Sadam Husein: el ¨²ltimo de su categor¨ªa
Incluso los que han criticado su forma de morir estar¨¢n de acuerdo en que Sadam Husein era brutal. Pero era brutal y curiosamente anticuado. Es posible que no volvamos a ver a alguien como ¨¦l. La muerte de Sadam no significa el final de las dictaduras, por supuesto, pero quiz¨¢ s¨ª el final de cierto tipo de dictadura cuyos s¨ªmbolos y aditamentos eran t¨ªpicos del siglo XX y ahora resultan tan desfasados como, por ejemplo, los cigarros y los sombreros de Winston Churchill, que ya en su d¨ªa desprend¨ªan un aire peculiar y decimon¨®nico.
Como todos los dictadores, Sadam era una especie de urraca a la hora de promocionarse: utilizaba cualquier cosa que ten¨ªa a mano. Aparec¨ªa con frecuencia con uniforme militar (pese a que, como la mayor¨ªa de los dictadores militares, nunca luch¨® verdaderamente en combate) y le gustaba pavonearse disfrazado de g¨¢ngster, con traje de raya diplom¨¢tica y disparando tiros al aire. Para mostrar su faceta panarabista, se presentaba como Saladino, el general musulm¨¢n que liber¨® Jerusal¨¦n de los cruzados en 1187. Cualquiera que aspire a dirigir a todos los ¨¢rabes tiene que ponerse el manto de Saladino, aunque ¨¦ste, en realidad, era kurdo. Claro que, por suerte para Sadam, Saladino hab¨ªa nacido en Tikrit, como ¨¦l.
La imagen de Saladino con los rasgos de Sadam, haciendo cabriolas en su caballo blanco y blandiendo la cimitarra, puede parecer absurda, pero es menos anticuada que los uniformes militares y los trajes chillones al estilo de Chicago. No hay nada m¨¢s pasado de moda que las modas de ayer mismo. El d¨¦spota con uniforme caqui es un producto de principios del siglo XX, cuando cayeron los viejos imperios y surgi¨® la amenaza del caos. Los modos tradicionales de gobernar y los cultos de siempre fueron barridos por unos personajes marciales que promet¨ªan un nuevo orden, disciplinado y, a menudo, agresivamente laico. Los dictadores fascistas y los comunistas, tan diferentes en muchas cosas, ten¨ªan un estilo semejante. A Sadam le fascinaba Stalin, pero la dictadura de su partido, el Baaz, pese a llamarse socialista, hab¨ªa tomado prestados muchos elementos del fascismo.
Los imperios en declive eran en su mayor¨ªa, especialmente a mediados del siglo XX, imperios coloniales, y los tiranos de uniforme proced¨ªan muchas veces de las luchas antiimperialistas, pese a que, como Idi Amin o el emperador Bokassa, hab¨ªan sido soldados en los ej¨¦rcitos coloniales. El t¨ªo y mentor de Sadam Husein, Jairullah Tulfah, fue un opositor fan¨¢tico al colonialismo brit¨¢nico. Fue ¨¦l quien alent¨® a Sadam a convertirse en Saladino.
La imagen de g¨¢ngster, tan pintoresca ya como el uniforme caqui, remite a una idea rom¨¢ntica del proscrito que lucha contra los ricos y poderosos para favorecer a los pobres. El presidente Mao devoraba libros sobre los Robin Hood tradicionales en China, y el propio Stalin era un rufi¨¢n de Georgia antes de dedicarse a la pol¨ªtica. El d¨¦spota t¨ªpico del siglo XX era un populista que aseguraba dirigir a la gente corriente contra los plut¨®cratas, los arist¨®cratas y los empresarios ¨¢vidos como sanguijuelas. Algo muy parecido a Sadam Husein.
En esta era de militancia religiosa y capitalismo global, el revolucionario de uniforme del siglo XX se ha vuelto un anacronismo. Fidel Castro est¨¢ muri¨¦ndose. Su mayor admirador, Hugo Ch¨¢vez, se permite a¨²n el lujo de emplear una ret¨®rica revolucionaria a la vieja usanza, pero es una p¨¢lida imitaci¨®n. Incluso los aut¨®cratas africanos, en su mayor¨ªa, se parecen ya m¨¢s a unos banqueros untuosos que a unos guerrilleros o unos jefes militares. Tal vez los dictadores del siglo XXI sean ayatol¨¢s y sumos sacerdotes. Lo m¨¢s probable es que sean magnates sedientos de poder. El nuevo modelo de poder y eficiencia no es el general ni el guerrillero, sino el presidente de una empresa.
Estamos presenciando, como en los a?os treinta, el eclipse de las clases dirigentes tradicionales. Los bur¨®cratas europeos, casi aristocr¨¢ticos, son objeto universal de miedo y antipat¨ªa, y los pol¨ªticos de nuestras cansadas democracias parlamentarias no inspiran mucha m¨¢s confianza. Los racistas y extremistas de otras clases obtienen cada vez m¨¢s votos en Polonia, Francia, Holanda, a expensas de la burgues¨ªa media. Sin embargo, resulta improbable que mucha gente quiera verdaderamente ver a personajes como Jean Marie Le Pen en el poder. Son demasiado groseros.
Es m¨¢s atractiva la figura del rico hombre de negocios, el "pol¨ªtico directivo", el superm¨¢nager, que promete hacer por su pa¨ªs lo mismo que ha hecho antes en beneficio propio. Como bien entendi¨® Hitler, la comunicaci¨®n de masas es fundamental para hacerse con el poder absoluto. Los aut¨®cratas modernos tienen que ser magnates de los medios de comunicaci¨®n y, como proveedores contempor¨¢neos del pan y circo, suelen ser due?os de uno o dos clubes de f¨²tbol. Hitler tambi¨¦n supo ver que la comunicaci¨®n de masas se apoya en el espect¨¢culo, la seducci¨®n y la capacidad de adormecer o acallar las discrepancias mediante sonidos embriagadores.
Podemos ver los esbozos de las dictaduras del futuro, no en rincones remotos de ?frica o Latinoam¨¦rica, sino dentro de nuestras propias democracias. No quiero decir que nuestras democracias vayan a convertirse en tiran¨ªas, sino que las t¨¦cnicas que sirven para vendernos a nuestros l¨ªderes tendr¨¢n pronto su copia en sistemas que luego no permitir¨¢n votar para librarse del tirano. El triunfo de Silvio Berlusconi en Italia fue un presagio de lo que se avecina. Este ex cantante supo exactamente c¨®mo seducir a su p¨²blico con una mezcla de propaganda y espect¨¢culo en todos sus canales de televisi¨®n y con la sugerencia de que ¨¦l, un magnate m¨¢s macho que nadie, era capaz de hacer cosas a las que los simples pol¨ªticos no pod¨ªan ni aspirar.
Si los d¨¦spotas del siglo XX, como Hitler, Stalin y Sadam, consideraban que las creencias religiosas tradicionales eran obst¨¢culos a sus fantas¨ªas modernistas, el pol¨ªtico-directivo autocr¨¢tico puede estar m¨¢s dispuesto a controlar la religi¨®n para su causa. La alianza del cristianismo evang¨¦lico y el capitalismo de empresa en Estados Unidos se?ala ya en esa direcci¨®n. En el futuro, como ha ocurrido siempre, los tiranos adoptar¨¢n el aspecto que haga falta para triunfar, pero, sean quienes sean, hay muchas m¨¢s probabilidades de que se parezcan a Richard Branson o Donald Trump que a Sadam Husein.
Ian Buruma es escritor holand¨¦s. Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia. ? Ian Buruma, 2007.
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