La historia de Espa?a
La historia de Espa?a es como la morcilla de mi pueblo. Se hace con sangre, y se repite.
Ya no recuerda cuando escuch¨® por primera vez estas palabras, que son versos aunque no lo parezcan, pero no las ha olvidado. Tampoco podr¨¢ olvidar nunca el nombre de su autor, ?ngel Gonz¨¢lez, tan corriente que ni siquiera se dir¨ªa digno de un poeta. Y sin embargo, lo es. Tanto, y hasta tal punto, que ella recuerda cada d¨ªa esos versos que no parecen versos, sino una f¨®rmula de su pensamiento o las cuerdas tensas de su coraz¨®n, esos versos que ya son tambi¨¦n suyos, porque aciertan a encarnar su propia memoria. La historia de Espa?a es como la morcilla de mi pueblo. Es lo que tiene este pa¨ªs, piensa ella, que otra cosa buena no, pero poetas?
Cuando era ni?a, com¨ªa morcilla pocas veces; carne, nunca. En su pueblo, los pobres desayunaban gachas, com¨ªan sopas de pan con jud¨ªas blancas y cenaban esas mismas jud¨ªas ali?adas con aceite y vinagre. Todos los d¨ªas igual, siempre lo mismo, aunque los domingos, con suerte, hab¨ªa un pu?ado de fideos para enjoyar la sopa cotidiana. Ahora, mirando a sus nietos, a sus bisnietos, piensa que ellos no pueden entenderlo, por m¨¢s que le pregunten, algunos hasta con avidez, por el pasado.
?Y en tu pueblo hubo huelgas, abuela? ?Ocupasteis las tierras? Acababan de ver un documental en televisi¨®n, y por una vez hab¨ªan apagado todos esos cacharritos min¨²sculos que siempre llevan colgados del cuello. Ella no entiende c¨®mo funcionan. Hace setenta a?os, tampoco entendi¨® muy bien por qu¨¦ los jornaleros sin tierras se negaban a trabajar. ?Por qu¨¦ hace usted huelga, padre? Para que t¨² no tengas que levantarte en medio de la noche a alimentar a las mulas. Eso s¨ª lo entendi¨®. Desde que ten¨ªa memoria, alguien la despertaba a las cuatro, a las cinco de la madrugada para que le diera pienso a las mulas. A todos los ni?os que dorm¨ªan en el pajar, vestidos y amontonados con las familias de otros jornaleros, les despertaban igual. Hasta que crec¨ªan, y llegaban a la edad de empezar a trabajar en serio, y por fin les dejaban dormir de un tir¨®n.
La historia de Espa?a se hace con sangre, y se repite. Luego, a los 10 a?os, se vino a Madrid, a casa de su hermana mayor. Faltaba poco para las elecciones, y unas se?oras vestidas de oscuro, con sombrero y cruces de oro sobre el pecho, aparecieron en el patio de aquella casa de corredores para anunciar que en la calle ten¨ªan un cami¨®n lleno de colchones de lana, y que le regalar¨ªan uno a cada persona que se comprometiera a votar contra el Frente Popular. Porque en Madrid, en aquella casa que la hab¨ªa dejado con la boca abierta, porque era s¨®lo para su hermana, y ten¨ªa dos cuartos, y una cocina con su fog¨®n para ellos solos, la gente no ten¨ªa dinero para comprar colchones. Aquel d¨ªa, mientras corr¨ªan a aquellas se?oras calle arriba, muertas de risa, ella a¨²n no conoc¨ªa la naturaleza sangrienta y repetitiva de la historia de Espa?a, pero no tard¨® mucho en descubrirla.
En los ¨²ltimos tiempos, piensa mucho en todo esto, quiz¨¢ porque sabe que para ella ser¨¢n los ¨²ltimos de verdad. Piensa que todo ha cambiado mucho y que nada ha cambiado tanto en realidad. La historia, que durante su infancia fue fren¨¦tica, luego de una lentitud insoportable, y ahora viva, cambiante de nuevo, le ha pasado por encima sin pedirle permiso. Todav¨ªa recuerda c¨®mo llor¨® el d¨ªa que su nieta mayor acab¨® la carrera de derecho. Era la primera persona con sus apellidos que iba a la universidad, y ahora ya ni siquiera sabe lo que estudian sus bisnietos. Se ha acostumbrado a esa riqueza y, sin embargo, no ha perdido la memoria de su antigua pobreza.
La historia de Espa?a es como la morcilla de su pueblo. La historia, a secas, se hace con sangre, y se repite. Ahora ya no hay jornaleros sin tierras, nadie despierta a sus hijos de madrugada para que alimenten a las mulas del amo, y tampoco se pueden comprar votos con colchones. Pero los nietos de aquellas se?oras se siguen considerando los amos de este pa¨ªs, y cuando la voluntad popular los aparta del poder, reaccionan igual que sus abuelos. El resultado es muy distinto, desde luego. Ahora no pasa nada, ni va a pasar, porque Espa?a ha cambiado, su sociedad ha cambiado, su ej¨¦rcito ha cambiado; pero a ella no le queda mucho tiempo de vida, y le gustar¨ªa morirse sin la sensaci¨®n de haber vivido siempre en casa ajena, de estar condenada siempre, desde siempre, a vivir en su propio pa¨ªs como si no fuera m¨¢s que una versi¨®n ampliada del remoto pajar de su infancia.
Le gustar¨ªa olvidar de una vez aquellos versos, pero no puede. La historia de Espa?a es como la morcilla de mi pueblo. Se hace con sangre, y se repite.
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