Seso y sexo
S exuales parecen haber sido y seguir siendo las sociedades. El sexo de las personas y de la biolog¨ªa, no digamos de la medicina, es uno de los vectores m¨¢s poderosos en el pensamiento y el comportamiento social de nuestro tiempo. Hurgar en las seseras de hombres y de mujeres a la b¨²squeda de legitimaciones para la diferencia -o la discriminaci¨®n- tiene ya una edad.
Anne Fausto-Sterling imagina la utop¨ªa de un mundo en el que el sexo no ser¨ªa un criterio de clasificaci¨®n, ni de caracterizaci¨®n de los seres vivos -o muertos- de cualquier especie. Dado que las hormonas sexuales tienen una dif¨ªcil adjudicaci¨®n sexual, esa terminolog¨ªa que les asigna sexo ser¨ªa, hoy al menos, un anacronismo carente de rigor, ya que hay hormonas que en su d¨ªa se denominaron femeninas en los cuerpos de los machos y la viceversa tambi¨¦n se cumple -hay en las hembras hormonas que en su d¨ªa se calificaron de masculinas-.
Pero queda el cerebro. Y all¨ª se sigue buscando una diferencia biol¨®gica legitimadora de realidades sociales que mantendr¨ªan a las mujeres, y a las hembras animales en general, en un lugar cultural y social distinto del de los hombres, y de los machos animales.
En algunos aspectos, cuando las diferencias entre machos y hembras podr¨ªan saltar a la vista, hay empe?o en buscar raz¨®n celular, cerebral, neurol¨®gica, de esas diferencias que la cultura asigna a mujeres y a hombres.
Si es verdad que las ciencias y los saberes que forman parte de ellas se construyen de acuerdo a los valores y concepciones del tiempo en el que se engendran, entonces las investigaciones biol¨®gicas y biom¨¦dicas dedicadas a encontrar diferencias acabar¨¢n por encontrar algo -algo m¨¢s- que nos separe en dos grupos sociales. Ser¨ªa otra profec¨ªa autocumplida, una de tantas que se han dado en la historia de las ciencias. Ni bastar¨ªa, cuando se diera el caso, con el embarazo, ese proceso biol¨®gico reproductivo que queda a la vista del p¨²blico y carga en el abdomen de las mujeres los cuerpos de su descendencia. Parece haber seguridad de que existe algo m¨¢s que podr¨ªa separarnos de los hombres.
Nos formamos y crecemos, construimos nuestro pensamiento sobre las cosas naturales y las no naturales de acuerdo al tiempo que nos toca vivir. Si se dijo que la pelvis de las mujeres era grande fue, seg¨²n Londa Schiebinger, para poder explicar que esa pelvis superior de las mujeres era la que pod¨ªa dar paso al cr¨¢neo superior, masculino.
M¨¢s marcada que en los huesos de la pelvis -cu¨¢ntas mujeres de pelvis estrechas paren cada a?o-, m¨¢s profundamente que en la fisionom¨ªa y en la biolog¨ªa cerebral, est¨¢ inserta en nuestra cultura la diferencia sexual. Acaso la vestimenta nos distinga m¨¢s que cualquier realidad biol¨®gica y fisiol¨®gica.
En un mundo cautivado por las posibilidades de predicci¨®n, la gen¨¦tica parece ocupar un espacio grande en el pensamiento social: somos lo heredado, nuestro linaje biol¨®gico, y poco m¨¢s queda por hacer. No parece quedar espacio para la cultura en ese mundo reducido a mol¨¦culas y a reacciones qu¨ªmicas conocidas. Pero esa es la misma cultura que ha hecho de las mol¨¦culas, en este caso de los esteroides, mol¨¦culas masculinas y femeninas. Si hasta las mol¨¦culas pueden clasificarse as¨ª, ?por qu¨¦ no los cerebros?
Resign¨¦monos a ver crecer y envejecer a nuestras familias en un mundo siempre imperfecto, marcado por las diferencias biol¨®gicas que lo separar¨ªan en dos sexos, como est¨¢ separado en clases sociales, en los nombres que la correcci¨®n pol¨ªtica reserva para lo que se llamaron razas.
Si las medidas de los cr¨¢neos fueron calificadas por Stephen Jay-Gould como falsa medida del hombre -los m¨¢s listos lo habr¨ªan tenido m¨¢s grande que los menos dotados-, no por ello dejaron de explorarse las diferencias anat¨®micas a la b¨²squeda de razones que justificar¨ªan el orden jer¨¢rquico de esas diferencias, que dotan de valor biol¨®gico lo que detect¨® la antrop¨®loga Mary Douglas: mayor peso del norte sobre el sur, de los asientos de la derecha sobre los de la izquierda del rey. Naturalizar las diferencias sexuales ser¨ªa un poderoso criterio m¨¢s para aceptarlas a ellas y a las jerarqu¨ªas que acarrean. Aunque las Vainica Doble ya lo cantaron: seso y sexo, como usted.
Mar¨ªa Jes¨²s Santesmases es cient¨ªfica titular del CSIC en el Instituto de Filosof¨ªa.
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