Pioneros
El comentario lleg¨® por mi hombro izquierdo. Proced¨ªa de una alumna, en medio de una clase sobre la novela Pioneros, de la escritora americana Willa Cather. En esta novela se cuenta la historia de una mujer, Alexandra, que levanta con toda su fuerza a una familia de hermanos m¨¢s peque?os, en el Medio Oeste norteamericano de finales del siglo XIX; una de aquellas pioneras, hija de noruegos, que llegan en esa ¨¦poca a las ¨¢ridas y salvajes tierras de Norteam¨¦rica y consiguen hacer de ese erial un lugar de riqueza impresionante.
Cuando Alexandra ha cumplido este papel de m¨¢ter familias, y por fin se le presenta la oportunidad de realizarse como mujer y de amar a un hombre, sus hermanos se oponen y ella renuncia al amor. Es la mujer entregada al bien com¨²n (al ego¨ªsmo com¨²n) y con su vida personal sacrificada. Su hermano peque?o s¨ª amar¨¢, pero a una chica casada con una especie de energ¨²meno que en un momento dado coge su rifle y se carga a los dos ad¨²lteros. A?os despu¨¦s del crimen, cuando el hombre que ha matado a su hermano est¨¢ ya en prisi¨®n, Alexandra va a visitarlo. Se produce entonces un di¨¢logo extra?o, asombroso, en el que Alexandra, que parece que va a cantarle las cuarenta, poco menos que le pide perd¨®n al asesino de su hermano. Con frases muy expl¨ªcitas dice sentirse culpable de su ruina, y se siente unida a ¨¦l. Ella, la hermana de la v¨ªctima, necesita el perd¨®n del asesino y trata de liberarse as¨ª del dolor y la rabia que la inundan.
Trat¨¦ de darle sentido a esta escena, que a todos nos resultaba incongruente con los trazos del personaje y con el desarrollo de la historia. Trat¨¦ de explicar por qu¨¦ la escritora Willa Cather aparentemente impugna toda la coherencia de la historia en las ¨²ltimas p¨¢ginas, y por qu¨¦ le da ese vuelco al personaje de Alexandra cuando el asesino lleva media vida en la c¨¢rcel y el cad¨¢ver de su hermano se ha fundido con la tierra. La literatura se ocupa de mostrarnos c¨®mo en la vida esas incongruencias aparentes tienen en el fondo su raz¨®n de ser. A veces son dif¨ªciles de entender. C¨®mo explicar por ejemplo que el perd¨®n es m¨¢s necesario para la v¨ªctima que para el asesino, c¨®mo entender que el inocente necesita m¨¢s (de un modo incre¨ªble) la restituci¨®n del honor que el culpable. Alexandra necesita esa reconciliaci¨®n, la necesita mucho m¨¢s que el asesino de su hermano, al que la carga de su propia culpa le "llena" de raz¨®n. Alexandra se da cuenta de que la ¨²nica persona que le une a su hermano, la ¨²nica persona en el mundo que le puede restituir un poco a su hermano, acerc¨¢rselo, es la misma persona que se lo arrebat¨®. Entonces se aproxima al cristal que la separa del reo y se produce ese vuelco completo, esa inversi¨®n que libera al culpable de su culpa y al inocente de su inocencia: en un ejercicio imprevisible, cuando parece que va a decirle todo lo que piensa, cuando parece dispuesta a desalojar todo su odio, se desmorona y le pide perd¨®n. No se lo reclama. Se lo pide ella. Ella, la agraviada, es la que pide perd¨®n.
Se piensa, por ejemplo, que el perd¨®n debe pedirlo el que hace el mal. Pero el que hace el mal nunca pide perd¨®n, y lo pide menos cuanto m¨¢s consciente es de lo que ha hecho. Lo normal es que el "malo" rechace su culpa. Cuanto m¨¢s grave es el delito, cuantos m¨¢s cargos se le imputan y m¨¢s evidente es la culpa, menos dispuesto se mostrar¨¢ el agresor a reconocer su crimen, y no digamos a pedir perd¨®n.
Pocos encausados por delitos contra la humanidad y muy pocos por cr¨ªmenes de sangre piden perd¨®n. No lo pedimos nosotros en nuestras vidas cuando causamos dolor. Siempre es el que "se sabe" causante de dolor el que proyecta sobre el otro su culpabilidad. Es el que comete el crimen el que ve a su v¨ªctima como su deudor, en una inversi¨®n autom¨¢tica, incongruente como tantas cosas pero cotidiana. Cuando el mal est¨¢ hecho y vienen las leyes, la c¨¢rcel, casi nunca llega la necesidad de pedir perd¨®n. Es obvio, el perd¨®n lo necesita mucho m¨¢s la v¨ªctima; el agresor ya tiene su condena de la sociedad, de alg¨²n modo esto le redime. Es el agraviado el que necesita el perd¨®n.
S¨ª, puede que en muchos casos s¨®lo el agraviado est¨¦ capacitado para pedir y dar el perd¨®n. No se puede exigir el per-d¨®n, por la sencilla raz¨®n de que el perd¨®n s¨®lo puede nacer de quien puede darlo, o d¨¢rselo. Nefasta educaci¨®n vindicativa que hoy se les inculca a los ni?os tanto en el colegio como en el hogar (?p¨ªdele perd¨®n a tu hermano, p¨ªdele perd¨®n!), y luego uno se queda tan ancho, como si por pedir perd¨®n eso ya nos eximiera de toda futura responsabilidad. Se rebaja el perd¨®n a un asunto de palabras, cuando en realidad es un acto. El perd¨®n s¨®lo puede pedirlo el que puede darlo, y lo recibe el que lo pide aunque nadie se lo d¨¦, y aunque nadie se lo pida lo recibe el que lo da.
Cuando Juan Pablo II pidi¨® reunirse con la persona que quiso matarle, no fue ¨¦ste un gesto vacuo, de una persona simplemente bondadosa, o de alguien que debe dar ejemplo. M¨¢s bien es un acto que resume el sentido y la necesidad del perd¨®n. ?Qu¨¦ se dijeron Juan Pablo II y Al¨ª Agca en ese encuentro? ?Qu¨¦ palabras pronunciaron? S¨¦ que en la sociedad que vivimos este tipo de reflexiones est¨¢n de m¨¢s. Una sociedad que olvida las incongruencias b¨¢sicas del alma humana, que no las acepta, que las rechaza y trata de neutralizarlas con una parrilla de leyes punitivas que s¨®lo sirven para castigar cuando el mal ya est¨¢ hecho, pero pocas veces para prevenir el mal y muy pocas para curar sus efectos, una sociedad que exige el perd¨®n pero que no sabe darlo ni lo comprende, no est¨¢ preparada para entender que ese residuo de dolor que deja la muerte s¨®lo se evapora con la energ¨ªa del perd¨®n, una energ¨ªa que siempre emana del que m¨¢s capacitado est¨¢ para ello, del que cansado de combatir el mal entiende que el mal no se puede combatir, que s¨®lo se puede "compartir", trascender.
Nuestro mundo es m¨¢s bien pendenciero, vindicativo, y la justicia de los hombres y sus altos tribunales ha ido sustituyendo por completo esa otra potencia humana de resolver los conflictos y liberarnos del dolor. Habr¨ªa que pensar m¨¢s en esto, en c¨®mo se disuelve el dolor que causa la muerte, y que no curan ni ochenta a?os de c¨¢rcel, ni la venganza, ni la cadena perpetua. ?Se acaba el miedo, y por tanto el odio, con la eliminaci¨®n del culpable? Es posible que s¨®lo sobrellevando su carga, comparti¨¦ndola (incongruente, s¨ª) podamos llegar a deshacernos del odio que nos causa. Pareciera que el triunfo del mal consiste en multiplicarse en el contagio que hace iguales a verdugos e inocentes, ambos deshumanizados y desalmados en esa comuni¨®n nefasta que produce el mal.
Ese momento en el que Alexandra se acerca al asesino de su hermano para reconciliarse con ¨¦l, impugn¨¢ndose a s¨ª misma y a su propio hermano, d¨¢ndole la vuelta a todo con tal de conseguir lo que m¨¢s se necesita, una esperanza en el erial en que se ha convertido su vida, me pareci¨® que, lejos de resultar incongruente con el personaje, era el punto culminante de la novela: al fin y al cabo ella es una pionera, y encontrar¨¢ la manera de volver f¨¦rtil una tierra seca, no parar¨¢ hasta extraer vida de donde pudiera parecer que s¨®lo hay muerte. ?se es su gran triunfo sobre el mal de los malos y sobre el bien de los buenos. Gracias a esta liberaci¨®n (de su propia familia y de su agresor) Alexandra recupera el amor al que hab¨ªa renunciado.
El comentario de la alumna del curso sobre Cather versaba sobre De Juana Chaos. ?D¨®nde se ha visto que el agraviado tenga que pedir perd¨®n? A esto no supe qu¨¦ responder.
Luisa Castro es escritora.
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