Ensayo general con todo
?Ha comenzado el tercer milenio bajo el signo de la antipol¨ªtica?, se pregunta Michel Wieviorka. El soci¨®logo franc¨¦s entiende que a todos los niveles se da un desencanto de los que, decepcionados, se alejan pura y simplemente de la pol¨ªtica y se abstienen como ciudadanos; el d¨¦ficit de lo pol¨ªtico se observa en principio, y de manera a menudo espectacular, en la degradaci¨®n de las relaciones entre representantes y representados, y m¨¢s concretamente en lo que los segundos piensan y dicen de los primeros. Aparece, en primer lugar, en forma de una crisis de representaci¨®n (La primavera de la pol¨ªtica. Librosdevanguardia).
Veremos si una lectura profunda de las votaciones de ayer avala la tesis anterior, o la desmiente. Es parad¨®jico que en unos comicios municipales y auton¨®micos, la centralidad del debate no haya estado en los temas que afectan a los ciudadanos en los niveles dos y tres de la Administraci¨®n (autonom¨ªas y ayuntamientos), sino sobre todo en el primer grado: los problemas que debe resolver la Administraci¨®n central. S¨®lo un gran asunto, relacionado preferentemente con la Administraci¨®n local -por las extraordinarias consecuencias econ¨®micas que tiene su acci¨®n en el urbanismo- ha logrado subir al podio de la discusi¨®n: la corrupci¨®n. Pero ni siquiera con toda la densidad que requiere. Alrededor del tiempo de la campa?a electoral, el Gobierno ha aprobado dos leyes que tendr¨¢n gran influencia en el desarrollo futuro del urbanismo y en el abuso espurio de ¨¦ste para resolver problemas en la financiaci¨®n de las estructuras locales de las formaciones pol¨ªticas: la Ley del Suelo y la Ley sobre la Financiaci¨®n de los Partidos Pol¨ªticos. Pues bien, con estos argumentos encima de la mesa, ambas normas legales han pasado pr¨¢cticamente inadvertidas y la oposici¨®n ha seguido al trantr¨¢n con la pol¨ªtica antiterrorista, algo vedado hasta ahora en la lucha interpartidaria electoral.
La percepci¨®n social de la corrupci¨®n por parte de los ciudadanos espa?oles es contradictoria. Sorprende que demostrados algunos ejemplos clamorosos de enriquecimiento personal irregular, los protagonistas de los mismos se presenten a las elecciones y, en algunos casos, vuelvan a ganar incluso con mayor¨ªa absoluta; se sabe de alcaldes que est¨¢n esperando su convalidaci¨®n en las urnas para perpetrar a continuaci¨®n una nueva recalificaci¨®n salvaje de terrenos. Del cruce de los datos del Centro de Estudios Sociol¨®gicos (CIS) y los estudios de ONG como Transparencia Internacional se desprende que los ciudadanos espa?oles, a nivel general, tienen graves sospechas sobre la gravedad y extensi¨®n del problema de la corrupci¨®n, pero que si se les pregunta a cada uno de ellos por algunas manifestaciones concretas de la misma, como el pago de sobornos, su experiencia es casi nula (no conocen ning¨²n caso). Adem¨¢s, la preocupaci¨®n de los espa?oles por la corrupci¨®n en relaci¨®n a otros problemas es relativamente baja y dividen a medias la culpabilidad entre los grandes partidos.
Estas elecciones habr¨¢n servido como ensayo general con todo para las generales, sean cuando sean. Ayudar¨¢n a conocer si la estrategia de la crispaci¨®n utilizada de modo profuso por el PP (que se refiere tanto a la aspereza de las formas usadas, como a la concentraci¨®n de la agenda pol¨ªtica en torno a algunos temas -el terrorismo- sobre los que, habitualmente, existe alg¨²n tipo de consenso, t¨¢cito o expl¨ªcito, para dejar al margen del debate pol¨ªtico y de la competici¨®n electoral) ha tenido ¨¦xito y han conseguido dejar en la abstenci¨®n a parte de los seguidores del PSOE. Si uno de los grandes partidos que compiten en las elecciones subordina cualquier consideraci¨®n al objetivo de gobernar y entiende que una atm¨®sfera de crispaci¨®n le favorece en mayor medida que a su adversario, es muy posible que la promueva. La explicaci¨®n que se hace se puede resumir as¨ª: 1. Las elecciones no se ganan, sino que se pierden y, por consiguiente, es in¨²til competir desde la oposici¨®n con el Gobierno; es m¨¢s dif¨ªcil atraer a los sectores identificados con el Gobierno que desmovilizar a una parte de ellos; en consecuencia, la estrategia para ganar consiste en movilizar a los nuestros, radicalizando las posiciones para asegurarnos su lealtad, y en atribuir la radicalizaci¨®n al adversario para desmovilizarlo. Verde y con asas.
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