La plaza del azar
El periodista Llu¨ªs Permanyer sac¨® en 2004 un libro de cabecera para cronistas de la ciudad. Su t¨ªtulo es La Barcelona lletja (?mbit), verdadero work-in-progress llamado a aumentar su n¨²mero de p¨¢ginas en cada nueva edici¨®n. La fealdad es una inversi¨®n segura, nunca deja de crecer. Para comprobarlo basta con acercarse a uno de los lugares m¨¢s irresueltos e improbables de nuestro territorio urbano que contradictoriamente lleva el nombre de quien m¨¢s se dedic¨® a racionalizarla: la plaza de Ildefons Cerd¨¤.
Entend¨¢monos, las plazas nunca han sido nuestro fuerte. Solemos concebirlas como un lugar para que los coches giren como un carrusel y en medio les ponemos alg¨²n floripondio, por regla general inaccesible al caminante: un miltoniano para¨ªso perdido en la plaza de Francesc Maci¨¤, una antorcha para iluminar un supuesto progreso en la de Espanya o un obelisco de baratillo para sentirnos parisinos de segunda en la de Joan Carles I, otrora de la Victoria (sin que ni un nombre ni otro haya calado jam¨¢s en el imaginario colectivo para referirse al cruce de paseo de Gr¨¤cia con Diagonal). Pero la plaza de Cerd¨¤ supera de largo todas ellas.
En su anillo central, de acero corten, jam¨¢s nadie se ha tomado la molestia de colocar algo para disimular su descarada funci¨®n de repartidor del tr¨¢fico. Se extiende ah¨ª una ensimismada pradera, sin ¨¢rboles, ni arbustos, ni estatuas, ni nada: bienvenido al oeste, forastero. Hace a?os se proyect¨® instalar una escultura de Javier Mariscal, pero pareci¨® una idea demasiado osada y se aparc¨®. Desde entonces nadie se ha atrevido a sugerir una soluci¨®n. Ni siquiera a plantar ¨¢rboles, y no deja de ser extra?o porque por la zona se han plantado muchos. Delante de las torres Cerd¨¤, al pie del edificio Vitalicio y al comienzo del paseo de la Zona Franca, surgen en efecto oasis verdes de ex¨®tica vegetaci¨®n, con el no menos ex¨®tico prop¨®sito de humanizar lo que desde buen principio fue concebido para m¨¢quinas sin alma. Pocos ciudadanos se detienen a tomar el fresco por esos andurriales: el estruendo procedente de la soterrada Gran Via y de la Ronda del Mig no invitan precisamente al asueto.
Pero ejercer de peat¨®n en este lugar vale la pena, ni que sea para subirse a la pasarela que bordea el lado de L'Hospitalet y contemplar el caos desde lo alto. La puerta de entrada a la ciudad se encuentra flanqueada por dos torres de igual altura (14 plantas), una dedicada a viviendas y otra a oficinas. Esta ¨²ltima, la del Vitalicio, tiene como dos partes, una en piedra, alineada con las alturas de las casas de la Gran Via, y otra por encima, acristalada, que le permite ganar la misma altura que la de enfrente y que a m¨ª me parece un homenaje fuera de lugar a los remontes de la era Porcioles. Sigue existiendo el concesionario de la Seat, instalado en la d¨¦cada de 1950, pero el edificio m¨¢s emblem¨¢tico que antes ocupaba este comercio ha sido convertido en habitaciones, lo cual ha borrado el car¨¢cter a¨¦reo y transparente de la antigua arquitectura racionalista. Del otro lado del paseo surge la torre BCN, alineada con las dos avenidas principales. Con ella acaban las alineaciones reconocibles de la plaza. Las tres torres Cerd¨¤ est¨¢n retranqueadas, como si marcaran distancias con el inh¨®spito entorno. Pero la palma de la insubordinaci¨®n se la lleva sin duda la Ciudad de la Justicia, que se construye donde antes se hallaba el cuartel de Lepanto. Se trata de nueve bloques de distintos colores y alturas, esquinadas cada una a su aire. En total, 232.368 metros cuadrados de superficie construida, que han supuesto una inversi¨®n de 255 millones de euros. Los primeros dos edificios deben entrar en funcionamiento este a?o, el resto en 2008. Cuando la mudanza se haya completado, trabajar¨¢n cerca de 3.500 personas que dar¨¢n servicio a 12.000 ciudadanos cada d¨ªa. ?Y saben qu¨¦? Pues que la estaci¨®n de la l¨ªnea 9 proyectada all¨ª no abrir¨¢ como m¨ªnimo hasta 2012. Eso s¨ª, los nuevos edificios contar¨¢n con un aparcamiento para 1.750 coches. Como salgan todos a la vez, el festival va a ser de los buenos.
Los palacios de justicia suelen y deben tener un fuerte car¨¢cter emblem¨¢tico. La verdad es que las met¨¢foras que inspira el conjunto proyectado por David Chipperfield no inspiran mucha confianza. El aspecto de jaula de los bloques no presagia nada bueno trat¨¢ndose de un lugar donde se dictan sentencias. Las variaciones crom¨¢ticas y las alineaciones caprichosas, por su parte, parecen sugerir que todo depende del color con que se mire, lo cual tampoco remite a un concepto de serena ecuanimidad. Pobre Ildefons Cerd¨¤, que en su d¨ªa escribi¨®: "De nada nos servir¨ªa el dar a cada casa particular y a cada edificio p¨²blico las dimensiones peculiares que corresponden a su objeto, si luego al agruparlas lo hici¨¦ramos de tal manera que viniesen a ser nulos o ineficaces los efectos de sus disposiciones especiales. Vemos, sin embargo, que hasta ahora se ha dado muy poca importancia a este estudio y que, por lo general, estos agrupamientos se han hecho adosando los edificios unos a otros, viniendo a cerrar con ellos espacios m¨¢s o menos grandes sin la menor soluci¨®n de continuidad". El disgusto que se llevar¨ªa si viera la plaza azarosa, sin la menor continuidad, que sus conciudadanos le hemos dedicado.
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