El demonio dom¨¦stico
1.
Como dice Juan Villoro, son dif¨ªciles de encontrar, a excepci¨®n de Lennon y McCartney o de Laurel y Hardy, asociaciones art¨ªsticas del siglo pasado tan fecundas como la de los escritores Borges y Bioy Casares, y en todo caso imposible dar con una asociaci¨®n m¨¢s duradera. Toda clase de detalles dom¨¦sticos y literarios se encuentran en el Borges de Bioy, uno de los m¨¢s impares libros biogr¨¢ficos de la literatura en espa?ol, escrito seg¨²n el modelo de Vida del Doctor Samuel Johnson de Boswell. Como bien ha visto Villoro, en la f¨®rmula boswelliana compartida por Bioy y Borges lo m¨¢s peculiar de todo es que ambos se convierten en esa clase de "autores subordinados" ("comentaristas caprichosos", "distorsionadores de textos ajenos"...) que tanto amaba Borges, que ve¨ªa en ellos a literatos tan creativos como los escritores con fama de originales.
No han faltado los tarugos hisp¨¢nicos que se han burlado del voluminoso libro-diario de Bioy porque en ¨¦l hay m¨¢s de mil entradas donde puede leerse "Come Borges en casa". A m¨ª no me llama la atenci¨®n esa frase insistente, sino el hecho lateral de que Silvina Ocampo, la mujer de Bioy, insistiera en inventar cada d¨ªa ante su marido una excusa nueva para evitar que Borges fuera a comer a su casa. Esa actitud de Silvina me lleva a pensar en todos cuantos hoy en d¨ªa dar¨ªan cualquier cosa por tener a Borges invitado a cenar. Es curioso observar c¨®mo ese lujo de sentar a un genio a tu mesa era diariamente despreciado por la mujer de Bioy, lo que demuestra lo aleatorio de los criterios y las ansias humanas, pues muchas veces lo que uno desea tanto y no consigue, a otro no le interesa nada y, sin embargo lo logra, del mismo modo que alguien de pronto es asaltado por el dolor mientras nosotros abrimos una puerta o caminamos por el campo tranquilamente, tal como expresara el poeta Austen en ese poema, Mus¨¦e des Beaux Arts, que tanto le gusta tambi¨¦n a Jordi Punt¨ª: "Sobre el dolor nunca se equivocaron / los Viejos Maestros: qu¨¦ bien entendieron / su posici¨®n humana; c¨®mo surge mientras alg¨²n otro come o abre una ventana o sencillamente pasea aburrido".
?Ser¨¢ que lo dom¨¦stico -ese veneno que acaba con las pasiones y que tambi¨¦n llamamos cotidianidad- lo arruina todo? ?Ser¨¢ que ver de cerca a los genios les hace perder inter¨¦s y los desmitifica? ?No deslumbraba lo mismo, por ejemplo, una conversaci¨®n de sobremesa con Borges que la lectura de uno de sus relatos? ?Era Borges un ser algo pelmazo para Silvina? ?Es el genio, como insisten algunos, una persona insoportablemente normal en la vida cotidiana? ?Se puede ser genial todo el rato?
Como es bien sabido, tendemos a no valorar lo que tenemos en casa. Henriqueta Madalena, la hermana peque?a de Fernando Pessoa, ilustra a la perfecci¨®n ese modelo de persona que, por excesiva familiaridad con el genio, vive como algo completamente dom¨¦stico lo que al resto de la humanidad deja fascinado. Por lo visto, Henriqueta Madalena ten¨ªa muy visto a su hermano Fernando. Fue la que m¨¢s ¨ªntimamente le trat¨® y, al final de su vida -Henriqueta alcanz¨® casi los 100 a?os-, accedi¨® a hablar de ¨¦l. "No le hac¨ªamos mucho caso", sentenci¨®. Le pidieron entonces -en referencia a los famosos heter¨®nimos del poeta- que dijera al menos c¨®mo era eso de ser hermana de una persona m¨²ltiple. Henriqueta Madalena sonri¨® y dijo: "Cuando Fernando hablaba de ?lvaro de Campos, de Ricardo Reis o de los otros, para m¨ª siempre se trataba de ¨¦l. A veces, durante la comida, Fernando dec¨ªa que hab¨ªa pasado mala noche y que hab¨ªa escrito algo, y a?ad¨ªa: 'es de ?lvaro de Campos'. Y recitaba. En el fondo, Fernando lo consideraba como una fantas¨ªa, no se lo tomaba en serio, aunque lo dijese con tono serio".
As¨ª que Henriqueta Madalena no se tomaba tan en serio los heter¨®nimos como los estudiosos de la obra de su hermano. Y resulta conmovedora cuando, al final de la entrevista, recapacita: "S¨®lo puedo decir esto: ahora, hoy, cuando ya ha pasado todo y no se puede volver atr¨¢s, ahora que soy mucho mayor y tengo todo el tiempo para pensar y para sentir, me invade la amargura de no haber convivido m¨¢s con ¨¦l. Fernando vivi¨® muy solo. Ahora que conozco su obra, que la leo e intento comprenderle lo mejor posible, siento mucha pena".
Lo que m¨¢s me llama la atenci¨®n de esas palabras es la forma de decirlas, esa forma tan asombrosamente hermana de ?lvaro de Campos.
2
Silvina Ocampo, Henriqueta Madalena... ?Ser¨¢ que las mujeres tienen una relaci¨®n m¨¢s s¨®lida y m¨¢s realista con el mundo? Al hilo de estas notas, me pregunto por mi actual relaci¨®n conflictiva con Barcelona, ciudad que me parece insufrible y apelmazada desde que las hordas de turistas la inundan insultantemente. Sin embargo, la ciudad goza de una excelente salud y fama en el extranjero. ?No ser¨¢ que mi relaci¨®n con Barcelona dura demasiado y la tengo excesivamente vista y mi cansancio de los pol¨ªticos de aqu¨ª y de todo el desastre general que creo percibir en mi ciudad procede de tanta fraternidad dom¨¦stica que tengo con ella? No s¨¦, siento la necesidad de otras voces y otros ¨¢mbitos. Veo en el exilio la ¨²nica posibilidad de volver un d¨ªa a apreciar Barcelona, o como m¨ªnimo de dejar de sentirme de malhumor permanente por lo que aqu¨ª sucede. Me gustar¨ªa convertirme en ese Turgueniev que aparece en Los demonios de Dostoiewski y que tanto divert¨ªa precisamente a Borges: un Turgueniev que, desesperado por el horror de Rusia, se va a vivir a Alemania y, cuando regresa y quieren hablarle de pol¨ªtica rusa, responde que tiene que pensar en asuntos m¨¢s importantes: el sistema sanitario de Baden-Baden.
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