Un seductor ante el espejo
Sin despeinarse nunca Adolfo Bioy llev¨® una vida muy atareada: tenis por la ma?ana, amores por la tarde, lecturas y literatura a cualquier hora y para cenar, como plato ¨²nico, Borges en su propia salsa. Cazar mujeres al ojeo y ser muy querido, al margen de los libros, fue su primer oficio. En una reuni¨®n de amigos una noche en casa del escritor Mastronardi, exclam¨®: "Genca est¨¢ poderos¨ªsima". Se trataba de Silvia Ang¨¦lica, una adolescente, sobrina del propio Bioy. ?l repar¨® por primera vez en su extraordinaria belleza y al d¨ªa siguiente la hizo su amante. Fue una historia de tantas, sin duda la m¨¢s obsesiva, pero Bioy estaba siempre con el arma cargada en estado de revista y por sus brazos pasaron innumerables mujeres, casadas y solteras, unas muy finas y otras bataclanas. El escritor en el descapotable en la puerta trasera del teatro, con un cigarrillo Lucky Strike en los labios, esperando a la primera actriz o a una hermosa corista, es uno de sus perfiles. A veces jugaba una simult¨¢nea, como en el ajedrez, con dos o tres amores al mismo tiempo. En una partida avanzaba un pe¨®n, en otra se com¨ªa un alfil, en otra hac¨ªa jaque mate.
No es extra?o que, siendo muy seductor, descendiente de estancieros, se dedicara a la literatura fant¨¢stica
-Cuando tuve una sola mujer, realmente fui muy infeliz. Con dos o tres me iba mejor. Parece que lo adivinaban y me mimaban para no perderme. No me considero un hombre inmaduro. Tal vez he sido un donju¨¢n para protegerme. Cuando jugu¨¦ a la verdad, a entregarme del todo a la persona que quer¨ªa, esa persona inmediatamente me dominaba y me castigaba.
No es extra?o que siendo muy seductor, descendiente de estancieros hacendados, casado con la rica heredera Silvina Ocampo, hermana de Victoria, la gran matrona feroz de la cultura bonaerense, en lugar de bajar a la tierra de los simples mortales se dedicara a la literatura fant¨¢stica. Mientras en la calle sonaba el bombo de Per¨®n y despu¨¦s los milicos torturaban a los estudiantes en los s¨®tanos de la Escuela Mec¨¢nica de la Armada o los arrojaban vivos y desnudos desde un avi¨®n al mar del Plata, el ciego Borges guiaba a Bioy por el laberinto circular de la biblioteca de Alejandr¨ªa en busca del libro de arena en cuyas p¨¢ginas estaban revelados todos los enigmas. Enfrascados los dos en una imaginaci¨®n puramente cultural, lejos de la pol¨ªtica que siempre acaba por mancharte el traje blanco, se dedicaban a inventar fantas¨ªas llenas de encajes. Bioy miraba con cierto desd¨¦n elitista a los escritores comprometidos porque, seg¨²n su opini¨®n, los pol¨ªticos desprecian y desechan a estos intelectuales y escritores cuando ya no los necesitan.
En este sentido, fue muy astuto. Jorge Luis Borges ten¨ªa la lengua larga. Era capaz de arruinar su literatura cincelada con una frase detonante que s¨®lo escandalizaba a algunos imb¨¦ciles, aunque huyendo de la grasa del pueblo para no mancharse acab¨® por dar la mano a algunos criminales muy sucios; en cambio Bioy se qued¨® en casa y guard¨® un silencio ¨¢ureo ante las obvias tragedias del mundo. Pero un d¨ªa, descabalgado del caballo alaz¨¢n que montaba en su hacienda El Rinc¨®n Viejo, se encontr¨® con la realidad en una esquina de Buenos Aires. Envuelto en sirenas de la polic¨ªa vio a un hombre de traje holgado, color rat¨®n, perseguido por unos civiles. A unos seis pasos de donde se encontraba el escritor, al subir a la acera el hombre tropez¨® y cay¨®. Uno de sus perseguidores le aplic¨® un puntapi¨¦ extraordinario en el vientre y le grit¨®: "Hijo de puta". Otro le apunt¨® desde arriba con un rev¨®lver de ca?o grueso y empez¨® a dispararle balazos servidos a la cabeza. Las c¨¢psulas ca¨ªan al alrededor. Bioy pens¨® que lo m¨¢s prudente era tirarse cuerpo a tierra; empez¨® a hacerlo, pero sinti¨® que iba a ensuciarse la ropa y qu¨¦ pasar¨ªa con su cintura fr¨¢gil si ten¨ªa que levantarse apurado para salir corriendo. Despu¨¦s, ante el cad¨¢ver de aquel sindicalista, uno de los matones, exclam¨®: ha asistido usted a una ejecuci¨®n.
Un d¨ªa visit¨¦ a Bioy en Buenos Aires. Viv¨ªa en la calle Posadas, frente a los jardines de La Recoleta, en uno de los cinco pisos de una finca que pertenec¨ªa entera a su familia y a la de su mujer Silvina Ocampo. No le hables de libros, me dijeron, h¨¢blale de mujeres, de coches, de perros, de tenis, de caballos. Me abri¨® la puerta una se?ora gallega, el ama de toda la vida. Bioy me esperaba a la hora del t¨¦ sentado en una silla de ruedas junto a una mesa con mantel de hilo llena de bandejas con pastelillos y otras delicadezas en un sal¨®n muy amplio, elegantemente deshabitado de muebles, s¨®lo con una biblioteca fatigada y grandes espejos que multiplicaban el vac¨ªo. El escritor vest¨ªa su esqueleto brit¨¢nico de 83 a?os con una chaqueta de espiguilla, un chaleco de ante, un pantal¨®n de franela, una ropa de m¨¢xima calidad inglesa aunque un poco ajada como corresponde a un gran caballero. Estaba ya quebrado de cadera por una ca¨ªda que se produjo desde la banqueta mientras trataba de alcanzar un volumen del ¨²ltimo estante de la biblioteca y adem¨¢s los analg¨¦sicos que estaba obligado a tomar lo ten¨ªan sumido en un sopor que era la exacta expresi¨®n de aquel mundo ya fenecido.
-En esta misma sala -me dijo- sentados los dos a esta misma mesa, solos Borges y yo hemos cenado todas las noches durante m¨¢s de 30 a?os. Cuando Borges se desped¨ªa, yo pasaba al gabinete y anotaba en un dietario nuestras conversaciones de sobremesa como un notario que levanta acta. Tengo m¨¢s de 3.000 p¨¢ginas escritas e in¨¦ditas. Esa cita nocturna diaria dur¨® hasta que Borges se cas¨® con Mar¨ªa Kodama. Despu¨¦s ella s¨®lo le permit¨ªa venir a casa los s¨¢bados y domingos por la tarde.
-?Qu¨¦ le pasaba a Borges con las mujeres? -le pregunt¨¦.
-Que se enamoraba y ellas lo placaban -contest¨® cruzando los brazos con un gesto de tenaza sobre su pecho como hacen los jugadores de rugby para proteger la pelota.
-?Qu¨¦ mujer podr¨ªa enamorarse de un hombre que ped¨ªa merluza hervida en un restaurante vulgar de la calle Maip¨² y hac¨ªa bolitas con la miga de pan?
Bioy sonri¨®. En efecto, Bioy s¨®lo parec¨ªa animarse cuando le hablaba de mujeres. Le dije que, a cierta edad, las mujeres te miran y ya no te ven. Bioy coment¨® que esa sensaci¨®n ¨¦l tambi¨¦n la hab¨ªa experimentado.
-?Cu¨¢ndo se sinti¨® por primera vez invisible o transparente para las mujeres?
-Hace tres a?os -contest¨® Bioy escuetamente.
Una vida llena de ¨¦xito y de seducci¨®n se quebr¨® cuando su hija Marta muri¨® atropellada por un autob¨²s en una calle de Buenos Aires. Un escritor argentino malevo, ro¨ªdo por el resentimiento, al enterarse de esta desgracia, elev¨® la mirada al cielo diciendo: "Por fin a este triunfador le ha sucedido algo malo".
Al margen de las mujeres, Borges y Bioy ten¨ªan un alma bipolar. Bioy admiraba a Borges por su genio literario; Borges admiraba a Bioy por su seductora elegancia. A los dos les un¨ªa la misma iron¨ªa, el mismo asombro ante el misterio; los dos caminaban flotando a dos palmos sobre la tierra. Aquel cotilleo nocturno con Borges, que dur¨® 30 a?os, ha sido el libro p¨®stumo de Bioy, un altar elevado a la imaginaci¨®n y al chisme envenenado, pero despu¨¦s de concebir infinitas historias, Bioy ya hab¨ªa cumplido su destino cuando escribi¨® La invenci¨®n de Morel. Basta con una obra perfecta para pasar a la historia.
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