?Una historia com¨²n?
Un libro de historia com¨²n para los estudiantes de los 27 Estados de la Uni¨®n Europea: eso es lo que quieren, y as¨ª lo cuentan las cr¨®nicas, los responsables de Educaci¨®n del Gobierno de la canciller alemana Angela Merkel. Parece un sue?o, pero supongamos que se obstinan en hacerlo realidad. La pregunta de partida ser¨ªa, entonces, ?qu¨¦ tipo de historia com¨²n?
El sue?o de que la buena historia deber¨ªa ser capaz de superar las diferencias nacionales no es nuevo. Ya en las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX, la mayor¨ªa de los grupos cultos de Europa occidental pose¨ªan un sentido del tiempo universal adaptado a la nueva era del imperialismo. Ese sentido del tiempo le dio a Occidente una misi¨®n civilizadora basada en la modernizaci¨®n, en la idea de que todo el mundo acabar¨ªa como sus pa¨ªses m¨¢s representativos, en un progreso en el que la libertad y la igualdad legal triunfar¨ªan sobre las jerarqu¨ªas de raza o de clase. Lo que deb¨ªan hacer los historiadores era estudiar el pasado de forma cient¨ªfica y objetiva. Como lord Acton explicaba a sus colaboradores en la Cambridge Modern History, una ambiciosa historia de Europa cuyo primer volumen apareci¨® en 1902, "nuestro Waterloo debe escribirse de tal forma que satisfaga al mismo tiempo a franceses, ingleses, alemanes y holandeses".
En todos los pa¨ªses capitalistas m¨¢s avanzados se intent¨® a partir de ese momento construir una "historia de consenso", una "gran historia" que sirviera para reorientar las tradiciones que vinculaban al pasado con el presente. Lograr eso, sin embargo, no fue nada f¨¢cil. A las historias triunfalistas construidas desde arriba, con reyes, batallas, "tambores y trompetas", le salieron desde abajo las divisiones sociales, ¨¦tnicas, ling¨¹¨ªsticas, nacionales, religiosas y de sexo. Frente a la historia apolog¨¦tica del poder, utilizada para generar una mayor lealtad de los ciudadanos a los dirigentes de los Estados, surgi¨® una historia social, enriquecida con los hallazgos de antrop¨®logos, economistas y soci¨®logos, que escuchaba los ecos de todas las voces marginadas por la historia tradicional.
La guerra se convirti¨® en una experiencia crucial en las vidas de millones de europeos durante la primera mitad del siglo XX. Al final de la llamada Gran Guerra, la que transcurri¨® entre agosto de 1914 y noviembre de 1918, el mapa pol¨ªtico de Europa sufri¨® una profunda transformaci¨®n con el derrumbe de algunos de los grandes imperios y el surgimiento de nuevos pa¨ªses. De esa guerra salieron tambi¨¦n el comunismo y el fascismo, las dos nuevas ideolog¨ªas que se enfrentaron con brutales resultados en la Segunda Guerra Mundial. Al tiempo que pas¨® entre el fin de esa primera guerra y el comienzo de la segunda lo llamamos periodo de entreguerras, pero en realidad en esa "crisis de veinte a?os", como la bautiz¨® el historiador E. H. Carr, hubo algunas "peque?as" guerras entre Estados europeos, conflictos revolucionarios, contrarrevoluciones muy violentas y varias guerras civiles. Como tambi¨¦n ha se?alado otro historiador, Richard Vinen, lo m¨¢s sorprendente de ese periodo "es el sinf¨ªn de motivos que descubrieron los europeos para odiarse mutuamente".
No fue Europa, naturalmente, un territorio libre de violencia antes de 1914 o despu¨¦s de 1945. Ocurre, sin embargo, que los hechos que convierten a ese periodo en excepcional han dejado m¨²ltiples huellas inconfundibles. El total de muertos ocasionados por todos esos conflictos, nacionales e internacionales, revolucionarios y contrarrevolucionarios, y por las diferentes manifestaciones del terror estatal, super¨® los 80 millones de personas. Cientos de miles m¨¢s fueron desplazadas o huyeron de pa¨ªs en pa¨ªs, planteando graves problemas econ¨®micos, pol¨ªticos y de seguridad. En los casos m¨¢s extremos de esa violencia hubo que inventar hasta un nuevo vocabulario para reflejarla. El genocidio, por ejemplo, un t¨¦rmino ya inextricablemente unido al exterminio de los jud¨ªos en los ¨²ltimos a?os del dominio nazi.
El estudio de ese complejo pasado requiere una visi¨®n cr¨ªtica que se lleva mal con una historia que resalte los posibles puntos comunes. El consenso y la cultura com¨²n los pueden estimular los pol¨ªticos y gobernantes, seleccionando los acontecimientos y experiencias del pasado, ocultando lo que no les gusta y resaltando los triunfos. Pero la historia es otra cosa. Y por eso los recientes debates sobre ese pasado traum¨¢tico, sea sobre las v¨ªctimas de la Guerra Civil espa?ola y de la dictadura de Franco, del gulag sovi¨¦tico o de la Stasi en la antigua Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, dividen todav¨ªa tanto a las sociedades que los confrontan.
Es cierto, sin embargo, que Europa sobrevivi¨® a esas experiencias desastrosas y sobre las cenizas dejadas por tanta guerra y destrucci¨®n se consolidaron importantes derechos civiles, legales, pol¨ªticos y sociales, desde el sufragio universal y las elecciones libres hasta la educaci¨®n y sanidad para todos. No se trata, no obstante, de conquistas irreversibles, sino de valores que podemos cuidar y compartir o malgastar y destruir. Los movimientos migratorios, las nuevas formas de absolutismo religioso, el terrorismo internacional, la amenaza de destrucci¨®n del equilibrio ecol¨®gico y los antagonismos econ¨®micos y culturales procedentes de China y Asia Oriental van a cambiar nuestras vidas y la visi¨®n euroc¨¦ntrica que todav¨ªa tenemos del mundo.
Los historiadores podemos contribuir a transmitir esos valores de libertad, tolerancia y democracia que la Uni¨®n Europea quiere convertir en nuestras se?as de identidad. Pero no podemos prestarnos a construir visiones del pasado por encargo, renunciar al an¨¢lisis riguroso de lo que otros quieren ocultar u olvidar. El pasado persiste, como persisten asimismo sus principales tradiciones pol¨ªticas que orientan de muchas formas nuestras actuaciones. El mejor ejemplo lo tenemos en Espa?a, que es tambi¨¦n parte de Europa. Uno ve el espect¨¢culo de intolerancia y mala educaci¨®n que proporcionan d¨ªa tras d¨ªa la derecha pol¨ªtica y los medios de comunicaci¨®n e intelectuales que la jalean y se pregunta: ?c¨®mo va a haber una historia com¨²n?, ?para qu¨¦ sirve la historia?, ?qu¨¦ ense?anzas les estamos dando a esos j¨®venes estudiantes? Ser¨ªa suficiente con que no nos arruinaran esta democracia por la que tanta gente ha luchado.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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