Haz el amor, no el trabajo

La econom¨ªa, que debiera ser considerada la base de la administraci¨®n de la Tierra y de sus riquezas, suele ser usada como una cortina de humo tras la que se esconden intereses particulares que s¨®lo pretenden una influencia y riqueza personal r¨¢pida y que benefician exclusivamente a los que se arropan con unos principios te¨®ricos m¨¢s que discutibles. El autor de este libro, doctor ingeniero de Minas y miembro de Ecologistas en Acci¨®n, da un repaso a las acciones que arrastran consecuencias funestas para las personas y la vida en su conjunto. Para ello hace hincapi¨¦ en que el actual estado de cosas lleva al mundo a condiciones muy alejadas de lo que puede definirse como un desarrollo sostenible.

No obstante, considera que esa deriva ha de ser evitada. Lunena Bonny parte del informe del Programa de las Naciones Unidas de 2003 sobre Desarrollo en el que se dice que "el mundo ha realizado un enorme progreso en cuanto conocimiento y pr¨¢ctica de las pol¨ªticas de desarrollo". Una afirmaci¨®n que matiza: "El mundo sabe de maniobras para echar por tierra los esfuerzos de generaciones enteras... Pero de desarrollo es evidente que sabe menos: pa¨ªses que han trabajado duro en el sentido de intentar llegar a niveles aceptables para sus habitantes, se han encontrado con las manos vac¨ªas". Aunque s¨®lo sea una menci¨®n, cabe citar a este respecto a esos pa¨ªses aconsejados por los economistas del Fondo Monetario Internacional que acabaron en la m¨¢s absoluta miseria "y sin ventanilla a la que acercarse a presentar reclamaciones". Para evitar esas disfunciones, el autor intenta poner coto a esos economistas, unos profesionales que, siendo necesarios, "parece que trabajan en beneficio de los marcianos que, en una segunda etapa, tras ¨¦sta de destrucci¨®n preparatoria, invadir¨¢n la Tierra para hacerse con las cenizas de lo que quede de ella". Pero la cr¨ªtica de Lucena Bonny alcanza a otras personas: "Se ha establecido una redistribuci¨®n de la renta a la inversa".

Y los recursos naturales del planeta est¨¢n en el centro de las inquietudes del autor, que denuncia que el utilitarismo a ultranza abre la posibilidad de la explotaci¨®n sin tasas de la naturaleza, en la que est¨¢n todos los animales, plantas y cosas que deben ser respetadas para la propia conservaci¨®n de las personas y de la vida en general: se empieza talando un bosque y se contin¨²a de la forma m¨¢s natural con la masacre de todos su habitantes, sean animales, plantas o personas. Es una acci¨®n muchas veces realizada para explotar un recurso, como puede ser la madera.

En el fondo, reflexiona el autor, la lucha est¨¢ en el enfrentamiento de dos ideas de desarrollo opuestas: la idea de desarrollo-crecimiento, en la que la ¨²nica riqueza considerada es la moneda, la posesi¨®n de bienes: el tener. La segunda es la que se relaciona con la regeneraci¨®n, que no tiene l¨ªmites: el desarrollo humano no puede ser contenido en envase alguno.

El mundo tiende al desorden, pero la vida en s¨ª misma pone un orden exhaustivo; para mantener ese orden es necesario crear a su alrededor un desorden que compense. De ah¨ª que haya, necesariamente, una cantidad de desorden alrededor de la vida. Se puede, por tanto, partir de la base de que para conservar la vida es necesario destruir, pero para conservar la especie la destrucci¨®n ha de mantenerse bajo unos m¨ªnimos que permitan a la naturaleza regenerarse.

Por eso es necesario incorporar a nuestro bagaje cultural los principios ecol¨®gicos, aprendiendo la mec¨¢nica natural y el conjunto de sus relaciones. ?ste ha de ser el sost¨¦n de toda econom¨ªa, que es necesario fundar en las ciencias naturales: el desarrollo humano sostenible. El autor concluye que para conseguir ese objetivo es necesario reducir las ansias de trabajo de la humanidad, consecuente con una reducci¨®n de las necesidades de las personas; en su lugar, habr¨ªa que imponer el ocio, el estudio, el descanso... Con su lema: "Haz el amor, no el trabajo".