El Lugar soy Yo
Aun cuando tenga una enorme repercusi¨®n social, el mundo de la arquitectura y de los arquitectos tal vez sea uno de los m¨¢s endog¨¢micos, de ah¨ª que art¨ªculos como Mefisto y los arquitectos, publicado en estas p¨¢ginas el pasado diciembre por el escritor Rafael Argullol, desde la atalaya de su autoridad intelectual -o mejor, desde su simple estatuto ciudadano- sea recibido por los que consideramos esta profesi¨®n un servicio p¨²blico como una intromisi¨®n de todo punto saludable.
De todas las Bellas Artes -y convengamos que a¨²n lo sigue siendo- tal vez sea la arquitectura la que mejor sirva a la voluntad de trascendencia y perpetuaci¨®n del ser humano, de ah¨ª que un proyecto arquitect¨®nico, de la misma manera como han nacido todas las ciudades, tenga algo de acto fundacional. Cualquier proyecto, por peque?o que sea, transforma una realidad que es colectiva, un entorno con respecto al cual miles de personas han moldeado dial¨¦cticamente su condici¨®n de ciudadanos, de ah¨ª que todo paisaje urbano sea geograf¨ªa, pero tambi¨¦n sea historia. La cuesti¨®n est¨¢ en saber si el nuevo tiempo urbano que inaugura esa nueva forma es mejor que el tiempo pasado, si esa criatura es un digno testimonio del tiempo cultural en que le toc¨® nacer.
No son extra?as, pues, las vinculaciones de la arquitectura con el poder en su intr¨ªnseco af¨¢n de perpetuaci¨®n, pues, a despecho de los innumerables agentes que participan en una obra arquitect¨®nica -muchos de ellos, desde el modesto alba?il hasta el director facultativo, hacen de ella su vida durante el tiempo que dura su construcci¨®n- al final esa obra queda vinculada al pol¨ªtico, regidor, pr¨ªncipe o rey bajo cuya f¨¦rula se erigi¨®, de la misma manera que las distintas fases del Vaticano, por ejemplo, est¨¢n hist¨®ricamente m¨¢s ligadas a los Papas que las impulsaron que a los arquitectos que las hicieron. Cualquier alcalde de nuestro pa¨ªs sabe perfectamente de qu¨¦ estamos hablando.
La historiograf¨ªa arquitect¨®nica ha sido inmisericorde con el Movimiento Moderno y su correlato en el llamado "estilo internacional" por cometer dos pecados capitales: el primero de ellos fue la descontextualizaci¨®n, esa uniformidad estil¨ªstica y formal que, haciendo abstracci¨®n completa de las condiciones f¨ªsicas del lugar, permit¨ªa que cualquier edificio pudiera colocarse en cualquier parte. Y el segundo, el desprecio a la dimensi¨®n simb¨®lica de la arquitectura, sometida al dictado de la cruda funcionalidad.
La paradoja es que los movimientos posteriores, pendulares y contrarios a los excesos del funcionalismo y la internacionalizaci¨®n, esto es, el posmodernismo y el deconstructivismo, en su af¨¢n de personalizaci¨®n de la obra arquitect¨®nica, dieron como resultado una forma de internacionalizaci¨®n a¨²n mayor: la de los arquitectos-estrella f¨¦rreamente vinculados no ya a la dimensi¨®n simb¨®lica que reclam¨¢bamos, sino a su preponderante condici¨®n de publicistas, creadores de logos y de im¨¢genes. Como dice Oriol Bohigas, "la arquitectura de la imagen es, por su propia naturaleza, la de un individualismo feroz; est¨¢ claro que para que un rascacielos sea importante es imprescindible que no se parezca en nada al que tiene al lado, que sea, antes que nada, distinto". Es desde esa consentida arrogancia como, seg¨²n cuenta Argullol en el art¨ªculo mencionado, un representante del equipo ganador del rascacielos que viola la horizontalidad de San Petersburgo calificaba a los petersburgueses discrepantes como "un lastimoso grupito". Pero es tambi¨¦n esa misma arrogancia la que hace que estos arquitectos, convertidos en aut¨¦nticos t¨®tems medi¨¢ticos, acaben siendo esclavos de su propia iconograf¨ªa, cuyo valor a?adido es lo que se busca, condenados para siempre a repetirse a s¨ª mismos o, sencillamente, abocados a ser en cada ocasi¨®n retorcida, dram¨¢tica o grotescamente originales. Si con el Movimiento Moderno el mismo "estilo" val¨ªa para cualquier sitio, asistimos hoy a otra forma de descontextualizaci¨®n: cualquier artefacto vale para cualquier sitio ...siempre que sea "de autor". No es por casualidad que en la exposici¨®n On-Site: new architecture in Spain, primero exhibida en Nueva York y ahora en Madrid, sin dem¨¦rito de la calidad de las obras seleccionadas, incuestionable en la mayor¨ªa de los casos, rara vez aparecen inscritas en sus emplazamientos geogr¨¢ficos, claro ejemplo de que la dimensi¨®n medi¨¢tica de la obra prima sobre los v¨ªnculos que pudieran y debieran mantener con el lugar, como queriendo decir, rememorando al Rey Sol, "el Lugar soy Yo".
Y puesto que hablamos de rascacielos, vemos ¨²ltimamente que en nuestro pa¨ªs, al que le cuesta mucho sacudirse los h¨¢bitos de nuevo rico, la alianza de los poderes pol¨ªticos y econ¨®micos ha dado lugar a una desenfrenada y pri¨¢pica carrera por ver en qu¨¦ ciudad se hace la torre m¨¢s alta y, claro est¨¢, distinta. La ¨²ltima competici¨®n se est¨¢ produciendo actualmente en Sevilla, donde, en el momento de escribir estas l¨ªneas, se dirime la construcci¨®n de una torre m¨¢s alta que la Giralda entre tres reputados arquitectos internacionales. Uno de los proyectos justifica su propuesta en "que la Giralda estaba sola y hac¨ªa falta alguien que la sacara a bailar". No contento con esta sustanciosa justificaci¨®n, el autor explica que su torre, de 187 metros de altura, "tendr¨¢ formas de traje flamenco" y "se cubrir¨¢ con una piel de cer¨¢mica verde y blanca, como un patr¨®n de un mosaico andaluz".
Eximo al reputado colega de toda culpabilidad en el comentario, y no por una pedestre solidaridad corporativa sino porque lo realmente penoso es que en este pa¨ªs hayamos tenido que llegar a esto: que semejante gui?o aldeano pueda ser proferido por alguien de indudable talento, probablemente porque no tenga m¨¢s remedio que hacerlo as¨ª, si quiere obtener un salvoconducto para llegar al coraz¨®n de las fuerzas vivas locales. No s¨¦, tal vez est¨¦ equivocado y esto sea un ejemplo de lo que algunos consideran fruct¨ªfera simbiosis de lo local y lo global, una met¨¢fora algo chusca de la mundializaci¨®n de nuestra sociedad, con sus intr¨ªnsecas paradojas. Pero me temo que no. Me temo que la escuder¨ªa de los arquitectos-estrella, en su papel de demiurgos o catalizadores de la modernidad -como creo haberle o¨ªdo una vez a Vicente Verd¨²- no est¨¢n haciendo otra cosa que suministrar la coartada cultural para justificar los despilfarros megalomaniacos con que las ciudades compiten como empresas en el mercado global. Y ello en un momento en el que la magnitud y la complejidad de los problemas urbanos, si no queremos que nos estallen en la cara, requieren tanto del rigor cient¨ªfico para comprender situaciones nuevas como del coraje pol¨ªtico en la acci¨®n, m¨¢s que de banalidades publicitarias para consumo de revistas especializadas y malformaci¨®n de estudiantes de Arquitectura. En definitiva, unas actitudes parecidas a las de los ap¨®stoles del Movimiento Moderno. Quiz¨¢ se pasaron de fundamentalistas, y de ingenuos, en su pretensi¨®n de lograr un arte total, pero por lo menos nadie les pudo negar su decencia.
Salvador Moreno Peralta es arquitecto.
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