"Hay que pararse fuerte, amigo"
En una barriada abandonada de Ecuador s¨®lo quedan los viejos de la familia de Diego Armando Estacio para recibir su cad¨¢ver
Diego Armando Estacio era como el segundo hijo de Avelino Sivisapa. Una segunda oportunidad tambi¨¦n. Aunque era su nieto, lo cuid¨® en los a?os en los que la madre de Diego, Jackeline, hab¨ªa emigrado a Italia y ahorraba para llevarse al peque?o de la casa.
Hace dos a?os y medio, el hijo de sangre de Avelino, Manuelito, reci¨¦n graduado en Inform¨¢tica y con 20 a?os vividos decidi¨® que eran suficientes. "Me dijo que me buscaban fuera de la casa y cuando sal¨ª escuch¨¦ el disparo". Avelino cuenta que se meti¨® el ca?¨®n de una pistola en la boca y jal¨® del gatillo. "Ni sangre hubo, y me dej¨® solo".
Hoy, Avelino luce unos ojos aguados de no dormir y un ¨¢nimo gastado de vivir. "Voy a ver si me paro duro, porque si no... Es a Dios al que le toca ayudarme". Pararse duro, aguantarse, hacer frente. Dios como compa?¨ªa porque Avelino vive solo en la casa que desde hace cuatro a?os construye con las remesas que enviaban Diego y su hermana Carmen, de 23 a?os y que reside en Italia como la madre de ambos, Jackeline Sivisapa.
Casi todo el mundo se fue a buscar lo que en Ecuador no lograba: trabajo y dinero
Se trata de una construcci¨®n s¨®lida, rodeada de un alto muro y con un patio donde crecen bananos, frijoles, naranjas, papayas y pechiches (una especie de uva con la que se hacen dulces en esta zona de Ecuador), en un barrio de invasi¨®n bautizado como Useza I, en las afueras de Machala, una ciudad costera de 250.000 habitantes que es capital de la provincia ecuatoriana de El Oro.
Los mundos de Diego Armando y de Carlos Alonso Palate, el otro ecuatoriano sepultado en los escombros de la terminal 4 de Barajas reventada por ETA, son radicalmente diferentes. Diego Armando proven¨ªa de la costa ecuatoriana, tierra caliente, de bananeras y explotaci¨®n laboral, con casi nula presencia ind¨ªgena y de suburbios empobrecidos conformados en las conocidas como invasiones -cuando decenas de familias toman por las v¨ªas de hecho tierras bald¨ªas hasta que los gobiernos las convierten en barrios de hecho con p¨¦simas infraestructuras-.
Carlos Alonso fue arrancado por la emigraci¨®n de tierras altas y fr¨ªas, rodeadas de volcanes, donde no hay explotaci¨®n porque no hay trabajo, y de profundas ra¨ªces ind¨ªgenas.
Hoy los dos est¨¢n unidos por una desgracia que los asfixi¨® casi al tiempo. El mismo aire que le falta a Avelino. A sus 58 a?os, lleva cuatro sin trabajar, operado de la pr¨®stata y con una lista de enfermedades que no animar¨ªa a nadie. "Soy mantenido por la familia que hay en Espa?a e Italia". De hecho, todo el mundo se fue. El barrio Useza I es una sucesi¨®n de calles de tierra salpicada por casas de madera de equilibrio precario y alternadas con algunas nuevas edificaciones de calidad, levantadas por los emigrantes, y vac¨ªas de vida.
"Hay pueblos enteros vac¨ªos. Parecen barrios fantasma", explica Francisco, un vecino de Machala.
La emigraci¨®n es parte de la vida de un pa¨ªs que tiene fuera a casi tres millones y medio de ciudadanos y en cuyos aeropuertos, en estos d¨ªas, todas las noches hay globos, fiesta y llanatos en el recibimiento de los familiares que vuelven por Navidad.
Diego era uno de ellos. Poco despu¨¦s de cumplir los 13 a?os, su madre logr¨® llevarlo con ella a Italia, a donde hab¨ªa emigrado en 1994. Termin¨® sus estudios b¨¢sicos y no consegu¨ªa trabajo, as¨ª que prob¨® suerte en Espa?a, a donde lleg¨® hace tres a?os y en donde hab¨ªa conocido a su novia. Es uno de los muchos miembros de la familia que abandonaron Ecuador.
El recuento que hace In¨¦s Feijoa, de 71 a?os, es interminable. Es la bisabuela de Diego y la madre de Jackeline. Sus hijas, nietos, primos, hermanos... casi todo el mundo se fue a buscar lo que en Ecuador no lograban: trabajo y dinero para apoyar a los suyos. Mientras cuenta su tristeza, In¨¦s tiene suficiente trabajo dentro de la casa: cuidar al hijo discapacitado de una de sus hijas emigrantes que est¨¢ arrastr¨¢ndose por el suelo con las extremidades retorcidas y con ganas de merienda.
"Diego era humilde, era un ni?o atento. Y por all¨¢ esa gente matando... Estoy asustada todav¨ªa". In¨¦s no ha podido hablar todav¨ªa con Jackeline y est¨¢ ansiosa por la llegada de los restos mortales de su bisnieto. El velatorio no ser¨¢ en su casa, como ella quer¨ªa, sino en la que est¨¢ a medio construir en Useza I.
El abuelo del muchacho, Avelino, est¨¢ averiguando cu¨¢nto cuesta la tumba en el cementerio Parque de Paz -unos 800 euros- y ya tiene listo el tel¨¦fono de la funeraria, aunque ayer no sab¨ªa a¨²n que el cad¨¢ver estaba en camino.
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