El voto y el r¨ªo
Llegamos casi con la lengua fuera tras el cansino marat¨®n electoral, que parece m¨¢s bien ideado para abrumar de trabajo a los periodistas, a los prol¨ªficos gabinetes de Prensa y a los impresores de papeletas y propaganda adecuada. Hace a?os -ignoro si el hecho se repite- el mercado del papel mundial se resent¨ªa ante las elecciones norteamericanas. Crec¨ªa de tal manera la demanda interior que encontraba reflejo en las cotizaciones de este producto, nunca tan perecedero como el destinado a tales fines. El costo de las bobinas, las resmas, la propia tinta de imprenta experimentaban una sacudida al alza, que tardaba semanas en recobrarse.
Hoy nos bombardean las televisiones y las radios, pero no en la previsible medida que cupiera esperar, pues parece que la ciudadan¨ªa -?por qu¨¦ diablos nos llaman as¨ª?, como dir¨ªa Juan Jos¨¦ Mill¨¢s- se est¨¢ escorando hacia la indiferencia y en absoluto la contienda pol¨ªtica contamina el ritmo de la vida social en consonancia con el estr¨¦pito que se organiza. No es malo que caigamos en estos costosos periodos -salen por un ojo del presupuesto- porque aceleran y rematan la actividad de los que temen irse y de los que conf¨ªan en ocupar las plazas vac¨ªas. Seg¨²n el jaez de los telediarios, nuestras autoridades a tiempo completo se desviven por la finalizaci¨®n de las obras p¨²blicas, casi cada d¨ªa se inaugura un hospital, una escuela, un taller, un centro cultural. A veces los abnegados servidores se cruzan con airados grupos que piden otras cosas, algo que deber¨ªa tener remedio y, en alg¨²n momento, coincidieran los moderadamente contentos con los institucionalmente insatisfechos.
Llama la atenci¨®n en esta fren¨¦tica campa?a la desgana con que los pol¨ªticos han tratado el asunto de su r¨ªo
Vimos a la presidenta de chulapa y los cronistas echaron en falta el clavel, como el ni?o olvidado del 'donuts'
Llama la atenci¨®n en esta ¨²ltima y fren¨¦tica campa?a la tibieza, la desgana con que los pol¨ªticos enfrentados han tratado de un asunto emblem¨¢tico en toda ciudad, que es su r¨ªo. Porque tenemos ah¨ª al Manzanares, sin que nadie sepa, a ciencia cierta y con el suficiente convencimiento, qu¨¦ hay que hacer con ¨¦l. Se le ha querido navegable, levantando presas que nos dejen sus delgadas aguas; un alcalde tuvo la humorada de convertir en realidad la expresi¨®n "al agua, patos", que se supone acabaron en ollas y cazuelas de mal nutridos ribere?os. Tampoco qued¨® descartada la dr¨¢stica soluci¨®n de taparlo y que transcurriera como una alcantarilla mal localizada.
Vimos a la presidenta de la Comunidad ataviada como una chulapa y los avispados cronistas echaron en falta el clavel, como el ni?o olvidado del donuts. O el fornido candidato al Ayuntamiento, provisto de la gorra de visera, el pa?uelo al cuello y el aire de lanzador de jabalina. Pero pocos recuerdos para el pobrecito r¨ªo que, a pesar de contar con varios bell¨ªsimos puentes, no atrae a los madrile?os hasta sus orillas. Me contaron, hace mucho tiempo, que una noche sevillana, quiz¨¢s paseando el vino fino en el est¨®mago y el salado regusto de los tacos de jam¨®n, dos grandes amigos, creo que Edgard Neville y Antonio Lara, Tono, se acodaron en la pasarela del puente de Triana, cuando empezaba a desperezarse la madrugada. Contemplaban el lento transcurrir del Guadalquivir camino de las marismas. En medio de una larga pausa, cuando desaparec¨ªa la ¨²ltima estrella, suspir¨® uno de ellos:
-?Y pensar que a este r¨ªo le he visto yo nacer! Fue hace a?os, en las afueras de Cazorla...
El resto de la charla se ha perdido, mientras echaban silencios al agua, como si fuera comida para los peces. No da para tanto nuestro Manzanares, pero tampoco merece el desentendimiento, aunque s¨®lo sea por los siglos de los siglos que pasa, como de puntillas, por el lado sur de esta ciudad. Tiene poco tir¨®n y nos recuerda a esas desventuradas criaturas, poco afortunadas, todo el a?o medio escondidas y a las que acicalan y ponen un vestido nuevo para que un d¨ªa las vean las visitas. Es nuestra paradoja electoral, el env¨¦s de aquella promesa del candidato ruso que ofreci¨® construir un puente, precisamente en aquel pueblo que no ten¨ªa r¨ªo. Para completar la par¨¢bola de la perplejidad, ?qu¨¦ poco se ha dicho de ese otro peque?o caladero de votos que son los cementerios, de los que, con satisfacci¨®n hay que decirlo, la villa de Madrid se encuentra bastante bien surtida y tranquila ante la pujanza est¨¦ril de los tanatorios incineradores. Si no pillara tan lejos, quiz¨¢s me asomar¨ªa al puente de Toledo, o al de Segovia, y desde su pellejo barroco dejar caer en la corriente el barquito de papel de mi papeleta.
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