Una mujer frente a la intolerancia
Empez¨® a vivir como una mujer libre hace s¨®lo 13 a?os, cuando rompi¨® con su familia en Somalia al decidir escaparse de un matrimonio concertado. Fue diputada al Parlamento holand¨¦s y est¨¢ amenazada de muerte por su lucha por los derechos de las mujeres musulmanas y por la libertad
?Cu¨¢ntas mujeres nacidas en el hospital Digfeer de Mogadiscio (Somalia) en noviembre de 1969 siguen vivas? ?Y cu¨¢ntas de ellas tienen voz propia? "La decisi¨®n de escribir este libro no me result¨® f¨¢cil. ?Por qu¨¦ iba a mostrar al mundo unas memorias tan ¨ªntimas? No quiero que mis argumentos se consideren sacrosantos por el hecho de haber vivido experiencias terribles, algo que adem¨¢s no es del todo cierto. En realidad, mi vida se ha visto marcada por una enorme dosis de buena fortuna". Habla Ayaan Hirsi Al¨ª, hija de Hirsi, que era hijo de Magan, y ¨¦ste de Isse, e Isse de Guleid, que a su vez era hijo de Al¨ª? Una familia que sali¨® de Arabia hacia Somalia hace 800 a?os, cuando comenz¨® el gran clan de los Darod. Hirsi Al¨ª es una Darod, una Harti, una Macherten, una Osman Mahamud. Es de la rama llamada la Espalda M¨¢s Alta. "Eres una Magan. Recu¨¦rdalo siempre", le advert¨ªa su abuela, agitando una vara delante de ella mientras la obligaba a memorizar a sus descendientes. "Los apellidos te har¨¢n fuerte. Son tu linaje. Si los honras, te mantendr¨¢n viva. Si los deshonras, te abandonar¨¢n. No ser¨¢s nada. Llevar¨¢s una vida miserable y morir¨¢s sola".
Al nacer, hace 37 a?os, Ayaan Hirsi Al¨ª pes¨® poco m¨¢s de un kilo y medio. A su madre le pronosticaron: "Este beb¨¦ no va a vivir". Su madre se dec¨ªa a s¨ª misma: "Este beb¨¦ no va a vivir". Ayaan no iba a vivir cuando enferm¨® de malaria y neumon¨ªa. Ni cuando le extirparon los genitales y crey¨® morir del dolor, y despu¨¦s de una herida que no cicatrizaba. Iba a morir cuando un delincuente le coloc¨® un cuchillo en el cuello en Nairobi y decidi¨® no degollarla al escuchar su acento, que le identificaba con su misma tribu. Estuvo a las puertas de la muerte cuando el maestro que le ense?aba el Cor¨¢n le fractur¨® el cr¨¢neo. Pero vivi¨®. Supo encontrar "salidas de emergencia", como ella misma dice. "Sigo viva, y eso es mucho m¨¢s de lo que pueden decir los millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada islam". Anatema. Blasfemia. Impura. Sus palabras le han supuesto una sentencia de muerte. El gui¨®n que escribi¨® para la pel¨ªcula Submission: Part I le cost¨® la vida al director de cine Theo van Gogh, acribillado a balazos, degollado y su pecho utilizado como tabl¨®n de anuncios: el asesino clav¨® all¨ª una nota para Hirsi Al¨ª, una carta muy concisa, como una fetua -seg¨²n los testigos, Van Gogh lleg¨® a esgrimir el sentido com¨²n holand¨¦s antes de morir ajusticiado: "?Seguro que esto no podemos hablarlo?", aseguran que dijo-.
Hirsi Al¨ª llega a la cita buscando refugio dentro de su abrigo negro. La tarde est¨¢ muy fr¨ªa en Washington. Parece fr¨¢gil y peque?a entre los dos guardaespaldas que la acompa?an. Pero su voluntad es inquebrantable, y su fortaleza, la de un roble. Desde septiembre de 2006, esta fiera defensora de la libertad vive en la capital de Estados Unidos. "La situaci¨®n se hizo insoportable en Holanda. De un d¨ªa para otro me qued¨¦ sin empleo [diputada en el Parlamento holand¨¦s], sin nacionalidad [la ministra de Inmigraci¨®n Rita Verdonk le retir¨® su pasaporte tras alegar que hab¨ªa mentido al solicitar el asilo], sin hogar [sus vecinos pidieron que fuera expulsada de su casa por creer que compromet¨ªa su seguridad], sin futuro; viv¨ªa escondida, estaba amenazada de muerte".
Estados Unidos le abri¨® las puertas. Christopher Demuth, presidente del American Enterprise Institute (AEI), un instituto de estudios de Washington, le ofreci¨® empleo. Desde luego que habr¨¢ quien, al saber que Hirsi Al¨ª trabaja en el Centro de Estudios de car¨¢cter conservador, ha sonre¨ªdo complacido como diciendo: "Ahora se explica todo, ya lo sab¨ªamos: era del equipo de Bush". En el mundo de lo pol¨ªticamente correcto que vivimos, Ayaan Hirsi Al¨ª dice verdades que duelen, es una gran cr¨ªtica de los relativismos culturales que tanto proliferan en Occidente y que, a su juicio, encierran a los seguidores del islam en su atraso. "Eso es racismo en su acepci¨®n m¨¢s pura".
Tras dos a?os y medio como diputada, estaba desencantada y quer¨ªa abandonar la pol¨ªtica holandesa. "Estoy muy agradecida a Holanda y a Europa. Pero Estados Unidos sigue siendo un pa¨ªs en el que existe libertad intelectual, las cosas que yo he dicho sobre el islam no son nada comparadas con las que se publican aqu¨ª en libros o se dicen en tertulias. Y no me asusta la idea de que me tilden de derechista. Cada cual puede tener sus ideas sobre EE UU, pero yo creo que sigue siendo el l¨ªder del mundo libre. No creo estar vendi¨¦ndome por pensar, plasmar mis ideas en estudios en EE UU. En Washington tendr¨¦ mucho m¨¢s tiempo para pensar que cuando formaba parte de la pol¨ªtica en Holanda e intentaba que el ideario del partido recogiera mi sensibilidad; me propuse que el islam formara parte del debate pol¨ªtico y lo logr¨¦. E insisto: no me he ido de Holanda por el asunto de mi nacionalidad holandesa, la decisi¨®n es estrictamente personal, tomada mucho antes de que comenzara aquella pesadilla. Cuando di mis primeros pasos en pol¨ªtica, cre¨ª que ¨¦sta era una actividad noble. Y lo sigo creyendo. Pero he aprendido que tambi¨¦n puede ser un juego muy sucio. Cuando he defendido la idea de que hab¨ªa que cambiar la situaci¨®n de las musulmanas de inmediato, la respuesta que he obtenido es la de que hay que tener paciencia. ?Fue eso lo que dijeron a los mineros del siglo XIX cuando luchaban por los derechos de los trabajadores? Europa parece estar cegada por el llamado multiculturalismo, subyugada al imperativo de ser sensibles y respetuosos con la cultura de los inmigrantes, defendiendo a los relativistas morales. ?Es cultura ser lapidada? Espero que observar el poder sea m¨¢s agradable que ejercerlo. EE UU no es ni blanco ni negro. ?Cu¨¢ntas nacionalidades se pueden encontrar? Todas, el mundo entero".
Pues... ?Bienvenida!
Gracias, muchas gracias. [R¨ªe y descansa, no ha dejado de hablar desde que se ha sentado y toma fuerzas bebiendo sorbitos de su zumo de tomate. Por su bien dibujada boca, las palabras salen a borbotones. Es una mujer intensa, pero parece una ni?a, aunque su afilado sentido del humor determina a mujer adulta].
?Tiene miedo?
Convivo con ¨¦l. Mi vida cambi¨® el 2 de noviembre de 2004. Cuando asesinaron a Theo [Van Gogh]. Ha sido muy dif¨ªcil adaptarme a las severas medidas de seguridad, a andar siempre acompa?ada, a mirar a los lados. Llegu¨¦ a vivir en una base militar, escondida del mundo.
?Cambi¨® tambi¨¦n la vida de la pac¨ªfica y tolerante Holanda ese 2 de noviembre?
Mi pa¨ªs [su nacionalidad le fue devuelta y hoy vuelve a ser holandesa] es y ser¨¢ un gran pa¨ªs democr¨¢tico. S¨®lo hemos perdido la inocencia.
?C¨®mo se vive sabi¨¦ndose amenazada de muerte?
Es como enterarse de que se tiene una enfermedad cr¨®nica. Puede recrudecerse y matarte, o puede que no. Tal vez suceda en una semana, o tarde a?os. O no suceda nunca y muera de manera natural. Pero siempre digo a quienes me preguntan esto que en Occidente la vida se toma como si estuviera garantizada para siempre. Donde yo nac¨ª, y en toda ?frica, la muerte est¨¢ en cada esquina. Virus, bacterias, guerras, sequ¨ªas, inundaciones, hambrunas, soldados y torturadores se la pueden arrebatar a cualquiera en cualquier momento. Incluso amenazada y con guardaespaldas, siento el privilegio de estar viva.
"La primera vez que me ca¨ª de una bicicleta me sent¨ª libre". Eso fue hace poco.
S¨ª, hace muy poco, poco m¨¢s de una d¨¦cada. [R¨ªe, con una risa que le ilumina los ojos; traviesa, recuerda c¨®mo con una paga que le dieron en Holanda dentro de su estatuto de refugiada se compr¨® unos pantalones baratos y se despoj¨® su larga y p¨²dica falda. As¨ª su indumentaria no se pod¨ªa calificar de indecente, cumpl¨ªa con las normas de una buena musulmana. Cuando prob¨® la bicicleta se cay¨®?]. Soy libre. Mi libertad comenz¨® hace 13 a?os cuando tom¨¦ el tren rumbo a Amsterdam, cuando decid¨ª escapar de un matrimonio concertado. Fue entonces cuando opt¨¦ por una vida en libertad, por una vida en la que no me ver¨ªa sometida a alguien a quien yo no hab¨ªa escogido y en la que mi esp¨ªritu tambi¨¦n ser¨ªa libre.
Hirsi Al¨ª estaba condenada a una vida de sometimiento. A Al¨¢. Al clan. A su padre. A los varones de la familia. Su abuela -"una mujer iletrada que viv¨ªa en la edad de hierro y que consideraba los sentimientos una necedad autoindulgente"- aterroriz¨® su infancia: "Una mujer sola es como un pedazo de grasa de oveja a pleno sol. Acudir¨¢ cualquier cosa y comer¨¢ de esa grasa. Antes de que os deis cuenta, las hormigas y los insectos la habr¨¢n invadido hasta que apenas quede una mancha de grasa". Durante a?os, esa imagen protagoniz¨® las pesadillas de la peque?a Ayaan, a quien dijeron que, al igual que las cabras, una chica joven era una presa f¨¢cil para un predador. Tambi¨¦n le dijeron que una violaci¨®n era mucho peor que la muerte, pues manchaba el honor de todos y cada uno de los miembros de la familia. Hirsi Al¨ª creci¨® entre palizas de una madre amargada, sometida, sin respeto por ella misma, estricta observante de la religi¨®n musulmana. Se cri¨® en Somalia, de donde huy¨® con su familia para refugiarse en Arabia Saud¨ª, Etiop¨ªa y Kenia.
Iba a decirle que me hablara de su infancia...
[R¨ªe] Pues tuve una infancia normal, normal para los que eran como yo, claro. Por eso, cuando llegu¨¦ a Holanda y vi que los peque?os ten¨ªan derechos, que los padres le¨ªan libros sobre c¨®mo educar y sobre c¨®mo jugar con sus hijos, pues... mi mundo empez¨® a ser otro, el de una persona libre que no vive atemorizada por la religi¨®n ni por la casta ni por su sexo. La raz¨®n no exist¨ªa. Se obedec¨ªa y punto. Cuando a los 14 a?os tuve mi primera menstruaci¨®n cre¨ª que ten¨ªa un corte en el vientre y que iba a morir, pero no dije nada. Imaginaba que aquello era algo vergonzoso, no sab¨ªa por qu¨¦. El d¨ªa en que mi hermana ense?¨® a mi madre mi ropa interior manchada de sangre, mi madre lo primero que me grit¨® fue "sucia prostituta" y empez¨® a golpearme con el pu?o cerrado. Mi hermano mayor me tuvo que rescatar y explicar que lo que me estaba sucediendo era algo normal. "Ya eres mujer y ahora puedes quedarte embarazada", me dijo. Nunca se hablaba de esos temas, eran tab¨².
"Yo era una mujer somal¨ª y, como tal, mi sexualidad pertenec¨ªa al amo de mi familia, mi padre o mis t¨ªos", escribe en su libro.
As¨ª es; adem¨¢s, se encargaron de coserme para garantizar que llegara virgen al matrimonio, entre otras cosas. Esa barrera s¨®lo la podr¨ªa romper mi marido.
Usted ha sufrido la ablaci¨®n. ?Qu¨¦ edad ten¨ªa?
Cinco a?os. Fue a esa edad cuando mi abuela decidi¨® que me sometiera al rito de la purificaci¨®n, en contra del deseo de mi padre que no apoyaba esas ideas por considerarlas antiguas y aberrantes. Pero mi padre no estaba. Y en Somalia, al igual que en muchos pa¨ªses de ?frica y Oriente Pr¨®ximo, se purifica a las ni?as mutil¨¢ndoles los genitales. Con lo que un buen d¨ªa, mi severa abuela decidi¨® que nuestros kintir, nuestros cl¨ªtoris, eran muy largos. "Tu cl¨ªtoris llegar¨¢ a ser tan largo que se balancear¨¢ de un lado para otro", nos dec¨ªa a mi hermana y a m¨ª. Nosotras no ten¨ªamos ni la menor idea de lo que hablaba. Yo no entend¨ªa nada. Hasta que un d¨ªa me toc¨® vivirlo. Recuerdo que un hombre lleg¨® a casa; casi seguro que era un circuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros. Primero, mi abuela se encerr¨® con mi hermano y le hicieron algo, no sab¨ªa qu¨¦, pero hab¨ªa sangre y mi hermano se quejaba, ten¨ªa la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego me toc¨® a m¨ª. El hombre ten¨ªa unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaban. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y empez¨® a pellizcarlo, como mi abuela cuando orde?aba las cabras. "?Ah¨ª est¨¢ el kintir!", dijo una de las mujeres que ayudaban en el rito. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cort¨® mis labios interiores y el cl¨ªtoris. Lo o¨ª perfectamente. Clack. Como cuando se corta en una carnicer¨ªa un pedazo de carne. El dolor que se experimenta no tiene palabras, me sub¨ªa por las piernas, no dejaba de aullar, me invadi¨® entera, un dolor imposible de explicar. Pero despu¨¦s de que te han mutilado, despu¨¦s de que notas c¨®mo la sangre te corre por las piernas, me cosieron. Aquel se?or ten¨ªa una enorme aguja sin punta y con ella remat¨® su faena. La aguja pasaba entre mis labios externos. Yo intentaba defenderme, chillaba, protestaba, la abuela no dejaba de repetirme que s¨®lo era una vez en la vida, que a partir de ahora estar¨ªa limpia, que ten¨ªa que ser valiente. No acababa nunca la pesadilla. Hasta que aquel hombre cort¨® el hilo con sus dientes. No recuerdo m¨¢s de mi propio dolor, pero s¨ª del de mi hermana peque?a; sus chillidos me helaban la sangre. Haweya [quien vivir¨¢ una existencia dura y acabar¨¢ muriendo tras una violaci¨®n en Nairobi cuando estaba embarazada] luch¨® tanto, intent¨® zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cort¨® los muslos y las cicatrices las llev¨® de por vida.
Hay muchas Ayaan. Muchas Haweya. Miles de ni?as mueren durante o despu¨¦s de la ablaci¨®n, a causa de infecciones. Pero, adem¨¢s de la muerte, esta brutal pr¨¢ctica provoca otras complicaciones que causan inenarrables dolores que pueden llegar a prolongarse durante toda la vida. En Somalia, donde casi todas las ni?as est¨¢n mutiladas, esta pr¨¢ctica se justifica siempre en nombre del islam. Si no son purificadas, ser¨¢n pose¨ªdas por diablos, caer¨¢n en el vicio y la perdici¨®n, y se prostituir¨¢n. Los imanes aconsejan vivamente este rito: mantiene "puras" a las mujeres. Cuando Hirsi Al¨ª intent¨®, desde su papel de mujer pol¨ªtica en Holanda, abordar temas como la ablaci¨®n o los cr¨ªmenes de honor, sus compa?eros de entonces, los del PvdA, socialdem¨®crata [llegar¨¢ a ser diputada con los liberales], le echaban en cara que no respaldara sus argumentos con datos. Y es que no pod¨ªa hacerlo. Porque no existen. Los funcionarios del Ministerio de Justicia holand¨¦s alegaban que no contabilizaban los cr¨ªmenes de honor porque, al establecer ese criterio, se estar¨ªa "estigmatizando a un grupo de la sociedad". Holanda registra la cifra de homicidios anuales relacionados con las drogas y los accidentes de tr¨¢fico, pero no el n¨²mero de asesinatos basados en el honor. Ni siquiera Amnist¨ªa Internacional ten¨ªa entonces estad¨ªsticas sobre cu¨¢ntas mujeres en todo el mundo eran v¨ªctimas de cr¨ªmenes de honor. Conoc¨ªan cu¨¢ntos hombres eran encarcelados y torturados, pero eran incapaces de elaborar tablas con los n¨²meros de mujeres flageladas en p¨²blico por fornicaci¨®n o ejecutadas por adulterio. "?se no era un tema", explica Hirsi Al¨ª.
?Cu¨¢l es la relaci¨®n que tiene con su cuerpo? Tantos a?os viviendo en la convicci¨®n de que el mundo era 'haran' (pecado), tantos a?os negando su sexualidad?
Soy capaz de contemplarme desnuda ante el espejo, fugazmente, pero no es f¨¢cil. Disfruto el sexo. Pero tengo muchas amigas que no pueden, por razones f¨ªsicas, porque el cl¨ªtoris les fue extirpado, o porque sencillamente son incapaces, siguen prisioneras.
Mujer. Negra. Musulmana. Ayaan Hirsi Al¨ª resume as¨ª su vida: "Me cri¨¦ en ?frica. Vine a Europa en 1992, a la edad de 22 a?os, y fui elegida diputada por el Parlamento holand¨¦s. Hice una pel¨ªcula con Theo van Gogh y ahora vivo con guardaespaldas y circulo en coches blindados". As¨ª resume esta mujer elegante el camino que la llev¨® desde una infancia africana a convertirse en afamada diputada y escritora. Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores) es el relato autobiogr¨¢fico de una mujer que ha luchado para dejar de ser esclava de la religi¨®n isl¨¢mica y formarse como persona, llevada casi exclusivamente por su propio ¨ªmpetu, en una trayectoria en la que destaca la sinceridad que es la que al final le ha permitido distanciarse tanto del fundamentalismo isl¨¢mico como de la correcci¨®n pol¨ªtica europea. Con un estilo directo, claro, transparente, contundente e inteligente, la ex diputada desgrana en su libro la dram¨¢tica historia de una revoluci¨®n personal.
?Por qu¨¦ abandon¨® su religi¨®n?
Sent¨ª que me estaba convirtiendo en una ap¨®stata tras el 11-S. Todas las declaraciones que Osama Bin Laden y su gente citaron del Cor¨¢n para justificar los atentados, las busqu¨¦ y estaban all¨ª. Bin Laden citaba verdaderamente las aleyas de nuestro texto sagrado. "?No es posible!", pens¨¦. Pero lo era, ?all¨ª estaban! El rechazo fue algo natural. M¨¢s tarde le¨ª un libro, un libro que sab¨ªa que no me hac¨ªa falta leer porque yo ya hab¨ªa roto con Dios: El manifiesto ateo. Antes de llegar a la cuarta p¨¢gina sab¨ªa que hab¨ªa echado a Dios de mi vida. Me hab¨ªa vuelto atea. Lo descubr¨ª estando de vacaciones en Grecia, y como no ten¨ªa a nadie a quien dec¨ªrselo, me mir¨¦ en el espejo y me dije: "No creo en Dios". Habl¨¦ muy despacio y en somal¨ª. Y me sent¨ª bien, no experiment¨¦ ning¨²n dolor, sino una gran claridad. La perspectiva de abrasarme en el infierno desapareci¨® y mi horizonte se hizo muy amplio. Dios, Sat¨¢n... Todo era producto de la imaginaci¨®n. A partir de ese momento iba a pisar con aplomo el suelo bajo mis pies y orientarme a trav¨¦s de la raz¨®n y mi amor propio. Mi br¨²jula moral estaba en mi interior, en absoluto en las p¨¢ginas de un libro sagrado.
El asesinado pol¨ªtico holand¨¦s Pim Fortuyn dijo que el islam era retr¨®grado.
Seg¨²n el Informe de desarrollo humano ¨¢rabe de Naciones Unidas, si se mide a la luz de tres criterios (libertad pol¨ªtica, educaci¨®n y condici¨®n de la mujer), lo que dijo Fortuyn no es una opini¨®n: es un hecho.
?Qu¨¦ piensa usted del islam?
Yo siento que el islam se halla en una crisis verdaderamente terrible en todo el mundo, est¨¢ llamado a desaparecer. ?Sabe que el mayor n¨²mero de muertes en el mundo se producen entre musulmanes? ?De verdad alg¨²n musulm¨¢n puede seguir ignorando el choque entre la raz¨®n y nuestra religi¨®n? Durante siglos nos hemos comportado como si el conocimiento estuviera en el Cor¨¢n, nos hemos negado a cuestionar nada, nos hemos negado a progresar. Nos hemos ocultado de la raz¨®n durante tanto, tanto, tanto tiempo porque ¨¦ramos incapaces de afrontar la necesidad de integrarla en nuestras creencias. ?Son los derechos humanos, el progreso, los derechos de la mujer ajenos al islam? Al declarar infalible a nuestro profeta y no permitirnos dudar de ¨¦l, los musulmanes establecimos una tiran¨ªa est¨¢tica. Hemos fosilizado la perspectiva moral de millones de personas con la mentalidad del desierto ¨¢rabe propia del siglo VII. No s¨®lo ¨¦ramos sirvientes fieles de Al¨¢; tambi¨¦n sus esclavos. Las sociedades isl¨¢micas tienen que enfrentarse a los mismos problemas que la cristiandad antes de la Ilustraci¨®n. Yo no tengo nada en contra de la religi¨®n como fuente de consolaci¨®n, pero rechazo la religi¨®n como forma de vida.
?No cree que pueda haber un islam moderado?
La gente dice que los valores del islam son la compasi¨®n, la tolerancia y la libertad, y yo observo la realidad, las culturas y los Gobiernos, y veo que eso, lisa y llanamente, no es as¨ª. En Occidente, muchos aceptan ese tipo de aseveraciones porque han aprendido a valorar las religiones o las culturas de un modo no demasiado cr¨ªtico por miedo a que les llamen racistas. Lo peor que se le puede llamar a un holand¨¦s es racista. Su pasado colonizador, el apartheid en Sur¨¢frica? Para que nunca les puedan llamar racistas no tienen que cuestionar la inmigraci¨®n, incluso cuando ¨¦sta socava los valores de Occidente. Me produce mucha risa la Alianza de Civilizaciones del presidente Zapatero. ?Es civilizaci¨®n provocar un sufrimiento intolerable a las mujeres, se?or Zapatero? ?Es civilizaci¨®n violar los derechos humanos haciendo de las esposas, las hijas, una propiedad? ?Es civilizaci¨®n la corrupci¨®n moral de los pa¨ªses isl¨¢micos?
El islam necesita un Voltaire.
Como se necesita el aire. Ojal¨¢ se encuentre entre los 15 millones de musulmanes que viven en Occidente.
Es la europea del a?o 2006. La revista Time la consider¨® en 2005 una de las 100 personas m¨¢s influyentes del mundo. Cuando le comunicaron la noticia, Hirsi Al¨ª corri¨® a comprar un ejemplar. Pero faltaban semanas para que el n¨²mero estuviera en los quioscos. El Time que compr¨® hablaba de la pobreza en ?frica. En la portada hab¨ªa una mujer joven y delgada con tres ni?os peque?os. Llevaba una ropa como la que llevaban su abuela y su estricta madre, y en sus ojos se le¨ªa la desesperaci¨®n. Dice la mujer que pes¨® un kilo y medio al nacer, que aquella imagen la transport¨® a Somalia, a Kenia, a la pobreza, a la enfermedad y al miedo. Pens¨® en la mujer de la fotograf¨ªa y en los millones de mujeres condenadas a vivir como ella. La revista Time acababa de incluirla a ella en la categor¨ªa de L¨ªderes y revolucionarios.
?Qu¨¦ se hace con tama?a responsabilidad?
Intentar que el mundo musulm¨¢n despierte. Decir a quien quiera escuchar que los valores del mundo de mis padres generan y perpet¨²an la pobreza, y la tiran¨ªa y la opresi¨®n de las mujeres. Si los musulmanes se enfrentan a la cruda realidad en que viven, pueden cambiar su destino. [Hirsi Al¨ª habla en plural y en singular, pasa de uno al otro; a pesar de echar a Dios de su vida, se sigue sintiendo musulmana. Se viste de manera occidental, lleva pantalones, pero no se adivina casi ninguna curva de una figura que promete ser hermosa]. ?Por qu¨¦ no estoy en Kenia en un campo de refugiados agachada ante un hornillo de carb¨®n cocinando? ?Por qu¨¦ me convert¨ª en parlamentaria holandesa? He tenido suerte. [Le digo que yo creo que hace falta algo m¨¢s que suerte para recorrer un camino como el suyo... Pero sigue hablando, no quiere ser interrumpida]. Soy afortunada. No muchas mujeres son afortunadas en los lugares de donde vengo. Estoy en deuda con todas ellas de alguna manera. Necesito encontrar a las mujeres que permanecen atrapadas en la jaula mental del islam, en la estructura de la irracionalidad y la superstici¨®n, y convencerlas de que tomen en sus manos las riendas de sus vidas. En los ¨²ltimos 50 a?os, el mundo musulm¨¢n se ha visto catapultado a la modernidad. Entre mi abuela y yo media un lapso de tan s¨®lo dos generaciones, pero en realidad el salto es milenario. Hoy, cuando se cruza la frontera con Somalia, se retrocede en el tiempo cientos de a?os. Y no creo que hagan falta 600 a?os de reforma para que los musulmanes cambien el concepto de igualdad y derechos individuales. Ya tienen el modelo, s¨®lo hay que copiarlo.
En 1989, el a?o en que el ayatol¨¢ Jomeini dict¨® una fetua contra Salman Rushdie, Ayaan Hirsi Al¨ª era una devota estudiante matriculada en la Escuela Musulmana para Chicas de Nairobi. Su padre, un l¨ªder somal¨ª rebelde, hab¨ªa intentado el a?o anterior un golpe de Estado contra el dictador Mohamed Siad Barre. La familia viv¨ªa en el exilio en Kenia. A la edad de 20 a?os, la hija de la Ilustraci¨®n hac¨ªa cuatro que vest¨ªa la hijab. Cuando la noticia del edicto contra Rusdhie lleg¨® a su instituto, tanto ella como sus compa?eras se solidarizaron de inmediato con Ir¨¢n y Jomeini, incluso a pesar de no ser chi¨ªes. "Nos dijeron que el libro dec¨ªa algo horrible sobre el profeta, algo blasfemo", recuerda. "Lo primero que me vino a la cabeza fue: "?Oh! Sin duda, debe morir".
'Mi vida, mi libertad', de Ayaan Hirsi Al¨ª, editado por Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores (traducci¨®n de Sergio Pawlowsky), sale a la venta la pr¨®xima semana.
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