El Derby de la ni?a perdida
Sin duda, s¨®lo un buen jinete puede ganar el Derby de Epsom, porque incluso montando al mejor de los caballos, hay mil maneras de perder la carrera carism¨¢tica. Pero tambi¨¦n es verdad que algunos de los mejores jockeys no han conseguido ganarlo nunca, a pesar de intentarlo varias veces y con participantes que sobre el papel contaban con buena probabilidad. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Joe Mercer, el ¨²ltimo representante de la escuela cl¨¢sica inglesa antes de la "contaminaci¨®n" general por la monta a la americana con estribo muy corto, que s¨®lo consigui¨® llegar segundo una vez, si la memoria no me falla tambi¨¦n ahora. O el incomparable texano Bill Shoemaker, que no particip¨® m¨¢s que una vez, fue en cabeza todo el trayecto y perdi¨® en los ¨²ltimos metros por un cuello..., y eso sobre un caballo con opci¨®n secundaria. Menos suerte tuvo el franc¨¦s Freddy Head cuando condujo al favorito Lyphard en la edici¨®n de 1972: ambos a una tomaron la curva de Tattenham en ¨¢ngulo recto, cosa que no ayuda nunca en el Derby. Ocup¨® una de las posiciones zagueras y recibi¨® cr¨ªticas ir¨®nicas por su original forma de montar, lo que justifica sus malhumorados comentarios posteriores sobre la irregular pista de Epsom, pobre criatura. E incluso el m¨¢s indiscutido campe¨®n de la primera mitad del pasado siglo, sir Gordon Richards, que lo gan¨® todo en Inglaterra y en el continente, estuvo a punto de quedarse sin un solo Derby: lo consigui¨® por fin con Pinza en 1953, ya con m¨¢s de cincuenta a?os y en su ¨²ltima temporada en activo, batiendo de lejos a Aureole, el caballo de la reina reci¨¦n coronada que acaba de concederle su t¨ªtulo nobiliario...
Desde la retirada de Lester Piggott (quien no tuvo en cambio problemas con la prueba reina de Epsom, pues la gan¨®... ?nueve veces!), el m¨¢s carism¨¢tico de los jockeys europeos es sin disputa Lanfranco Dettori, un milan¨¦s de origen sardo afincado en Inglaterra, extrovertido, alegre y decisivo cuando llega el momento, que se ha convertido gracias a su simpat¨ªa en el mejor portaestandarte del turf entre los aficionados y los curiosos. A pesar de su relativa juventud -treinta y seis a?os-, ha vencido en casi todas las pruebas cl¨¢sicas a uno y otro lado de la Mancha, pero no en el Derby por antonomasia, el de Epsom. En el cual, hasta la edici¨®n de este a?o, hab¨ªa participado ya catorce veces sin ir m¨¢s all¨¢ del segundo puesto. Incluso se fragu¨® en torno suyo una leyenda de ilustre fracaso semejante a la de Borges respecto al Nobel: cada a?o cund¨ªa un morboso inter¨¦s entre sus propios admiradores por ver qu¨¦ pasaba esa vez para que se quedara sin el reputado galard¨®n. Por fin, este a?o, pareci¨® que era posible romper el maleficio si montaba al caballo de su destino, Authorized. Ese nombre resultaba doblemente significativo: por un lado, sus excelentes actuaciones -ganador en York del Dante Stakes, la mejor preparatoria para el Derby- hac¨ªan pensar que dar¨ªa a Dettori autorizaci¨®n para ganar (como 007 ten¨ªa licencia para matar); por otro, el italiano necesitaba para montarle autorizaci¨®n del jeque dubait¨ª, el propietario con quien tiene contrato preferente y que deber¨ªa renunciar a sus servicios en la gran carrera. Me alegra comunicarles que el jeque fue magn¨¢nimo, sobre todo porque no ten¨ªa ning¨²n bicho decente con el que competir.
?Ah, pero no todo estaba decidido, ni mucho menos! Hab¨ªa otros participantes en liza que deb¨ªan ser tomados en cuenta: diecis¨¦is m¨¢s, exactamente. De ellos, nada menos que ocho estaban entrenados por el ambicioso Adrian O'Brien, que representa en su trabajo lo que Dettori entre los jinetes. Algunos ten¨ªan nombres de esos que arrebatan suspiros, como Anton Chekov (le jugu¨¦, no se molesten en pregunt¨¢rmelo siquiera), Mahler y Archipenko, el m¨¢s favorito, que hab¨ªa nacido un treinta de mayo como el vanguardista ucraniano cuyo nombre compart¨ªa. Tambi¨¦n era considerable Regime, montado por el jinete ganador el pasado a?o, Martin Dwyer. Precisamente a Dwyer, padre de dos hijospeque?os, se deb¨ªa la iniciativa que iba a caracterizar esta edici¨®n del mito de Epsom: los jinetes luc¨ªan en el pecho un lazo amarillo para demostrar su solidaridad con los padres de la ni?a Madeleine McCann, raptada de su alojamiento en el Algarbe mientras ellos confiadamente cenaban en un restaurante pr¨®ximo.
Bien mirado, quiz¨¢ nada puede ser m¨¢s angustioso que la situaci¨®n de quienes han perdido de modo tan enigm¨¢tico a una hija de cuatro a?os. Pero... ?acaso no existe en todo el mundo, sobre todo en sus zonas m¨¢s desfavorecidas, una aut¨¦ntica conspiraci¨®n contra los ni?os? Miles y miles de ellos nunca ven acercarse a un adulto m¨¢s que con malas intenciones: para convertirlos en peque?os esclavos con jornadas de diecisiete horas, o en herramientas sexuales, o en soldados en miniatura pero con armas de verdad. Todos esos ni?os que viven solos, perseguidos, explotados, martirizados por quienes deb¨ªan cuidar de ellos y procurar su alegr¨ªa..., ?qu¨¦ pecado, que acusaci¨®n contra la civilizaci¨®n! Aunque no hay c¨®mputo moral posible entre seres humanos y animales, sentimos como una ofensa zool¨®gica que los responsables de tales perversiones puedan ser llamados "bestias". El otro d¨ªa, uno de esos ministros de Batasuna que -gracias al reconocimiento que les ha otorgado hasta hace poco el Gobierno de Zapatero- suelen amonestarnos desde los medios de informaci¨®n cotidianamente dijo que un colega asesino se negaba a llevar la pulsera localizadora alternativa a la prisi¨®n porque "no era un perro". Es verdad: ?qu¨¦ perro ha hecho en el mundo jam¨¢s lo que ha hecho De Juana Chaos, y sobre todo lo que hacen a sus conciudadanos quienes le defienden, amparan y votan por los suyos? Robert Cunninghame Graham, aquel gaucho escoc¨¦s que compuso uno de los libros m¨¢s bellos sobre los espa?oles en Am¨¦rica, Los caballos de la Conquista (y se lo dedic¨® a su corcel Pampa), dice en uno de sus relatos: "Los te¨®logos, que han bendecido al hombre con el infierno, no han concedido ning¨²n para¨ªso a las bestias, quiz¨¢ porque la inocencia de sus vidas hubiera hecho que lo llenaran hasta el punto de no dejar sitio para que un solo hombre pudiera entrar". (Trece Historias, Ediciones Espuela de Plata).
En una posada de Epsom, cercana al hip¨®dromo, hay un pozo y, ligada a ese pozo, una leyenda: la noche anterior al Derby aparece all¨ª escrito con tiza blanca el nombre del ganador. Unos dicen que la profec¨ªa acierta siempre, otros que muchas veces, los m¨¢s esc¨¦pticos se?alan que casi nunca. Este a?o, el nombre que apareci¨® en el pozo fue precisamente Archipenko. ?Qu¨¦ maravilla, oh, nadie lo hubiera cre¨ªdo! Pues bien, otra profec¨ªa equivocada, como las de los economistas: Archipenko lleg¨® precisamente el ¨²ltimo, ni m¨¢s ni menos. Tampoco Anton Chekov, que fue entre los primeros casi toda la carrera, logr¨® rematar con prestancia el ¨²ltimo acto, y en cuanto a Mahler, s¨®lo puedo decir que desafin¨®. De los ocho pupilos de O'Brien, fue sin duda Eagle Mountain el que se port¨® con m¨¢s bravura, llegando desde atr¨¢s con un excelente aunque tard¨ªo remate a conquistar la segunda plaza. La primera, sin remedio ni competencia seria, fue para Authorized. Gan¨® con toda la autoridad que se le pod¨ªa suponer y Lanfranco Dettori realiz¨® una monta delicada, precisa y en¨¦rgica que me hizo recordar el a?ejo dictamen de Lester Piggott: "Un buen jinete es el que nunca pierde cuando monta el mejor caballo".
En general, la gran mayor¨ªa de la afici¨®n disfrut¨® con el momento glorioso, porque Dettori es muy popular y escandalizaba un poco as¨ª, con tantos triunfos y sin Derby. En cambio, las agencias de apuestas, los bookies, lamentaron su triunfo porque fue su mayor p¨¦rdida econ¨®mica en la historia de la carrera: por una vez, realmente, la casa paga y el cliente gana. Sobre todo uno de ellos, an¨®nimo, que un par de horas antes del Derby se jug¨® medio mill¨®n de libras a la par a Authorized y ciento veinte minutos m¨¢s tarde se fue a su casa -pasada la angustia, supongo- con un mill¨®n de libras. Poco a poco, los dem¨¢s tambi¨¦n volvimos a casa. Los aficionados despechugados, las miladys con pamela, los policemen severamente bonachones, las vendedoras de flores para el ojal, los turfistas sabios, tantas amables beodas sobre tacones altos, los agrupados japoneses, los mozos y preparadores, los jockeys... Todos llevaban una cinta amarilla. ?D¨®nde est¨¢s, Madeleine?
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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