El hombre de honor y la mentira popular
En sus imprescindibles memorias, el l¨ªder partisano, verdugo comunista, intelectual y finalmente hombre de honor que fue Milovan Djilas, explica con detalle c¨®mo un d¨ªa muy especial en plena guerra, apunt¨® con su fusil a un prisionero en fuga que corr¨ªa por un altiplano montenegrino, apret¨® el gatillo y vio c¨®mo ca¨ªa abatido el hombrecillo. Djilas aseguraba poco antes de morir como un venerable anciano sabio, que en la fracci¨®n de segundo que sinti¨® le pasaba del cerebro al dedo la orden de matar al enemigo sinti¨® tanta culpa como orgullo y por primera vez surgi¨® una fuerza de contrapeso a la feroz ideolog¨ªa que se erigi¨® en la mentira popular.
El implacable Djilas pens¨® tanto en la vida del infeliz como en la fuerza que lo indujo a apretar el gatillo. Entre los hombres sin piedad que dirig¨ªan la resistencia comunista se cre¨® entonces una imperceptible fisura. Rankovic ser¨ªa un asesino hasta su muerte, Kardelj un ide¨®logo amanerado y Tito el fatuo hombre de poder. Djilas nunca volvi¨® a ser uno de ellos. En la plenitud del poder, en la victoria, supo ver el sufrimiento al que somet¨ªan mentira y odio a todos. All¨ª surgi¨® el hombre de honor que habr¨ªa de decir verdades que, parad¨®jicamente, hicieron libres a otros pueblos antes que al suyo. Djilas despreciaba tanto a la Serbia nacionalista de Slobodan Milosevic en la que muri¨® en 1995, como a la Yugoslavia corrupta y mentirosa que construy¨® su compa?ero de armas, Josip Broz Tito.
La p¨¦sima noticia actual es que el nacionalismo que asumi¨® en Serbia la miseria moral y el legado de brutalidad de la ideolog¨ªa comunista sigue viva. El domingo consigui¨® ser otra vez la fuerza m¨¢s votada con un 28,7%. Un tercio de los esca?os. Tristes datos. Y con su caudillo preso como criminal de guerra en La Haya. Serbia es, sin duda, una peligrosa anomal¨ªa. Tambi¨¦n lo es, que en zonas de Europa occidental mimadas por el bienestar y la democracia algunas opciones criminales, etnicistas e identitarias consigan mayor¨ªas o minor¨ªas amplias que condicionan la vida pol¨ªtica de las democracias. Puede que lo peor no sea que el partido m¨¢s votado es abiertamente nazi como es el SRS de Seselj. Quiz¨¢s lo sea que el jefe del Gobierno actual, Vojislav Kostunica -ya saben, "nacionalista moderado"-, es un experto en presentarse como disuasor de las fobias antieuropeas que le benefician y por tanto no dejar de promocionar. Los nacionalistas "moderados" dicen que los radicales han perdido. Resulta un mensaje familiar. En realidad se han repartido el triste mensaje de victimismo que fomenta la gran mentira popular. Serbia no logra pasar p¨¢gina. Quiz¨¢s Zoran Djindjic hubiera acabado con la plaga de mentiras y mentirosos que atenaza a Serbia a su pasado miserable y culpable. Pero tambi¨¦n a ¨¦l lo mataron.
Si Hitler se nutri¨® de la leyenda del apu?alamiento (Dolchstosslegende) de Versalles, Milosevic del mito del Campo de los Mirlos y todos los nacionalistas de agravios inflados o imaginarios, la mentira popular serbia aun insiste en ignorar que la destrucci¨®n de Yugoslavia -que Milosevic inici¨®- s¨®lo concluir¨¢ cuando todos acepten que Kosovo no es Serbia. La guerra lo cambi¨® todo all¨ª como Hitler logr¨® que Pomerania oriental y K?nigsberg dejaran de ser Alemania.
Quiz¨¢s algunos entren en raz¨®n. Puede que no. Kostunica ya coquetea con la Rusia del Se?or de la Lubianka para un chantaje conjunto a la UE. Como los ultras. Europa no tiene fuerza para combatir all¨ª la mentira popular y por eso ayer se columpiaba de nuevo en sus propios enga?os optimistas. La ¨²ltima vez que los serbios se lanzaron a matar por dicha mentira el hombre de honor que puso fin a la matanza fue un norteamericano, un tal Bill Clinton. Nadie se alarme por los tristes resultados electorales. No auguran matanzas inmediatas. Pero nadie conf¨ªe en un fin pr¨®ximo de la mentira que envenena a Serbia y paraliza a todos los Balcanes occidentales en un pozo negro.
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