Sindicatos y Universidad conquistan la democracia
Sartorius y Sabio analizan el trascendental periodo que se inicia en noviembre de 1975 y abarca hasta junio de 1977
Cuando el dictador Franco expira a las cuatro y veinte de la madrugada del d¨ªa 20 de noviembre de 1975, despu¨¦s de casi 40 a?os de r¨¦gimen totalitario, el pa¨ªs que abandona es muy diferente de aquel que conquistara despu¨¦s de una Guerra Civil de tres a?os. Nadie discute a estas alturas que la Espa?a de mediados de los a?os setenta no era la misma que la de 1940, como tampoco se puede poner en duda que, si bien a partir de 1960 nuestro pa¨ªs conoci¨® un fuerte crecimiento econ¨®mico, durante el periodo de 20 a?os comprendido entre 1940 y 1960, la sociedad espa?ola sufri¨® el retroceso pol¨ªtico, econ¨®mico, social y cultural m¨¢s severo de toda su historia moderna y contempor¨¢nea. Hay quien ha pretendido, con apoyo argumental en ese indiscutible crecimiento posterior a 1960, legitimar el r¨¦gimen surgido del golpe militar del 18 de julio de 1936, como si la dictadura hubiese sido una suerte de sistema nacido con la finalidad de desarrollar o modernizar las anticuadas estructuras del pa¨ªs. Este argumento ha servido a otros autores, algunos incluso procedentes del campo progresista, para sostener que gracias al fuerte "desarrollo" de aquellos a?os, posteriores al Plan de Estabilizaci¨®n de 1959, en Espa?a se cre¨® una clase media que hizo posible, a la postre, el advenimiento de la democracia sin violencia. Es decir, como si lo acontecido en el tardofranquismo no hubiese sido la historia de la degeneraci¨®n y el desmembramiento de una dictadura como consecuencia de la confluencia de m¨²ltiples presiones sociales, sino la preparaci¨®n de la sociedad espa?ola, liderada por un sector de las propias ¨¦lites del r¨¦gimen, para una democracia al estilo de las europeas occidentales. En una palabra, seg¨²n esa corriente de pensamiento, a la muerte del dictador, estar¨ªa Espa?a en condiciones de acceder a la democracia gracias a la obra de la propia dictadura, que habr¨ªa desarrollado el pa¨ªs hasta el punto de homologarlo a las naciones que entonces constitu¨ªan la Comunidad Econ¨®mica Europea (CEE). El estudio comparado de la situaci¨®n en que se encontraba Espa?a a la muerte del caudillo en relaci¨®n con los pa¨ªses que compon¨ªan la CEE no permite sostener tal tesis. (...)
Eran muchas las ganas de ajustar cuentas con todo lo que oliese a libertad o a amnist¨ªa en los estertores de la dictadura, pero la pintada obrera era indeleble
Se ha afirmado con acierto que, a pesar del tir¨®n al alza de los salarios reales entre 1960 y 1974, "la desigualdad social en Espa?a fue el precio pagado por el desarrollismo"
Las movilizaciones en Madrid desgastaron muy seriamente la credibilidad de los intentos continuistas de Arias y colocaron en primer plano la necesidad de un cambio democr¨¢tico
"?Vienes a rematarme?", fueron las primeras palabras de un obrero herido en Vitoria cuando el ministro Fraga Iribarne acudi¨® a visitarle al hospital
Acortando las diferencias
Creemos que es necesario realizar este ejercicio comparativo, aunque no podamos abordarlo de manera exhaustiva, porque no pueden dejarnos satisfechos meras cifras cuantitativas y absolutas sobre algunos aspectos de la realidad. No es suficiente con constatar que durante los a?os comprendidos entre 1961 y 1974 el producto interior bruto (PIB) espa?ol creci¨® de manera sostenida, incluso por encima de la media comunitaria, o que la renta y el consumo de los espa?oles mejoraron en comparaci¨®n a los a?os anteriores para, apoyados en esa evidencia, afirmar que Espa?a se moderniz¨® y alcanz¨® grados de bienestar y civilizaci¨®n equiparables a los de los pa¨ªses comunitarios. Esa tesis no se sostiene, entre otras razones, porque lo que siempre se ha omitido o no se ha querido investigar es que mientras Espa?a crec¨ªa de manera bastante desordenada y a partir de umbrales de producci¨®n y renta muy bajos, los pa¨ªses avanzados de Europa se desarrollaban de manera mucho m¨¢s armoniosa, levantaban s¨®lidos Estados de bienestar y dedicaban, como luego veremos, recursos muy superiores a los espa?oles a fortalecer sectores estrat¨¦gicos de su econom¨ªa, elementos o factores estrat¨¦gicos que, al producir un efecto acumulativo a lo largo del tiempo, nos alejaban cada vez m¨¢s de esas sociedades, aunque en t¨¦rminos de estricto crecimiento econ¨®mico fu¨¦semos acortando trecho hasta situarnos, en t¨¦rminos relativos, a la misma distancia que en la ¨¦poca de la Segunda Rep¨²blica. (...)
Con Franco todav¨ªa en vida, apareci¨® en el expreso Costa Brava con destino a Madrid, a todo lo largo del primer coche y escrito con pintura amarillo fosforito, un letrero que dec¨ªa: "Amnist¨ªa. Comisiones Obreras. Solidaridad con AEG de Tarrasa". Desde la estaci¨®n de L¨¦rida se avis¨® a la de Zaragoza, pero, seg¨²n el propio testimonio policial, "la consistencia de la pintura empleada hizo in¨²tiles todos los esfuerzos para borrar esas frases". Eran muchas las ganas de ajustar cuentas con todo lo que oliese a libertad o a amnist¨ªa en los estertores de la dictadura, pero la pintada obrera era indeleble. Y es que fueron muchos los obreros que asumieron riesgos para el advenimiento de la democracia, aunque no siempre se haya reconocido en la historiograf¨ªa el papel de las movilizaciones sociales en el proceso de transici¨®n, singularmente la contribuci¨®n pol¨ªtica, y no s¨®lo laboral, de los obreros organizados, capaces de encauzar sus problemas dentro de unas coordenadas de transici¨®n pac¨ªfica y, a partir de ellas, ganar la democracia.
Mercado de trabajo injusto
A pesar de todas las afirmaciones en torno al "productor" como eje b¨¢sico de la ordenaci¨®n econ¨®mica de la patria, la d¨¦cada de los sesenta se caracteriz¨® por un mercado de trabajo injusto para unos trabajadores cuyo poder de negociaci¨®n estaba severamente recortado. De ah¨ª la escasa participaci¨®n del trabajo en la renta nacional, al tiempo que ¨¦sta se triplicaba entre 1960 y 1975, como se ha visto en el cap¨ªtulo anterior. Se ha afirmado con acierto que, a pesar del tir¨®n al alza de los salarios reales entre 1960 y 1974, "la desigualdad social en Espa?a fue el precio pagado por el desarrollismo". Ello no quita para marcar una importante correlaci¨®n: las semillas de disidencia comienzan a germinar a medida que despega tambi¨¦n el bienestar econ¨®mico. Fue entonces cuando un nuevo lenguaje lleg¨® a la opini¨®n p¨²blica, una nueva "fraseolog¨ªa", en palabras de los gobernadores civiles m¨¢s rancios y autoritarios. Se hablaba m¨¢s que nunca de inflaci¨®n, de rentas per c¨¢pita, de divisas, de producto interior bruto o de balanza de pagos.
En el crecimiento econ¨®mico hispano de esos a?os ha de subrayarse la importancia de factores ajenos a la responsabilidad gubernamental. En particular, el boom europeo de la d¨¦cada de los sesenta y comienzos de los setenta result¨® decisivo para el turismo, la emigraci¨®n de trabajadores, las exportaciones espa?olas y las inversiones de capital extranjero. Como ha anotado J. P. Fusi, "el desarrollo se produjo m¨¢s a pesar de la pol¨ªtica gubernamental que por ella", y la espectacularidad del crecimiento dif¨ªcilmente pod¨ªa ocultar los desequilibrios, insuficiencias y desajustes que lo limitaron y que, a partir de 1973, amenazar¨ªan con estrangularlo. Los lastres del modelo de crecimiento quedaron aireados por la crisis energ¨¦tica de ese a?o. (...)
Conflictos laborales
El Ministerio de Trabajo pas¨® a dirimir los conflictos laborales si fracasaba la negociaci¨®n entre empresarios y trabajadores. Pero, a los efectos que ahora nos interesan, esta Ley de Convenios Colectivos fue importante porque el propio sistema de relaciones industriales creado por el r¨¦gimen acentu¨®, naturalmente sin pretenderlo, los conflictos laborales, sobre todo a medida que iba fracasando el llamado "sindicalismo de conciliaci¨®n" y Comisiones Obreras desarrollaba su din¨¢mica de entrismo e infiltraci¨®n en el vertical, intentando sacar partido de las posibilidades que ofrec¨ªa el sistema en aras de arrancar ventajas laborales. Cuando no se llegaba a un acuerdo, los obreros presionaban con la huelga (165, en 1963; 1.595, en 1970; 811, en 1973, nada que ver, en cualquier caso, con los m¨¢s de 17.000 del primer trimestre de 1976), el franquismo los reprim¨ªa y lo laboral se acababa convirtiendo en un asunto "politizado" de orden p¨²blico. En particular, las v¨ªsperas de la negociaci¨®n de convenios fueron los momentos elegidos para desencadenar huelgas y acciones de protesta por parte de un movimiento que se mov¨ªa todav¨ªa, generalmente, en orden disperso. (...)
Nada menos que 350.000 trabajadores se pusieron en huelga en Madrid el 14 de enero de 1976, tras casi dos meses de escenario huelgu¨ªstico. "Decenas de conflictos estallaban y se apagaban, sin que la huelga dejase de crecer". Desbordado el sindicalismo oficial, el epicentro de la conflictividad se situ¨® en sectores tradicionales como el metal o la construcci¨®n, pero con participaci¨®n a?adida y estrat¨¦gica de empresas p¨²blicas de transporte y comunicaciones (Telef¨®nica, Renfe, Correos, Metro de Madrid) e incorporaci¨®n novedosa a la protesta de trabajadores de banca o seguros, con patios de operaciones ocupados por huelguistas y celebrando en ellos asambleas masivas. La ciudad se qued¨®, sucesivamente, sin taxis, sin metro y sin correspondencia. Madrid, que ya se hab¨ªa convertido en 1975 en la quinta provincia m¨¢s conflictiva, algo hist¨®ricamente sin precedentes, vio c¨®mo una oleada de huelgas la atravesaba de cabo a rabo en los primeros meses de 1976. Desde la marcha a Carabanchel, a finales de noviembre de 1975, a los conflictos neur¨¢lgicos en la Standard o la Chrysler, pasando por lo sucedido en Getafe (Kelvinator, desalojada por la polic¨ªa; Siemens, John Deere, Casa, Intelsa, Electromec¨¢nica, asambleas en las plazas de la localidad en lo que se dio en llamar el "sindicato ambulante"), en Villaverde, Barajas o M¨¦ndez ?lvaro, en los pol¨ªgonos industriales de Fuenlabrada y Legan¨¦s o en Torrej¨®n (donde veintiocho sindicalistas fueron detenidos de una tacada), fue una movilizaci¨®n con un claro sentido pol¨ªtico, mucho m¨¢s all¨¢ de una simple cuesti¨®n de ¨ªndole salarial. Las movilizaciones en Madrid desgastaron muy seriamente la credibilidad de los intentos continuistas de Arias y colocaron en primer plano la necesidad de un cambio democr¨¢tico. Adem¨¢s, lo sucedido en Madrid tuvo un car¨¢cter "ejemplificador" para otras provincias y ayud¨® a desencadenar iniciativas similares, sobre todo cuando se observ¨® que se hab¨ªan obtenido ventajas concretas: tanto el convenio de la construcci¨®n como los pactos alcanzados en distintas empresas metal¨²rgicas lograron una ruptura de los topes salariales, algo nada f¨¢cil en aquellos momentos. (...)
"?Vienes a rematarme?", fueron las primeras palabras de un obrero herido en Vitoria cuando el ministro Fraga Iribarne acudi¨® a visitarle al hospital. Era no s¨®lo una expresi¨®n de indignaci¨®n ante los cr¨ªmenes, sino tambi¨¦n una prueba de la falta de credibilidad en el Gobierno de Arias Navarro, ese Gobierno que, desbordado por todas partes, implant¨® en marzo de 1976 un nuevo tipo de salario m¨ªnimo interprofesional y una tenue mejora de las pensiones anunciada a bombo y platillo, con la secreta aspiraci¨®n de atenuar la conflictividad laboral. Resulta llamativo, sin embargo, que la propia polic¨ªa reconozca sobre esta cuesti¨®n de las pensiones que "no se ha llegado a dar la soluci¨®n deseable para que mucha gente pueda hacer frente a sus necesidades de una manera digna", seg¨²n puede leerse en un informe policial del 20 de marzo de 1976.
Tras varios meses de huelgas, los sucesos de Vitoria acabaron en marzo de 1976 con varios muertos y decenas de heridos. Ven¨ªan proliferando las huelgas en muchos puntos de la geograf¨ªa vasca, pero las m¨¢s multitudinarias y prolongadas acaecieron en Vitoria. All¨ª, industrias importantes estaban paradas desde hac¨ªa un mes: Mevosa, Aranz¨¢bal, Gabilondo, Forjas Alavesas, Apell¨¢niz, Areitio... ?ngel Ugarte, miembro del SECED (luego, CESID), vitoriano y testigo privilegiado de aquellos acontecimientos, ha escrito que esas muertes se habr¨ªan evitado "si los pol¨ªticos al mando hubieran sido otros, con mayor conocimiento de nuestra labor, m¨¢s expertos y m¨¢s dispuestos a sacar partido de la in formaci¨®n que les hac¨ªamos llegar". El gobernador civil de ?lava recibi¨® informaci¨®n, casi en el mismo instante en que se produc¨ªa -seg¨²n Ugarte-, del estado de ¨¢nimo del comit¨¦ de huelga, de sus intenciones y de otro asunto clave: la situaci¨®n financiera de la Coordinadora de Vitoria. Para remachar a continuaci¨®n que "supimos siempre con tiempo, y a trav¨¦s de nosotros lo sab¨ªan las autoridades civiles, qu¨¦ iba a pasar". No queda nada bien parado en el relato de Ugarte el entonces asesor personal de Fraga Iribarne en el Ministerio de la Gobernaci¨®n, Jos¨¦ Antonio Zarzalejos. Al parecer, Zarzalejos, tras escuchar las informaciones y advertencias del esp¨ªa Ugarte, pronunci¨® en la noche del 2 de marzo un comentario que nunca he olvidado: "Esto es Vitoria. Aqu¨ª nunca pasa nada". Pero pas¨®, al d¨ªa siguiente, nada menos que cinco obreros muertos y decenas de heridos. (...)
Adolfo Su¨¢rez
El nombramiento de Adolfo Su¨¢rez como presidente del Gobierno constataba el fracaso de la versi¨®n "reformista" de Arias Navarro. Pero los sindicatos, al igual que los partidos de oposici¨®n, pensaban que hab¨ªa llegado el momento de la amnist¨ªa, de la legalizaci¨®n de todos, de convocar elecciones democr¨¢ticas y de abrir un periodo constituyente. Ideas todas ellas que, cabe recordarlo, levantaban enormes recelos entre el franquismo sociol¨®gico, todav¨ªa muy abundante: "Nos tememos que las organizaciones clandestinas, al aprovecharse de las nuevas corrientes aperturistas, es posible den al traste con las sanas intenciones democratizadoras que inspiran el momento".
El momento era que, coincidiendo con la ca¨ªda de Arias y el nombramiento de Su¨¢rez, en un local de un barrio industrial de Barcelona se reunieron el 11 de julio, sin autorizaci¨®n, 650 delegados de CC OO en su primera Asamblea General. "La duraci¨®n de la asamblea, prevista para tres d¨ªas, hubo de constre?irse a 10 horas... El local, min¨²sculo y oscuro, dif¨ªcilmente soport¨® sin reventar la presencia y el entusiasmo de los seis centenares largos de delegados -con una media de edad de entre 25 y 35 a?os- llegados de todas las regiones y nacionalidades de Espa?a. El calor asfixiante oblig¨® desde el comienzo a numerosos delegados a despojarse de camisas y otras prendas accesorias, y unido a los dos potentes focos situados frente al escenario en que se hallaba la mesa presidencial, cre¨® a veces un clima de galer¨ªa de mina, de sala de fundici¨®n". A partir de esa asamblea, CC OO reorient¨® su trayectoria hasta convertirse en una central sindical, cuesti¨®n que se decidi¨® en el mes de septiembre de ese a?o en un despacho de abogados de la calle de Atocha de Madrid, donde pocos meses m¨¢s tarde ser¨ªan asesinados los abogados y auxiliares laboralistas del PCE y CC OO y donde se eligi¨® a Marcelino Camacho como "responsable del secretariado", todav¨ªa no oficialmente secretario general.
La amnist¨ªa concedida en ese mes de julio de 1976 no era la que ped¨ªa Coordinaci¨®n Democr¨¢tica y la que exig¨ªan los trabajadores movilizados, aun cuando signific¨® un paso positivo en el camino de la restauraci¨®n de las libertades democr¨¢ticas y facilit¨® el posible di¨¢logo entre el Gobierno y la oposici¨®n. (...)
Nicol¨¢s Sartorius y Alberto Sabio
Sartorius fue fundador de CC OO y perteneci¨® a su secretariado hasta 1981. Particip¨® en las negociaciones sociales y pol¨ªticas durante la transici¨®n a la democracia. Sabio es profesor titular de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
El final de la dictadura. Temas de Hoy
Entre noviembre de 1975 y junio de 1977 transcurri¨® un periodo crucial porque se puso en juego el futuro democr¨¢tico de Espa?a. Los autores analizan el pulso que mantuvo la sociedad contra los ¨²ltimos coletazos del posfranquismo. El libro se publica este mes.
La 'audacia' de los estudiantes
"ES UN HECHO INNEGABLE que la subversi¨®n viene dando ¨²ltimamente muestras de audacia con el consiguiente desasosiego en el ambiente del pa¨ªs. Es el desorden el fin perseguido por los agitadores universitarios, y no la soluci¨®n justa de los problemas pendientes". Esos agitadores "arrastran a una mayor¨ªa de estudiantes, de suyo sanos e ingenuos, hacia una org¨ªa de anarqu¨ªa y nihilismo". As¨ª se describe en los informes policiales el ambiente universitario espa?ol en febrero de 1976, apenas tres meses despu¨¦s de la muerte de Franco. Por las mismas fechas, "los incidentes en la Universidad se han desorbitado, tratando de forzar situaciones de dif¨ªcil soluci¨®n, como es t¨¢ctica sobradamente conocida de los profesionales de la subversi¨®n", explica esta vez el gobernador civil de Sevilla. (...) No por casualidad, en ciudades como Madrid o Barcelona, sol¨ªa dedicarse una de las cuatro compa?¨ªas policiales que constitu¨ªan las Banderas M¨®viles al "servicio permanente en la Universidad", y tampoco fue casual que Jos¨¦ Ignacio San Mart¨ªn crease la Organizaci¨®n Contrasubversiva Nacional, la madre del SECED, a petici¨®n del ministro de Educaci¨®n Villar Palas¨ª, precisamente para infiltrarse en los movimientos estudiantiles universitarios. (...)
El final del Sindicato Espa?ol Universitario (SEU) fue la se?al de alarma que indicaba hasta qu¨¦ punto el crecimiento social hab¨ªa desbordado la estructura pol¨ªtico-administrativa. Y Villar Palas¨ª asisti¨® impotente a un estallido que pas¨® de la Universidad a los ¨²ltimos cursos de instituto, y de ¨¦stos, a los padres de familia.
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