El 'd¨ªa Rasmussen' y algo m¨¢s
Etapa, 'maillot' amarillo y de lunares para el dan¨¦s, con el renacido Mayo segundo y el fogoso Valverde tercero
El ciclismo es obsesi¨®n, locura. Un taladro en la cabeza que no deja pensar en otra cosa. Una fijaci¨®n que conduce, casi, a la enfermedad. O a la tristeza, la melancol¨ªa infinita, como la de los ancianos de Tignes, que cada 10 a?os no pueden resistirse, los que sobreviven, al espect¨¢culo fatal del vaciado del pantano que hace m¨¢s de 50 a?os inund¨® sus casas, su iglesia, su plaza, todo ello previamente dinamitado. Las ruinas resurgen, a ellos se les encoge el coraz¨®n, cogen fuerzas para seguir viviendo otros 10 a?os. No hay corredor, no hay persona, que en los vaciados peri¨®dicos de su alma, de su vida, no se cruce con unas ruinas de su pasado, all¨ª anidadas, en su memoria, que encuentre en ellas motivos para seguir.
Los sufrientes Vinok¨²rov y Kl?den perdieron m¨¢s de un minuto respecto a los espa?oles
Ruinas de gloria. Iban Mayo, el soberbio ganador en Alpe d'Huez en 2003, maillot naranja abierto al viento como dos alas, el deprimido descolgado en el Tourmalet 2006, insultando con la mirada a la c¨¢mara que le desnuda, ?qu¨¦ quer¨¦is?, ?no pod¨¦is enfocar a otro? El alegre atacante de ayer, sin l¨®gica, sin control, Mayo liberado. Agravios pasados. Alejandro Valverde, el estr¨¦s de un a?o de acusaciones, de recordatorios. Alejandro Valverde, ayer, anteayer, el otro d¨ªa, en el pelot¨®n, "vamos, Txente, dale fuerte, ll¨¦vame para arriba, que ¨¦stos se van a enterar". La memoria del dolor, la duda, la enfermedad. Alberto Contador. La cicatriz en la cabeza, como un corte de pelo moderno, la mirada negra. La alegr¨ªa en el pedaleo, la necesidad de atacar, de mover el ¨¢rbol, de irse. La ruina de una ¨¦poca. Christophe Moreau, que a¨²n huye del fantasma de su pasado en el Festina, que a¨²n persigue el fantasma de Virenque, el ¨²ltimo ciclista al que am¨® Francia sin condiciones, que ayer fue otra vez Virenque, ataques sin sentido, caos, orgullo, bandera francesa en el maillot.
Todas las noches, antes de acostarse, Michael Rasmussen, el pollo para todos, se mira en el espejo una y otra vez, de frente, de perfil, metiendo la, inexistente, tripa, marcando m¨²sculos. Una obsesi¨®n brilla en su mirada, el peso, el peso. Despu¨¦s afila el cuchillo y se concentra en sus zapatillas de montar. Lima las punteras, unos gramos, les quita los tacos de goma que le permiten andar sin resbalar, fuera gramos. Sus fijaciones de escalador exacerbadas son un mito en el pelot¨®n, que lo considera ya parte del decorado. Por eso, cuando Rasmussen ataca nada m¨¢s empezar la ascensi¨®n al Cormet de Roselend, el primero de los tres primeras en los ¨²ltimos 85 kil¨®metros, y se va alegre a cazar a los fugados matinales, nadie se inmuta: el habitual Rasmussen, su cabalgada habitual en busca del maillot de lunares; nada, igual que en 2005 y en 2006, el d¨ªa Rasmussen sin m¨¢s. Y aunque en su equipo, el Rabobank, ya hab¨ªan advertido en voz baja de que este a?o, no, de que este a?o Rasmussen, de 33 a?os, no s¨®lo ten¨ªa los lunares en la cabeza, que tambi¨¦n pensaba en el amarillo, nadie se dio por enterado. Y ni siquiera ayer, cuando finiquitado el espect¨¢culo tremendo del dan¨¦s ascendiendo ajeno a todos los movimientos -"para arriba, pocos van como ¨¦l", dijo Arroyo, el escalador de Talavera que vio su rueda trasera durante un puerto y medio, "es asfixiante"-, Rasmussen, ya vestido de amarillo sobre lunares despu¨¦s de haber ganado la etapa con 2m 47s sobre Mayo, declar¨® que no, que no iba a por el jersey de rey de la monta?a, que de ¨¦sos ya tiene dos, que iba a por el de l¨ªder de la general, muchos m¨¢s le tomaron en serio.
Los dem¨¢s estaban en la luna, ebrios, reviviendo la ¨²ltima ascensi¨®n, las pasiones desbordadas de ciclistas buscando romper sus l¨ªmites camino del lago de Tignes, la superficie brillante del agua que oculta el pasado. Bast¨® con que Moreau de dejara llevar por sus desarreglos, con que Valverde se dejara guiar por su fogosidad, con el hambre de Mayo, con la clase del admirable Contador, para que la superficie del Tour, hasta ayer serena como un pantano artificial, se quebrara en miles de reflejos. En grandeza dram¨¢tica. Atac¨® Moreau y G¨¢rate mir¨® la pancarta de 20 kil¨®metros, y mir¨® al plato grande entre las piernas del campe¨®n franc¨¦s, y pens¨®: "?Qu¨¦ hago yo aqu¨ª? Hago la maleta y me largo". Atac¨® Moreau y Mayo dijo ya era hora, y feliz se fue a por ¨¦l, y tambi¨¦n Valverde, y Kasheckin, el perro de presa kazajo, y Evans. Y poco despu¨¦s, Contador, Schleck y Popovich. Y all¨ª lleg¨® lo bueno, lo que permiti¨® a un fogoso seguidor hablar del grupo de los tontos, a otro tildarlos de picajosos y a Johan Bruyneel, director del Discovery, disertar sobre el s¨ªndrome de la ausencia del Postal: "Sin Armstrong y su equipo, nadie sabe qu¨¦ hacer". Lo que hicieron fue liarse a ataques entre ellos, en lugar de colaborar para cazar a Rasmussen, imposible, y distanciar a los sufrientes del Astana, Vinok¨²rov y Kl?den, quienes aun as¨ª perdieron m¨¢s de un minuto. Pero ello fue, de todas maneras, gracias al gran Contador, quien pinch¨®, cambi¨® rueda y volvi¨® a atacar, demostrando la vulnerabilidad de la pareja.
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