Fanatismos del mal, posibilidad del bien
El m¨¢s sulfuroso de los cl¨¢sicos contempor¨¢neos del pensamiento pol¨ªtico, Carl Schmitt, condens¨® todo su mensaje en un tr¨¢gico imperativo: "Combate a tu enemigo". En nuestros d¨ªas, tras los atentados del 11 de septiembre y sus enormes da?os colaterales en las relaciones internacionales, ese principio no s¨®lo vuelve a estar de radical actualidad en las canciller¨ªas sino que parece haberse agravado. Ahora no basta con combatir contra el enemigo sino que hay que magnificar esa batalla hasta las dimensiones de Armaggedon, la lucha final, el enfrentamiento definitivo del Bien contra el Mal, ambos con may¨²sculas y con todas las armas de destrucci¨®n masiva que puedan manejarse. Desde luego esa supuesta "lucha final" va a durar seg¨²n parece mucho tiempo, pero tal circunstancia no alivia sino que agrava el planteamiento maniqueo. La intensidad absoluta de la teolog¨ªa parece haber contaminado sin remedio las ambig¨¹edades prudenciales del discurso pol¨ªtico. Quedan ya lejos las cautelas de aquellos armadores venecianos que intercambiaban contrase?as con sus colegas turcos antes de Lepanto, con el fin de salvar la mayor cantidad de naves posible en la exageraci¨®n mortal de la batalla... Aunque quiz¨¢ en el mundo de los negocios sigan d¨¢ndose hoy las complicidades que ruidosamente se niegan en la esfera pol¨ªtica, porque tras los fan¨¢ticos y los exterminadores siempre avanzan recogiendo las nueces los aprovechados.
EL ABUSO DEL MAL. La corrupci¨®n de la pol¨ªtica y la religi¨®n desde el 11/9
Richard J. Bernstein
Traducci¨®n de A. Vasallo y V. I. Weinsthal
Katz. Buenos Aires, 2006
225 p¨¢ginas. 16,30 euros
El profesor Richard J. Bernstein es un fil¨®sofo de la tradici¨®n pragmatista americana en su versi¨®n m¨¢s cl¨¢sica y menos posmoderna: su garbo intelectual est¨¢ m¨¢s cerca del de John Dewey que del de Richard Rorty, por simplificar las cosas. La forma de pensar pragm¨¢tica que ¨¦l asume se condensa en las cuatro caracter¨ªsticas ya se?aladas por Hilary Putnam: antiescepticismo, porque la duda exige tanta justificaci¨®n como la creencia; falibilismo, porque ninguna creencia puede tener absoluta garant¨ªa metaf¨ªsica de que jam¨¢s necesitar¨¢ ser revisada; negaci¨®n de una dicotom¨ªa insalvable entre hechos y valores; y primac¨ªa de la pr¨¢ctica en la tarea filos¨®fica (mejor que hablar de "raz¨®n" como una especie de capacidad intr¨ªnseca, Dewey prefer¨ªa referirse a la inteligencia, es decir a un conjunto de h¨¢bitos, disposiciones y virtudes intelectuales adquiridas a trav¨¦s de la educaci¨®n y el ejercicio). En conjunto, constituyen un pensamiento ¨²til, prudente y c¨ªvico, de cu?o espec¨ªficamente norteamericano. Bernstein lo reivindica en este caso concreto para contrarrestar los desbordamientos del radicalismo ideol¨®gico que vienen inflamando la pol¨ªtica reciente de su pa¨ªs y por extensi¨®n de algunos partidos conservadores europeos. Lo cual no implica, desde luego, ni la m¨¢s m¨ªnima tolerancia hacia el terrorismo islamista: pero Bernstein prefiere hacer cr¨ªticas sensatas a los "nuestros" que repetir la obvia descalificaci¨®n de aquellos otros que nunca van a leerle...
Como ya escribi¨® hace tiempo S¨¢nchez Ferlosio, para sentirse autorizado moralmente a cometer las mayores fechor¨ªas basta con estar convencido de tener raz¨®n. Al menos en el terreno pol¨ªtico, Bernstein comparte este criterio. No cree en ning¨²n supuesto choque de civilizaciones, sino en el enfrentamiento de dos mentalidades: "Una mentalidad atra¨ªda por los absolutos, las supuestas certezas morales y las dicotom¨ªas simplistas, se contrapone a otra que cuestiona la apelaci¨®n a los absolutos en la pol¨ªtica, que sostiene que no debemos confundir la certidumbre moral subjetiva con la certeza moral objetiva y que, adem¨¢s, mira con escepticismo la burda dicotom¨ªa acr¨ªtica entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien" (a m¨ª me hubiera sonado mejor en este contexto "convicci¨®n" que "certidumbre", pero como no conozco el original me someto al criterio de las traductoras). Esta segunda actitud es lo que Bernstein denomina "falibilismo pragm¨¢tico". Resulta obvio que cada una de estas mentalidades no define una "civilizaci¨®n" (?), ni siquiera una "cultura" sino que est¨¢n presentes dentro de cada una de las naciones y comunidades humanas (incluso puede que dentro de cada uno de nosotros, a ratos).
Entonces ?todo es relativo?, ?no existe un mal radical? Ya queda apuntado que descreer de las certezas absolutas no erosiona la noci¨®n de verdad (porque tampoco hay dudas absolutas) ni legitima el escepticismo, sino que encamina hacia la cordura valorativa y hace compatible la firmeza de las convicciones con la finitud de nuestro conocimiento. Pero s¨ª que puede quiz¨¢ se?alarse un mal radical, dice Bernstein: "Es hacer que los seres humanos sean superfluos como tales". No superfluos para la Naturaleza, o para el Cosmos, o para la Omnipotencia Divina sino para los otros seres humanos semejantes a ellos. Los extremismos fan¨¢ticos que corrompen las ideolog¨ªas democr¨¢ticas alientan ese mal; pero tambi¨¦n las creencias religiosas desaforadas, que tratan de configurar las sociedades a su imagen y semejanza. Pocos pueden hoy dudar de que el integrismo islamista es un peligroso caldo de cultivo de comportamientos terroristas o al menos intolerantes; pero tampoco resulta tranquilizador saber que, seg¨²n una encuesta de la revista Time, el 53% de los norteamericanos adultos espera el regreso inminente de Jesucristo, acompa?ado del cumplimiento de las profec¨ªas b¨ªblicas con respecto a la destrucci¨®n catacl¨ªsmica de todo lo que es malo. Entonces ?qu¨¦ hacer? La respuesta constructiva de Richard J. Bernstein es digna de la honesta noci¨®n de lo que debe ser la convivencia humana inmortalizada por Frank Capra: "Los ciudadanos comunes debemos hacer frente y oponernos al abuso pol¨ªtico del mal, cuestionar el uso incorrecto de los absolutos, denunciar las reivindicaciones falsas y err¨®neas de certeza moral, y alegar que no podemos lidiar con la complejidad de las cuestiones a las que debemos enfrentarnos apelando a dicotom¨ªas simplistas, o imponi¨¦ndolas". No a?adir¨¦ "?Dios le oiga!" porque bastar¨ªa con que le oy¨¦semos nosotros...
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