Sima de verg¨¹enza
Las informaciones son tan escalofriantes como vergonzosas. Los testimonios de miembros del FBI que asistieron a las torturas infligidas por miembros de la CIA y otros cuerpos de seguridad a sospechosos de terrorismo islamista en el campo de prisioneros en la base de Guant¨¢namo en la isla de Cuba proporcionan al mundo un protocolo fehaciente del horror, la humillaci¨®n y la degradaci¨®n generados por un concepto de la guerra contra el terror auspiciado por el presidente Bush tras el 11-S. Por desgracia los testimonios ahora hechos p¨²blicos son tan coincidentes que carece de sentido, por mucho que se quisiera, poner en duda no ya su verosimilitud, sino su veracidad.
Es un hecho que en nombre de la lucha contra el terror y por la libertad las autoridades democr¨¢ticas de EE UU han inducido cuando no ordenado a funcionarios suyos a actos de tortura y depravaci¨®n como s¨®lo se suelen considerar posibles bajo las peores y m¨¢s inhumanas dictaduras. Las vejaciones y torturas, como la vesania desplegada por sus art¨ªfices, son incalificables. Y el da?o hecho a las v¨ªctimas es s¨®lo comparable al infligido al prestigio y la dignidad del Gobierno de EE UU y de la democracia en general, que ve como sus enemigos pueden con raz¨®n acusarla de pr¨¢cticas propias de las m¨¢s oscuras dictaduras.
No puede servir de consuelo el hecho de que haya sido una organizaci¨®n americana de derechos civiles y el vigor de las instituciones de Washington los que han forzado a centenares de miembros del FBI a testimoniar y documentar estas atrocidades, y que ahora han conseguido la publicaci¨®n de tan demoledoras informaciones. Ha sido la American Civil Liberties Union (ACLU) la que con su denuncia ha logrado una desclasificaci¨®n de documentos que habr¨¢ de tener consecuencias dr¨¢sticas para los responsables de que las celdas y los pasillos de Guant¨¢namo se hayan convertido en c¨¢maras de tortura. Pero tambi¨¦n para aquellos que, como cada vez es m¨¢s evidente, auspiciaron y animaron a ejercer semejante trato a los prisioneros en aquel campo de la verg¨¹enza.
La guerra contra el terrorismo, lanzada en su d¨ªa por Bush tras la agresi¨®n de Al Qaeda, ha dejado un largo reguero de v¨ªctimas que comenz¨® en Nueva York y sigue por muchos rincones del globo, incluido Irak. Pero si las sociedades democr¨¢ticas, empezando por la norteamericana, quieren que no queden tambi¨¦n por el camino los principios innegociables de respeto a la dignidad de la persona y a la vida en libertad, estos otros cr¨ªmenes no deben quedar impunes.
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