Pintar una tauromaquia
He de advertirte, lector, que mis lecturas taurinas han sido escasas. Tanto las que se refieren al arte de torear como las literarias. Pero ya que me sugiri¨® mi amigo Jos¨¦, conocedor por activa y por pasiva, en menor y mayor grado, del sue?o de torear, compartir con otros la fiesta, as¨ª lo har¨¦ aqu¨ª.
He tenido una presencia taurina, si no constante, s¨ª bastante frecuente en algunas ¨¦pocas; pero el hilo de la fiesta lo he tentado siempre.
Cuando uno mira la plaza y el espacio curvo que dibuja la distancia, la gran sombra que corta de lado a lado los vomitorios de media plaza, el cielo acirculado que nos corona, y las nubes -si hubiera- nos dan el tama?o de lo humano. Parece que el cielo entra dentro de la tierra dividiendo la arena en sol y sombra. Suena el clar¨ªn, salen los alguaciles -dos cuervos negros que han robado a caballo unas plumas rojas y amarillas-. El hombre de luces abre las puertas por las que salen las cuadrillas. Ya se busca el color de cada traje. Uno, el pintor, se siente rodeado de curvas y el c¨ªrculo de cielo delimita la punta del huevo de luz que remata en azul. Suena el clar¨ªn, todos se esconden, queda sola la arena. Sale el toro y pronto comienzan a llamarlo desde distintos puntos del c¨ªrculo.
?C¨®mo registrar eso que a veces ocurre? ?C¨®mo registrar el movimiento, sugerencia magistral, la definici¨®n y el detalle? ?C¨®mo conseguir lo que no consiguen los carteles de toros en general? Aun siendo un g¨¦nero brillante que transmite el aire, la arena y la postura, podr¨¢ completarse con nuestra memoria.
No soy muy le¨ªdo, pero he mirado durante mucho tiempo las estampas de Goya, los grabados de Picasso y la obra de Bartola. Los cuadros de Picasso sobre la muerte del toro hilan la referencia en color con Goya, Zuloaga, Sorolla, Fortuna... Picasso, en su Minotauro, parece juntar Creta con La Bella y la Bestia. Pero es tan grande el n¨²mero de obras referentes a los toros, que ser¨ªa vano intento abordarlas, porque, adem¨¢s, existe un corpus extenso y magn¨ªfico de obras casi an¨®nimas, obras de aficionado, que se siguen creando por el propio placer que produce el recogimiento y la lejan¨ªa. Hay, pues, m¨¢s obras correctas que artistas de renombre. El Museo Taurino podr¨ªa ser el propio MEAC, y llevar al MEAC el Museo Taurino. ?Es posible que se apareen arte pict¨®rico y toreo?
La necesidad de expresarse en una clave, de ser id¨¦ntico lo expresado y el proceso de asociaciones internas que se perpet¨²a en una t¨¦cnica casi sin querer, no es tema balad¨ª. El toro reina en unos prados de la mente y est¨¢ emparentado con los grandes generadores de energ¨ªa: Zeus y Neptuno. As¨ª el taurino encuentra durante su vida miles de momentos que se comprenden a trav¨¦s de asociaciones con la corrida: "Llamar de lejos", "dejarse ver", "dar la puntilla"... Entre toreo y p¨²blico hay una fuerte asociaci¨®n presente e invisible que los equipara cara al artista. En los toros, como en el teatro, es muy dif¨ªcil fingir un pase hondo o una actitud sincera. El cuerpo del torero registra todo lo que siente y lo muestra a los tendidos de la plaza. Dos puntos de vista m¨¢s que los recomendados para la escultura. Todo el mundo cree haber visto la verdad. Los silencios simult¨¢neos, los ol¨¦s que salen de dentro. El disgusto ante la manera de ser que sospechamos de pronto en el torero. Nos importa un bledo enjuiciarle fuera de la plaza y se le otorga el beneficio de la duda, se le concede que fue un mal pase, una mala experiencia, algo que le sucedi¨® y no una manera de ser execrable. Esa actitud tolerante y democr¨¢tica brillaba en la plaza durante la dictadura y brilla ahora por necesaria. Pero esto no impide que el contravenir lo esencial lleve castigo. Del silencio a la bronca. El torero tiene que ser valiente en el sentido profundo, como el artista. Para jugar sin prejuicios. El juego equipara lo grave con lo ligero. Lo que importa es c¨®mo ser capaz de un adorno y de dar un natural de esos donde la serena quietud alarga el pase en pleno movimiento.
Ante la corrida, el artista-pintor no puede separar su red de relaciones en afuera y adentro. Tal cantidad hay de puntos y momentos e identidades en espejo. En una hora o dos pasamos por todos nuestros seres interiores, nuestros humores.
Carlos Franco es pintor, autor de los murales de la Casa de la Panader¨ªa en la plaza Mayor de Madrid.
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