El modelo Barcelona
Tras m¨¢s de 25 a?os de aplicaci¨®n, el llamado modelo Barcelona est¨¢ agotado. Las razones de su crisis son diversas y se producen al mismo tiempo que la necesidad de una revisi¨®n progresista del modelo de ciudad socialdem¨®crata que se ha desarrollado en Europa desde los a?os veinte del siglo pasado. El eje del modelo Barcelona ha consistido en promover grandes acontecimientos; en favorecer un entendimiento entre la voluntad social de la iniciativa p¨²blica y los intereses de la iniciativa privada, y en otorgar a los t¨¦cnicos toda la iniciativa del proyecto urbano. Sin embargo, el Ayuntamiento ya no tiene el poder, la clarividencia y la capacidad para conseguir fuertes compensaciones sociales y urbanas de los operadores privados, tal como se hab¨ªa conseguido a mediados de los ochenta.
Los instrumentos de la disciplina urban¨ªstica est¨¢n cada vez m¨¢s en entredicho
El cambio se ha producido, por lo menos, en tres sentidos. Han cambiado los operadores, que desde mediados de los a?os noventa forman parte del mundo financiero global y act¨²an con mayor desprecio por el contexto social, ambiental y urbano sobre el que intervienen. Ahora es m¨¢s dif¨ªcil encauzar sus intervenciones dentro de criterios municipales y en ¨¢reas de nueva centralidad, y resulta m¨¢s rentable y tentador darles amplios poderes, como ya se hizo a finales de los noventa con el promotor Hines y su Diagonal Mar.
Ha cambiado la gesti¨®n municipal, m¨¢s pr¨®xima a los intereses privados y llevada por t¨¦cnicos menos competentes. En la reciente etapa la peor parte se la lleva la gesti¨®n del urbanismo. Los instrumentos de la disciplina urban¨ªstica, ya de por s¨ª marcados por la sospecha de complicidad con la especulaci¨®n, est¨¢n cada vez m¨¢s en entredicho. Si en Barcelona no hay tanta corrupci¨®n como en otras ciudades, s¨ª que hay desconsideraci¨®n hacia los vecinos afectados por cada una de las intervenciones.
Y tambi¨¦n ha cambiado la composici¨®n social de la ciudad, mucho m¨¢s fragmentada, con habitantes que ya han aceptado ser solo consumidores; habitantes que no se resignan a ello y exigen un urbanismo atento a la sociedad; inmigrantes de muy diversas procedencias, que ya son nuevos habitantes y que se van integrando, reclamando su derecho a m¨¢s espacio p¨²blico, cultural y simb¨®lico; y turistas, habitantes por d¨ªas, que consumen la ciudad como si fuera un parque tem¨¢tico y no un lugar donde viven personas.
En este sentido, la presi¨®n del turismo se nota cada vez m¨¢s en ciertos barrios y es motivo de descontento entre una ciudadan¨ªa que ve sus derechos relegados frente a la preponderancia de la industria y el negocio tur¨ªstico. Que les digan a los habitantes de la Barceloneta si no es la presi¨®n del turismo y de la gentrificaci¨®n la que ha conseguido cambiar el Plan General Metropolitano para transformar un barrio que quedaba al margen y que ahora est¨¢ en primera l¨ªnea del frente tur¨ªstico.
Respecto a la transformaci¨®n social que comporta la inmigraci¨®n, los responsables municipales han de reconocer que no s¨®lo hace 25 a?os, cuando se fragu¨® el modelo, sino incluso hace 15 a?os, cuando se proyect¨® la reforma de Ciutat Vella, no se previ¨® que se producir¨ªa en los ¨²ltimos a?os esta fuerte transformaci¨®n social. Y es cierto que Administraci¨®n y ciudadan¨ªa, de momento, est¨¢n respondiendo de manera integradora a este nuevo reto.
Estos tres niveles de cambio exigen una transformaci¨®n de un modelo que se gest¨® antes y que los actuales gestores municipales no quieren ni plantear, tal como tampoco quieren reconocer que han incumplido la promesa de mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Ahora, cuando las propuestas municipales se refieren m¨¢s a esl¨®ganes que a realidades es cuando se ve la necesidad de una democracia m¨¢s directa, cr¨ªtica y completa. Pasado, presente y futuro de Barcelona son demasiado importantes para ser mal gobernados.
Las alternativas radican en unos nuevos referentes que pasar¨ªan, adem¨¢s de potenciar una ciudad mucho m¨¢s sostenible y mucho m¨¢s igualitaria (igualdad de g¨¦neros, igualdad de derechos para acceder a la vivienda), por un nuevo modelo urbano, metropolitano y participativo, con aut¨¦nticos procesos de intervenci¨®n, cuyos costes corrieran a cargo del municipio y no de los mismos vecinos, que sean libres y no manipulados, que devuelvan a una buena parte de la ciudadan¨ªa la confianza perdida en las instituciones y que consiga que las aspiraciones de los j¨®venes encuentren lugares en las coordenadas municipales.
Los cambios que han hecho obsoleto el modelo Barcelona deber¨ªan convertirse en positivos, superando la autocomplacencia e incapacidad municipal para debatir las transformaciones necesarias y estimulando a la ciudadan¨ªa a que tambi¨¦n lo haga. Sin embargo, lo que se hace es lo contrario: silenciar y perseguir en lo posible a todo aquel que tenga una idea alternativa de ciudad, que plantee nuevos modos de vida social y cultural, tal como se hace con el heterog¨¦neo movimiento okupa. Y cuando la lucha vecinal es tan fuerte que al final se ha de retirar el proyecto previsto -de aparcamiento, de destrucci¨®n del patrimonio, de eliminaci¨®n de ¨¢rboles- se hace sin reconocer tal aportaci¨®n y sin aprender que antes de proyectar y expulsar se deber¨ªa estudiar, consultar y escuchar.
Si el modelo Barcelona surgi¨® a principios de los ochenta como necesario motor para modernizar, actualizar y rehacer la ciudad, incorporando los operadores privados a los objetivos comunes, el modelo actual deber¨ªa ser m¨¢s social e imaginativo, expresi¨®n de los deseos de la ciudadan¨ªa, para que la democracia local logre contrapesar el dominio de los intereses de la globalizaci¨®n neoliberal. Para conseguirlo, el primer paso es reconocer el agotamiento del modelo y su necesaria transformaci¨®n.
Josep M. Montaner es arquitecto y catedr¨¢tico de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).
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