La opci¨®n de Madeleine
Madeleine Z. muri¨® dulcemente en su casa de Alicante el viernes, despu¨¦s de haber tomado un helado con el que hab¨ªa mezclado varios medicamentos que le provocaron la muerte. La enferma hab¨ªa decidido morir, o m¨¢s bien "dejar de no vivir", al comprobar que la esclerosis lateral amiotr¨®fica que le diagnosticaron en 2001 progresaba r¨¢pidamente hacia una invalidez total. Sab¨ªa que no le quedaba mucho tiempo de vida, pero Madeleine no quiso vivir el tiempo que le quedara atrapada en un cuerpo inv¨¢lido que sin embargo mantendr¨ªa intacta toda su capacidad de sufrimiento. Eligi¨® libremente y eligi¨® morir, ofreciendo su testimonio como una contribuci¨®n p¨®stuma al debate sobre la conveniencia de regular la eutanasia en Espa?a en determinados supuestos.
La libertad es un elemento fundamental de la dignidad humana. Y para muchas personas, disponer de la propia vida es el mayor ejercicio de libertad. La muerte es la estaci¨®n final del viaje que todos emprendemos al nacer, pero algunas veces el ¨²ltimo tramo puede resultar tan penoso que no merezca la pena ser recorrido. Cada vez hay m¨¢s casos de pasajeros como Madeleine que renuncian al derecho a seguir viajando y reclaman una parada especial, voluntaria. La actual legislaci¨®n no prev¨¦ que el tren pueda parar a demanda, y tal como est¨¢ redactado el art¨ªculo 143 del C¨®digo Penal, que castiga la ayuda necesaria al suicidio, la ¨²nica posibilidad que le queda al pasajero desahuciado es tirarse del tren en marcha. Madeleine ha podido ejercer su libertad de forma digna, pero ?cu¨¢ntos enfermos se ven abocados a tirarse del tren de forma indigna y dolorosa?
La sociedad evoluciona casi siempre m¨¢s deprisa que sus leyes, y todo apunta a que en el caso de la eutanasia puede ocurrir lo mismo que con la regulaci¨®n del aborto. Cuando la ley ignora la realidad, la sociedad tiende a buscar mecanismos alternativos aprovechando los resquicios de la norma o directamente al margen de ella. La sociedad espa?ola debe reflexionar al respecto. Porque la clandestinidad no s¨®lo a?ade sufrimiento a situaciones muy dolorosas sino que cubre con un manto de opacidad algo que, por su naturaleza irreversible, debiera ser objeto del m¨¢ximo control y la m¨¢xima transparencia.
Este caso plantea otra reflexi¨®n. ?Hubiera prolongado algo m¨¢s su vida si hubiera tenido la certeza de que cuando quedara inv¨¢lida podr¨ªa recibir ayuda para morir cuando la solicitara? Muchos enfermos que deciden morir lo hacen antes de lo que ellos querr¨ªan por miedo a perder la autonom¨ªa funcional necesaria para poder disponer de su vida. Temen que les ocurra como a Inmaculada Echeverr¨ªa, una enferma de 51 a?os con distrofia muscular que ha pedido morir y no puede hacerlo porque para ello necesita una ayuda que la ley penaliza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.