Mira qui¨¦n fuma
Con mucha vista, quiz¨¢ demasiada, quienes arman el l¨ªo de la Semana Grande suelen incluir en el programa actos o eventos que no forman parte propiamente de la misma. Antes bien, desbordan el marco temporal de la Aste Nagusia, pero quedan muy bien dentro de ella. Me refiero a la Quincena Musical y a ciertas exposiciones de mayor o inmenso ringorrango. Y lo de inmenso no es una hip¨¦rbole ni una invenci¨®n, porque se da la circunstancia de que lo expuesto por el escultor Igor Mitoraj y el principalmente pintor Julian Schnabel no puede ser m¨¢s grande. En efecto, parece dif¨ªcil superar los tama?azos que utilizan ambos. Respecto a otras grandezas, mejor no hablar. Los pedazos anat¨®micos de Mitoraj puestos en el paseo de la Zurriola hubieran quedado mejor en la secuencia inicial de 2001, odisea del espacio o en el festival de cine de terror, por el casi gore de los mutilamientos que hacen imaginar chorros de sangre de bronce, que es la sustancia de la que est¨¢n hechos.
La Tabacalera quer¨ªa ser una guinda y un pastel, pero se va derritiendo por el camino
Respecto a lo que Schnabel expone en la Tabacalera resulta m¨¢s dif¨ªcil pronunciarse, porque parece imposible que dentro de obras tan grandes pueda caber tan poquita cosa y, sin embargo, resulta obvio que las obras no podr¨ªan haber encontrado mejor marco donde exhibirse. En efecto, el abandono de la f¨¢brica que fue la Tabacalera traducido en desconchamientos, manchas, herrumbres de todo tipo y distintas presencias industriales -termos, una gr¨²a puente, el calendario laboral de 2002 (fecha del cierre del establecimiento) y otros armatostes- casa perfectamente con lo que los cuadros de Schnabel contienen, que viene a ser lo mismo, pero en grande (y enmarcado o como m¨ªnimo acotado).
Y esto plantea un curioso dilema: ?habr¨¢ que gastarse el dinero en acondicionar el lugar o bien en hacerse con una colecci¨®n permanente de obras de un estilo parecido -s¨®lo parecido, hum, ya me entienden- para que encaje en el decorado industrial que destila tanto encanto? Hombre, barato no es conseguir, pongamos por caso, cuadros de Kiefer, Baselitz, Kienholz, De Kooning, Rothko, T¨¤pies y otros, pero a¨²n se est¨¢ a tiempo de conseguir los forrentamil millones (tacita a tacita...) puesto que todav¨ªa la Tabacalera no tiene proyecto, como ocurre con muchos discurrimientos oficiales que primero crean o adquieren el continente para luego no saber qu¨¦ contenido darle. Pero uno suputa que lo que menos tiene es dinero, de ah¨ª la improvisaci¨®n constante para intentar mantener abierta las salas como sea pareciendo que se hace dentro de una estrategia. Por cierto, la indigencia material se plasma no s¨®lo en el desmoronamiento del lugar, sino tambi¨¦n en la falta de un sistema adecuado de iluminaci¨®n de las obras de Schnabel, aspecto que se ha tratado de paliar con una especie de gui?o a la simbiosis entre obra y lugar, ?a que queda chulo as¨ª, con ese aspecto dejado? ?Y a que es una buena idea calzar algunos de los cuadrazos con bloques de hormig¨®n, aunque queden inclinados? Pues no, ambas cosas resultan un abuso ret¨®rico, pero adelante.
La Tabacalera quer¨ªa ser una guinda y un pastel, pero se va derritiendo por el camino. Aqu¨ª la responsabilidad no es de quien est¨¢ al frente del organismo -qu¨¦ hacer sin recursos- y tampoco es municipal, sino tripartita, pero de un tripartito institucional -con el Ayuntamiento est¨¢n en el asunto la Diputaci¨®n y el Gobierno vasco- y no pol¨ªtico (s¨®lo hubiera faltado Madrazo ah¨ª). No, no salen buenos humos del lugar que los fabric¨® durante tantos a?os. M¨¢s vale que nadie se acuerda de la pasta que se llev¨® cierto especialista en organizar este tipo de lugares y que se larg¨® sin entregar una maldita idea a cambio, porque entonces los que estar¨ªamos echando humo ser¨ªamos los ciudadanos. Eso y... pero, vale, que estamos de fiesta.
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