Autodeterminaci¨®n catalana
La autodeterminaci¨®n catalana no es "una collonada", y menos en la Espa?a de hoy. Ninguna comunidad nacional puede renunciar a su autodeterminaci¨®n. Forma parte de su identidad como comunidad ¨¦tica de hombres y mujeres libres. Cuando el Parlament de Catalu?a defini¨® Catalu?a como naci¨®n, estaba afirmando un sujeto de autodeterminaci¨®n pol¨ªtica, sin que ¨¦sta tenga que concretarse necesariamente en la voluntad de constituir un Estado independiente. Es la idea de autodeterminaci¨®n nacional que David Miller ya defend¨ªa en su On Nationality (1995): "una estructura institucional que permita decidir colectivamente sobre aquellos asuntos que afectan primordialmente a la comunidad nacional". El problema de fondo o cuesti¨®n nacional es el reconocimiento de este derecho fundamental a decidir sobre los asuntos propios o que afectan primordialmente a la comunidad nacional.
Esto es precisamente lo que nos impiden desde un centro que se arroga la representaci¨®n del todo, desde un Estado espa?olista y centralista incompatible con la idea federal. Los ciudadanos de Catalu?a no podemos tolerar la amenaza cuando afirmamos nuestros derechos de autogobierno, el acoso y derribo de lo que aprueban leg¨ªtimamente nuestros representantes y, finalmente, la desnaturalizaci¨®n de lo que sancionan las mismas Cortes Generales y el pueblo catal¨¢n mediante refer¨¦ndum. Eso es lo que est¨¢ sucediendo con el Estatuto 2006. Una sentencia del Tribunal Constitucional que declarara inconstitucionales algunos art¨ªculos del Estatuto, o bien que impusiera una lectura restrictiva de los mismos, significar¨ªa una ¨²ltima burla contra Catalu?a en un proceso a la vez tendencioso y arbitrario. La perversa oposici¨®n pol¨ªtica del Partido Popular est¨¢ consiguiendo envenenar la democracia espa?ola. Parece que no saben ganar las elecciones de otra manera. Catalu?a no podr¨¢ asumir nunca el mando pol¨ªtico de este partido en la Moncloa, muy minoritario en tierra catalana y sectariamente anticatalanista. La autodeterminaci¨®n expresada mediante elecciones ya ha dejado claro cu¨¢l es el peso pol¨ªtico del Partido Popular en Catalu?a. Adem¨¢s, es oportuno decir en estas fechas que la irresponsable decisi¨®n de implicar a Espa?a en la guerra e invasi¨®n de Irak, con los efectos tan desastrosos y criminales que ha tenido para la seguridad de la sociedad espa?ola, pone en evidencia a los principales dirigentes de este partido. Que alguien les recuerde los versos universales de Salvador Espriu en su poes¨ªa Viet-Nam (1967), dedicados "a les v¨ªctimes d'un innecessari i estupid¨ªssim sofriment": "I puc al?ar nom¨¦s / unes fr¨¤gils paraules / contra el desdeny / dels senyors del poder./ Tot just somriuen / els llavis dels pr¨ªnceps / i dicten despr¨¦s, / ja per sempre, / gla?ades lleis / de la for?a i de l'espant".
La autodeterminaci¨®n deriva hacia la voluntad de independencia cuando no se respeta la identidad nacional catalana, cuando se utiliza el nombre de Espa?a para cercenar el autogobierno de Catalu?a. As¨ª es imposible ser federalista porque se confunde pacto por sumisi¨®n y asimilaci¨®n. Sin una Espa?a democr¨¢tica y federal, Catalu?a no tiene otra salida positiva para s¨ª misma que la independencia. Esto deber¨ªa entenderse tambi¨¦n por parte de las izquierdas jacobinas espa?olas. Porque la inclinaci¨®n hacia la derecha extrema del PP y, especialmente, su integrismo espa?olista ha arrastrado en cierta medida al PSOE hacia patriotismos y armonizaciones territoriales. Euskadi y Catalu?a permanecer¨¢n como un problema sin soluci¨®n en Espa?a si la cultura pol¨ªtica de los partidos estatales no cambia radicalmente.
Mientras tanto, los partidos catalanistas deber¨ªan anteponer la unidad en materia de autogobierno sin decaer en estrategias electoralistas. Digo "deber¨ªan" porque no hay manera de que hagan lo que deben. Desde los inicios de la reforma del Estatuto de 1979 no ha habido casi un momento de lealtad entre los partidos catalanes. En estas condiciones, solamente se me ocurre una salida: que las instituciones civiles catalanas asuman su responsabilidad y protagonicen unitariamente la defensa de los derechos nacionales de Catalu?a. La sociedad civil catalana no puede callar ante tanto atropello. Es necesaria la constituci¨®n de una mesa c¨ªvica de instituciones catalanas en defensa del autogobierno de Catalu?a y del Estatuto 2006. Vivimos la paradoja de haber ganado democr¨¢ticamente el mayor autogobierno de la historia contempor¨¢nea de Catalu?a gracias al Estatuto 2006 y, al mismo tiempo, contemplar impotentes c¨®mo lo est¨¢n vaciando de contenido pol¨ªtico, hasta el golpe de gracia que pueda asestarle el Tribunal Constitucional.
Nuevamente me vienen a la memoria los versos de Salvador Espriu en Indesinenter, escritos como homenaje a Jordi Rubi¨®. Hoy est¨¢ afectada la dignidad del pueblo catal¨¢n y su derecho a decidir libremente sobre los asuntos que le incumben. Est¨¢ en juego la credibilidad del Estado auton¨®mico. El respeto y la lealtad hacia el Estatuto 2006 por parte de las instituciones centrales del Estado es conditio sine qua non para que la ciudadan¨ªa de Catalu?a no tenga que plantearse otras alternativas. El futuro es abierto y en ning¨²n lugar est¨¢ escrito que Catalu?a estar¨¢ eternamente asimilada al Estado espa?ol. El desarrollo y profundizaci¨®n de la democracia pluralista permite que podamos convivir en la diferencia, que sea posible imaginar una Espa?a comunicada en red y no radialmente, que la econom¨ªa catalana pueda desarrollarse sin obst¨¢culos por raz¨®n de Estado, que sea factible impulsar la uni¨®n federal plurinacional, fundada en una relaci¨®n polic¨¦ntrica y no en el dictado centralista. Desde el federalismo y con el federalismo esto es posible y deseable. De no ser as¨ª, s¨®lo cabe una salida democr¨¢tica para la autodeterminaci¨®n catalana. El divorcio es inevitable y conveniente cuando dos sujetos no se entienden.
Miquel Caminal es profesor de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Barcelona.
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