La materia prima de 'Las uvas de la ira'
Se publican las cr¨®nicas de Steinbeck de 1936 sobre la emigraci¨®n a California de los granjeros que arruin¨® la sequ¨ªa
En esta ¨¦poca del a?o, cuando llega el tiempo de la cosecha a los inmensos campos de California -las uvas hinchadas, las ciruelas, las manzanas, las lechugas y ese algod¨®n que tan r¨¢pido madura-, nuestras carreteras se convierten en un hervidero de temporeros itinerantes, esa masa informe de braceros n¨®madas golpeados por la pobreza a los que el hambre y el miedo al hambre empujan de campo en campo, de cosecha en cosecha, de un extremo a otro de California, hasta Oreg¨®n y algunas regiones del Estado de Washington. Pero es California el Estado que recibe y necesita a m¨¢s de estos nuevos vagabundos. (...) Por el Estado vagan al menos 150.000 emigrantes sin hogar, un ej¨¦rcito lo suficientemente numeroso como para que todos los habitantes de California se interesen por ¨¦l.
Miles de agricultores cruzan Estados enteros en viejos autom¨®viles renqueantes. Viven en la miseria, tienen hambre y se han quedado sin hogar, dispuestos a aceptar cualquier jornal
Son los descendientes de los hombres que atravesaron el Medio Oeste y que pelearon para ganarse sus tierras, que cultivaron las praderas y all¨ª se quedaron
Al viajero ocasional que circule por nuestras carreteras, los movimientos de estos n¨®madas le parecer¨¢n un misterio -si es que llega a reparar en ellos-; de golpe, se dar¨¢ cuenta de que los caminos est¨¢n infestados de carracas desvencijadas cargadas de ni?os, s¨¢banas sucias y peroles ennegrecidos por el fuego. En las v¨ªas del tren, las bateas y los vagones de carga van colmados de hombres que, en un abrir y cerrar de ojos, se han esfumado de las carreteras principales. En los caminos secundarios y en las m¨¢rgenes de los r¨ªos, lugares menos transitados, se levantan los poblados sucios y destartalados de los braceros, y los campos est¨¢n llenos de hombres recogiendo, segando y poniendo a secar la cosecha.
La singular naturaleza de la agricultura de California depende de estos temporeros y de sus continuos desplazamientos. Los trabajadores del lugar no dan abasto para recoger el melocot¨®n y la uva, el l¨²pulo y el algod¨®n. En una huerta de melocotoneros grande que durante el a?o s¨®lo emplee a veinte hombres, por ejemplo, har¨¢n falta otros dos mil para recoger y empaquetar la fruta. Y si estos dos mil temporeros no llegan, si la campa?a se retrasa tan siquiera una semana, la cosecha se pudrir¨¢ y se echar¨¢ a perder.
As¨ª, en California nos encontramos con una curiosa actitud hacia un colectivo que garantiza el ¨¦xito de nuestra agricultura. A los emigrantes los necesitamos y los odiamos. En cuanto llegan a un distrito, se topan con esa antipat¨ªa at¨¢vica del lugare?o hacia el extra?o, el forastero, con un odio que se repite desde los comienzos de la historia, desde la aldea m¨¢s primitiva a hasta nuestras granjas industriales. A los emigrantes se los odia por los siguientes motivos: porque son sucios e ignorantes, porque traen enfermedades, porque su presencia en una poblaci¨®n obliga a un incremento de los efectivos policiales y del gasto escolar, y porque, si se constituyen en sindicatos, pueden llegar a negarse a trabajar y arruinar cosechas enteras. Nunca logran ser admitidos en la comunidad ni en la vida de la comunidad. Son aut¨¦nticos vagabundos a los que se les niega el derecho a integrarse en las poblaciones que necesitan de sus servicios.
Veamos qui¨¦nes son, de d¨®nde vienen y por d¨®nde vagan. A?os atr¨¢s eran braceros de diversas razas a quienes se anim¨® a venir, a menudo importados como mano de obra barata; los primeros fueron los chinos, luego llegaron los filipinos, los japoneses y los mexicanos. Eran extranjeros y, como tales, se les conden¨® al ostracismo y la segregaci¨®n. Se les trataba como a ganado.
Cuando intentaban organizarse, los deportaban o los arrestaban y, sin defensores a los que recurrir, nunca consegu¨ªan llamar la atenci¨®n sobre sus problemas. Pero no hace muchos a?os estos temporeros extranjeros empezaron a asociarse; aquello hizo saltar todas las alarmas y desemboc¨® en su deportaci¨®n masiva, pues ya hab¨ªa aparecido un nuevo contingente del que obtener mano de obra barata.
La sequ¨ªa del Medio Oeste ha empujado a la poblaci¨®n rural de Oklahoma, Nebraska y partes de Kansas y Tejas hacia el oeste. Sus tierras est¨¢n agotadas y ya no pueden regresar a ellas. Miles de agricultores cruzan Estados enteros en viejos autom¨®viles renqueantes. Viven en la miseria, tienen hambre y se han quedado sin hogar, dispuestos a aceptar cualquier jornal para poder comer y dar de comer a sus hijos. Y esto es algo nuevo, pues los peones extranjeros llegaban aqu¨ª sin sus hijos, despu¨¦s de haber dejado atr¨¢s todo rastro de su antigua vida.
Confundidos y derrotados
Estos nuevos vagabundos suelen llegar a California despu¨¦s de haber agotado todos sus recursos para viajar hasta aqu¨ª; incluso tienen que vender por el camino viejas mantas, herramientas y utensilios de cocina para pagar la gasolina. Llegan confundidos y derrotados, a menudo casi muertos de hambre, con una ¨²nica necesidad que cubrir: encontrar trabajo, por el salario que sea, para poder dar de comer a su familia.
Y en California s¨®lo existe un campo que los pueda acoger. Sin derecho a recibir ayudas p¨²blicas, se convierten en jornaleros itinerantes.
Como los antiguos braceros mexicanos y filipinos est¨¢n siendo deportados y repatriados muy r¨¢pidamente y, por otra parte, el flujo de refugiados de la Dust Bowl [nombre que recibi¨® la regi¨®n que en la d¨¦cada de 1930 se vio afectada por la sequ¨ªa y las tormentas de polvo] no para de crecer, ser¨¢ de estos nuevos emigrantes de los que nos ocupemos.
Los inmigrantes ya eran braceros en sus pa¨ªses de origen, pero ¨¦ste no es el caso de los nuevos desplazados. ?stos son peque?os agricultores que han perdido sus granjas o trabajadores del campo que viv¨ªan con su familia al viejo estilo americano. Son hombres que trabajaban duro en sus granjas y estaban orgullosos de ser due?os de la tierra y de vivir de ella. Son americanos h¨¢biles e ingeniosos que han vivido el infierno de la sequ¨ªa y que han visto c¨®mo sus tierras se marchitaban y mor¨ªan, c¨®mo el viento se las llevaba, y ¨¦ste, para un hombre que ha sido el due?o de sus tierras, es un dolor extra?o y terrible.
Ahora se han puesto en marcha para atravesar el pa¨ªs. A menudo han visto c¨®mo sus hijos se les mor¨ªan por el camino. Cuando el coche se les ha averiado, lo han reparado con el ingenio propio del campesino. Muchas veces han tenido que ir poniendo parches a los neum¨¢ticos gastados cada pocas millas. Lo han soportado todo y todav¨ªa pueden soportar mucho m¨¢s, porque son gente de sangre fuerte.
Son los descendientes de los hombres que atravesaron el Medio Oeste y que pelearon para ganarse sus tierras, que cultivaron las praderas y all¨ª se quedaron hasta que esas praderas volvieron a convertirse en un desierto. Su herencia y su experiencia no son las del n¨®mada. Las circunstancias los han convertido en vagabundos a la fuerza.
Una nueva raza
Mientras se desplazan de cosecha en cosecha, una ¨²nica necesidad, un solo imperativo ocupa su mente: volver a comprar una peque?a parcela, instalarse all¨ª y poner fin a su vagabundeo. Basta con ir a los poblados de chabolas donde las familias viven en el suelo, sin casa, ni cama, ni enseres de ning¨²n tipo; basta con mirar esos rostros fuertes y resueltos, algunas veces llenos de dolor, las m¨¢s -cuando ven que sus tierras, ahora propiedad de una empresa, est¨¢n sin labrar- llenos de rabia, para comprender que esta nueva raza ya no se mover¨¢ de aqu¨ª, que se le debe prestar atenci¨®n.
Tiene que quedar claro que con esta nueva raza los antiguos m¨¦todos -los jornales de miseria, la c¨¢rcel, las palizas y la intimidaci¨®n- no dar¨¢n resultado: son americanos. Tenemos que ser comprensivos y tratar de solucionar el problema tanto para su beneficio como para el nuestro.
Cuesta creer las palabras de un gran empresario agr¨ªcola convencido de que, para que la agricultura de California resulte rentable, debemos crear y mantener a un contingente de peones. Si est¨¢ en lo cierto, California deber¨¢ renunciar al simulacro de gobierno democr¨¢tico que todav¨ªa sobrevive en este Estado.
Los nombres de estos nuevos emigrantes delatan su origen ingl¨¦s, alem¨¢n o escandinavo. Est¨¢n los Munn, los Holbrook, los Hansen, los Schmidt. Y todos comparten una caracter¨ªstica extra?amente anacr¨®nica: aunque han crecido en las praderas en las que la industrializaci¨®n nunca lleg¨® a penetrar, han saltado sin transici¨®n de las antiguas granjas agr¨ªcolas autosuficientes, en las que todo lo cultivaban o se lo fabricaban ellos, a una agricultura tan industrializada que el hombre que siembra una cosecha pocas veces puede ver, y a¨²n menos recoger, los frutos de su trabajo, donde el temporero no mantiene contacto alguno con el ciclo de crecimiento.
Y todav¨ªa existe otra diferencia entre su antigua vida y la nueva. Vienen de peque?os distritos rurales en los que la democracia no s¨®lo era posible, sino que resultaba imprescindible; en los que el gobierno popular -ejercido tanto en el local del Grange
[movimien-to campesino creado en la segunda mitad del siglo XIX] como en la parroquia o en el Ayuntamiento- era responsabilidad de todos y cada uno de los hombres. Y han llegado a un lugar donde, al tener que viajar continuamente para ganarse la vida, no pueden votar, donde se les considera una clase sin derecho alguno.
Examinemos los campos que dependen del fruto de su trabajo y los distritos a los que tienen que desplazarse. Como dijo un chiquillo de un poblado de chabolas, "cuando nos necesitan nos llaman emigrantes, y cuando ya les hemos recogido la cosecha somos vagabundos y tenemos que largarnos".
Est¨¢n los huertos del valle de Imperial -lechuga, coliflor, tomate y col-, listos para la recolecci¨®n y el empaquetado, para que los rieguen y les pasen el azad¨®n. Se tienen que recoger varias cosechas al a?o, pero como no est¨¢n convenientemente distribuidas en el tiempo, a los emigrantes no se les puede dar trabajo fijo.
Los naranjos dan dos cosechas al a?o, pero la temporada de recolecci¨®n es corta. M¨¢s al norte, en el condado de Kern y en el valle de San Joaqu¨ªn se necesitan temporeros para la uva, el algod¨®n, la pera, el mel¨®n, la jud¨ªa y el melocot¨®n.
Hacia el l¨ªmite del valle, cerca de Salinas, Watsonville y Santa Clara, hay cultivos de lechuga, coliflor, alcachofa, manzana, ciruela y albaricoque. Al norte de San Francisco crecen las vi?as, los frutales y el l¨²pulo. En el valle de Sacramento hace falta un ej¨¦rcito de braceros para recoger los esp¨¢rragos, las nueces, los melocotones, las ciruelas... En estos inmensos valles, con sus cultivos intensivos, la demanda de mano de obra es estacional.
Poco antes de que empiece la cosecha, las carreteras hierven: familias enteras en sus furgonetas corriendo para llegar a tiempo a los campos que est¨¢n a punto para la recolecci¨®n, corriendo para ser los primeros en ponerse a trabajar. Y es que, para mantener los salarios bajos, las asociaciones de agricultores del Estado suelen reclutar al doble de mano de obra de la que necesitan.
De ah¨ª las prisas, porque si el bracero se retrasa un poco y ya se ha repartido el trabajo, habr¨¢ viajado en vano. Y aun llegando a tiempo pueden ocurrir varias cosas: puede que la cosecha se haya retrasado, o que suceda lo que en Nipomo el a?o pasado, cuando 1.200 temporeros llegaron para recoger guisantes y se encontraron con que las lluvias hab¨ªan echado a perder la cosecha. Como los emigrantes hab¨ªan gastado todo lo que ten¨ªan para llegar a los campos, no se pudieron marchar. Se quedaron all¨ª pasando hambre hasta que el Gobierno acudi¨® en su ayuda. Demasiado tarde.
As¨ª viajan, fren¨¦ticos, con el hambre pis¨¢ndoles los talones. En esta serie de art¨ªculos intentaremos descubrir c¨®mo viven y qui¨¦nes son, cu¨¢l es su nivel de vida, qu¨¦ trato reciben y cu¨¢les son sus problemas y sus necesidades. Los agricultores de California, que han sabido utilizar muy bien a los trabajadores emigrantes, est¨¢n creando lentamente una estructura humana que, sin duda, transformar¨¢ este Estado y que, si se maneja con la crueldad y la estupidez que han caracterizado el pasado, podr¨ªa acabar con nuestro actual modelo econ¨®mico agr¨ªcola.
John Steinbeck
Escritor y viajero-reportero infatigable por Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, fue corresponsal de guerra durante la II Guerra Mundial y la de Vietnam. Premio Nobel en 1962, novelas suyas como 'Al este del ed¨¦n' o 'Las uvas de la ira' fueron llevadas al cine.
Los vagabundos de la cosecha
Libros del Asteroide. Reportajes escritos en el verano de 1936 para 'The San Francisco News' que son un airado alegato social, y que pueden leerse como un anticipo de su obra 'Las uvas de la ira' (1939). Muchas de las personas que cit¨®, luego se convertir¨ªan en personajes de la novela. El libro
sale ma?ana e incluye fotograf¨ªas de Dorothea Lange convertidas en s¨ªmbolos famosos de la Gran Depresi¨®n.
Woody Guthrie cogi¨® su guitarra y subi¨® al techo del tren
ENTRE 1935 Y 1938, unos 400.000 granjeros del Medio Oeste -a los que todo el mundo llamaba okies- emigraron a California, convencidos de que era la Tierra de Leche
y Miel de la que hab¨ªan o¨ªdo hablar en los sermones de las iglesias
y en los folletos publicitarios de los bancos que se hab¨ªan quedado con sus granjas. Woody Guthrie decidi¨® seguir el mismo camino que sus paisanos. En 1937 se subi¨® con su guitarra al techo de un tren de mercanc¨ªas y viaj¨® hacia el oeste en compa?¨ªa de un grupo de vagabundos y jornaleros sin trabajo. Cuando lleg¨® a California encontr¨® trabajo en un huerto de melocotones y empez¨® a componer sus Dust Bowl
Ballads -grabadas en 1939-,
inspir¨¢ndose en las experiencias de los emigrantes que viv¨ªan como ¨¦l. Una de estas canciones se llamaba, ni m¨¢s ni menos, Tom Joad, todo un homenaje a Steinbeck.
Otra era Vigilante Man, un ¨¢cido retrato de los matones de la patronal agr¨ªcola que hac¨ªan la vida
imposible a los jornaleros. Y hab¨ªa otra canci¨®n, Blowin' Down the Road, que resum¨ªa en unos pocos versos el argumento de la novela de Steinbeck
[Las uvas de la ira].
(Del pr¨®logo de Eduardo Jord¨¢)
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