Espa?oles en los campos nazis
Le¨®n Navarro Vera espera impaciente una visita. Desde la terraza de su domicilio, en las afueras de Grenoble, observa el paso de los veh¨ªculos alrededor del vecindario. Son las cuatro de la tarde del 24 de octubre de 2006 cuando aparece un Seat Ibiza plateado de cuyo interior salen un hombre y una mujer. No ha visto nunca sus rostros, pero est¨¢ seguro de que son ellos, Benito Bermejo y Sandra Checa. Desde la terraza les saluda y les recomienda con una voz en¨¦rgica aparcar en el interior de la urbanizaci¨®n. Ha tenido que esperar 61 a?os para poder contar su historia a unos compatriotas: desde el 19 de enero de 1944 hasta un d¨ªa impreciso de 1945 estuvo prisionero en el campo de Dora-Mittelbau, en el centro de Alemania, una inmensa factor¨ªa enclavada en el interior de una monta?a donde se fabricaban los cohetes V-2 para el Ej¨¦rcito alem¨¢n. Le¨®n Navarro fue uno de tantos deportados a los campos nazis, tal vez el ¨²ltimo testigo espa?ol en vida de cuanto sucedi¨® en el oscuro interior de aquella f¨¢brica.
Siete j¨®venes de Madrilejos fueron deportados al campo de Mauthausen y los siete murieron
Los deudos de ex deportados reciben pensi¨®n de Francia y Alemania, y nada de Espa?a
Benito Bermejo y Sandra Checa son dos historiadores espa?oles. No tuvieron noticias de la existencia de este deportado espa?ol hasta hace unos a?os. Y fue por casualidad.
Durante una visita a una exposici¨®n celebrada en Par¨ªs en 2001 sobre la memoria de los campos de concentraci¨®n, Benito Bermejo repar¨® en una foto del cat¨¢logo de dicha exposici¨®n. Era una instant¨¢nea en color de un grupo de prisioneros sentados en una larga mesa mientras ajustaban piezas de los cohetes en el interior de la f¨¢brica de Dora-Mittelbau. Los hombres llevaban el tradicional uniforme a rayas azules y blancas, pero hab¨ªa un prisionero en particular, el m¨¢s alejado del grupo, que miraba al objetivo de la c¨¢mara. Ese hombre, seg¨²n constaba en el pie de foto, se llamaba Le¨®n Navarro. As¨ª que Benito se qued¨® con el nombre y verific¨® tiempo despu¨¦s que se trataba de un espa?ol nacido en Francia en 1924, que fue detenido por colaborar con la resistencia francesa y posteriormente deportado. Con la eficaz colaboraci¨®n de la gu¨ªa telef¨®nica, dio con un tel¨¦fono de Grenoble y estableci¨® un primer contacto. Buena noticia: Le¨®n Navarro estaba vivo. Qued¨® en hacerle una visita a la primera oportunidad que tuviera.
Aquel joven de la foto es hoy un hombre de 82 a?os, alto, jovial, nervioso, que se ayuda de un bast¨®n cuando ha de caminar por la calle. Son las secuelas de sus heridas, dos balas en la espalda y el corte profundo producido por una bayoneta clavada en su muslo derecho. Apenas se le nota el acento franc¨¦s en el habla. Impresiona el orgullo con el que se declara espa?ol, a pesar de que no hay noticias de que Espa?a haya hecho algo por ¨¦l desde el mismo instante en que naci¨® hasta nuestros d¨ªas.
Le¨®n Navarro se somete impaciente al escrutinio de los dos historiadores espa?oles. Tiene tantas ganas de contar su experiencia que ¨¦l mismo se atropella en el relato de los hechos. En unos minutos, Benito Bermejo y Sandra Checa han plantado sobre el sal¨®n de su domicilio un ordenador port¨¢til conectado a un esc¨¢ner, adem¨¢s de una c¨¢mara digital para grabar la declaraci¨®n del testigo. Le¨®n Navarro extrae de un sobre amarillo todos los documentos que conserva acerca de su deportaci¨®n. Uno a uno, los papeles van pasando por el esc¨¢ner. Benito y Sandra han ido as¨ª tejiendo, a lo largo del tiempo, un archivo m¨¢s que interesante.
La naturaleza obra en contra del trabajo de estos historiadores: apenas se cuentan unos 60 supervivientes vivos de una masacre escasamente difundida hasta nuestros tiempos como es la peripecia de casi 9.000 espa?oles en los campos de exterminio nazis. Estos testigos son ahora hombres muy mayores, octogenarios en su mayor¨ªa, abuelos de salud quebradiza y memoria fr¨¢gil, en alg¨²n caso irremediablemente perdida. Dentro de unos a?os no habr¨¢ otra forma de acudir a las fuentes de aquella tragedia que la consulta bibliogr¨¢fica y el acceso a los archivos. Ahora que todav¨ªa quedan supervivientes, estos dos historiadores han decidido dedicar un esfuerzo casi exclusivo a su investigaci¨®n.
Hace seis meses, en julio de 2006, sali¨® de imprenta un libro voluminoso de 587 p¨¢ginas, editado por el Ministerio de Cultura. Su t¨ªtulo, Libro memorial. Espa?oles deportados a los campos nazis (1940-1945). Benito y Sandra son los autores. Salvo las 23 p¨¢ginas de introducci¨®n, el volumen carece de prosa. Es parco en palabras. No tiene adjetivos. No los precisa. No hay descripciones de personajes, relato de hechos, detalle de lugares. A lo largo de sus p¨¢ginas no aparece el sol, no llueve ni estallan tormentas. No hay paisaje para el dolor. Hay una geograf¨ªa, s¨ª, discreta y ¨²til, que sirve para ordenar a los deportados por sus localidades de origen. Sirva un ejemplo: Madridejos, pueblo de Castilla-La Mancha: siete j¨®venes de esa localidad fueron deportados al campo de Mauthausen entre 1940 y 1941, y los siete fallecieron en el campo vecino de Gusen en distintas fechas del invierno de 1941.
El libro tiene el aspecto de un inventario de seres humanos: nombre, apellidos, lugar y fecha de nacimiento, prisi¨®n, n¨²mero de matr¨ªcula, fecha y lugar de la primera deportaci¨®n, posteriores traslados, nuevas matr¨ªculas y una casilla final con una fecha y un lugar precedido de una letra: E (de evadido), F (de fallecido) y L (de liberado). Las casillas de aproximadamente 6.000 de esos 9.000 espa?oles concluyen con la F fatal. Como los siete de Madridejos.
Para la elaboraci¨®n de este libro han obtenido datos de diferentes archivos, pasando por relatos personales, documentos aportados por familiares y visitas a los registros civiles. A veces han sido necesarias varias llamadas telef¨®nicas para poder averiguar el segundo apellido de un deportado. En este listado herc¨²leo hay todav¨ªa datos incompletos o detalles por clarificar, pero Benito y Sandra no ceden en su esfuerzo por confirmar cualquier m¨ªnimo detalle. As¨ª sucede con el caso de Le¨®n Navarro. Su nombre aparece en la p¨¢gina 494, en el cap¨ªtulo dedicado a los nacidos en el extranjero. Fue deportado el 19 de enero de 1944 a Buchenwald. De all¨ª fue trasladado a Dora en febrero de 1944. Consta como liberado en abril de 1945.
Pero el relato de Le¨®n Navarro contradice este ¨²ltimo detalle. No fue liberado. Se escap¨®. Salt¨® de un cami¨®n durante un traslado. Actu¨® convencido de que iba a ser eliminado en cuanto llegara a su destino. Durante su estancia en la f¨¢brica a la que fue destinado por su condici¨®n de electricista particip¨®, junto a otros presos, en las acciones de sabotaje: “Yo trabajaba con las soldaduras de los conductores, y algunas las dejaba mal soldadas o cortaba los cables”. En su huida recibi¨® dos tiros en la espalda: peregrin¨® durante un tiempo indefinido por una Alemania derrotada hasta aparecer en Lille, donde consigui¨® tomar el camino de regreso hacia Grenoble.
La peripecia de los deportados espa?oles no ha merecido demasiada atenci¨®n en comparaci¨®n con otros colectivos que sufrieron los rigores extremos de los campos nazis. La bibliograf¨ªa es escasa y se limita en su mayor parte a testimonios escritos por algunos deportados. Destacan por encima de todas dos obras. Una es Tri¨¢ngulo azul, de Mariano Constante, el preso m¨¢s prol¨ªfico, autor de varios libros, todav¨ªa vivo aunque delicado de salud, que hace un relato en primera persona de lo sucedido en Mauthausen, el campo adonde fueron a parar la mayor parte de los republicanos espa?oles detenidos por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La segunda obra de referencia pertenece a una escritora, Montserrat Roig (Los catalanes en los campos nazis), el primer trabajo de investigaci¨®n sobre aquella tragedia, un libro editado en 1978. La presencia de historiadores interesados en esta faceta es minoritaria. Benito Bermejo y Sandra Checa entraron en este territorio de forma indirecta; Benito, a trav¨¦s de sus trabajos sobre el exilio espa?ol de la posguerra, y Sandra, por su contacto con un deportado espa?ol, Antonio Mu?oz, que regres¨® a Almer¨ªa y lleg¨® a ser un conocido militante del Partido Comunista de Espa?a. Ambos investigaron por separado hasta que las circunstancias les llevaron a colaborar juntos.
El trabajo de Benito Bermejo ha sido m¨¢s largo en el tiempo. Sus relaciones con exiliados espa?oles le llevaron a conocer la experiencia de algunos deportados en los campos nazis. Era un terreno poco conocido y documentado. Particip¨® como guionista en la elaboraci¨®n de un documental sobre Francisco Boix (Un fot¨®grafo en el infierno, dirigido por Llorens Soler, documental que fue candidato a los Premios Emmy), un hombre que de haber tenido otra nacionalidad habr¨ªa merecido una pel¨ªcula sobre su vida. A partir de aquel documental naci¨® la idea de hacer un libro sobre el personaje. La investigaci¨®n sobre la vida de Boix le introdujo de lleno en el fen¨®meno de los deportados espa?oles.
De alguna manera, Francisco Boix fue un h¨¦roe. Era un joven atrevido y extravertido, que adquiri¨® un protagonismo que con posterioridad ha sido poco reconocido. Boix era fot¨®grafo. Fue deportado como tantos otros a Mauthausen, pero tuvo la fortuna de eludir el penoso trabajo en las canteras de piedra, donde sus compatriotas fallec¨ªan a diario, para trabajar en el servicio de identificaci¨®n. ?ste era un departamento muy peculiar, donde se ubicaba el laboratorio fotogr¨¢fico. All¨ª se revelaban y archivaban las fotograf¨ªas tomadas en el interior de Mauthausen. Hab¨ªa todo tipo de im¨¢genes, tanto aquellas que retrataban distintos aspectos de la vida dentro del recinto como las fotos de los detenidos y de los propios oficiales. En un momento dado, Boix tom¨® conciencia del valor que pod¨ªan tener aquellas im¨¢genes como prueba documental de cuanto all¨ª estaba sucediendo: fotos de presos asesinados, torturados, humillados, adem¨¢s de instant¨¢neas de las visitas de altos jerarcas del r¨¦gimen, entre ellas la del propio Himmler.
Tras la derrota de Stalingrado se dio la orden de ir eliminando esos archivos y fue a partir de ese momento cuando Boix se dispuso a salvar algunas im¨¢genes de la destrucci¨®n. En colaboraci¨®n con otros presos espa?oles, las fotos fueron ocultadas en distintos puntos del campo. As¨ª es como Mauthausen es con toda seguridad el campo de concentraci¨®n nazi del que se conserva un mejor y m¨¢s completo material gr¨¢fico.
Fueron miles de fotos. Seg¨²n algunos c¨¢lculos, llegaron a salvarse cerca de 20.000 instant¨¢neas. Sin embargo, Benito Bermejo s¨®lo ha podido documentar cerca de mil, repartidas entre archivos y pertenencias personales de algunos deportados. Lo que haya pasado con el resto es todav¨ªa un enigma, propiciado por una situaci¨®n que afect¨® a los espa?oles: aquellos que se salvaron no pudieron regresar a sus casas porque les esperaba un segundo exilio y el olvido m¨¢s absoluto.
Sin embargo, las fotos de Boix llegaron a tener cierta celebridad. Boix fue el ¨²nico testigo espa?ol que declar¨® ante el tribunal de N¨²remberg. Y algunas de esas fotos sirvieron como elemento de prueba de los cr¨ªmenes all¨ª cometidos.
As¨ª que Boix fue todo un personaje. La elaboraci¨®n de un libro sobre su vida oblig¨® a Benito Bermejo a investigar a fondo para verificar algunos hechos. Hab¨ªa algunos puntos oscuros, versiones contradictorias que tachaban a Boix de colaboracionismo con los nazis. Indagar sobre aquella realidad llev¨® a Bermejo a la b¨²squeda de otras fuentes y a descubrir nuevos protagonistas que hab¨ªan quedado en el olvido m¨¢s absoluto.
Durante muchos a?os se pens¨® que en el servicio de identificaci¨®n s¨®lo trabajaron dos presos espa?oles, Francisco Boix y Antonio Garc¨ªa. La cuesti¨®n es que Francisco Boix hab¨ªa muerto en 1951 a causa probablemente de una tuberculosis, secuela de su paso por Mauthausen. Pero Bermejo descubri¨® que hubo un tercer espa?ol en el servicio, un hombre al que nadie se refiri¨® durante todo ese tiempo. Le apodaban El Bailar¨ªn porque hab¨ªa trabajado en la compa?¨ªa de Celia G¨¢mez. Se llamaba Jos¨¦ Cereceda y algunos pensaban que tras la liberaci¨®n regres¨® a alg¨²n lugar del sur de Francia.
Bermejo certific¨® la existencia de este tercer espa?ol durante una de las entrevistas m¨¢s dif¨ªciles que ha realizado. Localiz¨® a un suboficial de las SS que hab¨ªa trabajado en el departamento de identificaci¨®n. Su b¨²squeda no result¨® tan complicada como pod¨ªa imaginarse. Por los archivos, Bermejo sab¨ªa que este hombre, Hermann Schinlauer, era originario de Genthin, una localidad alemana situada en el antiguo bloque del Este, a 90 kil¨®metros de Berl¨ªn. Bermejo prob¨® fortuna con la gu¨ªa telef¨®nica y su conocimiento del alem¨¢n y dio con una sorpresa: ese nombre figuraba en el listado telef¨®nico de esa ciudad. No s¨®lo estaba vivo, sino que accedi¨® a ser entrevistado. Las circunstancias a veces son muy parad¨®jicas: terminado el conflicto b¨¦lico, aquel hombre regres¨® a su pueblo, entonces en la zona de ocupaci¨®n sovi¨¦tica, como si nada hubiera pasado, y continu¨® su vida en la RDA sin ser molestado. Le confes¨® a Bermejo que ni siquiera su mujer lleg¨® a saber cu¨¢l fue su pasado durante la guerra. Schinlauer reconoci¨® que en el servicio de identificaci¨®n trabajaron tres espa?oles, a los que llamaba Franz (Francisco Boix), Toni (Antonio Garc¨ªa) y Josef (Jos¨¦ Cereceda).
Otras entrevistas y de nuevo la utilidad de la gu¨ªa telef¨®nica le permitieron localizar a un Jos¨¦ Cereceda en la localidad francesa de Am¨¦lie-les-Bains, un pueblo pr¨®ximo a Portbou. ?l mismo descolg¨® el tel¨¦fono. Era el bailar¨ªn de claqu¨¦, que corrobor¨® lo que realmente sucedi¨® en el interior de aquel departamento de identificaci¨®n de Mauthausen. El caso estaba cerrado, y Bermejo pudo seguir documentando un completo libro sobre la vida de Francisco Boix (Francisco Boix, el fot¨®grafo de Mauthausen. Editorial RBA, marzo de 2002).
El bailar¨ªn aparece en la p¨¢gina 414 del Libro memorial, en el apartado dedicado a los originarios de Madrid. Su ficha dice: Cereceda Hijes, Jos¨¦, nacido el 17 de marzo de 1912, deportado desde la estaci¨®n del Este en Par¨ªs el 10 de abril de 1943, destinado al campo de Mauthausen el 4 de abril de ese mismo a?o, matr¨ªcula 25599 y liberado el 5 de mayo de 1945. Jos¨¦ Cereceda ha muerto este a?o: ya no quedan testigos vivos de aquel servicio de identificaci¨®n.
El trabajo documental, junto a la investigaci¨®n con las fuentes originales, ha permitido a Benito Bermejo no s¨®lo hacerse con una informaci¨®n excepcional sobre la vida de los deportados espa?oles, sino tambi¨¦n desconfiar de todo aquello que no pudiera ser verificado, porque no todas las versiones que han circulado sobre los espa?oles en los campos nazis han sido correctas. La falta de informaci¨®n ha propiciado algunos casos de fabulaci¨®n.
Precisamente uno de esos casos, el de un falso deportado andaluz que se prodigaba en programas de televisi¨®n y recib¨ªa multitud de homenajes, llev¨® a Sandra Checa a entablar contacto con Benito Bermejo. Ella se hab¨ªa interesado por el estudio del drama de los deportados y comenz¨® a desconfiar de la versi¨®n que propagaba uno de ellos, quiz¨¢ el m¨¢s conocido en Andaluc¨ªa. Sandra solicit¨® el consejo de Bermejo. Consultaron sus datos, hicieron ciertas averiguaciones y llegaron a la conclusi¨®n de que ese hombre no pudo estar donde dijo que estuvo. De aquella incidencia naci¨® la idea de colaborar juntos. Tiempo despu¨¦s, Benito Bermejo protagoniz¨® un episodio que llam¨® la atenci¨®n de todos los medios de comunicaci¨®n nacionales e internacionales: un d¨ªa antes de la visita de Zapatero a Mauthausen con motivo de un homenaje al cumplirse los 60 a?os de la liberaci¨®n del campo, se desvel¨® que Enric Marco, el presidente de la Asociaci¨®n de Amigos de Mauthausen, nunca fue un deportado. Marco hab¨ªa sido un farsante. Todo cuanto cont¨®, todos los emotivos relatos de su experiencia, fueron producto de su imaginaci¨®n.
Estos sucesos desagradables encuentran explicaci¨®n en la desprotecci¨®n que han sufrido las v¨ªctimas de la deportaci¨®n. El r¨¦gimen de Franco abandon¨® a su suerte a aquellos miles de deportados. No les reconoci¨® como espa?oles ni acept¨® su repatriaci¨®n, as¨ª que quedaron totalmente expuestos a los rigores de la maquinaria de exterminio nazi, incluidos muchos menores de edad. Sobre los supervivientes cay¨® luego el duro ep¨ªlogo de un exilio obligado. M¨¢s tarde vino el olvido, un olvido que no ha sido reparado. De hecho, los deudos de los deportados cobran pensiones de Francia y Alemania como compensaci¨®n por el da?o sufrido, mientras de Espa?a no reciben ni un miserable euro.
El calendario avanza y la naturaleza impone su ley. Benito y Sandra conciertan nuevas entrevistas aunque la lista de bajas aumenta de tiempo en tiempo. Gracias a este trabajo sin desmayo, una parte de la memoria de esos casi 9.000 espa?oles habr¨¢ podido ser recuperada. Y hombres como Le¨®n Navarro habr¨¢n podido contar sus peripecias aunque sea con 61 a?os de retraso.
Que sus nombres no se borren. Por Benito Bermejo y Sandra Checa.
Muchos, al conocer nuestro trabajo para el Libro memorial, han dado por supuesto que recopilar los datos de casi nueve mil espa?oles deportados a los campos nazis es una tarea tediosa y fr¨ªa. En realidad, esa investigaci¨®n no pod¨ªa haber sido m¨¢s apasionante. Nunca nos hemos sentido solos; nos han arropado muchas personas implicadas en ese proyecto, nuestros aut¨¦nticos c¨®mplices, entre quienes est¨¢n muchos familiares de ex deportados y algunos de los supervivientes todav¨ªa en vida, con los cuales hemos compartido tantas emociones. Si hay algo triste, ha sido ver c¨®mo muchos de ¨¦stos nos iban dejando para siempre.
Dicen que reci¨¦n aparecido un libro, la mirada tiene el capricho de empezar pos¨¢ndose justo all¨ª donde aparece un fallo. Con esta publicaci¨®n esper¨¢bamos que muchos nos ayudaran a completar las lagunas que presenta un trabajo como ¨¦ste. Reci¨¦n publicado el libro, el historiador Nicol¨¢s S¨¢nchez Albornoz nos hizo una observaci¨®n que estaba ligada a su vivencia personal. All¨ª faltaba Moriones, su amigo y vecino de celda en la c¨¢rcel de Carabanchel en 1947 y cuyo periplo ya entonces le hab¨ªa impresionado: militante de la CNT, exiliado y resistente en Francia, capturado y deportado a Alemania, al poco de ser liberado se reincorpor¨® a la lucha en Espa?a, pag¨¢ndolo muy caro, pues ya no sali¨® libre hasta 1963.
?Por qu¨¦ su nombre no se encontraba en nuestro libro? En el Registro Civil de Sang¨¹esa (Navarra) verificamos la identidad de Vicente Moriones Belzunegui y obtuvimos alguna informaci¨®n sobre su familia. Supimos de su hermano Romualdo, fusilado en 1937 y cuyo hijo nos puso en contacto con Mar¨ªa, la viuda de Vicente. Ella recordaba un nombre de guerra de ¨¦l que manten¨ªa sus iniciales: Valeriano Mart¨ªnez. Este nombre s¨ª aparec¨ªa en la documentaci¨®n de Buchenwald. Sin el testimonio de Mar¨ªa tal vez seguir¨ªamos sin saber qui¨¦n era aquel preso 40589, deportado desde Compi¨¨gne y cuya identidad segu¨ªan ocultando los archivos porque la Gestapo no hab¨ªa logrado arranc¨¢rsela.
Y es que establecer tantas identidades ha exigido manejar mucha documentaci¨®n de archivo, una extensa correspondencia y muchas horas al tel¨¦fono. Entre los detenidos por hechos de resistencia abundan las identidades falsas, y esto es todav¨ªa m¨¢s problem¨¢tico en lo que respecta a las mujeres. Las deportadas a Ravensbr¨¹ck ofrecen buenos ejemplos: Neus Catal¨¢ fue registrada all¨ª como Neige Roger (con el apellido de su primer marido, franc¨¦s); Mercedes N¨²?ez, bajo el nombre de Francisca Puig y con nacionalidad francesa; Virtudes Vidal aparece en ocasiones con su identidad real, pero como “madame Cuevas” (aunque no estaba casada). ?ngeles Mart¨ªnez es mencionada en alguna publicaci¨®n como deportada francesa y con el apellido Koulikoff; ella misma nos aclar¨® que en aquel momento era espa?ola y que ¨¦se no fue su apellido sino a?os despu¨¦s.
Casi dos tercios de los espa?oles deportados murieron en los campos nazis, y entre los supervivientes son muy pocos los que volvieron a Espa?a, un pa¨ªs en el que oficialmente no exist¨ªan. Muchas familias tardaron d¨¦cadas en saber lo ocurrido a un padre, un hermano o un hijo. Leyendo el libro de Montserrat Roig Els catalans als camps nazis, Jordi Riera supo en 1978 que su padre, Josep Riera Borrell, hab¨ªa muerto en Mauthausen 35 a?os antes. Trabajando en esta investigaci¨®n hemos contactado con familias que, para nuestro estupor, se enteraban por nosotros y en 2007 de lo ocurrido a uno de los suyos. En ocasiones es la generaci¨®n de los nietos la que ha descubierto qu¨¦ fue de aquel abuelo desaparecido; esto lo hemos vivido con algunos de ellos, como Mar¨ªa ?ngeles Dom¨ªnguez, nieta de Juan Guti¨¦rrez Perea, o David Baixeras, nieto de Andr¨¦s Cruz Valle, y tantos otros cuyo empe?o ha resuelto una inc¨®gnita que persist¨ªa en sus familias mucho antes de venir ellos al mundo.
Otros lo supieron antes, pero tardaron en hablar abiertamente de ello. Araceli Flores no supo hasta los a?os sesenta que su padre hab¨ªa muerto en Gusen, pero no era un asunto que ella comentara entonces con nadie. Recientemente se enter¨® de que su padre hab¨ªa compartido cautiverio en Mauthausen con Fernando Pindado, que hab¨ªa trabajado junto a ella muchos a?os. Al volver a Madrid desde Mauthausen, Fernando hab¨ªa pensado que era mejor callar. No comparti¨® sus recuerdos, y aquella experiencia, a fuerza de trag¨¢rsela, se hab¨ªa convertido en algo casi imposible de recordar.
Hace a?os hizo Araceli un viaje a Austria y se empe?¨® en visitar Gusen, un lugar del cual nadie en Viena parec¨ªa saber nada. Recuerda que en aquellos a?os s¨®lo quedaba el crematorio y que para visitarlo se ped¨ªa la llave en un bar. En los muros aparec¨ªan las cifras de los muertos por nacionalidades, pero se sinti¨® desolada: el nombre de su padre no estaba en ning¨²n sitio. Lo escribi¨® en un trozo de papel y lo deposit¨® all¨ª.
Escuch¨¢ndola se nos hizo m¨¢s presente esa dimensi¨®n de nuestro trabajo. Documentar esos miles de nombres y de circunstancias, relatadas de forma tan sumaria, no bastar¨¢ para dar cuenta de la tr¨¢gica historia de cada una de esas personas y de sus itinerarios de sufrimiento. Tampoco podr¨¢ quedar reflejado el enorme vac¨ªo que sintieron tantas familias. Pero dejar constancia de todos sus nombres nos parece un deber de justicia hacia quienes fueron v¨ªctimas de la maquinaria nazi de exterminio y, m¨¢s tarde, de un largo olvido en su pa¨ªs. Queda mucho por hacer y ser¨¢ necesaria la participaci¨®n de muchos para que ninguno de sus nombres se pierda en el olvido.
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