'La Marsellesa' a pedales
Al llegar el 14 de julio nos podemos preguntar qu¨¦ significa el Tour para Francia, un Tour que tiene ya m¨¢s de un siglo de vida (la primera edici¨®n fue en 1903). La respuesta, la ¨²nica respuesta posible, es que el Tour es Francia. La ilustra, la unifica, exactamente igual que la baguette, la voz de Edith Piaf, los Gauloises, los aperitivos de an¨ªs. Mientras que Par¨ªs se simboliza s¨®lo a s¨ª misma, el Tour es una especie de Marsellesa a pedales, con el jour de gloire al alcance de todos. Poco importa si el Tour de Francia sale de Alemania, Holanda o, como este a?o, de Londres. Y poco le importa a la gente, aunque desde luego s¨ª a los organizadores, que el Tour se haya ido convirtiendo poco a poco en una marca para exportar y hacer dinero. No hay esc¨¢ndalos, sospechas o certezas de dopaje que consigan mantener a la gente alejada del Tour, crear una fisura de desamor en su bloque de amor m¨ªstico, absoluto.
No hay esc¨¢ndalos, sospechas o certezas de dopaje que alejen a la gente del Tour
As¨ª ocurr¨ªa en los tiempos del ciclismo heroico, de los pioneros como Garin, Garrigou, Petit, Breton; en los a?os dorados (Bartali, Coppi, Bobet, Gaul, Bahamontes, Anquetil, Poulidor); en los ¨²ltimos 16 a?os, caracterizados por largas series de victorias (Indurain, 5; Armstrong, 7). Entre el navarro y el tejano se registran la primera vez de un dan¨¦s, Riis, la primera vez de un alem¨¢n, Ullrich, y la ¨²ltima vez de un italiano, Pantani. Ser¨¢ oportuno recordar que Riis admiti¨® que utilizaba EPO, que Ullrich se retir¨® despu¨¦s de que se demostrara su conexi¨®n con el doctor Fuentes, que Pantani muri¨® de sobredosis, m¨¢s solo que un perro, en la noche de San Valent¨ªn, en un hotel de R¨ªmini. Pero ni siquiera estos sucesos consiguen mellar la historia, el mito. Ni siquiera la l¨ªnea blanca que acompa?a a 2006, sea Landis o Pereiro.
El mito del Tour, anotaba Roland Barthes, no es s¨®lo el de la canci¨®n de gesta, el del hombre fuerte que vence a los adversarios. El ganador tambi¨¦n debe derrotar a su propio cuerpo, al cansancio, al dolor, a las crisis. No puede bajar la guardia en ning¨²n momento del d¨ªa. Y adem¨¢s est¨¢n los adversarios no humanos, como las monta?as que Pellos, en L'Equipe, dibujaba humaniz¨¢ndolas: el Tourmalet o el Galibier, de mirada torva, con la boca abierta para engullir a esos hombrecillos que desafiaban su grandeza. Y tambi¨¦n el sol, la lluvia, la mala suerte (pinchazos, ca¨ªdas). As¨ª, el Tour todav¨ªa se ve y se vive al borde de la carretera: desde el Pas de Calais, donde todav¨ªa se cr¨ªan a escondidas gallos de pelea, al Gers, donde se engorda el h¨ªgado de los patos. Colegiales alineados detr¨¢s de las vallas, carteles de bienvenida en cada pueblecito, tambi¨¦n en la Francia m¨¢s profunda, en la Loz¨¦re verde y silenciosa, en la Auvernia de volcanes apagados.
El Tour enmarca escenas reales con ocasi¨®n del pr¨®logo y el ep¨ªlogo, alfa y omega iluminadas por la misma grandeza, Big Ben y Torre Eiffel, Buckingham Palace y Campos El¨ªseos, pero evita cada vez m¨¢s las grandes ciudades (este a?o Marsella es una excepci¨®n) y organiza etapas en las peque?as ciudades, a veces en peque?os pueblos de 5.000 o 10.000 habitantes. Y es como si Francia llegara en caravana a la puerta de la casa de Monsieur Dupont. Por calles secundarias, haga el tiempo que haga. Todo esto lo ha entendido bien Sarkozy, que ser¨¢ el primer presidente franc¨¦s que siga de principio a fin una etapa (por motivos de seguridad a¨²n no se sabe cu¨¢l). De Gaulle y Mitterrand s¨®lo hac¨ªan acto de presencia.
La Francia profunda es la de los campesinos, los pescadores, los obreros. En las afueras de las grandes ciudades los ni?os dan patadas a un bal¨®n y sue?an con ser Zinedine Zidane; lanzan canastas y piensan en Tony Parker. Quiz¨¢ sea una nueva conciencia ecol¨®gica la que empuja al sill¨ªn a un ni?o, desde luego, no el recuerdo de Hinault y Fignon. Pero en un lugar donde el Tour es sentido de pertenencia, ra¨ªces, cultura popular, cualquier paso, incluso el m¨¢s r¨¢pido, apasiona y enorgullece. Es la uni¨®n m¨¢s segura, basada en el amor compartido, entre el p¨¢lido waterzooi y la herrumbrosa bullabesa, entre las berzas del choucroute y las alubias blancas del cassoulet, entre el Val d'Is¨¨re de las vacas y el Val d'Ossau de las ovejas. Y no s¨®lo eso: entre poetas y carteros, entre izquierda y derecha, el Tour es un mismo icono y no es necesariamente el vencedor el que acapara el afecto popular.
El caso m¨¢s emblem¨¢tico es el de Anquetil y Poulidor. Anquetil era lo nuevo, Poulidor el pasado. Anquetil beb¨ªa champ¨¢n a la hora del desayuno, Poulidor se ba?aba en agua con vinagre. Anquetil ganaba y, si realmente no pod¨ªa vencer, trataba de hacer perder a Poulidor, y lo consegu¨ªa. Poulidor corri¨® hasta los 40 a?os, terminando tercero en su ¨²ltimo Tour. Subi¨® otras siete veces al podio, pero nunca al escal¨®n m¨¢s alto. Peor a¨²n, en 14 Tours no visti¨® ni una sola vez el maillot amarillo. Y, sin embargo, la mayor¨ªa de los franceses le animaba a ¨¦l, el rey de la mala suerte, el pararrayos de cualquier rayo, y no a ese Anquetil al que consideraban demasiado fr¨ªo (la frialdad del diamante), demasiado lejano. A¨²n hoy, con una camiseta publicitaria encima, Poulidor es alabado por los espectadores, que siguen llam¨¢ndole con un diminutivo vagamente canino, Poupou, y ¨¦sta es la revancha de Poulidor. Anquetil lleva muerto 20 a?os. El duro deseo de durar (aunque podemos descartar que Poulidor conozca a Eluard) al final se paga.
Cuando los franceses dicen Tour de Francia se siente que las iniciales T y F son may¨²sculas. Ni el Giro ni la Vuelta llevan consigo la misma carga de implicaci¨®n emotiva. Son acontecimientos deportivos, desde luego, e importantes, pero no tienen tanto poder unificador. Jour de gloire y Tour de gloire no es s¨®lo un juego de palabras. Es la Francia que se mira en un espejo y se gusta.
Gianni Mura es editorialista de La Repubblica. Traducci¨®n de News Clips.
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