Conmoci¨®n
Hay cat¨¢strofes anunciadas y adem¨¢s presentidas. No me estoy refiriendo al cambio clim¨¢tico que, como todos sabemos, es una filfa que una serie de estudiosos americanos, por lo menos, demostrar¨¢ despu¨¦s de haber recibido los correspondientes fondos para hacerlo. No, me estoy refiriendo a cat¨¢strofes mucho m¨¢s peque?as, pero que, como nos resultan muy cercanas, tanto que nos tienen como protagonistas, si no como v¨ªctimas, nos dejan temblando. Exacto, se trata del ordenador.
Pongamos que de un tiempo a cierta parte uno, sin saber por qu¨¦, tiene como barruntos de que su fiel ordenador estar¨ªa a punto de fallar. Pero, ?qu¨¦ podr¨ªa hacer?; ?apuntarle a terapia familiar?, ?llevarle a los m¨¦dicos de ordenador para que le miren la tensi¨®n y el colesterol? Pongamos que incluso uno, que es un usuario competente, est¨¦ dispuesto a suministrarle pastillas contra los virus y el dolor de cabeza electr¨®nica o cerebro, pero, ?y si lo que tiene son c¨¢lculos renales? Lo cierto es que no hay medicina preventiva en el campo de la inform¨¢tica; s¨®lo hay, en el mejor de los casos, doctores tipo House, digo por lo de la pericia diagn¨®stica, no por su amabilidad, y, en ¨²ltimo extremo, deslumbrantes forenses y criminalistas del CSI. Pero para entonces todo el da?o est¨¢ hecho y uno se queda sin ordenador. Tal vez lo salven con un buen tratamiento o con un transplante de h¨ªgado, tal vez incluso se d¨¦ la buena suerte de que no se le estropea la memoria en uno de esos famosos ataques de demencia del disco duro, pero ?qu¨¦ ocurre con el pobre usuario en el preciso instante en que intenta conectar con su fiel compa?ero como de costumbre y ve c¨®mo echa chispas y le abandona con un rictus de tristeza, quiz¨¢ de burla, en los archivos? No ocurre nada. Nada bueno, se entiende, porque despu¨¦s de darse a los mil diablos y de realizar, dicho sea metaf¨®ricamente, el mismo gesto de abrir el cap¨® que hacen los conductores a quienes les abandona su desodorante, digo, su fiel coche, se ve compelido a tragarse sus desconocimientos y a postergar, hasta que le den el alta a su CPU, todo cuanto tenga pendiente.
Digo que uno se pone a echar de menos a su fiel acompa?ante mientras reza a los dioses del ciberspacio para que no se pierda la informaci¨®n que, por no considerarla imprescindible, omiti¨® copiar en un disquete. Se abre un tiempo de zozobra que uno torea como puede y con muchas dosis de resignaci¨®n aprendida en ocasiones similares. Se jura que matar¨¢ cuatro, qu¨¦ digo, cinco vacas cuando regrese el hijo pr¨®digo, y promete con la misma solemnidad con que prometi¨®, ?tantas veces!, que iba a dejar de fumar, digo que pone a Youtube por testigo, que har¨¢ copias de seguridad hasta de los acuses de recibo del correo electr¨®nico. Y como, entre tanto, ya no le queda otra que pasar el tiempo mir¨¢ndose el ombligo, descubre que igual no lo tiene tan vasco como cre¨ªa ya que los ombligos vascos se perciben a s¨ª mismos, como hablando euskera, danzando aurreskus y porrusaldas (?iba a tener raz¨®n el brib¨®n de Voltaire cuando nos defini¨® como "ese pueblo que baila a un lado y otro de los Pirineos"!), jugando a la pelota, practicando deportes rurales y costumbres puramente vascas (?cu¨¢les?) y comiendo, pero a cierta distancia de los guarismos que los encuestados expresaron para todo lo anterior, gastronom¨ªa puramente vasca, se supone, o sea, esos cuatro platos t¨ªpicos y volver a empezar. Pero entonces su ombligo no totalmente o genuinamente vasco le susurra que no tiene por qu¨¦ emprenderla con Eusko Ikaskuntza por haber realizado la encuesta en cuesti¨®n y tampoco con esos vascos que tienen una imagen tan pobre de s¨ª mismos que no introducen, o lo hacen residualmente, ni el cine ni la literatura ni el teatro ni las artes pl¨¢sticas ni arquitect¨®nicas en la imagen. Y, cuando est¨¢ a punto de callarle la boca a su ombligo por impertinente, el muy pitagor¨ªn le aconseja que se alquile un ordenador en la tienda de la esquina y se quite las malas pulgas escribiendo chorradas. ?C¨®mo para no obedecerle!
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