M¨¢s despensa que escuela
Hace bastante tiempo, m¨¢s de treinta a?os, compart¨ª oposiciones a c¨¢tedras de instituto con una serie de contrincantes que muy pronto, en vez de rivales, se convirtieron en compa?eros y poco despu¨¦s en amigos. La convocatoria era en Madrid y constaba de cinco rigurosos ejercicios que, interrumpidos por la muerte de Franco, se prolongaron durante cuatro meses. Adem¨¢s de intercambiar temas o bibliograf¨ªa, intercambi¨¢bamos la esperanzada ilusi¨®n de un cambio pol¨ªtico y eso nos uni¨®, todav¨ªa m¨¢s, me parece, que el factor com¨²n de estar de oposiciones. Hoy en d¨ªa continuamos manteniendo v¨ªnculos porque consideramos que la amistad es la instituci¨®n sentimental m¨¢s duradera y gratificante, algo as¨ª como una fraternidad del alma, a veces, mucho m¨¢s profunda, que la de la sangre. Por eso hemos seguido reencontr¨¢ndonos, aunque no todos compartamos ya la docencia en institutos, puesto que la mayor¨ªa la abandon¨® por la pol¨ªtica, la empresa privada o pas¨® a la universidad, como en mi caso. Tras cada reuni¨®n -suelen ser largas y nocturnas, sin ma?ana de lunes al d¨ªa siguiente- he ido anotando, a petici¨®n del grupo, los temas tratados, pues a consecuencia de publicar novelas me toc¨® la china de ser nombrada poco menos que cronista oficial de la tertulia.
Los cuadernos muestran no s¨®lo hasta qu¨¦ punto nosotros los de entonces ya no somos los mismos, sino cu¨¢nto ha cambiado todo desde la muerte de Franco. En nuestro grupo, por ejemplo, quienes militaban en el PSUC ahora son del PP, algunos fervorosos republicanos se han hecho mon¨¢rquicos, y hasta uno que pas¨® por ETA habr¨ªa de convertirse en beligerante antinacionalista. De ese proceso dan cuentan las actas de los sucesivos encuentros que son viva memoria escrita y como tal, no juega a ser sabiamente selectiva, no escamotea ni vela nada, lo que resulta una ventaja para enfocar el pasado con objetividad. Pero siendo eso interesante, por lo que tiene de intrahistoria de la cotidianeidad de un grupo de amigos, cuyas vidas e ideolog¨ªas convergieron en una ¨¦poca para divergir despu¨¦s, me lo parece m¨¢s el hecho del respeto a las ideas de cada cual, por m¨¢s que a veces supongan posturas contrapuestas, que han dado pie a fuertes discusiones, en especial entre dos de los tertulianos que abogan, uno por el nacionalismo catal¨¢n y otro por el espa?olista. Quiz¨¢ sea el hecho de que ambos son nacionalistas viscerales lo que, parad¨®jicamente, m¨¢s les ha enfrentado, aunque siempre, por muy dura que haya sido la batalla dial¨¦ctica y el lucimiento de esgrima verbal, a la postre, ha triunfado el esp¨ªritu tolerante, del que siempre han hecho gala las mentalidades abiertas y en el que se basa el entendimiento democr¨¢tico.
El pasado fin de semana la muerte de uno de nuestros amigos ha propiciado el aumento de la dosis de melancol¨ªa a la que la edad nos hace cada vez m¨¢s propensos, aunque tratemos de evitar sus tentaciones, y me he sumergido en los cuadernos, a la b¨²squeda de las palabras del compa?ero desaparecido. Junto al latido de su voz escrita, un coraz¨®n ya para siempre al desnudo, me he percatado, con perplejidad, de hasta qu¨¦ punto nuestras conversaciones de entonces ten¨ªan en com¨²n una serie de presupuestos que ahora parecen carecer de sentido. Asegur¨¢bamos, por ejemplo, que el problema de nuestro pa¨ªs, a la cola de Europa todav¨ªa en los setenta, s¨®lo se solucionar¨ªa con una ense?anza de calidad, igualitaria y obligatoria, que consider¨¢bamos condici¨®n indispensable para el cambio social e incluso de la educaci¨®n hac¨ªamos depender la renta per c¨¢pita.
La educaci¨®n, quiz¨¢ porque ¨¦ramos profesores, nos parec¨ªa a todos tan fundamental como la sanidad o m¨¢s, pues entend¨ªamos por educaci¨®n una formaci¨®n integral del individuo que le capacitara para el ejercicio de la libertad que otorga el conocimiento de deberes y derechos, adem¨¢s de convertirle en un buen catador de bienes culturales de esos que sirven para el disfrute an¨ªmico, pues cre¨ªamos a pies juntillas que no s¨®lo de pan vive el hombre. A estas alturas, cualquiera puede observar que nos equivocamos. Si la renta per c¨¢pita espa?ola ha mejorado ha sido por razones econ¨®micas que no han ido parejas a una mayor y mejor educaci¨®n. Es cierto que el analfabetismo parece erradicado y que la ense?anza es obligatoria hasta los 16 a?os, pero no me refiero a eso, ni tampoco a la instrucci¨®n m¨ªnima para alcanzar un graduado escolar. No me refiero a la instrucci¨®n sino a la educaci¨®n, a la formaci¨®n integral de las personas y a su capacitaci¨®n para desenvolverse como tales, algo que tiene que ver con unos conocimientos b¨¢sicos aprendidos en ciencias o humanidades, ciertamente, pero tambi¨¦n con el ejercicio de la responsabilidad que implica, por ejemplo, no conducir borracho, no asestar una pu?alada a la parienta porque no acepta la superioridad masculina, o saber discernir entre un programa de telebasura y otro que no lo es y optar por este ¨²ltimo.
La sociedad del bienestar ha propiciado la adquisici¨®n de bienes materiales por encima de los considerados espirituales, ha exacerbado el consumismo hasta l¨ªmites insospechados y nos ha hecho cautivos de marcas, modas y tendencias. Una esclavitud que afecta mucho m¨¢s que a nosotros a nuestros hijos a los que no hemos sabido o podido educar -la presi¨®n del medio es atroz- como so?¨¢bamos antes de tenerlos.
Esa escuela y despensa imprescindibles para el progreso, de las que hablaba Joaqu¨ªn Costa y tambi¨¦n los institucionalistas y regeneracionistas, con los que los antifranquistas nos sent¨ªamos entroncados, se ha quedado s¨®lo en despensa. Ciertamente, las hambrunas de siglos parecen colmadas. Carpanta ha pasado a la historia. Incluso hemos cambiado de nutrientes, pero no s¨¦ si para bien. De los garbanzos, que, seg¨²n don Juan Valera, embotaban el cerebro de los espa?oles y por eso eran tan duros de mollera, hemos ido a parar a la comida basura, a mi juicio, m¨¢s perjudicial y paralizadora de neuronas que cualquier legumbre. Pero, vivimos, aseguran, en el mejor de los mundos posibles y la econom¨ªa espa?ola sigue creciendo. Con el est¨®mago lleno, la carencia de escuela o lo que es lo mismo el desastre nacional de la ense?anza, cuyos malos resultados nos sit¨²an a la cola de Europa, no parece preocupar demasiado a los ciudadanos. Tampoco a nuestros gobernantes, incapaces de llegar en todos estos a?os a un pacto de Estado sobre educaci¨®n. El cuaderno de nuestra tertulia confirma hasta qu¨¦ punto nos equivocamos en las previsiones. Fuimos ut¨®picos de j¨®venes y ahora probablemente somos ya residuales, en un mundo mucho m¨¢s interesado en crear consumidores dependientes que ciudadanos libres.
Carme Riera es catedr¨¢tica de Literatura Espa?ola y escritora.
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