobres. No s¨¦ si vendr¨¢n. Pero podemos contar con John. Alg¨²n d¨ªa nos conducir¨¢ por el volc¨¢n Yasur al reino de cargo y custom".
Pero su gente estaba ya cansada.
Lleg¨® el a?o 2000, el cambio de milenio. Y todav¨ªa no se sab¨ªa nada de John. Su propio sobrino, Fred Nasse, se rebel¨® en su contra. Ya bastaba de esperar. John se le hab¨ªa rebelado con un nuevo pensamiento, unity, que acabar¨ªa con la controversia: escuela, iglesia, custom y John son una ¨²nica cosa.
Junto con 100 incondicionales, Isaac se traslad¨® un par de kil¨®metros m¨¢s arriba y fund¨® Lamakara. El resto, unos 200, se quedaron con Fred a la orilla del mar en Ipikel. En Ipikel no hay Cruz Roja. S¨®lo los viejos m¨¢stiles de las banderas apuntan al cielo, todas las insignias se las llev¨® Isaac consigo. Arranc¨® hasta la puerta del templo de John. La gente de Ipikel cuenta que a menudo vienen combatientes de la fe de Lamakara con hachas y machetes, y persiguen a mujeres y ni?os. Roban las huertas, no respetan el calendario de las cosechas, profanan las piedras de la fertilidad y repudian a John. Ipikel se parece a Lamakara; las ¨²nicas diferencias son la escuela y una iglesia presbiteriana. Otra diferencia: las canciones, los bailes y los desfiles de banderas son los mi¨¦rcoles.
Fred tiene la cara torcida, hinchada. Lo m¨¢s llamativo: sus labios gruesos. Le cuesta hablar. Suele hacerlo por ¨¦l un pastor presbiteriano. "Yo soy su socio j¨²nior". Fred mira sin inter¨¦s. Las moscas le hacen cosquillas en la mejilla. Imperturbable como un caballo, se las sacude. Con la boca abierta escucha lo que dice el pastor: "Fred -quiero decir, el profeta- no aprueba que los John-Frum est¨¦n de fiesta el viernes y no descansen, puesto que deber¨ªan trabajar al d¨ªa siguiente". ?Y Fred qu¨¦ dice? Una mirada de advertencia del presbiteriano: "El profeta no tiene tiempo para trabajar. Tiene visiones d¨ªa y noche".
"Isaac est¨¢ celoso porque Fred es el mejor profeta. Mira, ayer rez¨® para tener buen tiempo y hoy brilla el sol. El otro d¨ªa so?¨® con un billete de un d¨®lar, lleg¨® un patrocinador americano y yo pude construir una iglesia nueva. ?Eso es John!". Quien as¨ª habla es un pastor presbiteriano. Los profetas de John reinterpretaron los mensajes de salvaci¨®n de los misioneros para sus propios fines. Con los a?os, tambi¨¦n los luchadores de Dios aceptaron pr¨¦stamos del enemigo. Con las nuevas relaciones de poder en Tanna -desde 1980 pertenece a la Rep¨²blica de Vanuatu-, a la mayor¨ªa les pareci¨® oportuno cambiar de forma de pensar y buscar el desarrollo en combinaciones extra?as.
El presbiteriano trajo todas sus banderas. Asombrado como un ni?o al que se le da un juguete, Fred las contempla mientras dice: "Negro es custom; blanco, el esp¨ªritu santo, y rojo, iglesia, ?o era amarillo?". Se rasca la cabeza. "No, amarillo es la paz, porque?". "Bueno, ?qu¨¦ importa?", dice el pastor presbiteriano. "Todo es uno. Somos unity".
Isaac no lo ve as¨ª. Dice que recomend¨® a sus seguidores de Lamakara que no se reunieran con sus parientes en Ipikel. Eso de la violencia es mentira, as¨ª es como ensucian el nombre de John. "Yo intent¨¦", se encoleriza, "hablar tranquilamente con las familias de ah¨ª abajo. Pero ellos tienen mucha prisa. Internet, m¨®vil, todo tiene que ser r¨¢pido hoy d¨ªa. Los hombres ya no saben esperar. ?Fred? ?Qui¨¦n es Fred?". Ya no est¨¢ furioso, le es indiferente. "?se no tiene ninguna bandera, s¨®lo trapos de colores".
Con el cambio de milenio, otros profetas le hicieron, con bastante ¨¦xito, competencia a Isaac. Joe Gedu hechiza al pueblo yetau con los viejos portones de los barcos. Donde primero hubo una pradera y despu¨¦s el aeropuerto de Tanna, ha levantado, bajo la niebla de la costa, cinco portones de bamb¨². Aqu¨ª, dice ¨¦l, aterrizan todas las semanas los regalos de John.
Gedu, que lleva chaqueta de aviador de color naranja, se pone en un pedestal y observa el custom de su pueblo. Hombres y mujeres giran en c¨ªrculos dando palmas y patadas cada vez m¨¢s r¨¢pido. El suelo vibra. Una ¨²ltima patada. Fin. Joe Gedu aplaude. "Por hoy hemos hecho suficiente".
Nos lleva a una edificaci¨®n de bamb¨². En la parte alta hay cinco p¨¢jaros tallados en madera; en la parte baja, peque?as ventanillas, como las de los barcos. En cada una de las 26 ventanillas hay clavado un posavasos de cerveza, Vanuatu Lager, uno para cada letra del alfabeto. Hay una membership card, una tarjeta de socio como ¨¦l la llama, un papel plastificado con el nombre, que cada uno lleva alrededor del cuello con una cinta de color. "Todo muy serio", dice Gedu.
Varios centenares de miembros hacen fila una vez por semana con sus tarjetas de autorizaci¨®n delante de sus respectivas letras y reciben un sobre, que Gedu dice haber recibido del esp¨ªritu del avi¨®n. La gente revisa el sobre, lo miran a contraluz y, s¨ª, ven billetes de su propia moneda. Pero est¨¢ prohibido abrirlo. "Cuando lo determine el esp¨ªritu", dice Gedu. Quiz¨¢ la semana que viene, quiz¨¢ en un par de meses.
"No existe ning¨²n John r¨¢pido", ya lo dec¨ªa Isaac. ?De verdad que no ha llegado ya, seducido por la libre econom¨ªa? Vanuatu, el para¨ªso fiscal: ning¨²n impuesto sobre ingresos ni sobre el capital. Se han instalado empresas por correspondencia. Llegan los turistas.
Los turistas, que por un lado traen dinero, por otro quieren ver las viejas costumbres, quieren ver custom, quieren ver lo que es John. Mujer de Tanna, ponte la falda de nativa, baila al son del tambor alrededor de la fogata y el hombre blanco te dar¨¢ dinero. Y nosotros recibiremos lo que siempre hemos esperado. Nuestro Pac¨ªfico.
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