Los miserables de Calais
M¨¢s de un centenar de 'sin papeles' trata cada noche de cruzar el canal de la Mancha
Empieza a caer la noche en la jungla de los pobres de Calais. Los peque?os de tez oscura llegan en tropel, sudorosos y magullados. Esta tarde han logrado escapar de la polic¨ªa, esta noche ya veremos. Descansar¨¢n un par de horas en su escondrijo del bosque, y cuando no quede un solo rayo de sol, cuando ya no se vea nada, empezar¨¢n de nuevo las carreras entre los matorrales hasta llegar al puerto, donde intentar¨¢n colgarse de los bajos de los cientos de camiones que cruzan cada noche el canal de la Mancha.
Los aspirantes a refugiados se quejan de la brutalidad de la polic¨ªa de Calais
Hoy, Amid, un iran¨ª de 14 a?os, lo volver¨¢ a intentar, como cada noche durante los ¨²ltimos tres meses. Porque sabe que tarde o temprano habr¨¢ suerte y llegar¨¢ una noche en que logre burlar el hocico de los d¨®berman que la polic¨ªa francesa saca al monte para dar caza a los clandestinos. Lo sabe porque muchos de sus compa?eros lo han conseguido, y porque en el coladero humano de Calais, todos acaban por pasar, es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo. "Pero esto es muy duro, la polic¨ªa en Francia es muy bestia y mantenerse agarrado al cami¨®n es muy peligroso".
La mayor¨ªa de sus compa?eros, cerca de una veintena, tampoco han cumplido los 18. Recostados entre la maleza y cosidos a ara?azos, recuperan el aliento. Se dan el parte del d¨ªa: qui¨¦n ha ca¨ªdo en manos de la polic¨ªa, qu¨¦ ha sido del afgano al que ayer se le rompi¨® la mu?eca durante la huida... "?Sabe si Sarkozy nos va a echar a todos cuando gane las elecciones?", pregunta uno. La mayor¨ªa son iran¨ªes o afganos, pero hasta hace bien poco no se conoc¨ªan, y tal vez ma?ana no se vuelvan a ver. Aun as¨ª, es mucho lo que les une. Casi todos han escapado de la guerra. Todos han recorrido media Europa, a pie, en barco, en autob¨²s o en tren hasta llegar a Calais. Y todos saben que no pueden fallar, que sus familias han invertido cerca de 7.000 euros en pagar a las mafias que les suministran billetes de avi¨®n y pasaportes falsos y que su misi¨®n es alcanzar El Dorado brit¨¢nico y conseguir un empleo.
Amid viste pantal¨®n de camuflaje y un pa?uelo palestino al cuello. Hace meses que sali¨® de Teher¨¢n rumbo a Londres, donde vive su hermano, el ingeniero. Tiene otros cuatro hermanos que viven en Ir¨¢n y una madre que no tiene trabajo. Su padre muri¨® combatiendo en las filas de la Alianza del Norte en Afganist¨¢n. Ha pasado por Turqu¨ªa, Grecia e Italia antes de llegar a Francia, donde le detuvieron y una familia francesa le acogi¨®. "El padre de la familia era polic¨ªa, eran muy estrictos y me trataban como a un ni?o peque?o", dice Amid, un ni?o al que la vida le ha convertido en hombre a los 14 a?os. Desde que escap¨® de la casa de acogida juega cada noche al gato y al rat¨®n con la polic¨ªa en el denso sotobosque plagado de espinas que separa el puerto de su escondite.
Apenas un kil¨®metro m¨¢s all¨¢, est¨¢ la jungla de los mayores. All¨ª se dejan caer al alba m¨¢s de un centenar de afganos, iran¨ªes, sudaneses, eritreos, somal¨ªes y cada vez m¨¢s iraqu¨ªes, despu¨¦s de probar suerte en los camiones. All¨ª duermen a la intemperie, cerca del mar. Hace fr¨ªo y los africanos en septiembre ya preguntan cu¨¢ndo acabar¨¢ el invierno. El bosque est¨¢ salpicado de caba?as fabricadas con ramas y pl¨¢sticos, cubiertas de kilos de basura y ropas viejas. De algunas, s¨®lo quedan las cenizas. La polic¨ªa se adentra con frecuencia en el bosque para prender fuego a cualquier rastro humano. Cuando llegan los agentes se desata la marabunta, todos echan a correr y algunos trepan a los ¨¢rboles de este bosque de miseria.
Los aspirantes a refugiados se quejan de la brutalidad de la polic¨ªa, algo que confirman en el Ayuntamiento de Calais. "Es verdad que ha habido detenciones en las que se ha abusado de la fuerza en la jungla. Tambi¨¦n es verdad que se utilizan gases lacrim¨®genos. Nosotros mismos hemos pedido a la polic¨ªa de Calais moderaci¨®n y parece que la situaci¨®n ha mejorado", explica Bernard Barron, portavoz del Ayuntamiento de Calais, una ciudad industrial venida a menos en la que viven 100.000 personas. En la sede de la Delegaci¨®n de Interior del Gobierno, donde se encuentran los responsables policiales no quieren hablar, porque "la inmigraci¨®n es una cuesti¨®n de Estado y no nos pronunciaremos hasta que termine el periodo de reserva que imponen las elecciones".
El alcalde, Jackye H¨¦nin, eurodiputado comunista, lleva a?os llamando a las puertas de Europa sin ¨¦xito, para pedir que alguien se haga cargo de la situaci¨®n de los olvidados de Calais, de los cientos de almas que deambulan como fantasmas por los pol¨ªgonos y bosques de las afueras de la ciudad sin m¨¢s asistencia que los bocadillos de las asociaciones locales. "Esto no tiene sentido. Se deja llegar a los j¨®venes hasta Calais y una vez aqu¨ª se cierra el grifo. Decenas de kil¨®metros de costa est¨¢n sembradas de asentamientos de ilegales", dice Barron. El alcalde ha pedido socorro a Sarkozy para aliviar una situaci¨®n humanitaria insostenible, pero nadie se acuerda de ellos. "Los pol¨ªticos nos han abandonado. A S¨¦gol¨¨ne Royal tampoco le hemos visto el pelo", se queja el portavoz.
Ante la falta de dinero p¨²blico, algunas asociaciones de Calais alimentan desde hace cinco a?os -desde que se cerr¨® el centro de Sangatte que ofrec¨ªa cama y comida a los que llegaban- a los extranjeros en un aparcamiento junto a uno de los muelles de la ciudad. Han suscrito un acuerdo t¨¢cito con la polic¨ªa, que se compromete a no perpetrar detenciones durante el reparto. A las once de la ma?ana, un centenar de personas se arremolina en torno a los termos de caf¨¦ y los bollos duros que los panaderos de la ciudad no pudieron vender el d¨ªa anterior.
Una mujer rubia y oronda, de la asociaci¨®n Salam es la que reparte. Se llama Sylvie Copyans, pero todos las llaman "mami". "Siempre es lo mismo. La polic¨ªa les detiene cuando salen de aqu¨ª corriendo hacia la jungla. Les llevan a comisar¨ªa y luego a un centro donde pasan 48 horas. A la mayor¨ªa los sueltan porque no tienen pasaporte o porque vienen de pa¨ªses a donde no les pueden devolver y vuelta a la casilla de salida". Sylvie cuenta que cada vez hay m¨¢s menores como Amid, que si anoche la suerte estuvo de su lado, las suelas gastadas de sus deportivas estar¨¢n ahora mismo pisando suelo brit¨¢nico. En Londres, quiere ir a la universidad.
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