Police vuelve a la carga
Vamos a situarlos. A principios de los ochenta, The Police era el grupo m¨¢s popular del mundo. Aun a riesgo de parecer sacr¨ªlego, se pod¨ªa arg¨¹ir que Sting, Andy Summers y Stewart Copeland hab¨ªan alcanzado el nivel de omnipresencia de los Beatles: como los de Liverpool, llenaban el neoyorquino Shea Stadium, pero adem¨¢s, y m¨¢s importante, eran imitados en todo el planeta. The Police hab¨ªa hallado la v¨ªa para integrar los espaciosos ritmos del dub reggae en los arrebatados esquemas de la new wave. La f¨®rmula, imposible de patentar, fue explotada por cien mil grupos en los cinco continentes; de hecho, todav¨ªa colea.
Sin embargo, The Police no funcionaba como colectivo: celos, rencores, juegos de poder. Fr¨ªamente pensado, no deber¨ªa escandalizarnos. Eran tres seres humanos muy dispares que se hab¨ªan juntado en 1977 exclusivamente para intentar subirse al tren del ¨¦xito, aprovechando la fant¨¢stica confusi¨®n creada por la explosi¨®n del punk rock. Para Andy Summers, se trataba aproximadamente de la ¨²ltima oportunidad. Nacido en 1942, llevaba quince a?os tocando sin haber pillado cacho. Para que nos hagamos una idea de su veteran¨ªa: Andy fue el primer guitarrista brit¨¢nico que trat¨® a Jimi Hendrix cuando ¨¦ste aterriz¨® en Londres all¨¢ por 1966, un encuentro que le incit¨® a escaparse por la tangente, en busca de una expresi¨®n m¨¢s sutil.
"No puedo recordar la ¨²ltima vez que afin¨¦ personalmente la guitarra" (Summers)
"Una banda en la carretera es como una chusma de ni?os atendida por gnomos" (Summers)
Viajaban en avi¨®n privado y las azafatas les ofrec¨ªan incluso servicios sexuales
"Si hablo de resucitar The Police, que me internen en un psiqui¨¢trico" (Sting)
Stewart Copeland, estadounidense de 1952, s¨ª palade¨® cierto ¨¦xito en su ¨¦poca como baterista del grupo Curved Air; de hecho, hasta se cas¨® con la vocalista, Sonja Kristina, y tuvieron tres hijos. Pero de eso no pod¨ªa presumir en los c¨ªrculos punkis, que despreciaban el rock progresivo. Sin embargo, Copeland tuvo la visi¨®n. Hab¨ªa conocido en Newcastle a Gordon Matthew Sumner (1951), alias Sting, un maestro que combat¨ªa las frustraciones vitales tocando jazz en grupos de aficionados, donde cantaba mientras manejaba el bajo. Copeland reconoci¨® el carisma de Sting y le ofreci¨® probar suerte en Londres, donde las jerarqu¨ªas musicales estaban temblando tras la eclosi¨®n de los rebeldes del punk rock. En la propuesta lat¨ªa, reconoce ahora Stewart, un punto de arrogancia: "Hagamos lo mismo que ellos, pero toc¨¢ndolo bien". El plan maestro lo redondeaban sus dos hermanos, los despiadados Ian y Miles Copeland, que se ocupaban del management, la discogr¨¢fica (The Police comenz¨® en una independiente) y la contrataci¨®n.
Hab¨ªa un obst¨¢culo en su objetivo de convertirse en el megagrupo de la era de los imperdibles. Musicalmente, Sting se mostraba como un esnob: el punk rock le resultaba horrible. Empez¨® a intuir posibilidades creativas en The Police cuando entr¨® Andy Summers, m¨²sico m¨¢s sofisticado que su primer guitarrista, aquel corso llamado Henri Padovani. De hecho, Sting pronto se convertir¨ªa en un autor prol¨ªfico, desbancando a Copeland, que inicialmente ve¨ªa The Police como veh¨ªculo para sus canciones (frustrado, el americano terminar¨ªa recurriendo al seud¨®nimo de Klark Kent para lanzar sus ocurrencias new wave). Por otro lado, al ser falsos punkis, pod¨ªan aceptar cualquier oportunidad que les pasaba al lado, por mercenaria que resultara. Si hab¨ªa dinero, pod¨ªan implicarse en proyectos de rock pretencioso (Strontium 90, Eberhard Schoener's Laser Theatre) en la Europa continental. Hasta aceptaron protagonizar un anuncio televisivo para un chicle; el gui¨®n exig¨ªa que se ti?eran el pelo de rubios, y de ese modo adquirieron uno de sus rasgos m¨¢s reconocibles.
Socialmente nada ten¨ªan que ver con los b¨¢rbaros. Si coincid¨ªan con otras bandas punkis, Sting marcaba las diferencias enfrasc¨¢ndose ostentosamente en un libro. Copeland se indignaba ante la provocaci¨®n: escenificar su desprecio les cerraba puertas. De cualquier forma, no encajaban en el movimiento: The Police exhib¨ªa ¨¦tica del trabajo y metas definidas. Por ejemplo, los Sex Pistols fueron de gira a Estados Unidos y se autodestruyeron. Por el contrario, los tres miembros de The Police viajaron por vez primera a Nueva York en una l¨ªnea barata, llevando algunos de sus instrumentos como equipaje de mano. Una vez all¨ª, se subieron a una furgoneta y se dispusieron a actuar en cualquier club estadounidense que aceptara pagarles 300 d¨®lares, lo justo para la gasolina, comida r¨¢pida y un hotel barato a dos personas por habitaci¨®n.
La vida de The Police fue intensa y productiva: entre 1977 y 1984, a?o en que anunciaron un "periodo sab¨¢tico" que escond¨ªa una disoluci¨®n, grabaron cinco elep¨¦s, de los que se extrajeron joyas tipo Roxanne, Walking on the moon, Message in a bottle, Every little thing she does is magic, Every breath you take. Pod¨ªan jugar a ser simplistas ?"Do do do do, de da da da"?, pero simult¨¢neamente se aproximaban al jazz y las m¨²sicas ¨¦tnicas. Sting exhib¨ªa maneras de dios del rock mientras se?alaba qu¨¦ canciones referenciaban a Carl Jung o Paul Bowles. La pedanter¨ªa que hubiera hundido a otros, en el caso de Sting potenciaba su sex apppeal.
Fuera de los focos, sus compa?eros se divert¨ªan como pod¨ªan. Stewart Copeland se compr¨® una c¨¢mara de s¨²per 8 y rod¨® unas cincuenta horas del grupo en acci¨®n, que en 2006 se refundir¨ªan en el instructivo documental Everyone stares: The Police inside out (hay versi¨®n en DVD, distribuida por Universal). Andy Summers fue m¨¢s modesto: adquiri¨® una Nikon y lleg¨® a montar un mecanismo en sus pedales para retratar al p¨²blico mientras tocaba.
Ahora, Summers publica sus fotos "policiacas" como I'll be watching you. Unas im¨¢genes que se complementan con anotaciones de su diario. Se trata, naturalmente, de una cr¨®nica de la p¨¦rdida de la inocencia, lo que ocurre cuando unos m¨²sicos ?por muy resabiados que sean? ascienden a la estratosfera. En 1979, recuerda Andy, intentaron ligar con unas chicas estadounidenses que, de acuerdo con su indumentaria, parec¨ªan militar en la subcultura sado-maso (tardaron en descubrir que simplemente estaban disfrazadas, algo habitual en la noche de Halloween). Dos a?os despu¨¦s viajaban en avi¨®n privado y las azafatas les ofrec¨ªan incluso prestaciones sexuales.
Summers explica c¨®mo, paulatinamente, se pierde el contacto con la realidad: "Una banda en la carretera es como una chusma de ni?os a los que atienden fieles gnomos cansados. Todo se hace en un mar de bromas escabrosas y sonrojantes comentarios sobre los fallos de los dem¨¢s. No puedo recordar la ¨²ltima vez que afin¨¦ personalmente mis guitarras. ?Me estoy relacionando con mi instrumento tan profundamente como debiera? Nunca dejamos de tocar, imagino que eso lo compensa. Creo que estamos en Alemania, pero no estoy seguro".
De fondo, tensiones crecientes. En teor¨ªa, The Police tomaba decisiones por la v¨ªa democr¨¢tica, lo que significaba que ganaba el bloque principal, formado generalmente por Summers y Copeland. Pero Sting, compositor de los principales ¨¦xitos y centro visual del tr¨ªo, se empe?aba en hacer prevalecer su voluntad. A veces, Sting entraba en raz¨®n tras intercambiar unos cuantos pu?etazos con Copeland. El baterista lleg¨® a escribir insultos para Sting en sus tambores, para que todo el mundo supiera lo que pensaba del "querido l¨ªder supremo".
Con aquellas batallas, incluso perd¨ªan oportunidades estimulantes. Summers se asombra hoy de que la cantautora Joni Mitchell les pidiera grabar con ellos y que se negaran. Empe?ados en combatir el tedio mediante conciertos en India, Egipto y otros pa¨ªses fuera del circuito convencional, acumulaban malentendidos culturales: en M¨¦xico DF tocaron ante los cachorros de la dirigencia del PRI y fueron vituperados por los fans de base. En el Chile de Pinochet se les consider¨® criaturas no civilizadas por un gesto genital que, en el c¨®digo interno de la gira, equival¨ªa a una petici¨®n de coca¨ªna. Funcionaban como "una manada de s¨¢tiros sueltos".
Las relaciones internas estaban m¨¢s que deterioradas. Para esquivar los impuestos brit¨¢nicos, tanto Sting como Summers trasladaron sus domicilios a Irlanda. No fue una decisi¨®n fraternal: sus mansiones estaban en diferentes costas de la isla para que no saltaran las chispas. Sting fue tomando el control: se presentaba a grabar con el repertorio totalmente estructurado, negando as¨ª la posibilidad de aportaciones ajenas.
Hoy, Andy cree que fueron tontos al aceptar los envites de Sting y responder a cara de perro. Pod¨ªan, piensa, haberle concedido margen para funcionar como solista sin romper el juguete principal. ?sa es una teor¨ªa dudosa. Uno recuerda haberles visto en su reaparici¨®n de 1986, durante el estreno en Atlanta del espect¨¢culo Conspiracy of hope, caravana estelar montada por Amnist¨ªa Internacional, y resultaba penoso comprobar que hab¨ªan perdido filo y elasticidad: tres superdotados imit¨¢ndose a s¨ª mismos, con caras de frustraci¨®n. Conscientes de que no hab¨ªa magia, dieron un portazo. Sting quem¨® los barcos al declarar p¨²blicamente: "Si alguna vez hablo de resucitar The Police, autorizo a que me internen en un psiqui¨¢trico".
Ofendidos, sus socios se construyeron vidas profesionales fuera de los grandes escenarios. Stewart Copeland desarroll¨® una fruct¨ªfera carrera como compositor de bandas sonoras, trabajando para Oliver Stone o Francis Ford Coppola. Tambi¨¦n particip¨® en grupos m¨¢s o menos experimentales; sin embargo, en 2002, ansioso por reencontrarse con el gran p¨²blico, se apunt¨® a tocar la bater¨ªa con los resucitados Doors (una lesi¨®n le impidi¨® ese necr¨®filo placer). Por su parte, Andy Summers tambi¨¦n realiz¨® m¨²sica cinematogr¨¢fica, aunque dedic¨® m¨¢s energ¨ªa a sus discos guitarr¨ªsticos, a veces con socios como Robert Fripp o Victor Biglioni, ocasionalmente centrados en el jazz, como el bello Green chimneys: the music of Thelonius Monk, de 1999.
Musicalmente, lo que hizo Sting a partir de 1984 es de dominio p¨²blico. Tras abundantes t¨ªtulos como actor, se fue desencantando del cine. Ejerci¨® de conciencia ecol¨®gica y palad¨ªn de los derechos humanos, pero, vapuleado por los observadores suspicaces, dej¨® el campo libre a almas m¨¢s impetuosas como Bono. Procuraba no herir las sensibilidades de sus ex compa?eros: su autobiograf¨ªa, M¨²sica rota, apenas ara?a en la aventura de The Police.
Ha sido Sting quien ha tocado a rebato. Despu¨¦s de permitirse un gran capricho ?grabar la m¨²sica de la¨²d de John Rowland? y comprobar que las ventas han sido m¨ªnimas, ha ofrecido a sus dos contrincantes lo que llevaban d¨¦cadas deseando. The Police vuelve a lo grande, en estadios. Signo de los tiempos: viajan hasta con un instructor de Pilates.
Ser¨¢n unos ochenta bolos y se lo toman muy en serio: se han tirado semanas ensayando en Canad¨¢, buscando recuperar la tensi¨®n de sus mejores ¨¦pocas. Sting ha impuesto algunas de sus condiciones: como grupo telonero va Fiction Plane, la banda de su hijo Joe. El nepotismo, han decidido los dem¨¢s, es un pecado menor trat¨¢ndose de The Police.
'I'll be watching you', el libro de fotograf¨ªas de Andy Summers, ha sido publicado por Taschen. The Police act¨²a en Barcelona (Estadio Ol¨ªmpico) el 27 de septiembre.
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