La mala reputaci¨®n
Tiempos confusos se deben de estar viviendo para que algunas enso?aciones del arbitrismo aspiren a convertirse en la soluci¨®n para contener y ordenar la llegada de trabajadores extranjeros. Aprovechando el tir¨®n de su victoria en las elecciones presidenciales y en las legislativas, Nicolas Sarkozy ha anunciado que los inmigrantes deber¨¢n acreditar el conocimiento de la lengua y de los valores de Francia. El conservador que aspira a convertirse en un modelo para Europa, incluida Espa?a, ha dado el paso de proponer como una de las medidas estelares para el control de la inmigraci¨®n lo que hace apenas unos a?os fue considerado como una iniciativa aberrante cuando fue sugerida en Austria.
Esta es la trampa a la que conduce el prop¨®sito de convertir la integraci¨®n de los trabajadores extranjeros en criterio de selecci¨®n, en instrumento para lograr ese objetivo monstruoso de una inmigraci¨®n escogida en lugar de padecida, como si se hablase de un mercado de ganado. Se olvida que para integrar hay que adoptar una decisi¨®n previa, y casi siempre impl¨ªcita, que es la de definir la sociedad en la que los inmigrantes deber¨ªan integrarse. Por lo que respecta a la lengua, primer criterio invocados por Sarkozy, parece claro en principio: nadie puede tener dudas acerca de qu¨¦ es la lengua francesa, o en su caso, alemana, espa?ola u otra. El problema es que habr¨¢ que crear un cuerpo de gram¨¢ticos del Estado y colocar un list¨®n legal para distinguir el uso ling¨¹¨ªstico adecuado del insuficiente; es decir, habr¨¢ que elevar la gram¨¢tica al rango de ley estatal y castigar los errores de conjugaci¨®n, de concordancia, de ortograf¨ªa o de vocabulario como si fuesen equivalentes a faltas administrativas, que abren o cierran la posibilidad de obtener los permisos de residencia y de trabajo. El ¨²nico m¨¦rito que cabr¨ªa reconocer a esta extravagante iniciativa ser¨ªa el de ilustrarnos sobre el origen y los motivos de las jergas, que no por casualidad siempre o casi siempre han tenido un car¨¢cter de desaf¨ªo al poder. ?Qu¨¦ har¨¢ el cuerpo de gram¨¢ticos del Estado frente a las jergas, las prohibir¨¢ o, por el contrario, considerar¨¢ ciudadanos dudosos o de segundo orden a quienes las empleen?
Pero la dificultad mayor aparece con la menci¨®n de Sarkozy a esas criaturas inefables que son los valores, que tambi¨¦n en Espa?a parece ganar inesperados adeptos. Para exigir a los inmigrantes que conozcan los valores de un pa¨ªs, no s¨®lo habr¨¢ que saber cu¨¢les son esos valores, algo que no resulta f¨¢cil en una sociedad abierta, sino tambi¨¦n darles un estatuto legal y obligatorio, como en el caso de la gram¨¢tica. Salvo que su definici¨®n se pretenda dejar a la libre decisi¨®n del Ejecutivo y, en resumidas cuentas, de los cuerpos y fuerzas de seguridad encargados de controlar la entrada o la presencia de extranjeros -con lo cual ser¨¢ la arbitrariedad lo que habr¨¢ ganado terreno, no la legalidad- cualquier pa¨ªs que pretenda aventurarse por la v¨ªa que ahora propone Sarkozy le llevar¨¢ a enfrentarse a una alternativa en la que ninguna de las opciones resulta aceptable. O bien se decide que el conocimiento y la observancia de esos valores s¨®lo son obligatorios para los extranjeros, y entonces se abre el camino para una ley especial, o bien se declara que es una norma de alcance general, y en ese caso La mala reputaci¨®n, la deliciosa canci¨®n de Georges Brassens, se convertir¨¢ en un intolerable himno subversivo. Para conseguir una inmigraci¨®n escogida y no padecida, ya se sabe lo que tienen que hacer los nativos: en cuanto suenen los primeros acordes de cualquier m¨²sica militar, nada de quedarse en la cama para no ser considerado un extranjero. Y mucho cuidado con estudiar mal la historia nacional u olvidarse en alg¨²n momento de lo aprendido: no es que un estudiante se arriesgue a un suspenso, es que se arriesga a poner su ciudadan¨ªa en entredicho.
El derecho del autoritarismo alem¨¢n cre¨® un tipo penal denominado "delito de modo de vida", que en Espa?a adopt¨® la forma de "Ley de vagos y maleantes". Cuando hoy nos preguntamos perplejos c¨®mo se pudo llegar a semejante aberraci¨®n, una parte sustancial de la respuesta nos la dan los buenos prop¨®sitos de un conservador mod¨¦lico como Sarkozy: el motivo se encuentra en ese denodado empe?o de convertir algunas enso?aciones del arbitrismo en soluci¨®n, seg¨²n invitan a hacer estos tiempos confusos.
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