El busto
Horas antes del partido Betis-Sevilla, un porteador se desliz¨® en el palco de autoridades con un bulto sospechoso. Pas¨® junto al ret¨¦n de vigilantes, encaj¨® una peana verde entre las dos primeras filas y dej¨® sobre ella lo que podr¨ªa ser el envoltorio de la efigie de un proc¨®nsul con yelmo de gala. A la hora convenida descubri¨® el contenido del paquete: naturalmente, era el busto de Lopera rematado por ese precario tup¨¦ que le asoma por la frente como un boquer¨®n.
Una cuarta por delante acomodaron luego a Jos¨¦ Mar¨ªa del Nido, presidente del equipo visitante, en lo que pretend¨ªa ser una represalia moral. Seg¨²n dicen, Del Nido se neg¨® a recibir el Trofeo del Centenario bajo la escultura que Lopera exhibe en honor de s¨ª mismo junto a los dem¨¢s trofeos del club, y ahora, toma casta?a, se la pon¨ªan en el cogote para que le echara el aliento o, a¨²n peor, para que al primer desplante le clavara la barbilla en esa cabeza suya alicatada hasta el techo.
A primera vista est¨¢bamos ante un nuevo acto del sainete en que los directivos locales hab¨ªan vuelto a enredarse. Acreditaba sin duda el genuino estilo de don Manuel Ruiz de Lopera, el benem¨¦rito mecenas que, precedido de un largo historial de ditero y prestamista, se hab¨ªa ense?oreado del Betis. Lo pose¨ªa desde la bocana del t¨²nel hasta los focos del estadio, al punto de inspirar la creaci¨®n de cierta pe?a con un t¨ªtulo definitivo, la pe?a Lo que diga don Manu¨¦.
M¨¢s all¨¢ de consideraciones oportunistas sobre la aparici¨®n de un nuevo se?oritismo, Lopera lleg¨® a representar en sus primeros a?os una parte de la mitolog¨ªa sevillana; parec¨ªa uno de esos h¨¦roes imperfectos que m¨¢s tarde se transforman en material castizo o, por qu¨¦ no, en una nueva figura de la hagiograf¨ªa pagana. Al calor del Viva er Beti manque pierda, alguien se atrevi¨® a compararlo con aquel Curro doliente y pensativo que sufri¨® varios a?os de depresi¨®n art¨ªstica: si la profec¨ªa era cierta, a ¨¦l, como al Fara¨®n de Camas, tambi¨¦n le bastar¨ªa con hacer el pase¨ªllo despaciosamente para merecer la gloria. Alg¨²n d¨ªa, en fin, quiz¨¢ dir¨ªan de ¨¦l, como dijeron de Curro, Quien no quiere a don Manu¨¦ no quiere a su madre.
Pero, fuera de romances y romanceros, hay que decir toda la verdad. Hoy, Ruiz de Lopera forma parte del grupo de directivos que calientan el ambiente porque la egolatr¨ªa es ciega o sencillamente porque les da la gana. Ignoran a prop¨®sito un peligro que conocemos bien: aunque las causas de la violencia urbana no quepan en medio folio, sabemos que alrededor de los equipos suelen esconderse, disfrazados de seguidores, treinta o cuarenta cafres dispuestos a disparar con cualquier excusa.
Por eso, estos convidados de bronce, nuevos mandones de opereta, merecen m¨¢s que nunca nuestro reproche. Como el busto de la f¨¢bula, tienen cabeza, pero no tienen seso.
En realidad no tienen pies ni cabeza.
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