La burbuja de La Toja
Los 153 trabajadores de la f¨¢brica de cosm¨¦ticos encajan con desconcierto el cierre de una empresa hasta ahora mod¨¦lica
Mastican con una mezcla de sentimientos encontrados -amargura, incomprensi¨®n, desconcierto, preocupaci¨®n y ganas de lucha- la noticia con la que estrenaron el a?o: la multinacional alemana Henkel & Schwarzkopf cerrar¨¢ irrevocablemente en diciembre sus instalaciones en Culleredo (A Coru?a) para llevarse a Eslovenia la producci¨®n y la maquinaria que fabrica geles, pasta dent¨ªfrica y espuma de afeitar con la marca creada por el marqu¨¦s de Riestra en 1905 para aprovechar las beneficios minerales de la isla de A Toxa.
Son 153 trabajadores en plantilla que ten¨ªan, confiesan, la sensaci¨®n de ser, hasta ahora, "privilegiados" en una sociedad que arrastra paro, precariedad laboral y escasez de alternativas. Ten¨ªan "un chollo", en los dos sentidos del t¨¦rmino, reconocen. Pero se acaba y con ¨¦l se trunca "el orgullo" por trabajar para una marca "con prestigio", "la ilusi¨®n" por las ¨®ptimas condiciones laborales y las perspectivas de tener el futuro resuelto. Mientras relatan su experiencia y su estado de ¨¢nimo, evocan entre bromas im¨¢genes de pel¨ªculas: el striptease de los parados de Full Monty o la descorazonada busca de empleo en la r¨ªa de Vigo del protagonista de Los lunes al sol.
Carolina L¨®pez se enter¨® casi a la par de su embarazo y de que va a quedar en el paro
"Entramos a trabajar con 14 a?os, cuando a¨²n llev¨¢bamos pantal¨®n corto"
Carolina L¨®pez Abad, de 34 a?os, se enter¨® casi a la par de su embarazo, el primero, y del pr¨®ximo cierre de la f¨¢brica en la que trabaja desde hace una d¨¦cada. El sabor "es agridulce". "Que quede claro que bienvenido sea mi b¨¦b¨¦", destaca, aunque "no venga con un pan debajo del brazo, sino con la llave". Representa la media que pueblan las estad¨ªsticas. Esper¨® a consolidar su trayectoria laboral para casarse, comprar a cr¨¦dito una vivienda y formar una familia. "Todo porque ten¨ªa una seguridad en el trabajo. Ahora tengo una hipoteca temporal y otra de por vida". La joven se declara "muy desmoralizada" pero con ganas de "luchar hasta el final". Es, por UGT, secretaria del comit¨¦ de empresa de la f¨¢brica La Toja. Y candidata a engrosar otras medias de las estad¨ªsticas, la de mujer trenta?era con formaci¨®n (tiene el t¨ªtulo de electr¨®nica) y experiencia profesional pero en el paro.
"Es una etapa dorada que se ha ido al garete", suscribe ?lvaro Otero Abell¨®n, de 36 a?os, casado, con un ni?o de 10 meses y una hipoteca en el banco. Sent¨ªa "un orgullo" por trabajar en la f¨¢brica de La Toja del que ya no puede presumir. Tras nueve a?os en envasados, lleva cinco en un departamento, el de mantenimiento, que "era el futuro, con una plantilla renovada, joven y preparada". Sonr¨ªe, pero con amargura. Al igual que ?lvaro o Carolina, "la garant¨ªa de futuro", ahora esfumada, que les proporcionaba La Toja, unida al buen ambiente y condiciones laborales, a la modernidad de las instalaciones y la tecnolog¨ªa, fueron las razone que animaron a Marco Antonio Fern¨¢ndez Cort¨¦s a cambiar una incipiente carrera como comercial por la f¨¢brica en la que su madre y cuatro de sus t¨ªos entraron cuando ¨¦l a¨²n no hab¨ªa nacido. "Estaba muy contento, y ahora, muy tranquilo en el ¨¢mbito personal porque conf¨ªo en mis posibilidades y mis contactos para encontrar otra cosa. Pero estoy preocupado por mi familia", dice.
Marco tiene 34 a?os y vive solo. Sus parientes superaron el medio siglo de vida y son a¨²n j¨®venes para jubilarse, pero demasiado mayores para ser contratados en otro empleo. Peinar canas resta puntos al bagaje profesional en el competitivo y precario mundo laboral de hoy en d¨ªa.
A expensas de saber c¨®mo labrarse otro futuro para sacar adelante a sus respectivas familias, los trabajadores intentan de momento digerir la desintegraci¨®n anunciada de su familia laboral. Porque la empresa de cosm¨¦ticos La Toja es, sobre todo, una historia de familia. Son ya dos generaciones. En la r¨ªa de A Coru?a, permanece a¨²n el esqueleto de la f¨¢brica original, donde comenz¨® en 1964 la fabricaci¨®n de los famosos jabones de color negro. "Entr¨¢bamos a trabajar con 14 o 15 a?os, los hombres a¨²n en pantal¨®n corto y las mujeres con calcetines. Nos hicimos adultos juntos", explica Javier Louro Fern¨¢ndez. ?l y su esposa cumplir¨¢n este a?o cuatro d¨¦cadas en la factor¨ªa que vieron crecer, en la que pasaron de hacer los an¨¢lisis para la fabricaci¨®n del jab¨®n casi en el suelo a utilizar la tecnolog¨ªa m¨¢s moderna. "Y nos choca que cierre despu¨¦s de tanta lucha", lamentan.
De peleas y conquistas sociales sabe su colega de trabajo y de sindicato Consuelo L¨®pez Villaverde, quien tambi¨¦n suma 39 a?os en La Toja. "Empec¨¦ en una dictadura sin derechos y ahora me ponen de patas a la calle sin derecho a una pensi¨®n", sentencia Chelo, aut¨¦ntico pilar de la memoria hist¨®rica de La Toja coru?esa desde la cual combati¨®, dentro y fuera, por la libertad democr¨¢tica y pol¨ªtica como fundadora de Comisiones Obreras en la clandestinidad, por los derechos de las mujeres y las mejoras laborales.
Tras el traslado en 1980 de la f¨¢brica, entonces en manos del Banco Pastor, del puente de A Pasaxe hasta Culleredo, sus trabajadores lograron reducci¨®n de jornada a 40 horas, el 100% del salarios en bajas por enfermedad, nuevas contrataciones y planes de formaci¨®n. Y la activista Chelo resume el sentir general de sus compa?eros cuando destaca las sustanciales mejoras conseguidas tras comprar Henkel la factor¨ªa, en 1992. La plantilla estaba agradecida y encantada con el grupo alem¨¢n, "serio, con poder", que no regate¨® nunca en subidas salariales, en prevenci¨®n y seguridad laboral, en medidas medioambientales y en propiciar formaci¨®n a sus empleados. De ah¨ª la incomprensi¨®n por el cierre.
Hab¨ªa compromiso, "amistad y di¨¢logo" entre Henkel y sus trabajadores, cuenta el presidente del comit¨¦ de empresa, Miguel Agui¨®n Bouzas. "Y ahora a la calle sin alternativa, ni de trabajar para ellos ni para otros como ellos". ?Qu¨¦ fue de la pol¨ªtica de los alemanes que arguyeron siempre hasta ahora que no se pod¨ªa echar a la calle a un padre de familia? Dentro de once meses, ser¨¢n 153 las familias candidatas a engrosar las listas del paro.
Y esa cualificaci¨®n y especializaci¨®n de la plantilla que tanto apreciaban se torna ahora un arma de doble fila. La media de edad de los trabajadores de La Toja es de 46 a?os, cifra cr¨ªtica para buscar empleo. Miguel, hijo de uno de los ¨²ltimos jaboneros de La Toja ya jubilado, entr¨® en la f¨¢brica nada m¨¢s terminar el instituto y se especializ¨® en la elaboraci¨®n de geles y champ¨²s. "Formaci¨®n tengo mucha, pero enfocada toda a una actividad muy especializada. No tengo recolocaci¨®n en esta zona para mi trabajo, no hay industria del mismo sector", destaca este hombre de 43 a?os, casado y con un hijo a¨²n en edad escolar.
Su compa?ero Luis Seijo Veiga, tambi¨¦n con esa "edad complicada" de 46 a?os, asiente. "No hay industria" y el futuro se le aparece "muy dif¨ªcil" incluso teniendo un oficio. Es mec¨¢nico pero llevaba dos d¨¦cadas con un empleo en la f¨¢brica de cosm¨¦ticos, con el que esperaba pagar los estudios de su segundo hijo, de 17 a?os.
Pero entre la amargura y la incertidumbre que invaden a estos representantes de los trabajadores de La Toja en A Coru?a, gana el af¨¢n "de luchar hasta el final por los puestos de trabajo, en cualquier actividad". Quedan 11 meses para el cierre. Y su movilizaci¨®n no ha hecho m¨¢s que empezar.
Fuga hacia el este de Europa
La plantilla de La Toja es v¨ªctima "indignada", dicen sus representantes, de la tan cacareada deslocalizaci¨®n de empresas, palabra inexistente en el vocabulario castellano pero que se generaliz¨® con la reciente entrada en la Uni¨®n Europea de pa¨ªses del Este, como es el caso de Eslovenia, que acaba de estrenar el euro como moneda nacional y donde en 2008 se fabricar¨¢n los cosm¨¦ticos de la marca gallega.
Son los nuevos socios pobres de Europa, como lo era Espa?a en 1982 cuando se incorpor¨® a la UE, y el capital de pa¨ªses fuertes en el continente se hizo con la f¨¢brica gallega de Culleredo, en los alrededores de A Coru?a, que tuvo sucesivamente due?os suecos, franceses y finalmente alemanes. La mirada de los trabajadores de La Toja se vuelve hacia la administraci¨®n auton¨®mica para reclamarle que act¨²e, que no deje morir a la industria en Galicia. "Aqu¨ª se deslocaliza y, a cambio, no viene nada", protesta Luis Seijo.
La veterana sindicalista Chelo L¨®pez echa pestes contra las "transnacionales", "la globalizaci¨®n del mercado que pisotea los derechos adquiridos de los trabajados, destruyendo el medio ambiente, para explotar el llamado Tercer Mundo con salarios de miseria para que una minor¨ªa viva en la opulencia". Su compa?ero Javier Louro advierte de que si la Xunta "no se moja" para atraer y consolidar la actividad empresarial en Galicia "esto se va a convertir en un geri¨¢trico del que huir¨¢ la juventud".
La decisi¨®n de Henkel de cerrar su f¨¢brica atiende, esencialmente, a razones de rentabilidad econ¨®mica, de concentrar su producci¨®n en tres f¨¢bricas, entre ellas la de Eslovenia, para abaratar costes y aumentar beneficios. Pero los directivos de la multinacional alemana Schwarkopf & Henkel esgrimieron otro argumento principal, cuando acudieron hace 15 d¨ªas a Galicia para sentenciar su decisi¨®n irreversible: la lejan¨ªa de la comunidad aut¨®noma.
La f¨¢brica de Culleredo est¨¢ "lejos del centro de Europa", arguyeron los directivos de la multinacional en Espa?a, lo que incrementa los costes para importar las materias primas que se utilizan en la fabricaci¨®n de cosm¨¦ticos y tambi¨¦n su exportaci¨®n posterior a los mercados centrales del continente.
Los representantes de los trajadores exponen este argumento de la empresa entre la resignaci¨®n y la incomprensi¨®n. Y en este punto tambi¨¦n piden un compromiso de las administraciones p¨²blicas para que den prioridad a la mejora de los transportes y contribuyan a acercar Galicia a Europa.
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