Decir que no a todo
Continuamente se nos bombardea con las supuestas ventajas y simplificaciones de las nuevas tecnolog¨ªas, que suelen resumirse en la siguiente frase: "Ahora podr¨¢ usted hacer esto y aquello y lo otro desde casa", como si no moverse y llevar una vida cada vez m¨¢s sedentaria fuera algo beneficioso y, sobre todo, como si hacer algo sin desplazamiento equivaliera a no hacerlo, lo cual, claro est¨¢, es falso. Por el contrario, yo lo ¨²nico que percibo es un crecimiento infinito de la burocracia, en todos los ¨¢mbitos. Nos vemos obligados a hacer mil gestiones y a cumplir con mil requisitos para cualquier nader¨ªa, como lo es a estas alturas comprarse o mantener un coche; no digamos para asuntos de mayor complicaci¨®n, como adquirir o alquilar una casa, ejercer cualquier profesi¨®n o montar un negocio. Con las declaraciones de Hacienda, se nos fuerza a llevar cuenta exacta de lo que ganamos y gastamos ?libros de contabilidad, directamente?, y a almacenar infinidad de papeles y datos, durante cinco a?os que siempre son renovados, uno a uno. Cuando se muere alguien los tr¨¢mites son interminables, y si deja herencia no digamos. El Estado actual es una obsesiva m¨¢quina de registrar: exige justificantes, comprobantes, actas, partidas, permisos, licencias, constancias para cada paso que damos o no damos. Los profesores universitarios que conozco, en cuatro pa¨ªses diferentes, se ven todos abocados a descuidar sus clases ?son lo de menos? para atender casi exclusivamente a agobiantes tareas administrativas. Muchos profesionales liberales han de dedicar varios d¨ªas al mes a preparar y emitir complicad¨ªsimas facturas si quieren cobrar por sus trabajos. Y no s¨¦ si de verdad se podr¨¢n hacer tantas cosas desde casa, pero las colas en las ventanillas y mostradores son cada d¨ªa m¨¢s lentas; yo no veo que los ordenadores sean muy r¨¢pidos en manos de funcionarios o de agentes de viaje, aunque no dudo que en otras podr¨ªan serlo.
Yo encuentro disuasorio este mundo legalista y reglamentista, que adem¨¢s es contagioso. No es s¨®lo el Estado el que hoy pide toda clase de documentos y avales al que se mueve, sino tambi¨¦n la esfera privada. Hace ya trece a?os que decid¨ª no aceptar nada que tuviera el m¨¢s m¨ªnimo car¨¢cter estatal: invitaciones del Ministerio de Cultura o de cualquier otro, de los Institutos Cervantes, las Universidades, Televisi¨®n Espa?ola, los institutos de ense?anza p¨²blica, a congresos o viajes patrocinados o sufragados por las Embajadas. La raz¨®n no fue s¨®lo evitarme el papeleo consiguiente ?hubo otras de mayor peso?, pero sin duda contribuy¨® no poco. As¨ª que resolv¨ª limitarme a lo privado en todas mis actividades. Sin embargo, el contagio ya se ha producido, y cada d¨ªa tengo m¨¢s claro que la ¨²nica forma de vivir tranquilo y dedicarse uno a sus cosas, sin p¨¦rdidas gratuitas de tiempo, es decir que no a todo.
Porque en cuanto uno dice que s¨ª a algo, comienzan los tr¨¢mites y las obligaciones "secundarias". Valga un caso reciente como ejemplo: durante dos a?os, una adinerada instituci¨®n me insisti¨® en que participara en un ciclo de charlas literarias. Ocupado como estaba con la escritura de una novela largu¨ªsima que espero acabar de aqu¨ª a un mes, finalmente, fui declinando la invitaci¨®n amable. Hasta que, previendo que en oto?o estar¨¦ m¨¢s liberado, acept¨¦ hace poco, y me compromet¨ª a intervenir en dos sesiones del mes de noviembre. Ha bastado que dijera que s¨ª para que la instituci¨®n en cuesti¨®n haya empezado a darme la lata y a pedirme cosas absurdas por adelantado, interrumpiendo as¨ª mi inconclusa novela. "Env¨ªenos un curriculum vitae" (algo que mal que bien se encuentra en la solapa de cualquier libro m¨ªo). "M¨¢ndenos una foto" (se pueden conseguir demasiadas en un mont¨®n de sitios, empezando por las susodichas solapas). "En septiembre querremos los t¨ªtulos de sus charlas y un resumen de las mismas" (como si fuera a pensar lo que voy a decir dos meses antes de que me toque). "D¨ªganos su n¨²mero de cuenta bancaria, con veinte d¨ªgitos" (pese a que no se me pagar¨ªa la irrisoria suma hasta despu¨¦s de haber cumplido). "Para colgar en nuestra web y publicar en nuestro bolet¨ªn, env¨ªenos todo eso a la mayor brevedad". Parece como si hoy, m¨¢s que la intervenci¨®n propiamente dicha de alguien, lo que interesase fuera anunciarla en las malditas webs y en los condenados boletines y programas, y que, por as¨ª decir, todo tenga lugar no en la realidad y cuando debe, sino por adelantado y virtualmente. Les contest¨¦ dici¨¦ndoles que ten¨ªan muy extra?as pretensiones; que yo acudir¨ªa a las charlas cuando me tocase y que eso era todo. Pese a los antiguos ruegos, la respuesta fue borde: "De su carta deducimos su imposibilidad de participar, a causa del formato de nuestro ciclo". Yo no hab¨ªa dicho tanto. Era, como m¨ªnimo, una deducci¨®n precipitada. Pero miel sobre hojuelas. Ya digo, no hay como decir que s¨ª a algo para que a uno ya no lo dejen tranquilo. Nuestra sociedad invita a paralizarse, a no tener iniciativa, a no hacer ni aceptar nada, a estarse quieto. Si uno tiene alg¨²n proyecto o quehacer por cuenta propia, claro est¨¢. En ese caso, no me cabe duda, no hay como decir que no a todo para poder dedicarse a lo que le interesa de veras y lograr, tal vez, alguna cosa de provecho.
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